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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Jordi Évole y Barret Films

Por: | 31 de octubre de 2013

BarretFilmsHay una productora audiovisual en Valencia que se llama Barret Films. Es una empresa chiquitita, pero que cobra dimensiones gigantescas gracias a su quehacer y a su buen hacer. Es gente joven quien la dirige y es gente joven quien allí trabaja. Son responsables de distintos programas televisivos, que ahora están emitiéndose y pronto se pasarán por la pequeña pantalla. Por supuesto tal cosa no sucederá en la televisión valenciana, un ente extraño, ajeno a la realidad y deudor.

En Barret Films hicieron un documental titulado Les veus de la memòria (2011) dedicado a la enfermedad del Alzheimer. Aquel programa obtuvo algún prestigioso galardón. Ahora, los Ondas, que concede la Cadena Ser todos los años, han premiado el trabajo que el equipo de Salvados hizo con Barret Films con motivo del accidente del Metro de Valencia. Concretamente, el galardón es a la "mejor cobertura especial o informativa".

Para el programa que dedicó al accidente del Metro de Valencia, Évole se puso en contacto con la Asociación de Víctimas y con Barret Films, como él mismo ha revelado y repetido en distintas ocasiones. La productora estaba trabajando sobre este episodio negro de la historia reciente. Por tanto, la experiencia de los realizadores valencianos fue decisiva en la concepción y en el tratamiento del suceso.

A Jordi Évole yo le tenía echado el ojo desde que apareciera como el Follonero en los programas de Andreu Buenafuente. Me hacía gracia el papel que representaba: el de un trabajador que acababa de 'plegar', que acababa de salir de la fábrica (en el cinturón industrial de Barcelona) para acudir al plató. Allí, sentado entre el público, incordiaba al locutor estrella, saltaba de las gradas para hacer preguntas incómodas o para adueñarse del programa. Aparecía con su chupa y su aspecto de charnego, hijo de la clase obrera. Interrumpía y decía cosas la mar de sensatas.

En 2008, yo ya no me podía frenar y en mi blog decía de él: "el gran Jordi Évole alias el Follonero, que ahora desarrolla un nuevo programa en La Sexta bien recomendable: Salvados por… No se lo pierdan: la gamberrada en estado puro. Quizá algo exagerado a veces, aunque siempre incisivo y ocurrente".

Han pasado los años y Évole ha dejado de hacer el gamberro. Descubrí que era un sólido periodista el día en que entrevistó a José Barrionuevo. Quedé estupefacto. Pude verificar entonces lo que días atrás escribí de él: "Évole no se vanagloria, hace de la modestia su sello y prácticamente pide disculpas mientras está desollando vivos a sus interlocutores más bravíos". O a sus entrevistados más silenciosos. Como fue el caso de Juan Cotino, asunto sobre el que he escrito en un par de ocasiones.

Me alegro especialmente de este Premio Ondas. Me alegro del papel que desempeña Barret Films. Y me alegro --qué quieren-- de que mi hijo mayor, todo un graduado en comunicación audiovisual, tenga la fortuna de trabajar con ellos, de estar empleado en dicha casa. Como también está empleada una bella dama que realiza televisión para niños y que es un encanto. Allí, en Barret, saben que tienen unas joyas, sí señor.

Enhorabuena a todos.

La España de Arturo Pérez-Reverte

Por: | 29 de octubre de 2013

JordiEvoleArturoPerezReverte
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En Salvados, Jordi Évole ha empezado nueva temporada entrevistando a Arturo Pérez-Reverte. Un periodista y otro periodista juntos. O, si prefieren, un antiguo reportero de guerra entrevistado por un cronista de la guerra actual y cercana, la de las carencias y los recortes. Son personajes muy distintos. Évole es poquita cosa, o así representa su personaje. Pérez-Reverte es un tipo estirado, con un punto de soberbia bien ostensible.

Évole no se vanagloria, hace de la modestia su sello y prácticamente pide disculpas mientras está desollando vivos a sus interlocutores más bravíos. Pérez-Reverte se achulapa casi siempre, generalmente se jacta, usa un lenguaje castizo y masculino, cargando con furia contra la realidad que nos rodea. Como si con ello acertara más.

En cuanto puede menciona España -su pasado, su historia, la continuidad o no de su trayectoria-. Pérez-Reverte generaliza, se lamenta, establece analogías tremendas y adopta un papel de hombre bueno bronco. Es un papel, insisto.

Le sirve para hablar de héroes (dos o tres, como mucho) y para hablar de la odiosa aristocracia: los cortesanos de antaño y la 'casta política' de hogaño. Deplora el estado de cosas actual. Perora sobre el siglo XIX o sobre los Austrias. Llora el desastre de España, como si todo ello fuera resultado de misma condena milenaria. Como si no levantáramos cabeza desde Trento.

Para ser historiador hay que quitarse de encima la fatalidad y la gravedad. Hay que observar serena y seriamente, sí, pero también con pudor y modestia, con algo de ironía y con algo de piedad por los antepasados.

Pérez-Reverte no hace tal cosa, porque no está obligado. Él juzga tempestuosamente, de manera apocalíptica. Sus ideas históricas las expuso hace un tiempo a Blanca Berasategui en 'El Cultural'. Se resumen en cuatro o cinco evidencias, enunciados que toma como tales y que repite en sus libros. Ustedes me perdonarán por juzgarlo así, pero en el programa de Jordi Évole ha dicho parecidas simplezas.

El liberalismo del siglo XIX, encarnado en las Cortes de Cádiz, fue "el ejemplo de la España que pudo ser y no fue. Donde la aristocracia no era de nobles, ni siquiera de dinero, sino de comerciantes, una aristocracia moderna, comparable a la Inglaterra o la Holanda de entonces, y con una clase dirigente abierta, liberal, que viajaba, que hablaba idiomas, donde la religión no era un elemento determinante, donde la política estaba supeditaba a la economía, y no al revés”.

Todo eso falló. ¿Por qué? Porque “España era entonces un lugar cerrado, oscuro, donde estaban los curas, los reyes, los ministros, y la aristocracia corrupta y acabada, mientras que Cádiz era moderna, abierta, y era el mar, sí, el que la hacía posible".

Esa España fracasó, insiste, "por nuestra estupidez de siempre”. Es decir, que ser tontainas es algo duradero entre españoles. A nosotros nos viene la estulticia desde antiguo, como algo esencial e inalterable. ¿De verdad cree eso?

"España es un país históricamente enfermo. Se ve muy bien en cuanto escarbas un poco en la historia: desde Indíbil y Mandonio, los Austrias, la Ilustración… Hasta ahora mismo… Mira cómo nos estamos cargando la democracia. En cuando se empieza a perfilar una España distinta, esa España que empieza a ser posible, la destruyen los mismos españoles: la arrogancia de unos y el fanatismo de los otros".

Es, pues, una constante de este país y sus nativos no se corrigen: "el español repite los errores" y con vehemencia "se carga lo que se le ponga delante”. ¿Tan obstinados somos? Sí, responde Pérez-Reverte, "porque el español es históricamente un hijo de puta, ¿comprendes?”

Entonces, ¿qué hacemos? ¿Cómo lo arreglamos? “El problema de España, a diferencia de Francia, es que no hubo una guillotina en la Puerta del Sol que le picara el billete a los curas, a los reyes, a los obispos y a los aristócratas… y al que no quisiera ser libre le obligara a ser libre a la fuerza. Nos faltó eso, pasar por la cuchilla a media España para hacer libre a la otra media. Eso lo hemos hecho luego, hemos fusilado tarde y mal, y no ha servido de nada".

No consigo escandalizarme al leer eso o al volver a escucharlo en la entrevista que le ha hecho Jordi Évole. No consigo creer que tamaña simpleza pueda ser un pensamiento.
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La discusión que este artículo ha provocado en Facebook:

Ves a Wert

Por: | 24 de octubre de 2013

WertEFEUna huelga general en el sector educativo, una protesta generalizada contra una ley que recorta, restringe y aminora el papel y el poder de los agentes educativos, que quita dotaciones y recursos a la escuela, al instituto, a la universidad. Es una norma ideológica con compadreo religioso. Amén.

La Santa Madre Iglesia no está contenta con este Gobierno, nos decía Monseñor Juan Antonio Martínez Camino en una entrevista. Yo, tampoco. Pero Martínez Camino admitía que la institución estaba feliz con la religión evaluable. Yo, no. Aunque quién sabe: lo mismo me equivoco y peco. Ves a Wert.

El ministro del ramo, José Ignacio Wert, es además un ejemplo de arrogancia intelectual, de soberbia personal. Nos soporta. Cuando digo 'nos', me refiero al mundo mundial, que diría Manolito. Él se sabe excelente, quizá un punto o dos por encima de los buenos estudiantes; él se piensa dotado, tal vez dos puntos por encima de los mortales comunes. Ves a Wert: lo mismo es un superdotado que tiene pocas habilidades sociales. Habría que instruirle. ¿O españolizarle? Sí. Los españoles tenemos fama de sociables, mundanos y de tener mano izquierda.

Pero Wert no alcanzará la gloria, pues más pronto que tarde esta Ley será su tumba política. Me lo imagino. Solo, apesadumbrado, vivirá después en una especie de melancolía rencorosa, comprobando que España no tiene remedio, que los españoles se resisten a ser educados. Ves a Wert. Lo mismo es verdad y preferimos vivir en Atapuerca. Sin civilizar.

José Ignacio Wert aspiró a ser el Cándido Nocedal del siglo XXI. A dar nombre a una Ley. Sin embargo, se quedará en el Julio Rodríguez Martínez del nuevo milenio. ¿Lo recuerdan? Era aquel ministro franquista que, en un rapto de arbitrismo y de arbitrariedad, cambió el calendario escolar. Seguro que hizo alguna cosa razonable aquel hombre, pero su desgracia política es que se le recuerda por una majadería.

A Wert no se le evocará por una Ley ni por una insensatez. Al ministro del ramo se le recordará por la suma de bravuconadas e insensateces de las que fue capaz. Vaya usted a saber, ves a Wert, que está dotado. O sembrado.

Cultura viene de cultivo. A ver si cosechamos algo...

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Fotografía: agencia Efe. Retocada con Instagram.

El Partit Socialista Unificat de Catalunya

Por: | 21 de octubre de 2013

PSUCTapies1976El caso catalán ha de ser objeto de estudio. ¿Por la reivindicación? ¿Por el victimismo? No todo es pataleta ni todo son razones fundadas. Hay otro aspecto que merece ser considerado: no tanto por lo que pasa ahora, que también, sino por lo que ocurrió años atrás.

Hay una particularidad indiscutible en la penúltima historia catalana: el PSUC. El Partido Socialista Unificado tuvo un gran protagonismo antifranquista y popular: literalmente, obrero. Fue un instrumento de sociabilidad para muchos inmigrantes.

Pero también fue un juguete burgués: la 'gauche divine' lo gozó como propio. Por esto y por otros factores, aún tiene buena prensa, una historia épica. Pero bien mirado y en perspectiva, el PSUC es el origen de muchas de las perturbaciones de la Cataluña reciente.

¿Por comunista? No. Por interclasista, por nacionalista, por burgués: por haber reunido, agrupado, conjuntado a gentes muy distintas, real o vagamente izquierdistas y con vocabulario catalanista. En la transición, algunos pensaban que el PSUC era como el Partito Comunista d'Italia. No eran pocos los que imaginaban un PCI a la catalana: el Partido Unificado sería algo más que un partido. Sería un movimiento...

Fundado en los años treinta, repensado en los sesenta y en los setenta, el PSUC aparecía como un movimiento nacional-popular, inspirado directa o indirectamente en Antonio Gramsci. El filósofo italiano, máximo dirigente del PCI, había muerto en 1937. Sus ideas vanguardistas parecían avalar premonitoria o retrospectivamente la experiencia política catalana. El PSUC sería un movimiento nacional-popular al modo en que lo definía Gramsci. Nacional-popular no era nacionalista, pero en Cataluña esta confusión cuajó bajo la forma del catalanismo.

De ahí vienen el peso o la legitimidad del nacionalismo. Y de ahí viene que en el PSUC estuvieran personas muy diversas, luego totalmente alejadas y enfrentadas. La crisis de la izquierda y la pérdida de influencia del partido forzó el abandono de muchos militantes significativos.

Era sobre todo gente joven que fue abriéndose camino y futuro sin examinar profundamente su relación con la organización. El antifranquismo y el nacionalismo justificaban ese pasado. Parece que hubo mucha autocomplacencia. Los antiguos militantes habrían estado siempre y en cada momento donde debían estar. Por ejemplo, en el PSUC durante el franquismo y en Convergència Democràtica de Catalunya durante los mandatos de Jordi Pujol.

¿Es el mismo caso que el del Partido Comunista de España? No, no se parecen en nada, entre otras cosas porque en el resto de España faltaba algo como el pujolismo. Jordi Pujol y su partido consiguieron asumir la legitimidad institucional de Josep Tarradellas (Esquerra Republicana de Catalunya) y a la vez el legado nacional-popular que habría encarnado el PSUC.

Por eso, el nacionalismo pujolista, de origen menestral y burgués, ha podido dictar la agenda del país. ¿Gracias a qué? Gracias a la herencia de Esquerra Republicana de Catalunya, debilitada durante la transición, y gracias a la herencia del PSUC, menguante también durante esos años.

Ahora, las cosas han cambiado...
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Cartel PSUC, Antoni Tàpies, 1976.

Las buenas familias de Valencia

Por: | 19 de octubre de 2013

ValenciaPlaza

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¿Es posible mejorar la imagen de la Comunidad Valenciana? Con esta escueta y selecta representación de la jet set local, tengo mis dudas.

En un salón que parece de bodas, bautizos y comuniones se celebró un acto multitudinario convocado por el President Fabra. ¿Un baño de multitudes aseadas? Tal vez. Pero las clases trabajadoras se duchan y hasta lucen prendas aparentes: todo según presupuesto.

Las buenas familias de la localidad eran las convocadas o, al menos, las que finalmente acudieron. Era una especie de convite, una puesta de largo, una sesión de relaciones y de retratos. Había que dar la cara. Y qué caras.

Los veo hieráticos, muy compuestos para la fotografía, mientras cantan el Himno Regional. El President Fabra esboza involuntariamente un gesto de asco, una mueca muy poco favorecedora. La piel satinada que refleja es prueba del calor ambiental. La cosa está que arde. Este otoño valenciano no nos da tregua y si te hacen una foto te sacan brillos innecesarios. El aspecto del President no mejora, qué quieren.

Y a la señora que tiene a su izquierda se la ve igualmente abrillantada, sudorosa, quizá grasienta. Ignoramos qué canta o si canta. Las injurias del tiempo han hecho mella en su cara tan lustrosa. Está en el centro, dominadora, como una gobernanta.

Fuera de ella, sólo dos mujeres aparecen en primer plano: la sra. De León, delegada del Gobierno en la Comunidad Valenciana; y la sra. Tárrega, 'showoman'. La primera padece unas ojeras enfermizas desde hace tiempo. Su rostro, lacerado, no parece tener remedio humano, pero sí religioso. La segunda dama padece igualmente: unos morros siliconados o unos labios hinchados con botox. Siempre lleva la boca entreabierta, que es el tópico sexual por antonomasia.

A partir de ellas, la representación de la sociedad civil es inmensamente masculina, una copiosa demografía de varones ya mayorcitos: en profundidad de campo. Miran con tristeza, alguno con estupor, algún otro cierra los ojos, imagino que por el arrobo que le produce el Himno.

Ésta es una de las muchas instantáneas que ilustran el Acuerdo de la Sociedad Civil por la Comunitat Valenciana. He leído el Manifiesto, la letra impresa. Buenos deseos, voluntades de hacer, 'prometre no fa pobre'. Lo he estado tarareando. Hagan la prueba. La letra es pegadiza y patriótica. Como el Himno.

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Foto: Biel Aliño, 'Valencia Plaza'

Sondeos, ¿para qué os quiero?

Por: | 13 de octubre de 2013

RitaRusporTxemaRodriguezEl día 9 de octubre, cada 9 de octubre, El País acostumbra a publicar un sondeo con la intención de voto. Queda mucho para las elecciones, pero los resultados de la encuesta han motivado numerosos comentarios. Algunos ya se han puesto nerviosos e incluso ufanos. Menos lobos. Hay que tentarse la ropa.

Digo lo que ya sostuve tiempo atrás...

La ley del número es un instrumento muy útil en un mundo demoscópico y virtual. Preguntémonos sobre las encuestas. ¿Cómo funcionan? Me pongo severo y académico. Ustedes me perdonarán.

Empecemos por lo obvio. Una encuesta electoral es el retrato aproximado de una situación. Muestra estados de opinión, tendencias y corrientes de la gente. O al menos muestra lo que el entrevistado quiere hacer ver: en ocasiones, lo que quiere tapar, ocultar. Por eso, no es raro ni infrecuente que se den respuestas circunstanciales o variables.

Las encuestas nos dicen lo que harían ahora, en este momento, los electores. Pero los electores saben –ahora, en este momento– lo que los sondeos dicen que ellos harían justo en este instante. ¿Eso qué significa? Que los votantes pueden reforzar, modificar, desmentir, ajustar o corroborar lo que las encuentas predicen: precisamente porque saben lo que puede pasar.

Vivimos sabiendo muchas cosas, disponiendo de múltiples informaciones: en función de esos datos de la experiencia individual y colectiva obramos. No es lo mismo actuar ignorando lo que otros hacen o confiesan que van a hacer, que sabiendo lo que los restantes dicen que harán: y eso que dicen que van a hacer es lo que quieren que los demás crean. No es un galimatías. Es lo que nos sucede en la sociedad de la información.

Cuando un experto en conducta nos dice que de acuerdo con la experiencia y lo declarado, aquello que haremos será equis. De repente nos vemos retratados, fijados, anticipados. ¿Qué ocurre? No todo el mundo acepta fácilmente esta predicción del comportamiento. Hay personas que se sienten molestas con la previsón del especialista: ¿que dicen que voy a hacer esto, que soy un mero exponente de una tendencia general? Pues en ese caso haré justamente lo contrario. ¿Por qué razón? Porque a mí no me adivina nadie, porque a mí nadie me retrata.

La sociedad de los individuos informados es también la sociedad de los individuos reflexivos. Ahora, de repente, compruebo qué pasaría si otros tomaran la misma decisión que yo: miden mis respuestas y veo qué consecuencias tiene al relacionarlas con las de otros. ¿Qué hago?

No es extraño que, al informarse, algunos individuos teman los resultados de su propia acción: sabían de antemano algo, responden y luego, cuando averiguan los efectos que se siguen si hacen lo que han dicho, cambian. ¿Entonces? En otros términos, cuando tomo una decisión ese acto experimenta un efecto de composición, según indicaba Raymond Boudon en La lógica de lo social: mi acción se pone en relación con la de otros, que la frenan o la refuerzan. Tal vez corrija lo que iba a hacer al ver las consecuencias. O no. Al descubrir los efectos de mi acción individual, ese conocimiento me confirma: no hay nada más confortable que sentirse acompañado.

Ahora sólo falta que los indecisos o los indiferentes lean las encuentas. Que reflexionen. Esto va con cada uno de nosotros. Hay que movilizarse, hay que conmoverse y finalmente hay que votar. Pero no se olviden de una cosa. Quedan muchos muchos meses, los hechos se presentan, se ven, se valoran y lo que ocurra en campaña siempre afecta…

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La fotografía es de Txema Rodríguez.

Rosa Díez

Por: | 11 de octubre de 2013

Photo(2)Fue socialista, consejera del Gobierno Vasco y dispuso de cargos bien remunerados. Lleva como tantos vascos una vida materialmente opulenta. Por aquí, los levantinos los envidiamos. Bueno, ellos también nos envidian: tenemos Benidorm, ciudad de vacaciones a la que viene una representación senatorial de Euskadi.

Rosa Díez fue socialista, insisto. También lo fueron el hermano de Alfonso Guerra, Roldán y Felipe González. E incluso otros ilustres magnates. A Díez nunca se le probó saqueo o latrocinio alguno: ni hurto, ni sisa. Pero ya que hablo de sisa, he de referirme a su indumentaria. Viste bien, viste caro y viste como una pija septentrional. Se cambia con frecuencia de muda, de tinte del cabello y, como me sucede a mí, parece obsesionada con las gafas.

Creo que yo debería asesorarla en esta materia: tiene mucha cara, una cara demasiado angulosa, para los modelos que usa, siempre rectilíneos, afilados. Le dan aspecto de mala de cuento, como de arpía. Y eso es un error. Ella no es mala, es que la asesoraron así. Debería probar con otras clase de lentes, de monturas: redondas, por ejemplo. Le darían un aire menos severo, menos chulesco.

Fundó un partido tras salir derrotada de un envite: la secretaría general del PSOE, que no obtuvo. El partido socialista de ahora no es mucho peor que el de entonces, el partido socialista de Rosa Díez. Sin embargo, aceptó vivir bajo esas siglas durante mucho tiempo con empleos políticos de postín. Compartía organización con Alfonso Guerra.

Ella da mucha guerra. Habla con soltura, con su dejo vasco retador. Habla con porfía en defensa de España. A veces dice cosas razonables. Subirá en las elecciones, pues su organización aparece como limpia y cristalina, sin ataduras. No lo creo: no creo que sea limpia y cristalina. Como partido tiene ataduras y muertos en el armario. Como cualquier partido ha de estar aquejado de todos los males y de todos los vicios de las organizaciones: principalmente, los bandazos ideológicos en función del poder al que se aspira... "Sí", me responderán, "pero no todas tienen a Toni Cantó".

Eso es cierto. Su partido cuenta con Toni Cantó, que es el responsable de las nuevas tecnologías en la organización: Twitter y no sé si Facebook. Es un gran fichaje, es un gran valor. El muchacho habla con habilidad de histriónico, de payaso o de cómico: se nota que es un actorazo. O no: un simple actor, que ya es mucho. A Rosa Díez la he visto hacer la payasa posando de Agustina de Aragón para el suplemento dominical de El Mundo. Me pregunté: ¿era preciso? ¿Era preciso disfrazarse con trapos de corte basto y popular?

Releo lo anterior y noto hostilidad en mi semblanza. Y lo lamento porque en el partido de Rosa Díez milita una mujer sabia de gran inteligencia. ¿A quién más refiero? ¿A la propia Rosa Díez? No: aludo a Irene Lozano.

Arturo Pérez-Reverte

Por: | 08 de octubre de 2013

ArturoPerezReverteEFENació en Cartagena, España, y ya no paró. Fue periodista de calle y de trinchera mientras a su lado silbaban las balas, los proyectiles. Algo de esto, pero muy fabulado, lo describía veinte años atrás en 'Territorio comanche', después de haber ejercido de reportero de guerra hasta 1994. En la televisión española fue él quien puso de moda los chalecos multibolsillos. Modelo Panamá Jack. De color caqui y así... Si estás en un conflicto bélico, nada como disponer de muchos bolsillos para llevar todo lo imprescindible. Y bien abotonado.

Su imagen era la de un tipo aguerrido, atrevido, con una voz muy varonil: eso sí, en contraste con su aspecto de buen chico, muy aniñado, que le daban unas inmensas gafas redondas. Ahora ya no lleva lentes, se mantiene delgado y viste como pijo informal, 'casual', con sus chinos, sus guerreras de cuero, con sus abrigos de buen paño. Posa con estilo, desganadamente, recostándose en la pared, como si sus hombros debieran cargar con un fardo de años, quizá de siglos.

Le gustan lo bronco, lo masculino, lo incorrecto. Eso al menos dice él o así es por lo menos cómo se presenta. Tras abandonar TVE dando portazos y haciendo aspavientos, Pérez-Reverte se dedicó por entero a la literatura, a escribir novelas, un género que ya había probado con éxito de público. Ahí empezó su época más prolífica y popular. Comenzó la serie del 'Capitán Alatriste', que le confirmó como habilidoso creador de lenguajes y situaciones, lances y personajes siempre en ritmo vertiginoso: como en los folletines del siglo XIX. Para escribir estas novelas, las de Alatriste y las de otros temas y protagonistas, se documenta, buscando la fidelidad contextual, la verosimilitud, aunque muchos de sus personajes tiendan a la superficialidad emocional.

Él tiene una idea política de España que suele repetir en sus novelas históricas, es una concepción muy simple y épica pero a la vez muy productiva: hay un pueblo, noblote, corajudo y semianalfabeto, que en sus mejores momentos se levanta con brutalidad, con tosquedad, con huevos, contra el mal gobierno y contra los intelectuales amariconados y traidores. En su seno aparecen héroes probablemente incultos, pero rectos, honestos, varoniles, gentes que se arriesgan y gentes en las que se puede confiar.

Con el tiempo, Pérez-Reverte ha llevado a la vida real y a los medios de comunicación esta idea tan sencilla. Él mismo ha adoptado un papel público muy vistoso: insiste en que no se vende, en que habla alto y claro, y en que no le importa ser sonante y arrogante, de palabra acerada y de injuria justificada. No le importa. Es más: se hace el golfo y el humilde.

Dice estar a vuelta de todo, carente de buen tono y de misericordia, como si él fuera juez y parte. Habla con desprecio y con estrépito, porque él dice no humillarse en tierra de cobardes. Se pone serio, incluso muy grave y severo…, pero sólo cuando él decide que hay que hacerlo. Entonces perora y nos sotanea: nos da una tunda verbal. El mundo es una guerra.

Así, reprocha a los doctos la cátedra de la que viven. Destina su crítica acerba al sistema educativo, responsable de que los españoles no tengan el nivel cultural que él efectivamente tiene. A los universitarios les afea su servilismo: a él el título no lo ha formado (a pesar de sus estudios de periodismo, etcétera); a él lo ha hecho la universidad de la vida, de la guerra y de la calle. Eso dice. Ha estudiado por su cuenta, ha leído lo suyo, se ha documentado con saberes que a los listos no interesan.

¿Y a los políticos? A los políticos les reprocha su egoísmo o su sectarismo. Con su verbo los ultraja. Y a veces los agasaja rudamente: como a Esperanza Aguirre, que le financió una Exposición patriótica, una instalación histórica de mucha simpleza. Se fotografió con ella ufano y satisfecho de su españolismo de salón.

Se imagina solitario, ajeno a las capillas, independiente, siempre a punto de irse. Se imagina erudito, diciendo verdades como puños. Sabe que sus declaraciones sorprenden a muchos seguidores impresionables, gentes que admiran la crudeza de su boca o la sutileza de sus vergajos en Twitter. Escribe mejor que analiza, narra mejor que examina, entretiene más que educa.

Cuando aparece la nueva obra de un autor celebrado, un período de promoción vuelve a empezar. El escritor es requerido. Hay que hacer presentaciones. Hay que viajar aquí y allá para crear noticia, para dar imagen y palabra a lo que es un objeto ya consumado, cerrado: el libro. Arturo Pérez-Reverte dedica meses a la aparición de su nueva novela. Regresa, pues, a la realidad.

Todos los medios son buenos para provocar el mayor efecto. Uno de esos recursos es la entrevista: numerosas declaraciones del autor para juzgar, evaluar, dictaminar y sintetizar sobre hechos próximos o ajenos a la novela, sobre España o este mundo en guerra. En el caso de Pérez-Reverte, el interés del público aumenta por su estilo expresivo: deliberadamente acanallado, adoptando una posición que él juzga atrevida o talentosa.

Debemos pedirle que no regrese a esta vida ordinaria y cobarde: que se quede en sus mundos de ficción, verosímiles y viriles, y que allí imagine y se imagine, que se desdoble en situaciones y en personajes que son él. No, no: que son como él querría ser. Son mundos que compensan y consuelan. Allí no duelen las balas ni las cornás.

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Fotografía: EFE.

‘Orson West’. El paisaje del pasado

Por: | 03 de octubre de 2013

OrsonWest

(Estreno en Valencia en La Rambleta el 6 de octubre a las 19 horas)

Uno. He visto Orson West, de Fran Ruvira. No se pierdan esta película. Es un film evocador, que rememora un pasado que no fue, que exhuma un tiempo que jamás llegó a realizarse. A la cosa que echamos en falta pero no existió, a la pérdida fantasmagórica, la llamamos melancolía. Es un objeto psíquico desvanecido que nunca llegamos a poseer del todo.

Imaginen un territorio entre el secano y el viento, entre el desierto y las nubes, un mar de nubes; imaginen la tierra firme, sin apenas modernidad ni invasiones urbanas. Eso es El Carche, entre Alicante y Murcia, por la zona del Vinalopó. O, al menos, es El Carche que Fran Ruvira nos presenta en 'Orson West'. ¿Un paisaje de fondo? ¿Unos exteriores?

En la película, lo exterior forma parte de las convulsiones psíquicas, de las carencias. Y adultos y niños se ven afectados por esa tierra que no es de nadie y en la iremos a dar con nuestros huesos. En ciertos parajes, auténticamente desérticos, el mundo parece haber sufrido una deflagración o un terremoto silencioso. Hay agujeros tan grandes como las pozas del alma, pero sin líquido, con la aridez de lo que ya no tiene vida.

Dos. Unos personajes ajenos a la zona, al pueblo, acuden a rodar una película, una suerte de Western. Allí, muchos años antes, también había acudido Orson Wells buscando exteriores para otra película del Oeste (The Survivors). ¿Se realizarán los films? ¿Hay alguna concomitancia entre ambas obras?

El pasado y la vida no es sólo que ocurre, sino también lo que se imaginó, se vislumbró, se soñó y, finalmente, no se llevó a cabo. Lo inacabado, lo no escrito, lo no rodado, lo no hablado pero pensado, esos actos propiamente inconclusos forman parte de la existencia. De hecho, acoplamos nuestro porvenir a lo que no hacemos en tiempo presente, a lo que no pudo acabarse: noviazgos que no se consumaron, negocios que no se emprendieron, creaciones que se frustraron. Lo no hecho o lo simplemente imaginado nos afecta, nos condiciona, incluso nos determina.

El paisaje que disfrutamos en
Orson West remite a la infancia, a los niños que por allí pululan, mientras comienza y no comienza el rodaje. Remite al pasado remoto, décadas atrás, cuando Orson Wells estuvo por allí. Su figura, un hombretón al decir de un anciano que lo recuerda, se conserva en la memoria de los viejos del lugar. Nada de lo que realmente importa llega a desaparecer y aunque quede latente regresa de manera manifiesta tras su evocación, su simple mención.

Todos los personajes que aparecen están incompletos, pero no por impericia del director, sino por expreso deseo de quien concibió sus papeles. En la vida nos sucede igual. No somos de una pieza, nuestro pasado es un lastre que nos pesa: que debemos arrastrar y que nos duele. Por supuesto, ese tiempo pretérito no es sólo dolor o pena. Es también la vida incompleta pero dignamente dichosa que podemos llegar a disfrutar.

Tres. Los niños son la esperanza, sin duda. Son atrevidos, impertinentes y hasta insolentes. Juegan y la vida aún no los ha maleado. Son unos temerarios y no tienen reparos en inmiscuirse, en explorar, en perderse. Todavía no saben que el marco, el paisaje, los exteriores son su vida árida, las grietas profundas de esas gargantas desérticas.

La película, con una música justísima que no se hace notar y que acompaña el lento discurrir de las cosas, tiene una fotografía espectacular. Cuándo decimos ese adjetivo pensamos instintivamente en el espectáculo, claro. En la agitación que atrae y sorprende a los espectadores. No hay tal cosa: el paisaje es la historia casi inmóvil de la que hablara Fernand Braudel: siglos de erosión, de uso humano, de asentamiento y explotación, de repetición.

Los exteriores de
Orson West son, además, el 'West', precisamente: el Oeste de nuestra infancia, el Western ya crepuscular y aún mítico, la epopeya del individuo y de una pequeña comunidad que no arraigan, que van más allá, buscando su porvenir jamás consumado del todo. Eso es lo que somos, ¿no es cierto?

Cuatro. Al final, un mar de nubes es nuestro destino y en medio de esa invisibilidad avanzamos. Hay imágenes sublimes en
Orson West, pero sobre todo hay un mar de nubes que recuerda tanto a las pinturas de Caspar David Friedrich. Elevado, aupado a un roca, alguien mira y no distingue nada, pero ha de seguir aventurándose. Como ese niño que en la película de Ruvira abandona el grupo y se adentra sin miedo.

Entre las numerosas referencias cinematográficas a las que podría aludir está, sin duda, El espíritu de la colmena, de Víctor Erice: Ana abandonaba la seguridad hermética del padre, la ternura fría de la madre, la camaradería de la hermana, para explorar y mirarse en un lago, en una charca que le devolvía una imagen borrosa e incierta. Incluso monstruosa.

En
Orson West, el muchacho también se va y también hay una charca cuyas aguas se agitan. ¿Qué imagen saldrá cuando se remansen, si es que llegan a remansarse? Probablemente imágenes confusas de la vida. No se la pierdan.


Estreno en Valencia, La Rambleta, domingo 6 de octubre de 2013 a las 19 horas. Con asistencia del director.

El País

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