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¿Por qué odio las fiestas populares?

Por: | 13 de julio de 2013

Las fiestas populares son una manifestación periódica en la que los ciudadanos expresan su contento y su SanFermindeseo de colectividad, de continuidad, de proximidad. En su sentido más extremo y antiguo, el regocijo público –que así se llamaba tiempo atrás– es un alivio del orden, del trabajo, de la obligación. En efecto, las fiestas populares son inversión y burla, farsa y humor: sátiras contra los poderosos y celebración de lo material, de lo carnal y, a la postre, también de lo espiritual. El Carnaval, por ejemplo, era eso: un modo expresivo y excesivo de dar la vuelta a las cosas, de invertir el mundo; una manera periódica y breve de alterar los valores, de aceptar provisionalmente el caos, de multiplicar la comunicación y el ruido. Todo a una.

Cuando los poderes perseguían, restringían, oprimían, internaban o ejecutaban, las fiestas populares eran un paréntesis de alivio en el que se consentían algunos excesos, un tiempo breve en el que hacer manifiestas la alegría vecinal o la furia, la risa satírica y el poder corrosivo de los menesterosos. En teoría, el único precepto que se seguía en una manifestación reglada por ritos era éste: fuera normas… ¿Qué es lo que sucede hoy, en nuestros tiempos permisivos e hipermodernos? En muchos casos, las fiestas populares se han convertido en la excusa para que el exceso injustificado se exprese, para que algunos brutos se manifiesten rompiendo materialmente lo propio y lo ajeno, para que algunos se entreguen a un libramiento destructivo con desenfreno impenitente. Por supuesto, en las fiestas siempre estuvo ese sentido de brutalidad: eran incluso bestiales, pues el vandalismo es una forma de expresar lo reprimido, lo que necesita escape o paliativo. Sin embargo, en la sociedad permisiva y democrática de nuestros días, el vandalismo no es necesariamente la manifestación de los humildes: muy frecuentemente es la licencia que se da el individuo bronco y ordinario.

Vienen las vacaciones y, con ellas, vienen las fiestas populares. ¿Hay algo que deteste más? Me refiero, claro, a las fiestas populares, esas que se organizan en homenaje a un santo patrón al que se invoca. Verbenas atronadoras con orquestas humildes que empiezan a la 1:30 de la madrugada. Clavarios y festeros entregándose a la detonación, al estruendo del petardo universal, del pólvora para todos. Y, después, al día siguiente, una arrogante brutalidad de cristales astillados, de papeleras carbonizadas, de orines, botes y botellas… La fiesta patronal sin norma es, seguramente, lo peor que le puede suceder al ciudadano silencioso. Decía Marina Subirats que el espacio público está lleno, que sólo hay que pasearse por las calles de Barcelona para comprobar la densidad que rebasa las aceras. No es sólo una realidad tangible: es una metáfora de nuestro tiempo.

Ya Ortega y Gasset dijo en una página de su obra que el hecho de las aglomeraciones es el fenómeno más importante de la vida pública europea de la hora actual. “La aglomeración, el lleno, no era antes frecuente”, reconocía Ortega. Ahora lo es y su evidencia se ha hecho presente bajo la forma de la masa físicamente reunida, de las muchedumbres apiñadas en veredas y calzadas. ¿Alguien imagina a esa multitud agitada, con un estrépito de petardos y de decibelios verbeneros? Lo normal es que la minoría silenciosa se proteja en el interior, sellando puertas, atrancando ventanas, esperando, pues, el fin del ruido municipal. Siento acabar la temporada así, con este malhumor individualista y tan poco jaranero…, que nada tiene que ver con el fin de curso de 2006, cuando me despedía sin hosquedad.

Para mí, lo deseable no es la murga non stop que nos prometen, sino la fiesta privada y silenciosa. Lo siento, pero no me convencerán: espero y anhelo la vacación non stop, el relax, esos desayunos largos y fresquitos. Ya sé que esto no es posible y que hay un septiembre de regreso y obligación, pero el Infierno es lo más parecido a un largo domingo de invierno o, mejor, a una fiesta municipal inacabable. Aquí, yo no les prometo fiesta atronadora: sólo confraternización y debate y comensalismo intelectual.

Decía Albert O. Hirschman que cuando preparamos un piscolabis entre amigos el esfuerzo se confunde con el placer, la dedicación con el resultado, la ventaja con el empeño y los prolegómenos. Una vez nos hemos zampado las galletitas y los zumos queda una sensación de hartazón, de hastío…, pero todos recordamos lo bien que lo pasábamos cuando no estaba la mesa puesta, cuando los cubiertos no estaban dispuestos, cuando las tazas no estaban alineadas. Es nuestra fiesta particular, sin estrépito de verbenas ni pólvora de agresión. Buen provecho y gracias…

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http://justoserna.com/2007/07/16/fiestas-y-vacaciones/

Hay 3 Comentarios

Hay diferencias en estas fiestas denominadas populares.Las de tipo santo patrón y mas o menos civilizadas y las sangrientas.Estoy en contra de que se maltraten y asesinen animales.Esto es de bárbaros ,no dice mucho para la tan buscada marca España de toros,flamenco y pandereta, eso es rancio y del odioso pasado.No al mal trato animal.

Es curioso. Leo su artículo -que comparto en su totalidad- mientras la lluvia va a estropear uno de estos conciertos que usted menciona. Al estar en casa puedo mostrar mi júbilo ya que nadie se mostrará hostil, cosa que no haría en el exterior. Reparadora lluvia. En todos los sentidos.

Magnifico y corajudo articulo. És un aliento para seres agarofóbicos, que se sienten unos (as) extraterrestres en esas fiestas. Enhorabuena!

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Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

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