Nació en
Cartagena, España, y ya no paró. Fue periodista de calle y de trinchera
mientras a su lado silbaban las balas, los proyectiles. Algo de esto,
pero muy fabulado, lo describía veinte años atrás en 'Territorio comanche',
después de haber ejercido de reportero de guerra hasta 1994. En la
televisión española fue él quien puso de moda los chalecos
multibolsillos. Modelo Panamá Jack. De color caqui y así... Si estás en
un conflicto bélico, nada como disponer de muchos bolsillos para llevar
todo lo imprescindible. Y bien abotonado.
Su imagen era la de
un tipo aguerrido, atrevido, con una voz muy varonil: eso sí, en
contraste con su aspecto de buen chico, muy aniñado, que le daban unas
inmensas gafas redondas. Ahora ya no lleva lentes, se mantiene delgado y
viste como pijo informal, 'casual', con sus chinos, sus guerreras de
cuero, con sus abrigos de buen paño. Posa con estilo, desganadamente,
recostándose en la pared, como si sus hombros debieran cargar con un
fardo de años, quizá de siglos.
Le gustan lo bronco, lo
masculino, lo incorrecto. Eso al menos dice él o así es por lo menos
cómo se presenta. Tras abandonar TVE dando portazos y haciendo
aspavientos, Pérez-Reverte se dedicó por entero a la literatura, a
escribir novelas, un género que ya había probado con éxito de público.
Ahí empezó su época más prolífica y popular. Comenzó la serie del
'Capitán Alatriste', que le confirmó como habilidoso creador de
lenguajes y situaciones, lances y personajes siempre en ritmo
vertiginoso: como en los folletines del siglo XIX. Para escribir estas
novelas, las de Alatriste y las de otros temas y protagonistas, se
documenta, buscando la fidelidad contextual, la verosimilitud, aunque
muchos de sus personajes tiendan a la superficialidad emocional.
Él tiene una idea política de España que suele repetir en sus novelas
históricas, es una concepción muy simple y épica pero a la vez muy
productiva: hay un pueblo, noblote, corajudo y semianalfabeto, que en
sus mejores momentos se levanta con brutalidad, con tosquedad, con
huevos, contra el mal gobierno y contra los intelectuales amariconados y
traidores. En su seno aparecen héroes probablemente incultos, pero
rectos, honestos, varoniles, gentes que se arriesgan y gentes en las que
se puede confiar.
Con el tiempo, Pérez-Reverte ha llevado a
la vida real y a los medios de comunicación esta idea tan sencilla. Él
mismo ha adoptado un papel público muy vistoso: insiste en que no se
vende, en que habla alto y claro, y en que no le importa ser sonante y
arrogante, de palabra acerada y de injuria justificada. No le importa.
Es más: se hace el golfo y el humilde.
Dice estar a vuelta de
todo, carente de buen tono y de misericordia, como si él fuera juez y
parte. Habla con desprecio y con estrépito, porque él dice no humillarse
en tierra de cobardes. Se pone serio, incluso muy grave y severo…, pero
sólo cuando él decide que hay que hacerlo. Entonces perora y nos
sotanea: nos da una tunda verbal. El mundo es una guerra.
Así,
reprocha a los doctos la cátedra de la que viven. Destina su crítica
acerba al sistema educativo, responsable de que los españoles no tengan
el nivel cultural que él efectivamente tiene. A los universitarios les
afea su servilismo: a él el título no lo ha formado (a pesar de sus
estudios de periodismo, etcétera); a él lo ha hecho la universidad de la
vida, de la guerra y de la calle. Eso dice. Ha estudiado por su cuenta,
ha leído lo suyo, se ha documentado con saberes que a los listos no
interesan.
¿Y a los políticos? A los políticos les reprocha su
egoísmo o su sectarismo. Con su verbo los ultraja. Y a veces los
agasaja rudamente: como a Esperanza Aguirre, que le financió una
Exposición patriótica, una instalación histórica de mucha simpleza. Se
fotografió con ella ufano y satisfecho de su españolismo de salón.
Se imagina solitario, ajeno a las capillas, independiente, siempre a
punto de irse. Se imagina erudito, diciendo verdades como puños. Sabe
que sus declaraciones sorprenden a muchos seguidores impresionables,
gentes que admiran la crudeza de su boca o la sutileza de sus vergajos
en Twitter. Escribe mejor que analiza, narra mejor que examina,
entretiene más que educa.
Cuando aparece la nueva obra de un
autor celebrado, un período de promoción vuelve a empezar. El escritor
es requerido. Hay que hacer presentaciones. Hay que viajar aquí y allá
para crear noticia, para dar imagen y palabra a lo que es un objeto ya
consumado, cerrado: el libro. Arturo Pérez-Reverte dedica meses a la
aparición de su nueva novela. Regresa, pues, a la realidad.
Todos los medios son buenos para provocar el mayor efecto. Uno de esos
recursos es la entrevista: numerosas declaraciones del autor para
juzgar, evaluar, dictaminar y sintetizar sobre hechos próximos o ajenos a
la novela, sobre España o este mundo en guerra. En el caso de
Pérez-Reverte, el interés del público aumenta por su estilo expresivo:
deliberadamente acanallado, adoptando una posición que él juzga atrevida
o talentosa.
Debemos pedirle que no regrese a esta vida
ordinaria y cobarde: que se quede en sus mundos de ficción, verosímiles y
viriles, y que allí imagine y se imagine, que se desdoble en
situaciones y en personajes que son él. No, no: que son como él querría
ser. Son mundos que compensan y consuelan. Allí no duelen las balas ni
las cornás.
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Fotografía: EFE.