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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Carlos Floriano

Por: | 31 de enero de 2014

Carlos Floriano

Por Justo Serna

Impecablemente vestido de acuerdo con la moda de hace veinte años, Carlos Floriano se asfixia, se ahoga CarlosFloriano1dentro de esa camisa de cuello bien ceñido. En esta fotografía de la Agencia EFE luce una corbata de color metalizado: con motitas. Las motitas son un gran invento: disimulan muy bien los lamparones. Y él tiene muchas faltas y manchas verbales. Vamos, que expele ideología de encargo.

Floriano es un señor con arrugas faciales propias de rústico. A mucha honra, dirá. Él se las ha trabajado penando. De hecho laborea de sol a sol haciendo faenas viles y mecánicas: perora, justifica, imagina, expresa, siente e incluso miente.

Siente. Siente como un portavoz. Ejerce de tal: y los portavoces tienden a tener huecos, grandes oquedades. ¿Para qué, por qué? Para que resuenen bien la palabra ajena y el discurso vicario. ¿Está vacío, pues? No lo creo: debe de tener su corazón y un cerebro que rige sus movimientos automáticos. No vemos ese cerebro, claro, pero sólo porque lo tapa su envidiable cabellera. En efecto, siempre tiene el pelo a punto de desbordarse: disfruta de ondas, de rayas bien marcadas, de melenitas aireadas que producen repelo. Repelús, en castizo.

Todo en Floriano es así. Sobrante, ondeante. Como sus labios gruesos, quizá sensuales y húmedos, increíblemente carnosos, casi befos. Cada vez que habla me pongo a cubierto. Temo los balines y los proyectiles que lanza. Está en una guerra de posiciones ni él mismo se las cree. Se le notan la desidia verbal, la torpeza ociosa, esas analogías, esas consejas mal traídas.

Fue joven y presidió las Nuevas Generaciones de Extremadura, su patria chica. De ahí, de ese cargo que le venía grande, saca la vestimenta informal que ahora se pone los fines de semana cuando está en campaña. Aparenta ser un colega más, un joven algo machucho que se hace acompañar, entre otros, de Esteban González Pons y de Dolores de Cospedal.

Entonces parecen un trío de personas mayores disfrazadas de colegas campechanos y rebeldes, de pijos bien planchados. Por eso, porque ya es un valor adulto del Partido, fue senador en su momento: senador, CarlosFloriano2que es el empleo político que se le da a quien pierde elecciones (en Extremadura, en su caso) o a quien ya está amortizado. Ustedes perdonen.

Floriano estudió derecho y es doctor y profesor. Ojito... Pero todas esas condiciones, todas esas prendas, las disimula muy bien. Siempre habla torcido, con desgana, con poco fuelle, sin mucho convencimiento y escasa retórica. O ríe de manera como un lacayo que celebra las ocurrencias del jefe. En eso se parece a Mariano Rajoy. Me refiero en el plebeyismo.

Es un hombre de provincias que triunfó en Madrid a base de permanecer callado y a base de largar lo que menos le podía perjudicar. Es también un hombre corriente (normalito, vaya) muy lejos de lo que él se cree: un campeón. Se estudia los guiones y, si no los recuerda, hace el papelón. Si lo pienso bien, cuando los recuerda, también da grima y sopor.

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Carlos Floriano Corrales
Vicesecretario General de Organización y Electoral

Por Félix Vidal

Este fin de semana arranca a orillas del río Pisuerga  el gran cónclave del Partido Popular. Valladolid, la ciudad que fue cuna de la reconquista de España por parte de los aznaristas, con el apoyo logístico de las huestes de Burgos, en el año 87 del siglo pasado,  acogerá  en su seno a una amplia representación de dirigentes y cargos públicos populares que escenificarán un amplio debate sobre las más candentes cuestiones del momento político, si exceptuamos la Ley del Aborto, el conflicto catalán y con la ausencia justificada  por motivos de agenda o baja en el banquillo del algunos habituales como José María Aznar, Jaime Mayor Oreja o Alejo Vidal-Cuadras (antes Aleix), todo ello, como ustedes saben es “Vox” Populi.

Este encuentro o Convención Nacional, como les gusta llamar en el más puro estilo americano (será por lo del Tea Party) constituye el pistoletazo de salida para un período de dos años plagado de citas electorales, Europeas, Locales, Autonómicas y Generales. A tal efecto y como mensaje dominante vuelve el conocido “España va bien”, la macroeconomía se recupera. ¿Seguro?, la Macro irá  bien pero los microperjudicados aumentan día a día en las calles. Será que todavía no percibimos los efectos positivos de la recuperación, que los brotes verdes, eso, están demasiado verdes y no podemos catarlos. Y para coordinar esta primera cita con el electorado de cara a elegir nuestros representantes en el Parlamento Europeo  el dedo de FlorianoposandoMariano se ha fijado en un ilustre genovés, diputado por Extremadura para más señas, Don Carlos Floriano, Vicesecretario de Organización y Electoral, verso suelto del PP, suelto por lo imprevisible de sus pintorescas declaraciones cuando actúa como portavoz del PP. Es decir, cuando su jefa de filas Mari Loli Cospedal (observen que le quitado el “de”) le ordena salir al ruedo. Entre otras lindezas utilizadas para explicar las bondades de la recuperación de la economía española, indicó que, si bien la banca española recibió una ayuda financiera, a ningún españolito de a pie se le quitó dinero de la cartilla, como en Chipre por ejemplo. Desconozco qué cara pusieron los preferentistas de Bankia y Novacaixagalicia.

Lo que no ha sido confirmado hasta el momento es la posible asistencia de Paco Marhuenda que, según las malas lenguas, aspira a moverle el sillón a Floriano. Decisión complicada para Mariano, agravada con la situación creada por la puesta en libertad de Pedro J. Ramírez, al que Miguel A. Aguilar llamaba cariñosamente “Pedro el del Bombo”. Porque, en una cara a cara, Floriano no le dura dos asaltos a Pedro J.

PSPV, izquierda quiere decir individuo

Por: | 28 de enero de 2014

En el Partit Socialista del País Valencià se celebra un proceso de Primarias abiertas. Estamos en la fase de los avales para las dos candidaturas que se han presentado. La del secretario general Ximo Puig y la del PaoloFloresalcalde de Faura Toni Gaspar.

Ambos tienen experiencia municipal y ambos son contundentes con la corrupción y deriva del Partido Popular. Es indudable: hay que proceder a un cambio profundo y el Partido Socialista es imprescindidible. No puede, no debe resignarse. Tampoco puede aceptar un papel ancilar.

Pero el PSPV no debe poner obstáculos a la libre disputa en las Primarias. No valen las familias, los apoyos oligárquicos, las dependencias: valen los individuos

En El individuo libertario (2001), el filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais reivindica a cada una de las personas. Se inspira claramente en Hannah Arendt: no hay nadie superfluo.

¿Y qué tiene que ver esto con la izquierda o con la socialdemocracia? En su libro hay un apartado que se titula justamente “Izquierda quiere decir individuo”.

HannahArendt“La legalidad es el poder de los sin poder e incluso su bien material por excelencia”, decía. Donde la legalidad triunfa, dentro y fuera de los partidos, no hay clan mafioso que valga, no hay banda que se imponga o familia con intereses que se adueñe del poder. "Cada corrupción o prevaricación impune, cada derecho vulnerado, cada denegada justicia constituye explotación y empobrecimiento de los sin poder”.

La ley, las normas claras, los reglamentos que se cumplen, el desempeño de las obligaciones son el mejor instrumento de protección de los débiles. Y si hay algo débil es el individuo. Dentro y fuera de un partido.

"Izquierda quiere decir, en efecto –hoy como ayer, hoy más que ayer–, estar de la parte del más débil, del más frágil, del más indefenso, del más expuesto, del más en peligro. Si esto es verdad, entonces izquierda quiere decir individuo“.

O con otras palabras: “la política de la izquierda es, pues, la política que tiene como objetivo constituir a todos y cada uno en individuos autónomos, y entregarles, de forma irrevocable y no ficticia, el control de las instituciones”. ¿Se da esto mismo en el PSPV? ¿Puede darse?

¿Es pensable? Es pensable una organización sometida a controles legales que impidan el despilfarro o el juego exclusivamente oligárquico. ¿Se ha conseguido? Ha llegado el momento de que funcionen siempre y regularmente los controles: la ley, las normas. los reglamentos, las obligaciones. No valen subterfugios, zancadillas y marrullerías. Como no valen cargos eternos, influencias perpetuas, poderes en la sombra.

Repito con Paolo Flores d'Arcais: “la política de la izquierda es, pues, la política que tiene como objetivo constituir a todos y cada uno en individuos autónomos, y entregarles, de forma irrevocable y no ficticia, el control de las instituciones”.

Yo no milito en el PSPV, pero espero algo así.

John Lennon

Por: | 26 de enero de 2014

Un posible Lennon

CoolTure

DavidFoenkinosLennonUno. Leo con placer, con arrobo, con incredulidad la obra de David Foenkinos. ¿Su título? Lennon. Es un libro dedicado al componente y líder de The Beatles.

Publicado originariamente en 2010 y editado en España por Alfaguara en 2013 con traducción de César Aira, el volumen capta, convence, entretiene. ¿Por qué?


Dos. No sé explicarlo muy bien. Quizá sea esa primera persona narradora que habla y persuade. No se trata sólo de contar cosas, sino de convencer, de hacerte con el lector. O con esa lectora resistente.

Hay que hacer las cosas muy bien, hay que escribir con gran dominio y arte, para hacernos creer que quien nos relata todo es John Lennon. El yo, la primera persona, evoca su pasado, lo narra atropellada y ordenadamente. A la vez.

Hay orden expositivo para que sepamos en qué momento nos encontramos y al mismo tiempo hay digresiones, incisos y vueltas al presente. ¿A qué presente? A la segunda mitad de los 70.


Tres. He dicho que leo esta obra con incredulidad, cosa que parece contradecir lo que después añado: que el narrador que habla en primera persona es muy convincente. No hay tal contradicción. Cuando digo con incredulidad digo con pasmo. Leo con asombro.

Es muy arriesgado literariamente recrear la voz, el estilo, los pensamientos, los sentimientos, el timbre y la sintaxis de John Lennon. Todo el mundo cree conocerlo y muchos hemos escuchado sus declaraciones o peroratas.

Numerosos seguidores saben instintivamente si esos giros, esa forma de expresarse, esos silencios o esos renuncios son de él. Pues bien, David Foenkinos provoca dicha impresión.

¿Y qué nos cuenta Lennon, el Lennon de Foenkinos?

Cuatro. Foenkinos pone en boca de Lennon la vida en primer persona, los hechos disfrutados y padecidos por un muchacho que tuvo una infancia dura e incluso desastrosa, con grandes carencias emocionales.

JohnLennonLa vida narrada por un adulto que maduró a trompicones. con debilidades y arrogancias, con genio y creatividad. Un hombre que siguió aferrado a ciertos episodios infantiles y al dolor que éstos le ocasionaban.

La vida contada por un joven al que de repente se le viene el éxito encima, un suceso multitudinario e invasor. Gracias a los colegas del grupo, gracias a The Beatles, ese muchacho podrá sobrevivir aferrado a la afectividad, a la camaradería, al humor y a las drogas.

Parte de su existencia irá a la deriva y de parte de su vida podrá hacerse responsable. ¿Es verdad lo que nos cuenta Foenkinos en esta novela? ¿En cierto lo que el autor pone en boca de Lennon?

La obra, ya lo he dicho, transmite un efecto de gran autenticidad y yo, que no conoczco al detalle la vida de John Lennon, leo totalmente persuadido. Eso tiene mérito, mucho mérito: el relato elegante y desgarrado, humorístico y serio, nos transmite confianza en el género humano, en su capacidad de autoanálisis y en su expectativa.

Hay alguien que escucha, sí, y hay alguien que mata.


Cinco. John Lennon, again. Estoy satisfecho de haber escrito por entregas mis impresiones sobre la novela de David Foenkinos, ese 'Lennon' (2013) que persuade desde la primera línea.

Al detallar mis impresiones no puedo precisar situaciones o episodios que los lectores podrán descubrir si efectivamente se hacen con esta obra.

¿Revelar más cosas, circunstancias, hechos? Yo no perdonaría al crítico que me destapara y me destripara una ficción. Hay comentaristas que hacen eso: a falta de imaginación o de escrúpulos, confiesan episodios sobre los que, por caridad, deberían callar.

He creído decir mucho, pero no tanto como para quitar el interés. Lennon es una figura gigantesca, un tipo normal que supo sacar ventaja de sus habilidades y de su dolor, un joven que supo oponer frente a una avalancha. ¿Supo?

En la vida tenemos serios reveses que no son necesariamente producto o resultado de nuestra mala cabeza. Lo mejor que podemos hacer es aprender para vivir mejor y con más tino, instinto y olfato. Aprender para saber disfrutar y para saber demorar el placer. Aprender para confirmar que la muerte nos lo quita todo.

Al leer a David Foenkinos, he tenido la tentación de ayudar a Lennon, de advertirle. Yo creo saber cuál es el colofón de la historia, la consumación triste de su trayectoria y precisamente por eso he querido aconsejarle.

La existencia es eso: acercarte a los Apartamentos Dakota sin saber qué hay detrás, qué hay de lo mío, qué quedará; acercarte sin mentor que te salve.

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Serna & Lillo Asociados, Young Americans. La cultura del rock (1951-1965). Madrid, Punto de Vista Editores, 2014 (en prensa).

Carlos Arias Navarro

Por: | 24 de enero de 2014

Don Carlos Arias Navarro

Por Justo Serna

En el programa del Gran Wyoming titulado El Intermedio aparecen con mucha CarlosAriasNavarrofrecuencia unas imágenes de don Carlos Arias Navarro. Lo que vemos repetidamente es su intervención del día 20 de noviembre de 1975, ese momento de la mañana cuando desde TVE se dirige a todos los españoles para anunciarles que Francisco Franco ha pasado a mejor vida.

Españoles, Franco ha  muerto”. Es un blanco y negro funerario, rotundo. Sucio. Y la cara del jerarca denota malestar, inquietud. Pocas horas de sueño. O zozobra ante el porvenir. La muerte del Generalísimo dejó inermes a sus más directos seguidores. ¿Acaso porque se les arrebataron los patrimonios o los privilegios?

 No. Sencillamente porque el país había cambiado, porque la sociedad estaba convulsa, porque el mundo se les caía encima. Qué momento tan angustioso. El Caudillo moría y las instituciones lo perpetuaban, según había indicado el propio General. Sí, pero quiénes eran las instituciones. ¿Acaso don Juan Carlos?

 La España posterior al Generalísimo era un Reino sin Constitución; era una Monarquía que se saltaba el orden dinástico; era una extrema derecha que lamentaba y combatía el poder de los enanos infiltrados (gentes franquistas que habría dejado de serlo), una extrema derecha que perseguía a los universitarios díscolos o levantiscos. La España posterior al Caudillo era igualmente una extrema izquierda desnortada, deseosa de implantar el socialismo realmente existente: en especial el chino, el maoísta.

 Federico Jiménez Losantos nos cuenta en uno de sus libros de memorias el apego que le tenía al comunismo amarillo,; nos cuenta su viaje a la República Popular, su caída del caballo. Es enternecedor el relato del periodista. Fue a China a confirmar que aquello era una dictadura. Sin duda, a Jiménez Losantos le faltaban sentido común, estudios y capacidad de observación.

 Pero había una muchachada sensata, gente de izquierdas que supo tragarse sapos para conseguir la democracia y que hizo valer su legitimidad; y gente de derechas que vio venir el declive de la dictadura. No sabemos si lo hicieron bien o mal o regular, por interés o por amor a la patria.

 Lo cierto es que muchos habíamos vivido nuestras infancias y primeras adolescencias bajo una tiranía. Gracias a aquel cambio, alicorto pero cambio, conseguimos salir de un régimen impresentable, incomparable.

 Hoy, la televisión debería repetir una y otra vez las imágenes de aquellos jerarcas del franquismo. Con sus ternos casposos, con sus alientos cariados, con sus ideas envilecidas. Uno de ellos era, sin duda, el suegro de Alberto Ruiz-Gallardón. Mejor dicho, quien será más adelante el suegro de Ruiz-Gallardón.

Utrera Molina:  se le llamaba, así, sin nombre. Había sido ministro y había sido valedor de la obra del Caudillo. Aún lo tienen por ahí. Hemos de recordar de dónde venimos.

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Carlos Arias Navarro, Marqués de Arias Navarro, Grande de España

Por Félix Vidal

Carlos Arias Navarro era ministro de la Gobernación cuando fue asesinado el almirante Arias_Navarro_y_FrancoCarrero Blanco. A este último llegó a sustituirlo en el sillón de Castellana 3 en contra de todos los pronósticos. Al parecer, gracias a los buenos oficios del gineceo de El Pardo, donde gozaba de buen predicamento. Inició un timidísimo proceso de apertura que pasó a la Historia como el “Espíritu del doce de Febrero” sin pena ni gloria excepto por el alboroto que provocó en el gallinero del Búnker.

Estamos en la primavera de 1974, Arias presenta ante las Cortes un descafeinado y tardío  proyecto de Asociaciones Políticas que venía coleando desde la década anterior, se podría resumir en el derecho a decir lo mismo (Principios del Movimiento Nacional) de distintas formas y con distintas tonalidades. Para ese viaje no hacían falta tantas alforjas y tantas provocaciones a los irreductibles del Régimen.

La  Guerra Civil sorprende a Arias Navarro en Málaga, donde es protegido de forma generosa  por una familia logrando así salvar su vida amenazada. Liberada la ciudad por el glorioso Ejército Nacional -e italiano-, nuestro hombre es nombrado fiscal por las nuevas autoridades, militares por supuesto,  solicitando y obteniendo la penacapital para los hijos de la familia que le proporcionó refugio, sustento y tranquilidad. En honor a tales méritos adquirió el sobrenombre de “Carnicerito de Málaga”.

Corría el año 1944 cuando inicia su andadura política  en la provincia de León, en calidad de Gobernador Civil y jefe provincial del Movimiento. Será allí en donde conozca a una dama perteneciente a una familia de las más acomodadas y conocidas de la ciudad, a dama a la que desposará. Con el oficio bien aprendido, tras su paso por León y otros gobiernos civiles, alcanzará el importante puesto de Director General de Seguridad donde se anota en su haber la detención del dirigente comunista Julián Grimau, posteriormente fusilado.

Nos encontramos en el ecuador de la década de 1960, la España desarrollista, el Seiscientos,  el boom de la construcción, el turismo, las suecas... Nuestro hombre decide otorgarse un cambio de aires y cambia los severos despachos de la Puerta del Sol por los más confortables de la Alcaldía de Madrid,  la Villa del Oso y el Madroño. En este  nuevo destino puede disfrutar de la cercanía del pueblo llano, inaugurar parques y otros menesteres, todo ello sin menoscabo de los réditos que le reportan su puesto de notario  en Madrid y otros negocios de distinta índole que se cuecen al calor de la urbe en pleno apogeo (entonces no existían las incompatibilidades, esas incompatibilidades).

Pero volvamos al “12 de febrero”, muerto antes de nacer… un aborto por malformación congénita. En 1974, Arias desconfia de todo y de todos, hasta de la Iglesia: a punto está de expulsar del territorio patrio al obispo de Bilbao, sólo la amenaza  de excomunión consigue paralizar la medida. Ni siquiera el entonces Príncipe Juan Carlos  se salva  de que le pinchen los teléfonos del Palacio de la Zarzuela, probablemente no era de fiar.

20 de noviembre de 1975, aniversario de la muerte de José Antonio Primo de Rivera y Buenaventura Durruti (aunque esto no es muy conocido)…”Españoles, Franco ha muerto”… sonrisas y lágrimas. Y el que no era de fiar se convierte en Rey con un Jefe de Gobierno heredado del dictador. Arias, careciendo del más mínimo sentido de la oportunidad, la decencia y la corrección política, no pone su cargo a disposición  del nuevo Jefe del Estado. Aunque tampoco hay que llevarse las manos a la cabeza, con semejante currículo tampoco se pueden pedir peras al olmo. La situación se tensa progresivamente durante siete meses hasta que el Rey logra quitárselo de encima con lo cual se inicia la Transición a la Democracia. Además, lo nombra Marqués con Grandeza de España, casi ná… con tal de perderlo de vista, lo que sea.

Desprovisto por Real Decreto de la Presidencia del Gobierno, nuestro hombre acomete su última aventura política presentándose como candidato al Senado por Madrid en las primeras elecciones democráticas celebradas en junio de 1977. Formaba parte de una candidatura  que se denominaba “Alianza Popular”, que ya no recuerdo bien si era un partido político, una coalición o una federación. Yo era muy joven, ni siquiera pude votar, lo que si recuerdo es queera más conocida como “Los Siete Magníficos”, por estar liderada por siete viejas glorias, exministros de Franco, cuya ala más liberal estaba representada por el sr. Fraga Iribarne. La ingratitud  de los madrileños  impidió que nuestro hombre se convirtiera en senador de la Democracia, cosa que le obligará a retirarse de la vida pública y a disfrutar de su fortuna y títulos nobiliarios en su casa de vacaciones en Salinas.

El Señor del Gran Poder

Por: | 20 de enero de 2014

La palabra que Josep Torrent emplea en su blog para calificar a Carlos Fabra es exacta, justísima: 'Un CarlosFabra2cacique en la plaza de toros' titula el post en El País.

El cacique es alguien con poder discrecional, alguien que dispone de recursos públicos y propios y que los hace valer para aumentar su dominio. La institución es su recinto, el espacio que gobierna con mano de hierro o con guante blanco pero siempre en beneficio propio.

Desde la Restauración española de la dinastía Borbónica (1874) y sobre todo desde que Joaquín Costa tipificara al cacique, esa figura nos resulta bien conocida.

Los regocijos públicos se le deben. La beneficencia y las caridades públicas se deben a él. Las infraestructuras se le deben. Las mejoras urbanas o rústicas se deben a él.

El ciudadano que vive bajo un régimen de caciquismo siente, experimenta o padece el dominio incontestable del notable local, del patrono, ese señor del gran poder capaz de remover obstáculos y capaz de imponer su criterio.

Dispensa favores, sortea la dificultades legales, administra con largueza los recursos para contentar o pagar los servicios que se le prestan, las servidumbres a que somete.

Un cacique es generalmente un varón. ¿Por qué razón? Aparte de la tradición, porque es una figura muy masculina, de poder, de dominio.

Suele ser un hombre patriarcal, el principal de una familia reconocida o temida: un patriarca, sí, que se sabe con cualidades dinásticas o atributos personales. O esa influencia le viene del parentesco o ese halo lo desprende su propio cuerpo.

El cuerpo, sí, suele acentuarlo con bigotes, barbas, cabelleras o sombreros que denoten su masculinad. Lo ideal sería lucirse con corona y manto de armiño, con oros y joyas deslumbrantes, con abalorios que despertaran la admiración de los ciudadanos-súbditos, pero finalmente estos privilegios están reservados para los soberanos. Por ello, el cacique debe contentarse con ropas más humildes, más plebeyas, pero siempre distinguidas.

El cacique no está solo. Lo normal es que tenga una guardia pretoriana, unos individuos que lo protegen y que le resuelven los obstáculos minúsculos de la vida cotidiana.

Tiene, además, una clase de servicio, un sector más amplio de tipos afines que, pagados o no, son sus portavoces, sus adalides, sus rendidos admiradores.

El cacique promete, ejecuta y resuelve con gran determinación, saltándose el ordenancismo de las instituciones y las minucias legales del Estado y sus administraciones.

El cacique es mi dueño, a él le debo lo que soy, me hizo favores que no pude rechazar y se preocupa de colocar a los desvalidos que hasta él se acercan para pordiosear ayudas.

¿Por dónde está la puerta de salida? ¿Cómo escapar de un régimen de sinecuras y presiones, de amenazas y ventajas?

Está pasando, lo estamos viendo.

Historias e historietas

Por: | 16 de enero de 2014

Viñetas de posguerra¿Cuál es el poder de la creación? ¿Para qué sirven la literatura y la cultura, el grafismo y el ilusionismo? ¿Para qué sirve la fantasía? De entrada, para nada útil. Si somos fantasiosos, poca ventaja obtendremos. Al menos, la ilusión no puede emplearse inmediatamente, con un objetivo práctico. Las ilusiones no desempeñan funciones operativas: no son herramientas.

Las novelas, las novelas gráficas, las historietas, los tebeos no tienen una utilidad instantánea, pues. Pero son un medio de conocimiento y de instrucción moral. Aprendemos cosas, del aspecto de los personajes, de las circunstancias de los caracteres, de los episodios que viven o padecen. Y nos sirven para cotejarnos, para comparar lo que hacemos con lo que hacen esos personajes reales o inventados.

Los artefactos culturales, los relatos escritos, gráficos o audiovisuales, nos enseñan qué es el bien y qué es el mal, cómo obran algunos para achicar ese mal o para facilitar el bien. O, como diría Carlo Ginzburg, la cultura aumenta y entrena la imaginación moral: nos permite mirar y evaluar las conductas ajenas para así examinarnos a nosotros mismos según el principio de realidad.

Pero la cultura también es una enmienda de lo real, de esa realidad que se nos impone y que frecuentemente nos sofoca. O, por decirlo con frase de Cesare Pavese mil veces repetida: la cultura es una defensa contra las ofensas de la vida, una forma de enfrentar las afrentas ordinarias, esas cosas que nos ocurren y cuyo padecimiento tratamos de calmar. ¿Cuál es el principal daño que padecemos?

El hastío, sin duda. ¿El segundo dolor? La expiración, la muerte, por supuesto. La cultura es un instrumento glorioso, humano y elemental para retrasar esa muerte. O para compensar lo que la existencia nos arrebata. Con los artefactos de la cultura nos engañamos, nos ilusionamos, nos creemos mejores o superiores, nos confirmamos o nos conformamos. O, como diría Sigmund Freud, nos proyectamos para identificarnos, para sublimar lo bajo, lo ruin, lo penoso.

Las composiciones culturales son también un repertorio de voces, la restitución de los lenguajes que hablan los distintos personajes, esos que son duplicado o mala copia de personas reales y que leemos en las historias e historietas. ¿Cuál es el resultado de estas operaciones? Cuando nos adentramos en una novela o en un cómic es probable que leamos una suma de documentos posibles, textos con diferentes sintaxis y con distintos narradores, por ejemplo, que se expresan con variados giros y signos. Es probable que los veamos de modo distinto. Saber captar esa diferente entonación de los personajes hace grande a un autor y nos hace experimentar la verosimilitud de lo contado o mostrado.

Dentro de mí conviven muchos sujetos posibles, pero de esos personajes no lo sé todo: querría conocerlos, incluso caracterizarlos con precisión, hacer de ellos un ordenamiento. Eso mismo declaraba Honoré de Balzac en 1842, en el prefacio de La comedia humana. Pero ya no estamos en el siglo XIX. Frente al candor de Balzac –la posibilidad de presentar el elenco completo de los tipos humanos–, reconocemos la dificultad de saber cómo son de verdad los individuos: los reales y los literarios, los históricos y los inventados, los internos y los externos, los novelísticos o los tebeísticos.

Entre la transparencia y la negrura, el lector se empeña en conocer a esos interlocutores reales o imaginarios de los que algunas cosas se dicen y otras no, hablantes de un mundo interior o exterior, una pluralidad de gentes que no siempre nos dejan en paz.

Desempeñamos papeles diferentes, pero tenemos también significados distintos. Sólo la realidad y la vigilia nos obligan a establecer sucesiones obedeciendo variados códigos. Además, a esas muchas cosas que somos se añaden las que no somos pero con las que especulamos o cavilamos: las suposiciones que hemos desechado o los objetivos que hemos abandonado. O esos personajes que hemos hecho nuestros, esos tipos cuyas experiencias nos sirven para evaluarnos.

Lo no ocurrido también forma parte de nuestro yo virtual. Lo potencial nos pesa tanto como lo acaecido y experimentado propiamente. Y por eso también la cultura nos hace sumar lo que no hemos consumido o vivido. El despliegue de vidas posibles también enaltece lo cotidiano, cierto, pero ese hecho nos hace ver lo accidental de lo que realmente vivimos.

Vivimos más gracias a la hipertextualidad y a la hiperrealidad, decía Umberto Eco. Son instrumentos que multiplican los usos de la escritura y de la existencia, cierto. Nos quitan las rutinas dándonos posibilidades de restaurar lo pensado, lo escrito, vivido… virtualmente. Pero la vida de cada uno se acaba. Los artefactos culturales son textos cerrados con un número variable de palabras, con un número limitado de personajes y situaciones. O de viñetas.

En principio, no es posible modificar esas palabras, esos personajes, esas situaciones, esos dibujos. Parece una trivialidad, pero no lo es: el lector, capaz de rehacer el sentido una y mil veces al final tropieza con un texto y con unas imágenes que son como son, que no tienen remedio ni desenlaces varios, alternativos. Descubrir que la existencia se acaba, que las páginas se acaban, que las novelas o las historietas se acaban es hoy en día una enseñanza muy provechosa, una lección de humildad para todos nosotros, los usuarios de lo virtual.

Y fin. Pongo fin. Quiero ser breve. Yo no puedo acompañarles en Gandía esta tarde en la presentación de Viñetas de posguerra (PUV, 2013), de Óscar Gual. ¿Acaso por el mucho trabajo? No es trabajo ni docencia; es dolencia. Lo que quisiera es pedirles disculpas por no poder estar ahí. Ese malestar inespecífico al que llamamos gripe me impide desplazarme: primero gripe, luego bronquitis, ahora afonía. Nada grave: un trancazo, una molestia general. Es tan pedestre mi malestar que resulta hasta divertido.

Hoy resulta gracioso, sí. Hace unos años, este cuadro vírico me podría haber matado. La historia sirve, por ejemplo, para estas cosas: para saber a qué nos enfrentamos. El malestar no es cosa de broma ni de amenaza, sino de circunstancia: podemos bromear si tenemos recursos, defensas y conocimientos. Y conocimiento. En menos de un año, la dolencia la he padecido dos veces dejándome desarbolado. Tengo que decir lo mismo, pues. El cuerpo es el organismo que disfruta o sufre. Veamos lo segundo.

Es entonces, cuando estamos malos, cuando percibimos los límites, la inconsistencia. Y es entonces cuando suelo pensar en La montaña mágica (1924), de Thomas Mann. ¿Recuerdan? Davos, Hans Castorp, un sanatorio suizo. Lo primero que uno evoca al acceder a ese mundo es que efectivamente es el mundo de ayer, como dijera Stefan Zweig. La acción transcurre antes de la Gran Guerra, antes de 1914, en un balneario de los Alpes. La montaña mágica es una de las grandes novelas simbólicas de Mann sobre la Europa burguesa, sobre la historia contemporánea, sobre el arte y la sublimación de lo orgánico y lo material, sobre la enfermedad. Sobre 1914.

Es simbólica porque el espacio, el tiempo y los personajes representan una cosa diferente a lo que creemos. El sanatorio para tuberculosos es algo así como la Europa de preguerra: un sitio estancado, mórbido, frío, un islote desierto. Hans Castorp es un joven huérfano, de origen comercial, que acude al balneario de Davos. Un burgués, un tipo próspero pero aún por definir, alguien de buen linaje y de destino incierto. Settembrini y Naptha, educadores de Castorp, encarnan las grandes posiciones ideológicas de Occidente: lo racional y lo pasional; el iluminismo y el romanticismo. Etcétera. El fin de este mundo aquietado viene con la Gran Guerra, con el alistamiento: todo se viene abajo… Como uno mismo. Hace un siglo de todo esto. No le daremos más vueltas. Me encuentro mal y no puedo acompañarles. Y bien que lo lamento.

Óscar Gual es un tipo serio, formal, trabajador y muy agudo, muy ingenioso. Su análisis del cómic de la posguerra española es sencillamente abrumador, canónico. Quiero decir: examina Roberto Alcázar y Pedrín (1941) y El guerrero del antifaz (1944) y observa con detalle y detenimiento los menores indicios para sacar provecho. Es como un minucioso entomólogo (perdonen el tópico): un analista que ajusta la lente para ver lo que a simple vista no se distingue. Lo cual es paradójico, pues las historietas fueron concebidas para ser vistas sin esfuerzo, para ser absorbidas sin digerirlas. Sin embargo, todo artefacto cultural tiene contexto y tropezones: a poco que paladeemos el producto advertimos lo que por desidia no advertíamos. A Óscar Gual no se le pasa nada. Y lo hace con una prosa correcta, atractiva, por momentos cautivadora. Le dirigí la tesis doctoral y bien que me felicito de ello. El tribunal era de postín y la evaluación fue la máxima.

No se pierdan este libro, Viñetas de posguerra. Yo aprendí mucho del franquismo gracias a las fantasías anacrónicas de los dibujantes. El franquismo fue un régimen fantasioso y fantasmagórico: como son los tebeos. Pero fue también un sistema cruel, represivo. El cómic permitió sobrellevar lo que era crueldad y malestar. Óscar Gual nos lo hace ver sin condenar a quienes concibieron aquellas historietas y a quienes disfrutaron aquellas historias.

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Las Infantas

Por: | 07 de enero de 2014

InfantasCuando yo era muy chico, en los años sesenta del siglo XX, descubrí que en España había Infantas, muchachas con sangre real. Fue una sorpresa. Un extraño suceso.

Es como cuando descubres que, pese a las apariencias, las ballenas no son peces, sino mamíferos. ¿Mamíferos? ¿Quién lo diría? Esto último me lo reveló un historiador inglés. En lo de las Infantas no intervino un historiador, sino la historia.

Qué cosas: en España aún tenemos de eso, una Familia Real en la que sus miembros viven como mamíferos.  Como ballenas, no. A ver si saben comportarse, me decía yo siendo ya mayorcito. Son chicas de su tiempo, insistía, no Borbones en pelotas, como le tocó padecer a la España decimonónica: con Isabel II y su Corte de los milagros. No hay monjas de las llagas, no hay confesores estrambóticos…

Siendo jovencito, prácticamente de la misma generación que las Infantas Elena y Cristina, constaté que había muchachas de sangre azul que jamás reinarían porque su hermano menor se les adelantaba. Qué cosas: yo nunca tuve hermanas; pero sí que tuve un hermano que se me adelantó, tanto…, que se me murió deprisa y corriendo.

Tener como destino la condición de Infanta me parecía muy triste. Aún me sigue pareciendo algo extraño. Sabes que perteneces a una buena familia, de posibles. Con ropa de entre tiempo y abalorios. Sabes que puedes hacer valer tus tesoros intangibles. Sabes que puedes tener un buen matrimonio: no puedes, sino que estás obligada. Total, todo eso... ¿para qué? Felizmente no estamos en otros tiempos, y las muchachas Elena y Cristina son chicas modernas. Y rubísimas. Increíble.

Es decir, pudieron casarse con quienes quisieron, muy detenidamente elegidos. Pudieron estudiar algo, algo que diera relumbrón; pudieron tener un trabajo o trabajillos, recibir patrimonios y, en fin, llevar una vida más o menos regalada. ¿Sin rendir cuentas a nadie? Eso parecía: con retratarse para el ¡Hola! ya parecían cumplir con las obligaciones propias del Infantado. Una vida regalada, ya digo.

Aun así, siempre me pareció un esfuerzo baldío, una obligación que no conducía a nada. Porque, vamos a ver, las tareas encomendadas a las Infantas, ¿cuáles eran? ¿Lucir en la foto, molestar lo menos posible, aconsejar a su hermano menor, ser hijas-modelo, cuidar de sus futuros esposos? La labor de las muchachas no era muy lucida, admitámoslo, y cualquiera en su posición se perdería a las primeras de cambio. Yo, con una familia plebeya, me pierdo continuamente.

El cambio... Y el cambio en España ha sido muy notable. Los esposos de las Infantas, secundarios, irrelevantes, de poca hondura o hechura, han cumplido malamente sus papeles. Lejos de permanecer fuera de los focos, han estado en el centro de la actualidad, quitándoles protagonismo al Príncipe y a su Magna Esposa. No han renunciado a nada, como la juventud hedonista que dispone de numerario para sus lujos y pujos. ¿Como pijos?

Con tan escasas convicciones, con tan poco sacrificio y tan mal asesorada, la Familia Real acabará por arruinar el linaje, la dinastía y la España constitucional (que es algo más serio). Ah, los viejos buenos tiempos, cuando en Marivent se reunían los Borbones para el primer posado del verano (tras Ana Obregón). Ahora: de Mallorca sólo nos llegan pésimas noticias. Ah.

Empresas benéficas que no son tales, mariditos que son bravíos o visten con cortinas de raso como pijos de Serrano o vascos de tronío, ingresos que son escandalosamente abultados, con las carteras repletas. ¿Delitos? Qué dolor.

Como me enseñó Marisa Begué, Dios, llévame pronto.

El lector

Por: | 05 de enero de 2014

EllectorHace casi cuarenta años yo sólo era un lector, un muchacho que luchaba por abandonar la adolescencia en el momento mismo de ingresar en la Universidad. Era frecuentemente taciturno y casi no tenía amigos que me agradaran. Esa circunstancia de desamparo se agravaba por el hecho de padecer una huelga interminable de profesores. Los recién ingresados estábamos desorientados, sin saber qué hacer. O tal vez sí: tal vez tuve claro lo que quería hacer. Por eso, por no poder disfrutar de unas aulas vacías y por no poder compartir con nuevos amigos mis inquietudes, solía irme a los Jardines de Viveros, en Valencia, a leer.

No me agradaba la soledad lectora a la que me entregaba en tardes inacabables: sentado en un banco del parque, rodeado de ancianos y de parados, me dedicaba a devorar libros con gusto, con rabia, anotando en escuetos cuadernos o folios arrugados lo que aquellas páginas me sugerían. Echaba vistazos a lo que a mi alrededor pasaba por si algo cambiaba mi suerte. Pero nada ocurría: seguía viendo viejecitos y seguía sin ver jóvenes con quienes comunicarme y discutir sobre lo que leía o veía. Pues bien, sólo por eso acababa leyendo aún más. Tenía tantas ganas de acumular libros (nunca fui un bibliófilo) que los ejemplares que podía adquirir siempre me parecían pocos.

Justo por eso adquirí entonces una costumbre curiosa: la de escribir directamente a las editoriales, la de dirigirme a las grandes casas cuyos fondos deseaba. Solicitaba catálogos, prospectos publicitarios, todo lo que buenamente pudieran mandarme. Hablo de cuando tenía quince o dieciséis años, una edad que me resultaba odiosa, carente, ese tiempo en que adoleces…Yo había vivido el final de mi infancia en Bétera, en donde había hecho buenos amigos, pero conforme llegaba a la adolescencia, un traslado definitivo de mi familia a Valencia y mis propias aficiones lectoras me fueron apartando de aquellos muchachos con los que había crecido. Fue por eso por lo que me refugié pronto en los libros, como un alivio temporal. Lo que empezó siendo provisional acabó, sin embargo, convirtiéndose en duradero. No podía comprender cómo había lectores de un solo libro, cómo podían contentarse con tener un único volumen en la mesilla de noche. A pesar de que mis padres me facilitaban dinero para libros, mi economía adolescente no me permitía grandes compras y por eso, sólo por eso, me dirigía a las editoriales buscando papel impreso y, probablemente también, un interlocutor.

Cada vez que en el buzón familiar aparecía un paquete o carta postal de Alianza, de Península, de Ariel, aquel presente me colmaba de dicha. En aquel envío había novedades y una lista de libros que me llegaban. Los mejores catálogos no sólo contenían un elenco de los fondos: añadían también algunas fotografías de las cubiertas de los volúmenes más destacados e incluso una síntesis de sus contenidos o un extracto de sus páginas. Decía Groucho Marx en 'Groucho y yo' que él ejerció de joven como lector gorrón entendiendo por tal actividades depredatorias en las librerías neoyorquinas. No se trataba tanto de robar un volumen cuanto de leerlo gratis.

Algo de esto hice yo también: me recuerdo algunas tardes en la librería de unos grandes almacenes leyendo de gorra, saltando entre las páginas de libros que no me podía comprar…, así hasta que un día (sí, lo admito) hurté un ejemplar muy codiciado y de precio inaccesible: el primer tomo de las obras en colaboración de Borges y Bioy Casares. Dicha necesidad me la alimentaron los catálogos de Alianza, pero también aquellas bellísimas y chocantes cubiertas que Daniel Gil hacía para su fondo. Es decir, los prospectos publicitarios de las editoriales habían provocado en mí su efecto deseado: que no renunciara a tener aquel lujo del pensamiento, de la creación, de la literatura, en fin.

Cuando Ariel o Península me contestaban, me sentía importante, un corresponsal animoso de provincias al que los grandes ejecutivos de Barcelona consideraban todo un señor. Yo, por supuesto, no confesaba nunca mi edad y daba a entender que era un hombre de mundo, resuelto y con mucha determinación. Es más: pensaba que algún día también yo publicaría libros. Qué sueño… Pero sobre todo, entonces, lo que más me atraía era establecer una relación de iguales entre los editores y yo. Era tan inocente que cuando un ejecutivo me contestaba mi soberbia intelectual me hacía creer que yo formaba parte de ese mundo literario o bibliográfico que añoraba. Quería pensarme manso y temerario a la vez, dispuesto a decir, a decir profusamente ante mis interlocutores (en este caso, los editores), ensoberbecido por las palabras y por las imágenes con las que quería expresar mi mundo.

Tanto es así que durante un mes, por ejemplo, un importante comercial de la 'Enciclopedia Británica' me estuvo telefoneando a casa para ver si efectivamente compraba ese depósito del saber por el que yo había manifestado tanto interés. Charlábamos durante minutos y minutos sobre aquel repertorio, sobre su calidad. Para que todo fuera creíble yo engolaba la voz y me hacía el mayor, pero sólo para demorar el no, el no puedo, el no puedo adquirir esa joya que usted me propone en cómodos plazos. Ya ven: mis relaciones con los libros fueron en principio y sobre todo con los editores o con sus mediadores: gentes animosas y anhelantes como yo. Sólo después he conocido a escritores, a autores. Sólo después yo mismo he visto cumplir mi sueño: publicar libros. Sin embargo, ahora que lo pienso, mi sueño no es ése.

En realidad, lo que siempre he deseado es seguir siendo lector. Han pasado casi cuarenta años, ya digo, tengo una profesión (soy historiador) y, más allá de mis autores favoritos, de mis libros más apreciados, tengo amigos y amigas con los que compartir dudas. Pero a la vez creo que sigo haciendo básicamente lo mismo: leer… Incluso cuando redacto, escribo aquello que me gustaría leer y que no lo he visto en los fondos de las editoriales.

Ustedes ya me van entendiendo.

 

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Colección Thyssen-Bornemisza.  Ferdinand Hodler, El lector c. 1885

El País

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