Las he ido disfrutando con mis hijos, al menos las primeras obras, conforme cumplían años. Por tanto me hacía solidario de sus descubrimientos y de sus conocimientos. La literatura infantil y juvenil ha de provocar eso: la colusión de mayores y pequeños, las lecturas comunes. Padres e hijos pueden ingresar en un mundo que identifican y que comparten.
Manuel García Moreno, alias Manolito Gafotas, nace y crece en Carabanchel, Carabanchel Alto, y lo que nosotros leemos son sus experiencias y vivencias: lo que le pasa y cómo interpreta lo que le pasa. Desde niño se expresa y cuenta. Es evidente que un chaval tan joven necesita a alguien que le ponga las comas, que la aseé la sintaxis, que lo haga exactamente presentable. Pues bien, ahí está la escritora que transcribe y reproduce las historias de Manolito. Eso sí, en primer persona: es el muchacho quien dice las cosas y da significado a las cosas. Por ello, el efecto que Elvira Lindo consigue es el de autenticidad.
Como el Pip o el Copperfield de Charles Dickens, el personaje de Manolito detalla su vida y los cambios, sermoneando en cuanto puede, mostrándose corajudo y gallina, según. A diferencia de aquellas obras, las novelas de Elvira Lindo nos lo dejan a medio crecer. En Dickens, las historias son novelas de formación: el protagonista ya es maduro y nos precisa el cúmulo de hechos vividos y recordados. Cuando un rememora, tiende a mejorarse, a elevarse. En cambio, cuando uno dice las cosas en cuanto suceden, tiende a ser tontorronamente sincero. O ignorante.
En cada entrega de Manolito, las experiencias narradas e interpretadas son prácticamente contemporáneas a los hechos. Por tanto, estamos asistiendo al crecimiento de un muchacho y a sus desconciertos y perplejidades. Vemos cómo mejora su vocabulario, cómo inventa y adopta determinados giros verbales, cómo ve a los adultos, el sexo y las hipocresías, y cómo se hace con un moral propia. Sus frases hechas y sus logros expresivos son indicios del aprendizaje. Esa es la verdad verdadera. Y por eso repite insistentemente ciertas fórmulas: para afirmarse, para afirmarse en un mundo que cambia y siempre amenaza.
Las novelas que Elvira Lindo dedica al joven García Moreno combinan la inocencia y la ironía, la ternura y el humor. Transcurren en Carabanchel y raramente el muchacho abandona su barrio. Cuando así sucede, las cosas se complican y Manolito ha de sacar coraje para hacer frente a las amenazas del mundo exterior. Es decir, que estas obras también nos aleccionan: como en todo relato de aventuras, alguien que no estaba destinado a ser heroico debe comportarse con valor y entereza. Es sólo un niño que tiene miedos y tics (se arranca los pelos de una ceja, por ejemplo). Pero tras la aventura vuelve más sabio y más desengañado, qué le vamos a hacer.
Los García Moreno son gente corriente: un padre camionero de nombre Manolo; una madre, Catalina, dedicada al cuidado de los hijos y del abuelo (Nicolás) y, por tanto, gestora de la economía doméstica y de la economía sentimental. Su papel es triste y corajudo, nada aburrido, nada creativo. Pero en dicha familia esas cosas no se plantean así.
La nueva generación de los García Moreno está integrada por Manolito, el Imbécil (de nombre Nicolás) y, finalmente, la Chirli (que como su propio sobrenombre indica tiene ricitos semejantes a los de Shirley Temple). Tienen o han tenido sus envidias, sus celos, y sin duda son muy normales.
¿Es costumbrismo lo que Elvira Lindo escribe? No. Es la quiebra de una vida predecible, que es otra cosa bien distinta. Los hábitos, las rutinas, los saberes heredados se disuelven y Manolito ha de aprender cada vez. De poco le sirven las costumbres y las lecciones de sus mayores: también ellos viven desconcertados ante una realidad y un mundo que los desarbola. Pero, lejos de ser una pesadumbre, la historia de Manolito es humorística: en esa casa, cada uno sobrevive echándole valor e guasa, que es una manera de no tomarse gravemente lo que sólo es serio.
Las palabras de Manolito son una mezcla afortunada (es decir, creíble, verosímil) de discurso infantil y zumba adulta, de frases populares y archirrepetidas, y de expresiones inesperadas, de chascarrillos, de tautologías y reiteraciones: mundo mundial; un niño de la infancia; el principio de los tiempos; por ejemplo, un ejemplo.
Los García Moreno no son Los Simpsons de Carabanchel, entre otras cosas porque la serie de Elvira Lindo no es tan salvaje y corrosiva. Ahora bien, las lecciones morales y el entretenimiento son divertidísimos. Lo que en Los Simpsons es puro sarcasmo, aquí es ironía, una sutileza mayor. Las ilustraciones de Emilio Urberuaga, tan exactas, contribuyen.
Ahora Manolito ha crecido, o eso cree, y por ello pide a esa escritora que escribe lo que él cuenta que ya no lo nombre así: mejor Manolo. El resultado es una novela aún más socarrona que las anteriores, con una burla ligera, jovial, que nos alivia. Hay tanto de lo que aliviarse... No se la pierdan o les perderá la
pena negra.
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