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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Carlos Fabra

Por: | 25 de noviembre de 2013

El antiguo presidente de la Diputación Provincial de Castellón ha sido condenado a cuatro años de cárcel CarlosFabrapor delitos fiscales. Felizmente, felizmente para él, ha logrado evitar las otras imputaciones. Como ha declarado su abogado, no es un corrupto.

Ni cohecho, ni tráfico de influencias han podido serle demostrados. La verdad es que me alivia mucho saberlo. Por su aspecto, por esas gafas tintadas que siempre luce, me imaginaba a un delincuente peligroso. Según este fallo, don Carlos Fabra es un caballero. Un caballero tuerto, pero caballero al fin.

Repito. Según esta milagrosa sentencia, don Carlos Fabra es un hombre recto, sin mancha, sin tacha. Dejar de pagar a Hacienda parece algo menor en el país que inventó la picaresca. Lo normal es que trates de escaparte. A ver si engaño a los inspectores. A ver si evado impuestos, que me cuesta mucho reunir cantidades astronómicas para satisfacer tantas necesidades y llenar tantas bocas.

A Al Capone lo sorprendieron por delito fiscal. No quiero comparar. El dominio del italonorteamericano era increíblemente mayor. Por otra parte, no está demostrado que don Carlos Fabra sea un violento. Las únicas agresividades que le he visto son las lindezas que dedicaba a los opositores en la Diputación o a los periodistas hostiles. En fin.

Por eso, hago recuento y me digo: hombre, ya es casualidad el asunto fiscal. Todo lo veo con un prisma subjetivo y esto me afecta. Hace unos días, la Agencia Tributaria me ha cobrado la cantidad que yo le adeudaba. ¿Acaso soy un delincuente fiscal? No exactamente. Soy un pagano, un contribuyente que abona el segundo plazo de la declaración que le salió positiva.

Desde que pagué me siento estúpidamente mejor, incomprensiblemente honrado. Me siento como un ciudadano corriente que contribuye al buen funcionamiento y a la marcha de la educación, de la sanidad, de la justicia. Yo no soy tonto, me digo tratando de convencerme con un lema comercial.

Creo que no me equivoco. Don Carlos Fabra ha levantado un Imperio con el concurso de sus conciudadanos, esos contribuyentes que tontamente pagaron. O no. Don Carlos Fabra procede de un linaje rústico, como es también mi caso. La diferencia es que mi familia ha sido incomprensiblemente modesta. Como yo mismo. Con el trabajo corriente, funcionarial y ya urbano hemos prosperado sin dejar de ser zotes. Otros, en cambio, ya eran listos cuando aún calzaban pantorrillas, esas medias de lugareños avispados.

Espero que a don Carlos Fabra le marche bien todo, que el Tribunal Supremo lo absuelva, que le limpien la mancha. Que salga o que evite la prisión y el programa de La Sexta, Encarcelados. Ese día, cuando lo veamos abandonar el trullo, diremos aquello que su augusta hija proclamó: que se jodan. Que se jodan los contribuyentes.

Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde

Por: | 20 de noviembre de 2013

Justo Serna y Félix Vidal.

Franco1975El Generalísimo don Francisco Franco nació en El Ferrol el 4 de diciembre de 1892. Vino al mundo en una familia de tradición militar. Su padre, un hombre de mundo, era capitán de la Armada y su señora madre, un mujer de profundas creencias católicas, era igualmente hija de linaje castrense.

El muchachito vivió el patriotismo desde chico, ese coraje y esa rabia del soldado español dañados por el Desastre colonial de 1898. Tras siglos de dominio, un Imperio se desmorona, un cuerpo político se funde. La herida es incurable. La generación española del cambio de siglo tuvo que arrostrar una decadencia, sí, y casi la agonía de la Nación. Esa dolencia no se sufre en balde.

Sentir que España se desmorona y tratar con un padre mujeriego y vividor son carencias que agrian el carácter de un muchacho recto y afianzan la determinación de la voluntad. Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo nunca tuvo un cuerpo hercúleo, nunca fue un hombrón. Pero siempre hacía por auparse. La anatomía del futuro general y jefe de Estado será escuálida y luego algo mantecosa, con una gordura que suplía la pequeñez de su esqueleto.

No tenemos constancia del atractivo que a su futura esposa le podía despertar la figura marcial de su prometido. Hemos de suponer que estas cosas son muy secundarias cuando es el porvenir de España lo que está en juego. O, mejor, en peligro. La señora Carmen Polo de Franco vistió con gusto y se engalanó con joyas. No era dama bien parecida y su cuerpo tampoco despertaba la lascivia. Eso podemos decir ahora. En otras fechas, la indumentaria pudorosa y un gesto seco eran signo de buena crianza.

Muchos años después, cuando Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo haya crecido, madurado y vivido su época de esplendor político, ese cuerpo volverá a menguar, a achicarse: para gran susto de su señora esposa y demás parientes. El General ya no impresiona y, más bien, apena: a la altura de 1973, pongamos por caso, su uniforme militar parece un disfraz. Y cuando viste de civil, los ternos siempre confirman su figura menguante. Lleva gafas ahumadas para evitar el sol y las miradas insolentes.

A la altura de 1975, nos recuerda José Luis Ibáñez Salas se produce "la última aparición pública de Franco". Es "el día 1 de octubre (...) para cumplimentar a la muchedumbre que le rinde homenaje en la madrileña plaza de Oriente como respuesta a la muy extendida y enérgica actitud internacional de repulsa ante las últimas ejecuciones dictadas por su régimen". La figura retratada prácticamente es indistinguible y la vocecilla, siempre aflautada, revela el mal estado del nuestro dictador.

Ese cuerpo aún sufrirá mayores injurias, vejaciones que le llevarán a morir de manera esperpéntica, fruto de una agonía prolongada. Desde una primera tromboflebitis que se había hecho pública en 1974 hasta su fallecimiento el 20 noviembre de 1975, el Caudillo ya sólo fue una sombra de sí mismo, quizá un espantajo.

Su yerno, el doctor Cristobal Martínez-Bordiú, marqués de Villaverde, dirigió de una manera personalísima --dictatorial casi podríamos decir-- el tratamiento médico recibido por su suegro. En todo momento se intentó ocultar o disfrazar la gravedad de su estado de salud prolongando la agonía al máximo. ¿Por qué razón? Para mantenerlo con vida, aunque sólo fuera vegetativa, y con el fin de preservar la autoridad aún reconocida y, por tanto, con el propósito de conservar los privilegios de la familia Franco.

El último Consejo de Ministros que presidió el Generalísimo lo hizo en unas condiciones tan preocupantes que el equipo médico que lo atendía accedió a ello con la condición de que fuera monitorizado de forma discreta desde una habitación contigua donde se encontraban los facultativos. Al parecer, los ministros desconocían la situación ya que los cables no se encontraban visibles. En un momento dado, los facultativos detectaron una alteración relevante en las constantes, razón por la cual irrumpieron de forma súbita en la Sala del Consejo para prestar asistencia, todo ello ante el asombro de los miembros del Gobierno asistentes.

A pesar del agravamiento de su estado de salud, el yernísimo Martínez-Bordiú insistía en que su suegro no abandonará la residencia oficial, el Palacio del Pardo. Pero ese Palacio no reunía las debidas condiciones para atender a un paciente de estas características. Se llegó a improvisar un quirófano en uno de las dependencias --algo así como un almacén o garaje--, con resultados desastrosos. Hubo que habilitar expresamente un grupo electrógeno, dado que que no había potencia suficiente para iluminar una intervención quirúrgica.

Lo que no empieza bien suele acabar mal. La situación llegó a un punto en que la intervención se hizo insostenible. Por ello se decidió la evacuación del paciente a un centro hospitalario. Cuando lo lógico hubiera sido trasladarlo al Hospital Puerta de Hierro, que se encuentra en las cercanías del Pardo, se determinó su traslado a la Ciudad Sanitaria de La Paz, donde el Dr. Cristóbal Martínez-Bordiú tenía su plaza y su 'feudo'.

El viaje se realizó en una vieja ambulancia de una marca muy reconocida en aquellas fechas: un Simca 1200. Recuérdese que el modelo inferior, el Simca 1000, se publicitada con el eslogan del 'Cinco plazas con nervio'. Con nervios debió de llegar el convoy sanitario. Imaginamos el horror y el humor de la travesía. A toda velocidad, por las calles y avenidas de Madrid, con las sirenas y el estrépito de la propia ambulancia y de la escolta policial. A toda pastilla, con unos amortiguadores dañados, el vehículo dando tumbos y pegando botes en los baches mal asfaltados.

El Simca llegó a tiempo. A tiempo de prolongar en el recinto hospitalario la agonía. Fueron momentos de gran avance para la medicina surrealista. Los galenos llevaban tiempo publicando partes acerca del estado del paciente, dando a entender que las cosas marchaban razonablemente bien. El equipo médico habitual no salvó al Caudillo, no pudo. Fue una lucha contrarreloj. Pero nos dio una lección de anatomía recreativa, de medicina interna. El cuerpo no pudo emplearse para ulteriores experimentos, pero el experimento sanitario que inició el Generalísimo, su extirpación del mal, acabó con su traslado.

No sabemos si descansa en paz.

El enojo de Francisco Camps

Por: | 17 de noviembre de 2013

Últimas noticias.

NosferatuEl enojo de Francisco Camps


(De nuestra redacción en el Grao)

"No me vas a grabar más". Eso es lo que ayer pudo oírse en un embarcación de lujo fondeada en el Puerto de Valencia. Alguien estaba gritando con mucha determinación.

Al parecer, la víspera de su declaración ante el juez, Francisco Camps pasaba unas horas de relax en un conocido paquebote, creyendo estar a resguardo de los cotilleos.

El expresidente, muy desmejorado y visiblemente alterado, hizo ayer unas manifestaciones al ser sorprendido en el velero de unos amigos. Se asomó a cubierta.

Abordado por un periodista que chillaba desde un pequeño bote, el expresidente le espetó: "Hoy no me sigues, te pongas como te pongas, rompo cámaras, micros..."

A su lado, una dama desconocida para el gran público, le apuntaba algo muy coherente: "Dientes, dientes, que es lo que les jode".

Verdaderamente, el enojo de don Francisco Camps era bien ostensible. Tenía el rostro desencajado, con ojeras oscurísimas y con orejas puntiagudas. Las manos parecían garras, como muestra esta instantánea tomada por el reportero.

Mientras tanto, el expresidente no dejaba de decir: "el carrete. Dame el carrete". Felizmente, el improvisado retratista pudo regresar a la redacción dejando el carrete fotográfico con una sola instantánea.

No es excelente la calidad de la toma, tiene algo de grano y sin duda la película estaba un pelín deteriorada, pero el testimonio del enojo presidencial bien vale su reproducción.

La redacción de El Faro del Turia no ha podido precisar más pormenores. Desde que entregó el carrete en las oficinas, el reportero anda igualmente desaparecido.

No es para tomárselo a guasa, pero los periodistas, sus colegas, están buscándolo. Temen lo peor: que regresara al paquebote. Según fuentes que desean permanecer en el anonimato, la embarcación debió de partir al instante sin atender al práctico del puerto ni a las autoridades marítimas.

Si es así, no sabemos en este momento en qué lugar se halla el corresponsal que temerariamente volvió al lugar de los hechos.

Una exclusiva de nuestro periódico, El Faro del Turia.

Eduardo Zaplana Hernández-Soro

Por: | 14 de noviembre de 2013

Hace años, don Eduardo Zaplana Hernández-Soro era un hombre bien parecido, alto, espigado. Parecía, sí, un figurín bien planchado. La verdad es que tenía, y aún tiene, un perfil feísimo, pero de frente se creía un galán.

DonEduardoZaplanaHernandezSoroLo recuerdo, por ejemplo, hace dos décadas en un Centro Comercial de Valencia. En la sección de discos. ¡De discos! Por su altura destacaba entre la gente corriente. Él también era corriente, con su punto de caradura. Lo recuerdo tonteando con una cajera del establecimiento, tal vez lanzándole cumplidos mientras hacía como que compraba discos.

Los retoques fotográficos y el gimnasio hicieron milagros de él. Recuerdo, por ejemplo, el retrato de un libro promocional datado en 1995, poco antes de que don Eduardo Zaplana Hernández-Soro ganara las elecciones autonómicas de aquel año. Se titula Eduardo Zaplana.  Un liberal para el cambio en la Comunidad Valenciana. Era un libro-entrevista con Rafa Marí. El prólogo lo firmaba José María Aznar. El volumen es un repertorio de promesas nada comprometedoras, medias verdades y trolas enumerables e innumerables. El prólogo más vale olvidarlo: la prosa es inverosímil.

En la fotografía de la cubierta, a don Eduardo Zaplana Hernández-Soro lo habían adelgazado o estilizado prodigiosamente. Su narizota no parecía crecer a pesar de sonreír abiertamente. Tenía el pelo bien cortado: para mi gusto, excesivamente rectilíneo. Llevaba un traje sastre evidentemente caro. Acarreaba un abrigo o gabardina. Y exhibía un cartera de piel propia de profesor emérito.

La cartera refuerza la impresión de un hombre profundo, con fondo: tienes mucho que transportar, un portafolios de cuero, hebillas y herrajes que te dan un aspecto intelectual o superior. Los zapatos, cómo no, eran unos Castellanos o, mejor aún, unos Sebago. La sonrisa batiente y la afectación de caballero premioso y eficaz eran buenas ideas propagandísticas. Lástima que, bien mirado, don Eduardo Zaplana Hernández-Soro no mejorara ostensiblemente su imagen. Con todo el respeto: ya entonces parecía un comercial o un vendedor de género dudoso. Punto y aparte.

Don Eduardo Zaplana Hernández-Soro siempre tuvo una parte fea en su rostro. Es difícil descubrirla. Es como el lado oscuro de la Luna. Si no estoy equivocado siendo Primer Ministro Autonómico dictó en Canal Nou una orden: que jamás se le grabara por esa parte, por la mejilla desdichada. Todos tenemos un lado manifiestamente mejorable. Yo, sin ir más lejos, creo que es mi parte derecha la que podría haber quedado mejor acabada. Me veo ese perfil y generalmente me lamento. Tampoco es para tanto,  me dicen quienes me quieren. No es una vergüenza, añaden.

A don Eduardo Zaplana Hernández-Soro no le he visto sus vergüenzas. Las fotografías no llegan a tanto. Llevo años observándolo de cerca, pero nada. O sí, pronto le vi cosas vergonzosas. Primero en la tele que él alentó, apoyó, encumbró, definió, dirigió, dictó. Hizo exactamente lo contrario de lo que prometía en su libro promocional. En el panfleto se quejaba de Canal Nou, del tratamiento que se le daba en la época socialista.

Decía:

--Cuando en Canal 9 no me saca rascándome la nariz o agachándome para coger un vaso o algo parecido, yo ya me doy por satisfecho (...). Yo aseguro que mi política [cuando gobierne] en ningún momento intentará controlar, ni siquiera influir, en los medios de comunicación (...). En mi gestión nunca se hará ningún tipo de sectarismo.

Otra vez, punto y aparte. Yo nunca le visto rascarse la nariz ni hacer pelotillas. Tampoco lo he visto agacharse. Pero por lo que parece ha habido pelotas que se agacharon, que humillaron la cerviz, que se dejaron controlar, influir, para hacer de la tele autonómica un aparato sectario. Ahora es cómodo culpar de todo a Francisco Camps, un cuerpo beato que aún levita. Ahora es sencillo acusar a Alberto Fabra, ese cuerpo inerte. Pero el tipo que lo empezó todo, con morro y picardías, fue don Eduardo Zaplana Hernández-Soro. Tan listo es..., que se ha hecho compadre de los de Telefónica: creen haberse llevado a un gestor o a un comercial; se han llevado a un vivales. Menudo género lleva en la cartera.

El burgués

Por: | 09 de noviembre de 2013

JoseInocenciodeLlano¿Qué es y cómo es un burgués? Las representaciones gráficas de su figura son muy variadas.

Tenemos, por ejemplo, al señor con levita y chistera, de aspecto serio y bonancible, descansando quizá tras un día de mucho ajetreo. Esto es lo que nos muestra la carte de visite que José Inocencio de Llano White se hizo en París en 1844 en casa del fotógrafo A. Ken.


O tenemos, por ejemplo, al empresario también tocado con sombrero de copa y chaqué, pero ahora con dientes de tiburón que muerde un cigarro puro bien ostentoso. Se le ve permanentemente agraviado. Como si el mundo le debiera algo, alguna letra o pagaré sin cobrar. Éste es el caso de la caricatura que de él hizo Jaume Perich hacia 1970.


En ambos casos, al burgués se le ve sobriamente vestido, con una cierta elegancia impostada, con paños negros siempre funerarios y tristes. Es un varón que domina el mercado y la vida social.


Pero precisemos. Hagamos algo de historia recreativa. Insisto: ¿qué es un burgués?

En primer lugar, burgués designa al habitante del burgo, un espacio medieval: pequeños caseríos o villorrios diseminados que acaban por juntarse hasta constituir un dominio populoso. Identificamos -indebidamente- burgo con ciudad, pero en todo caso esa idea expresa bien el resultado: son lugares en los que se hacinan vecinos, espacios en donde la gente se mezcla o se cruza o se trata o se evita.

La ciudad que crece es el lugar del anonimato, de la concentración. "La urbe", indicaba José Ortega y Gasset, "no está hecha, como la cabaña o el domus, para cobijarse de la intemperie y engendrar, que son menesteres privados y familiares, sino para discutir sobre la cosa pública", un lugar cuyo eje es la plaza.

Planteado así, lo burgués es un logro admirable de la civilización: es el espacio plural en que los individuos que se creían idénticos se tropiezan con otros vecinos extraños con los que están forzados a dialogar.

Pero, en segundo lugar, más allá de esa acepción medieval, lo burgués remite al mundo moderno: al comercio, a la industria. En la ciudad no sólo hay vecinos distintos: hay, además, una clase particular de habitantes que fabrican, que establecen obradores en los que producen sus manufacturas, artificios de la imaginación humana que satisfacen necesidades materiales. Por ejemplo, los textiles. Es en el mercado de esa ciudad en donde se ofrecen dichos productos, aunque también en las ferias y en los otros mercados de diferentes urbes.

En los siglos modernos, el burgués industrioso y negociante fabrica, pero sobre todo comercia: deseoso de incrementar sus beneficios, emprende viajes para colocar mejor sus mercancías, para aumentar el número de sus clientes. Afronta todo tipo de dificultades y, valiéndose de medios de transporte menesterosos, se aventura. Hay muchos que prosperan y hay otros cuyo capital mengua, obligados como están a enfrentarse a sus competidores y a los arbitrios que les ponen esta o aquella ciudad.

El liberalismo y la industrialización mejoraron las condiciones del burgués: es más, son revoluciones cuya inspiración se debieron a los burgueses. De lo que se trataba era de establecer la propiedad absoluta de los bienes, de crear un mercado nacional, incluso internacional, sin obstáculos. Pero de lo que se trataba también era de acelerar la gran transformación técnica. Las máquinas fueron prodigios de esa civilización. Había que derribar todas las barreras que se opusieran al crecimiento.

La Europa burguesa, en pleno siglo XIX, era lo más parecido a una fábrica ruidosa, con artefactos e ingenios técnicos, con chimeneas humeantes; era lo más parecido a una feria populosa y ElburguesJaumePerichmultitudinaria, con mercaderes avispados; era lo más parecido a un mapa, con carreteras, con caminos, con raíles que surcaban el continente.

En el Manifiesto comunista (1848), Marx y Engels celebraron el potencial revolucionario de los burgueses, su capacidad para alterar los espacios, allá en donde la mercancía era símbolo y ganancia. Pero también denunciaron la explotación inhumana de los trabajadores.

Sorprenden el sentido mundano de estos mercaderes, su capacidad para adaptarse a circunstancias diversas y adversas, su cosmopolitismo: saben estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Estos burgueses fueron a su aire, procuraron beneficiarse y, desde luego, no siempre estuvieron a la altura de lo que de ellos se esperaba. No fueron pocos los que, una vez enriquecidos, abandonaron las actividades industriosas para vivir de rentas.

Los industriales y negociantes del Ochocientos procuraron establecer un lugar confortable para ellos, evitando a las clases peligrosas y deseando competir en una Europa de aranceles. El burgués no es alguien dotado de una misión que cumplir. Es un vecino que espera traficar, prosperar. Es incluso capaz de sacrificar lo mejor que ha recibido.

Cada vez quedan menos vecinos de esa clase. Las grandes corporaciones de economía financiera, de lucros invisibles, son los que ahora nos muestran sus dientes de tiburón. Son los nuevos burgueses.

No llevan chisteras ni visten regularmente de chaqué o levita. Se les distingue con mayor dificultad. Sus beneficios también son fruto de la explotación, pero ya no visitan las fábricas humeantes en las que se hacinan sus obreros. Las instalaciones están lejos: propiamente en el siglo XIX, con operarios también privados de derechos.

Ellos, mientras tanto, salen a la Bolsa, como quien acude al mercado o al teatro. Con sus mejores galas o con indumentaria informal, tocan la campanita para dar comienzo a la liza. A ver si hoy abaten una nueva pieza. Son unos logreros y unos teatreros: la liza empezó mucho tiempo atrás.

 

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Conferencia en el Centre Cultural OCTUBRE con motivo de “Ciutat Vella Oberta”.

Diariodeunburgues

 

 

JS, ‘Diario de un burgués’. La cultura, el arte y el progreso según José Inocencio de Llano White.”

 

 

 

Sábado, 9 de Noviembre a las 19:30 horas. 

 

 

 

Este libro, escrito con Anaclet Pons, es el que da origen a esta conferencia.

 


La tele valenciana

Por: | 05 de noviembre de 2013

CanalNouLos responsables políticos de Canal Nou lo han cerrado. Al igual que han malbaratado las construcciones e instituciones del pasado reciente o remoto de Valencia, también han destruido Canal Nou.
Tuvieron ínfulas de grandeza, realizaron eventos sin cuento, experimentaron fenómenos paranormales. Vamos, que no eran normales. Y así nos va.

Ahora, la Generalitat anuncia el cierre de RTVV porque no puede asumir el coste de la readmisión de los trabajadores despedidos en su momento por el Expediente de Regulación de Empleo. El Tribunal Superior de Justícia de la Comunitat Valenciana ha anulado dicho ERE.

El Partido Popular de la Comunidad Valenciana y los gestores nombrados a dedo han hecho inviable la tele autonómica. Como han dicho los trabajadores de RTVV en Notícies 9 (segunda edición), el desastre financiero de Canal Nou se debe a los responsables políticos: no pocos de ellos están involucrados en la causa de la trama Gürtel o, incluso, en casos de acoso sexual.

Ahora, la Generalitat podrá venderla al mejor postor por cuatro perras. Ya digo: dejan algo maltrecho para luego malvenderlo, malbaratarlo.

Es un mundo alucinante, de pesadilla, de ciencia-ficción. Hay una farsa cuyos protagonistas han destruido aquello de lo que se han beneficiado, entre otras cosas la tele.

Hablando de la tele, recuerdo aquello que decía un personaje de Mars attacks!, la película de Tim Burton. Los marcianos han llegado, lo están destruyendo todo apropiándose de las posesiones de los terrícolas. El personaje, típicamente norteamericano, dice agarrando fuertemente el televisor: no se lo llevarán.

En esas estoy. Cuando veo cerca a un dirigente del PP valenciano: agarró fuertemente mis posesiones (la tele, el coche, el móvil, el cepillo de dientes, etcétera) y me digo: no se lo llevarán.
Algunas cosas ya me las han quitado.

El País

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