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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

¿Trenes rigurosamente vigilados?

Por: | 29 de julio de 2013

¿Un tren desbocado? (27 de julio de 2013)

ViasdetrenLlevo varios días asombrado y entristecido por el accidente ferroviario de Santiago de Compostela. Me he informado. Pero de forma antigua: sólo a través de la prensa.

No he visto la televisión, por tanto me he ahorrado el minutaje de morbo con el que las cadenas han competido. Eso es lo que me han dicho que ha pasado: imágenes impactantes mil veces repetidas, angustia, dolor, sangre. Se pretextará que eso es un accidente. Sí, si quitamos la repetición y sí si quitamos el regodeo. La televisión tiene eso: una noticia de alcance sólo se mantiene si hay imágenes, si hay declaraciones, si hay intervenciones, si hay un reportero desplazado al lugar de los hechos para preguntar a testigos.

Pero la información cuesta. Cuesta dinero, pero sobre todo cuesta esfuerzo. Informarse es documentarse, contrastar los datos, confirmar o descartar hechos y, sobre todo, informarse es indagar, averiguar aquello que no se sabe. Es obtener peritajes, exámenes de gente que sabe. En este caso, desde lo dicho por Renfe, Adif, hasta lo declarado por el sindicato de maquinistas y el propio conductor.

Desde el primer momento me dije que la seguridad de tantas personas no puede depender sólo de la intervención humana. A lo largo de la historia ha sido así cuando no había suficientes medios técnicos que permitieran controlar las previsibles situaciones de riesgo. ¡Pero ahora! Hay sistemas de frenado automático. En el caso del AVE no se deja margen al error o a la inconsciencia humana. Pero puede fallar el control técnico. En el caso del Alvia, sí hay margen para la acción del maquinista, para el acierto o el error humanos. En todo caso, el conductor del convoy siniestrado dice que fue advertido por las señales sonoras y que accionó el sistema de frenado sin que aquello funcionara. Eso justificaría un recorrido de cuatro kilómetros a 190 por hora. ¿Un tren desbocado?

Sigo esperando una respuesta común, cabal, concertada sobre lo ocurrido. Para quienes somos ignorantes de la circunstancia técnica, la mucha información nos desconcierta, nos abruma: es como un espejismo que nos hace ver lo que no es o lo que creemos que es. Hace falta una respuesta política que con autoridad relate y ordene, descarte y presente. Lamentablemente, no es el caso.

 

El maquinista de lo general (29 de julio de 2013)

MaquinistaTras la declaración ante el juez parece que se corrobora alguna irresponsabilidad por parte del maquinista: lo que él llama "despiste". Sin duda, que por un despiste en la condución ferroviaria se puedan provocar tantas muertes y víctimas nos horroriza. Pero, si no ando equivocado, se percibe a la vez un sentimiento de pena y rabia entre espectadores, lectores, internautas. Muchos quieren culpar en última instancia a los organismos estatales y a laz corporaciones ferroviarias: Renfe y Adif y de paso al Gobierno.

¿Acaso por sectarismo? Nos cuesta culpar a un hombre solo, estrecho de hombros, también ensangrentado e insignificante, un tipo como nosotros, un cualquiera: un conductor sin relevancia, un maquinista de lo general. En cambio, los organismos políticos serían para nosotros los responsables directos por no haber invertido suficientemente en materia de seguridad.

Imaginemos que el argumento del ministro del Interior, de Renfe y Adif fuera cierto y sobradamente inculpatorio: la culpa fue del maquinista, alguien que habría obrado temerariamente. Sí, podríamos admitir, pero yo no quiero que mi seguridad, cuando tomo un Alvia, acabe dependiendo del factor humano: somos humanos, parece ser que dijo el maquinista. Sí, hay, debe haber, controles y mecanismos técnicos que impidan despistes. Cuando me operen, yo quiero que mi suerte no dependa sólo de la atención o de desatención del cirujano.

¿Tanto cuesta de entender? Para intelectuales de postín, mi argumento sería irresponsable, víctimista e incluso infantil. No fui yo, no fui yo, que fue el maldito Sistema quien se apoderó de mí, chillaré. Mi pretexto sería típico de la cultura de la queja. Hemos de aprender, dirán, a asumir las consecuencias de nuestros actos. Cierto, cierto.

Por eso mismo, como somos tan poco fiables, como somos tan inconstantes, como somos tan decepcionantes, la seguridad no puede depender de una pareja, de un humano. Yo mismo, por ejemplo, me trastorno o me despisto en un plis plas. Sólo cuando el equipo técnico falla, prefiero que me guíe un experto conductor. Ése es el momento en que Dave le apaga las neuronas a HAL.

¿Es tan difícil de entender?

La filosofía de Perich

Por: | 23 de julio de 2013

PerichAutopistaHace unos años mi padre y yo fuimos denunciados por un particular. ¿La causa? Haber destrozado un ciclomotor. Eso dijo el desalmado. Según el denunciante, mi progenitor, que frisaba los ochenta años, y yo, que rozaba la cincuentena, nos ensañamos con una moto que estaba estacionada al lado de la acera. Me imagino a mi padre y a mí pateando la moto...

Había hueco. Como queríamos aparcar y no queríamos dañar el ciclomotor, el temible anciano y yo movimos levemente -y en andas- el vehículo de dos ruedas: justamente para evitar cualquier roce. El resultado fue una denuncia en el Juzgado. Aquello no prosperó, gracias a nuestra eficaz letrada, por cierto amiga de Facebook. Al denunciante le cargaron las costas.

Durante el tiempo del proceso viví con angustia la circunstancia judicial. Yo no tengo costumbre y por eso me torturaba aquello. Y me desazonaba que mi anciano padre tuviera que pasar por dicha humillación, él..., que había sido un ciudadano ejemplar. Lo digo porque cualquier contacto con la Justicia me perturba. ¿Cómo se puede sobrevivir a mil y una causas pendientes?

Me acabo de enterar por Marisa Begué que don Jaume Matas se ha librado de la cárcel. Milagrosamente, el Tribunal Supremo le ha rebajado la pena. Marisa Begué expresaba toda su indignación. La entiendo. A la vez, yo intentaba razonar y decía...

Con don Luis Bárcenas puede pasar lo mismo: son tantos los delitos que se le imputan que es hasta posible que se libre de la cárcel en alguno de ellos. Pero en esto hay que pensar como decía Perich en uno de sus libros más divertidos: Autopista. Señalaba el humorista catalán: Fulanito ha tenido mucha suerte. De tres penas de muerte que tenía se ha librado de dos. Pues con Jaume Matas, lo mismo: tiene tantas causas pendientes, que sería raro que se librara de alguna pena de privación de libertad.

Mentiría si dijera que no me he acordado de mi padre y de nuestra causa con el ciclomotor. Yo lo pasé mal. Él lo pasó peor. ¿Cómo se sentirá Matas? Me atrevo a conjeturar: perfectamente bien. Una persona honrada se siente bien. Los demás nos inquietamos por nada.

¿Y Franco qué opina de esto?

Por: | 18 de julio de 2013

FrancoHace unos años, un spot puso de actualidad al Generalísimo. Lo protagonizaba un anciano que hablaba del dictador. El abuelete parecía salido de la España de los sesenta. Con boina calada y con pana recia.

En el anuncio habían pasado muchos años de la muerte de don Francisco Franco Bahamonde y resultaba que el abuelito estaba algo despistado.

Ante hechos chocantes que le contaban (que el Real Madrid no ganara la Liga o algo así) siempre preguntaba: “¿Y Franco qué opina de esto?”

Hoy, 18 de julio, yo no me interrogo por el fútbol ni por el Generalísimo, pero sí por la actualidad más reciente. Ando algo perdido. Como el anciano.

El abuelito del spot preguntaba por la opinión del Caudillo. Le salía un hilillo de voz, temblorosa. Lógicamente le tenía miedo al ‘puto amo’ (permítanme decirlo así, con esta fea expresión).

Llegados a este punto, a estas alturas de julio, yo también estoy despistado. ¿Y el señor Bárcenas qué piensa de todo esto? Digo… El señor Rajoy. Eso: ¿Y el señor Rajoy qué piensa de todo esto?

Que nos diga algo, por Dios, aunque sea con un hilillo… de voz.

"Luis, sé fuerte"

Por: | 14 de julio de 2013

"Aguanta, María José, aguanta", le espetaba el novio a una de las concursantes de la primera edición de Gran Hermano. Dos personas se quieren, han de estar un tiempo separadas y lo que reciben del exterior PeterSellerMr.Chance(al menos, una de ellas) es una gran presión. Si la relación perdura se dan estos consejos y además se hacen protestas de amistad, de camaradería, incluso de amor. Estaré contigo siempre, me tendrás a tu lado, etcétera.

"¿Quién me pone la pierna encima, que no levanto cabeza?", decía el novio con desparpajo. Tras aquellos episodios eróticos, de fuerte relación, vino el desamor, ya lo sabemos, y hubo cruce de malas palabras. A la chica se la acusaba de lagarta, de aprovechada, incluso de puta. Así: con todas las letras. Al novio, antiguo soldado en el Golfo se le describía como un tonto, como un plasta, como un retórico, como un verboso. No había reconciliación posible.

Entre Mariano Rajoy y Luis Bárcenas ya no hay reconciliación posible. Se les rompió el amor (si hemos de creer las pruebas documentales, los sms, que hoy domingo aporta El Mundo), y quien ahora es un "delincuente", según los conmilitones del PP, antes era un amiguito del alma. "Luis, sé fuerte", podemos leer en uno de los sms que Rajoy remite a Bárcenas tras haber estallado el escándalo. O mejor dicho: "Luis . Lo entiendo .Se fuerte . Mañana te llamare .Un abrazo". Escrito así, cuando debería decir: "Luis. Lo entiendo. Sé fuerte. Mañana te llamaré. Un abrazo".

Si son ciertos estos mensajes, la lección es doble: no dejes rastro si cometes delito o tienes conversaciones comprometedoras; segundo, las palabras de Rajoy, que siempre tienen algo toscamente metafórico, carecen de significados profundos. Si habla de hortalizas, habla de hortalizas. A veces, incluso, habla de garbanzos, como hacía don Manuel Fraga.

¿Qué hacer? ¿Irse a escarbar cebollinos? ¿Irse a freír espárragos? ¿Irse a destripar terrones? No, lo mejor es que salga y hable, como hacía Peter Sellers en Bienvenido, Mr. Chance (1979). Que hable con metáforas hortofrutículas, futbolísticas, pero que hable. Que hable y si ha mentido, ocultado, engañado..., que dimita.

¿Será posible?

¿Por qué odio las fiestas populares?

Por: | 13 de julio de 2013

Las fiestas populares son una manifestación periódica en la que los ciudadanos expresan su contento y su SanFermindeseo de colectividad, de continuidad, de proximidad. En su sentido más extremo y antiguo, el regocijo público –que así se llamaba tiempo atrás– es un alivio del orden, del trabajo, de la obligación. En efecto, las fiestas populares son inversión y burla, farsa y humor: sátiras contra los poderosos y celebración de lo material, de lo carnal y, a la postre, también de lo espiritual. El Carnaval, por ejemplo, era eso: un modo expresivo y excesivo de dar la vuelta a las cosas, de invertir el mundo; una manera periódica y breve de alterar los valores, de aceptar provisionalmente el caos, de multiplicar la comunicación y el ruido. Todo a una.

Cuando los poderes perseguían, restringían, oprimían, internaban o ejecutaban, las fiestas populares eran un paréntesis de alivio en el que se consentían algunos excesos, un tiempo breve en el que hacer manifiestas la alegría vecinal o la furia, la risa satírica y el poder corrosivo de los menesterosos. En teoría, el único precepto que se seguía en una manifestación reglada por ritos era éste: fuera normas… ¿Qué es lo que sucede hoy, en nuestros tiempos permisivos e hipermodernos? En muchos casos, las fiestas populares se han convertido en la excusa para que el exceso injustificado se exprese, para que algunos brutos se manifiesten rompiendo materialmente lo propio y lo ajeno, para que algunos se entreguen a un libramiento destructivo con desenfreno impenitente. Por supuesto, en las fiestas siempre estuvo ese sentido de brutalidad: eran incluso bestiales, pues el vandalismo es una forma de expresar lo reprimido, lo que necesita escape o paliativo. Sin embargo, en la sociedad permisiva y democrática de nuestros días, el vandalismo no es necesariamente la manifestación de los humildes: muy frecuentemente es la licencia que se da el individuo bronco y ordinario.

Vienen las vacaciones y, con ellas, vienen las fiestas populares. ¿Hay algo que deteste más? Me refiero, claro, a las fiestas populares, esas que se organizan en homenaje a un santo patrón al que se invoca. Verbenas atronadoras con orquestas humildes que empiezan a la 1:30 de la madrugada. Clavarios y festeros entregándose a la detonación, al estruendo del petardo universal, del pólvora para todos. Y, después, al día siguiente, una arrogante brutalidad de cristales astillados, de papeleras carbonizadas, de orines, botes y botellas… La fiesta patronal sin norma es, seguramente, lo peor que le puede suceder al ciudadano silencioso. Decía Marina Subirats que el espacio público está lleno, que sólo hay que pasearse por las calles de Barcelona para comprobar la densidad que rebasa las aceras. No es sólo una realidad tangible: es una metáfora de nuestro tiempo.

Ya Ortega y Gasset dijo en una página de su obra que el hecho de las aglomeraciones es el fenómeno más importante de la vida pública europea de la hora actual. “La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente”, reconocía Ortega. Ahora lo es y su evidencia se ha hecho presente bajo la forma de la masa físicamente reunida, de las muchedumbres apiñadas en veredas y calzadas. ¿Alguien imagina a esa multitud agitada, con un estrépito de petardos y de decibelios verbeneros? Lo normal es que la minoría silenciosa se proteja en el interior, sellando puertas, atrancando ventanas, esperando, pues, el fin del ruido municipal. Siento acabar la temporada así, con este malhumor individualista y tan poco jaranero…, que nada tiene que ver con el fin de curso de 2006, cuando me despedía sin hosquedad.

Para mí, lo deseable no es la murga non stop que nos prometen, sino la fiesta privada y silenciosa. Lo siento, pero no me convencerán: espero y anhelo la vacación non stop, el relax, esos desayunos largos y fresquitos. Ya sé que esto no es posible y que hay un septiembre de regreso y obligación, pero el Infierno es lo más parecido a un largo domingo de invierno o, mejor, a una fiesta municipal inacabable. Aquí, yo no les prometo fiesta atronadora: sólo confraternización y debate y comensalismo intelectual.

Decía Albert O. Hirschman que cuando preparamos un piscolabis entre amigos el esfuerzo se confunde con el placer, la dedicación con el resultado, la ventaja con el empeño y los prolegómenos. Una vez nos hemos zampado las galletitas y los zumos queda una sensación de hartazón, de hastío…, pero todos recordamos lo bien que lo pasábamos cuando no estaba la mesa puesta, cuando los cubiertos no estaban dispuestos, cuando las tazas no estaban alineadas. Es nuestra fiesta particular, sin estrépito de verbenas ni pólvora de agresión. Buen provecho y gracias…

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http://justoserna.com/2007/07/16/fiestas-y-vacaciones/

Don Luis Bárcenas

Por: | 13 de julio de 2013

Uno. Cinco nuevas cuentas de don Luis Bárcenas halladas en Caixabank. Al menos. Se suman a los dineros encontrados en Suiza, etcétera. Imagino la codicia de acumular efectivo, líquido. Imagino la DonLuisBarcenasCadenaSerambición. Salir de pobre, no volver a ser pobre nunca más. Como Escarlata O'Hara. Pongo a Dios por testigo que nunca más volveré a pasar hambre. Yo no sé si don Luis Bárcenas ha pasado hambre o simplemente tiene buen apetito. En cualquier caso pertenece a mi generación. Ya crecimos con yogures y leche RAM. Por eso no entiendo su voracidad: estoy seguro de que él la tenía saciada...

Dos. "Quien manda soy yo", ha declarado Javier Gómez de Liaño, el nuevo abogado del ex tesorero. Se refería a las acciones y declaraciones de su defendido. Además ha dicho que don Luis Bárcenas "se portará bien". No sé si se refiere a la relación abogado-cliente o a la conducta proba y ejemplar de don Luis. Todo el mundo tiene derecho a un abogado y a regenerarse, a enmendarse. Si cometió tropelías, que se confiese y pecadillos a la mar.

Tres. Bien mirado, es un alivio, la verdad, que Gómez de Liaño consiga enderezar a quien se torció por codicia. Por un momento he creído que el ex tesorero iba a desobedecer a su letrado. Pero sé que él lo meterá en cintura. Seguro. Es también una cosa muy católica. Hay pecado y habrá propósito de enmienda. Pero el letrado tiene mucho trabajo que hacer. Don Luis aún aparece como irredento. Su corpulencia y su vocecilla esconden a un pecador.

Un cura, por favor, un cura.

Concha García Campoy, primera impresión

Por: | 11 de julio de 2013

ConchaGarciaCampoyHace muchos muchos años, cuando éramos felices e indocumentados, coincidimos con Concha García Campoy en un pequeño restaurante de Madrid. Digo: cuando éramos felices e indocumentados, en expresión de Gabriel García Márquez.

Sólo éramos cuatro parroquianos. Estábamos sentados a una mesa dos becarios pobretones, miembros de la Universidad. En la otra estaban Concha García Campoy y su acompañante. Era su primera época de esplendor, guapísima e interesante, ya en sazón. ¿Nosotros? Un par de aspirantes que apenas habíamos abandonado la adolescencia: dos varones con todo el porvenir por delante.

El restaurante era apañado, barato, de limpieza escasa y con alguna originalidad: muy acoplado a nuestra menguada beca. Mi compañero y yo nos preguntábamos qué hacía allí Concha García Campoy si ya pertenecía al gremio de las gentes guapas y famosas. Nos maravilló. Seguimos comiendo mientras mirábamos de soslayo su belleza... Esa voz, rotunda y flexible, nos seducía.

Ha pasado mucho tiempo desde aquel encuentro casual. Por supuesto, no nos atrevimos a decirle nada, a declararle nuestra admiración. No osamos molestarla, allí en su intimidad. Pero quedamos impresionados, al menos yo. ¿La prueba? Han pasado veintitantos años y no he olvidado este episodio menor.

Hoy, cuando el cáncer la ha derribado, me atrevo a decir esto y me atrevo para darme fuerzas. He de afrontar con energía lo que a otros cercanos amenaza.

Manolito Gafotas y la pena negra

Por: | 09 de julio de 2013

MejormanoloCreo haber leído todas las novelas que protagoniza la familia García Moreno. La autora, ya lo saben, es Elvira Lindo. Escribo... los García Moreno cuando propiamente  debería decir: las novelas que protagoniza Manolito Gafotas, así conocido en el mundo mundial. Y digo creo haber leído todas porque he releído unas cuantas y ya no sé a qué corpus literario me enfrento.

Las he ido disfrutando con mis hijos, al menos las primeras obras, conforme cumplían años. Por tanto me hacía solidario de sus descubrimientos y de sus conocimientos. La literatura infantil y juvenil ha de provocar eso: la colusión de mayores y pequeños, las lecturas comunes. Padres e hijos pueden ingresar en un mundo que identifican y que comparten.  

Manuel García Moreno, alias Manolito Gafotas, nace y crece en Carabanchel, Carabanchel Alto, y lo que nosotros leemos son sus experiencias y vivencias: lo que le pasa y cómo interpreta lo que le pasa. Desde niño se expresa y cuenta. Es evidente que un chaval tan joven necesita a alguien que le ponga las comas, que la aseé la sintaxis, que lo haga exactamente presentable. Pues bien, ahí está la escritora que transcribe y reproduce las historias de Manolito. Eso sí, en primer persona: es el muchacho quien dice las cosas y da significado a las cosas. Por ello, el efecto que Elvira Lindo consigue es el de autenticidad.

Como el Pip o el Copperfield  de Charles Dickens, el personaje de Manolito detalla su vida y los cambios, sermoneando en cuanto puede, mostrándose corajudo y gallina, según. A diferencia de aquellas obras, las novelas de Elvira Lindo nos lo dejan a medio crecer. En Dickens, las historias son novelas de formación: el protagonista ya es maduro y nos precisa el cúmulo de hechos vividos y recordados. Cuando un rememora, tiende a mejorarse, a elevarse. En cambio, cuando uno dice las cosas en cuanto suceden, tiende a ser tontorronamente sincero. O ignorante.

En cada entrega de Manolito, las experiencias narradas e interpretadas son prácticamente contemporáneas a los hechos. Por tanto, estamos asistiendo al crecimiento de un muchacho y a sus desconciertos y perplejidades. Vemos cómo mejora su vocabulario, cómo inventa y adopta determinados giros verbales, cómo ve a los adultos, el sexo y las hipocresías, y cómo se hace con un moral propia. Sus frases hechas y sus logros expresivos son indicios del aprendizaje. Esa es la verdad verdadera. Y por eso repite insistentemente ciertas fórmulas: para afirmarse, para afirmarse en un mundo que cambia y siempre amenaza.

Las novelas que Elvira Lindo dedica al joven García Moreno combinan la inocencia y la ironía, la ternura y el humor. Transcurren en Carabanchel y raramente el muchacho abandona su barrio. Cuando así sucede, las cosas se complican y Manolito ha de sacar coraje para hacer frente a las amenazas del mundo exterior. Es decir, que estas obras también nos aleccionan: como en todo relato de aventuras, alguien que no estaba destinado a ser heroico debe comportarse con valor y entereza.  Es sólo un niño que tiene miedos y tics (se arranca los pelos de una ceja, por ejemplo). Pero tras la aventura vuelve más sabio y más desengañado, qué le vamos a hacer.

Los García Moreno son gente corriente: un padre camionero de nombre Manolo; una madre, Catalina, dedicada al cuidado de los hijos y del abuelo (Nicolás) y, por tanto, gestora de la economía doméstica y de la economía sentimental. Su papel es triste y corajudo, nada aburrido, nada creativo. Pero en dicha familia esas cosas no se plantean así.

La nueva generación de los García Moreno está integrada por Manolito, el Imbécil (de nombre Nicolás) y, finalmente, la Chirli (que como su propio sobrenombre indica tiene ricitos semejantes a los de Shirley Temple). Tienen o han tenido sus envidias, sus celos, y sin duda son muy normales.

¿Es costumbrismo lo que Elvira Lindo escribe? No. Es la quiebra de una vida predecible, que es otra cosa bien distinta. Los hábitos, las rutinas, los saberes heredados se disuelven y Manolito ha de aprender cada vez. De poco le sirven las costumbres y las lecciones de sus mayores: también ellos viven desconcertados ante una realidad y un mundo que los desarbola. Pero, lejos de ser una pesadumbre, la historia de Manolito es humorística:  en esa casa, cada uno sobrevive echándole valor e guasa, que es una manera de no tomarse gravemente lo que sólo es serio.

Las palabras de Manolito son una mezcla afortunada (es decir, creíble, verosímil) de discurso infantil y zumba adulta, de frases populares y archirrepetidas, y de expresiones inesperadas, de chascarrillos, de tautologías y reiteraciones: mundo mundial; un niño de la infancia; el principio de los tiempos; por ejemplo, un ejemplo.

Los García Moreno no son Los Simpsons de Carabanchel, entre otras cosas porque la serie de Elvira Lindo no es tan salvaje y corrosiva. Ahora bien, las lecciones morales y el entretenimiento son divertidísimos. Lo que en Los Simpsons es puro sarcasmo, aquí es ironía, una sutileza mayor. Las ilustraciones de Emilio Urberuaga, tan exactas, contribuyen.

Ahora Manolito ha crecido, o eso cree, y por ello pide a esa escritora que escribe lo que él cuenta que ya no lo nombre así: mejor Manolo. El resultado es una novela aún más socarrona que las anteriores, con una burla ligera, jovial, que nos alivia. Hay tanto de lo que aliviarse... No se la pierdan o les perderá la
pena negra.

El País

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