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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Le haré una oferta que no podrá rechazar

Por: | 28 de febrero de 2014

"i'll make him an offer he can't refuse"

El padrino: Oscar de los Oscar El  film es votado por los lectores como el mejor de los que han obtenido el Oscar a mejor película en las 86 ediciones del premio...

El Padrino (1972), de Francis Ford Coppola, es un film que he visto y vuelto a ver en numerosas ocasiones. No me jacto de ello. Es rara la familia que no ha disfrutado de dicha película: incluso en ElPadrinocomandita, todos los parientes consumen su tiempo en común. Todos los familiares juntos mostrando su estupor.

Mi noción primera de la Mafia procede de esta película. La vi siendo adolescente y sin duda el film me sobrecogió. ¿El mundo puede ser así, tan violento y fatal? ¿Sin perdón? Me deslubraron Marlon Brando, su voz afónica en el doblaje español, las mandíbulas amenzadoras, la jefatura indiscutible, la lentitud de sus gestos y la determinación de sus condenas.

Luego vinieron las conversaciones que mantuve con mi padre a propósito de la obra de Mario Puzo, la novela de la que procedía el film. Yo iba creciendo tontamente, despistado, y mi padre iba leyendo provechosamente. Entre las miles de novelas que registró, El padrino estaba entre sus favoritas.

Yo nunca la leí: la ficción de Puzo (quiero decir). Pero mi padre la disfrutó al menos en dos o tres ocasiones. He de mirar sus archivos, esos registros particulares. Curioso su empeño y curioso mi desinterés. Supongo que tienen que ver con rivalidades generacionales o incluso con algún asunto más ridículo.

Después, cuando mi padre ya era un anciano, investigué sobre este fenómeno, sobre la Mafia. Leí, vamos. Al pasar un curso académico en Italia, en Bolonia concretamente, no dejé de averiguar con regularidad y dedicación lo que los antropólogos decían sobre este fenómeno: sobre la Mafia, la Camorra, la 'Ndrangheta.

La Mafia es una trama de extorsiones, de violencias; una trama que reemplaza al Estado, que sustituye a las instituciones. En Valencia, regularmente, no tenemos muertos en la plaza pública; tampoco tenemos linajes enteros acribillados por familias rivales y hostiles. No vivimos en un estado de intimidación semejante. Pero la Mafia es algo más que ese terror extraordinario. Es también un miedo cotidiano.

Es una red particular que se lucra con lo público, gentes que se benefician de su posición privilegiada. Prestan ayuda, auxilio, asistencia que el orden legal no podrá conceder. Es una red que hace favores, que concede prerrogativas. Acogen, tratan, apoyan, pero sobre todo tutelan en una circunstancia siempre comprometida. Protegen: eso es la lógica mafiosa. Nosotros velamos por vosotros y vosotros, en contraprestación, nos concedéis estas o aquellas ventajas. Nos lo agradecéis materialmente y nosotros, a cambio, os permitimos desarrollar una vida ordinaria: negociar o gobernar. Un servicio por otro. Y si es preciso apiolamos.

Como lo mafioso, como el delito organizado, quiebra toda confianza y elimina los vínculos legales, el fenómeno --ya digo-- acabó por interesarme. Más allá de la película, digo. La sumisión voluntaria, la famiglia como marco de referencia y de obediencia, el individuo como resorte, i capi como jefes jerárquicos, la lealtad, la omertà, la vida corriente en una circunstancia extrema, los dones, los favores, los regalos, los sicarios. Y, luego, los individuos que no ven, que se someten, que aceptan el estado de cosas.

A mi interés creciente, renovado, contribuyó sin duda la actuación de Marlon Brando en aquella película temprana. No hay actor de la saga que pueda equiparársele. Tengo un pack con las tres películas. Las he vuelto a ver recientemente con devoción, con recogimiento. Con inquietud incluso: tras haberme rendido a Los Soprano (1999-2006), esperaba lo peor. Amo a Tony Soprano-James Gandolfini y temía enfrentarme a un mito adolescente.

Francis Ford Coppola es grande. Pero Brando no tiene comparación: todos  los actores de las tres películas son livianos, de una pieza, sin costuras: inconsútiles. Al menos, si los comparamos con ese monstruo llamado Brando. O con ese gigante que fue Gandolfini. Un gesto, un leve movimiento de sus rígidas mejillas, un ademán. Nada puede ser cotejado con Brando o con el sanguíneo Soprano.

Ni siquiera en la España actual, en la España real de corrupciones y extorsiones. La mala práctica de los partidos políticos no alcanza la magnitud de don Vito Corleone;  la corrupción local no es nada comparada con el dominio férreo de la famiglia. Las sustracciones, las presiones, las coerciones..., no son gran cosa si las confrontamos con la tiranía de Corleone. Tú tienes un problema; el Estado no alcanza a ayudarte o a resolverlo; la famiglia te asiste.

Pero, atención, no nos hemos librado...

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http://cultura.elpais.com/cultura/2014/02/27/actualidad/1393515848_108774.html

http://elpais.com/diario/2010/04/14/cvalenciana/1271272691_850215.html

http://blogs.elpais.com/presente-continuo/2012/03/la-corrupci%C3%B3n-seg%C3%BAn-tony-soprano.html

http://justoserna.com/tag/los-soprano

http://www.ojosdepapel.com/Index.aspx?article=4252

 

¿Un debate entre Toni Gaspar y Ximo Puig?

Por: | 27 de febrero de 2014

Hay un pequeño escrito de Natalia Ginzburg que se titula 'Mi psicoanálisis'. Como casi todos lo suyos es un prodigio de exquisitez: observación práctica y finura, atención, compasión e ironía. He de hablar de Natalia NataliaGinzburgGinzburg en unos días en una conferencia y por ello repaso sus obras. 
 
La escritora mira, observa con detalle y contrasta lo que sabe o cree saber de sí misma. ¿Para qué cosa? Para averiguar su fondo, el fondo oscuro del alma, que decía Robert Musil. Y para sopesar a los demás con realismo y compasión. Para no volcar demasiadas expectativas, para no andar agrediendo.
 
El diálogo y no sólo la terapia ayudan a lograr ese estado. Si hablas con tus peores fantasmas, si sabes quiénes son, conseguirás enfrentarlos, hacerlos bien visibles. Eso ya lo sostuvo Sigmund Freud y sin duda el relato breve del psicoanálisis de Natalia Ginzburg nos podría ilustrar sobre lo que es la salud, la entereza, el coraje, el humor. 
 
No hay manera de quererte a ti mismo si no es administrándote humor, alguna socarronería y admitiendo que eres mortal. Cuando hablas, cuando dialogas, debates y expones ante quien te escucha y también a tus propios fantasmas. Y a las habladurías que de ti dicen, a las especies que los más malintencionados hacen circular. Puede ser muy terapéutico, pues.
 
Las Primarias Abiertas de PSPV pueden ser también un proceso muy terapéutico, óptimo para debatir, discutir, para mostrar las metas, para exponer los logros venideros. Pero pueden ser también un tratamiento para abordar con los propios fantasmas de la organización. En primer lugar, para apartar a los fantasmones, esos que a pesar de ser espectros tienen existencia mineral. En segundo lugar,  para averiguar qué males aquejan a la organización. 
 
Podría ser una saludable exposición y autoanálisis. Corren bulos, se dicen cosas probablemente inciertas, se pierden energías que han de ser aprovechables cooperativamente. Noto ojeriza y distingo temores. ¿Es posible organizar uno o dos debates entre Toni Gaspar y Ximo Puig? ¿Quién teme exponer y exponerse? Un diálogo sin hooligans, un debate abierto en el que el partido socialista se abra en canal para fortalecerlo después, para vitaminarlo.
 
El autoanálisis nunca acaba, pero el diálogo sí. Natalia Ginzburg un día dejó de ir a su terapia, pero no por ello abandonó su propio examen. Un individuo o una organización que necesita una terapia no es necesariamente un cuerpo débil o desechable, inservible. Al contrario, de la terapia se sale vigoroso.
 
De un debate entre Gaspar y Puig, el PSPV no saldría enfermo, las patología ya están. Saldría reforzado, sin pasados que determinen el presente y sin deudas insoldables. En un debate así, ambos candidatos, que tienen cualidades, podrían exponerse ante la ciudadanía, ante aquellos que han de elegir. De un debate así, ambos candidatos saldrían con una fuerte impresión de victoria. El PSPV empieza a remontar sus propios obstáculos y los sectarismos, esos pesados lastres del alma socialista (si me permiten decirlo con expresión cursi)
 
Natalia Ginzburg, que había acabado precipitadamente su análisis, quiso un día saludar a su terapeuta. Habían pasado los años. Quería hablar, charlar e incluso debatir posiciones con el terapeuta, nada menos. Le tenía ganas... No pudo ser. El psicoanalista, el Dr. B., había muerto.
 
No esperen a morirse.

Inteligencia y trampas. El caso de Jordi Évole

Por: | 26 de febrero de 2014

Jordi-evole-salvados-530-1La notoriedad que ya tenía Jordi Évole se ha incrementado exponencialmente. ¿Para bien o para mal?

Évole es un habilidoso periodista que, además, hace espectáculo con la información. Cuando digo que hace espectáculo no me refiero a que haga números circenses.

Me refiero a que sabe captar la atención del espectador hacia temas que con otro tratamiento no despertarían interés.

Es lo que viene haciendo regularmente en Salvados. Su especialidad es la entrevista a personajes incómodos o detestados por la ciudadanía, gentes que por alguna razón o por otra se han ganado la animadversión o incluso el repudio de una parte de la audiencia.

Évole se les acerca de manera envolvente con preguntas bienintencionadas, aparentemente inocentes. Pone cara de buen chico y se vale de su físico. Como su cuerpo no es nada imponente, como no tiene una talla grande, el interlocutor puede llegar a confiarse: rebaja las defensas y Évole formula preguntas cada vez más incómodas o comprometidas sin dejar de pone cara de buen chico. Es profundamente listo, despierto, y desempeña el papel de David frente al Goliat de turno.

Digo esto porque el falso documental Operación Palace ha funcionado de otro modo. Para empezar, su presencia no se ha hecho necesaria. Es más estorbaba. Al estar concebido como un documental, casi un docudrama con testigos y algún protagonista, la presencia de Jordi Évole podía perturbar. Era mejor no aparecer en pantalla, como si el documental se desenvolviera por sí solo.

Sin duda, la promoción previa, la puesta en escena y el desarrollo de la trama convocaron a numerosos espectadores, convencidos de que ese programa especial dirigido por Jordi Évole les iba a aportar una nueva visión y versión de los hechos. En realidad, pronto el espectador se da cuenta de que aquello es un horror: si algo de lo que allí se está diciendo es verdadero y no tiene por qué ser falso (dado que el espectador confía en Évole y en su mordiente), entonces hemos sido engañados vilmente por la clase política de la transición, empezando por el rey.

La consecuencia, por mucha broma que uno le pusiera o por mucha guasa que después le añadiera Évole, es aleccionadora e infausta. Aleccionadora porque, en efecto, nos muestra claramente la capacidad de manipulación que pueden tener la televisión y los medios si hay voluntad de alterar la verdad. Esto ya lo sabíamos, pero Évole nos lo muestra con una parte dolorosa de nuestra historia.

Infausta consecuencia porque la desazón que provoca en unos, en la mayoría (supongo), no frena a los seguidores de las teorías conspirativas. Si todo es objeto de versión, cualquier versión puede ser igualmente válida. Imagino que Évole no pretendía esto último, pero yo ya he podido constatar que un efecto inintencional de su acción es ése: el incremento de la paranoia conspirativa a propósito del 23-F. Algo así como: no nos han contado la verdad. Eso dicen otra vez quienes sospechan.

Si, además, Jordi Évole se queja de que los documentos esenciales aún están clasificados, entonces la conclusión parece obvia cuando no lo es: nada sabemos de la verdadera historia del 23-F. Numerosos historiadores han estudiado el intento de golpe de Estado de 1981. Tener o no tener documentos esenciales no retrae a los historiadores. Quienes investigan otras épocas más remotas se valen de documentos principales, pero también de otros alternativos, circunstanciales, indirectos si no se cuenta con fuentes directas para reconstruir lo que verdaderamente aconteció.

¿Engañó Jordi Évole? La mentira y la ficción no son la misma cosa. La mentira implica aparentar que algo es cierto con el propósito de que alguien lo crea así. No se le desmiente, no se le revela lo cierto. Quien no puede salir de la mentira vive, lógicamente, en el engaño. La ficción implica aparentar que algo es cierto con el propósito de que el espectador, oyente o lector suspendan su incredulidad, con el fin de que acepten una historia que saben irreal de la que después se sale. Quien no puede salir de la ficción vive en el delirio.

Évole promocionó su documental con ambigüedad (“¿Puede una mentira decir la verdad”?). ¿Con qué propósito? Con el fin de que los espectadores pudieran sacar sus propias conclusiones. Faltaban datos, pero la tendencia es a pensar que la mentira es previa y que el programa iba a destapar o desvelar dicha mentira. Obviamente no era así, la mentira era el falso documental que esperaba mostrarnos una verdad: lo fácil que es engañar.

¿Es razonable, ético, sensato hacer estas cosas? Cuando no hay heridas ni dolor, cuando no hay víctimas o damnificados, un falso documental puede ser la cosa más inteligente, ocurrente del mundo. Es, en efecto, una broma que el espectador aceptará riéndose probablemente de su credulidad, de su inocencia. Pero cuando hay dolor, un falso documental provoca angustia mientras se emite, mientras se ve. Hace daño en ese momento y, cuando todo se descubra, probablemente el espectador se sentirá maltratado, defraudado. Quizá tenga la sensación de que han jugado con él, con sentimientos dolorosos, cosa a la que no había derecho. Como, además, Jordi Évole organizó un debate posterior sobre cuestiones políticas, pero no sobre el falso documental, perdió la ocasión de hacer pedagogía mediática.

A la semana siguiente, el programa previsto de Salvados, es una entrevista a Pedro J. Ramírez. Regresa el estilo Évole y con él regresa esa tendencia pícara de hacer caer al invitado en un renuncio, en una contradicción. Al repreguntar, el interlocutor no se puede escapar salvo que su respuesta sea una negativa poco creíble o evasiva a lo que Évole pregunte. Las picardías habituales de Jordi Évole, que demuestran inteligencia, son también sibilinas formas de ponerle trampas al interlocutor que muchas veces es, sí, un mentiroso.

Operación Palace. ¿El error de Jordi Évole?

Por: | 24 de febrero de 2014

Uno. Un falso documental... Para empezar hay que admitir que la producción, realización y dirección de OperacionPalaceactores de Operación Palace han estado por encima de la media. ¿No nos quejamos de las ficciones
televisivas españolas? Ahora, en Velvet, en El tiempo entre costuras, etcétera, está de moda una posguerra televisada que es una ficción en el peor sentido de la palabra. Más aún, esos oropeles, esas producciones lujosas, tapan, ocultan la crueldad de la vida cotidiana.

Dos. De entrada Operación Palace no tapa, sino que revela; no oculta, sino que muestra. Muestra la facilidad con que se manipula y manifiesta la credulidad del espectador, del destinatario. Pero eso es algo que ya sabíamos desde hace tiempo. Con unos cachitos de realidad y de verdad puedes contar la mentira más tremenda.

Tres. Si tenía una función pedagógica, entonces el debate posterior debería haberse centrado en esto, no en el papel del rey o en la reforma de la Constitución. La cuestión no era política, sino mediática, comunicativa. Creo que Jordi Évole ha equivocado el sentido de ese diálogo con Iñaki Gabilondo y otros comparecientes. El debate debería haber sido sobre la información, la documentación, el crédito que damos a rumores, etcétera.

Cuatro. Centremos la cuestión y precisemos. La pregunta es: ¿qué quería mostrar o demostrar Jordi Évole con este montaje falso sobre un falso golpe? ¿Que la realidad es manipulable, que siempre hay motivos para dejarse llevar por teorías conspirativas, que mucha gente piensa que lo importante ocurre siempre en la sombra, que los tópicos que se manejan a poco que se les dé forma creíble cuelan, que la verosimilitud se consigue con restos y sobras, que el ser humano soporta poca realidad, que prefiere complicarse la vida con fabulaciones a buscar la verdad?

Cinco. El falso documental provoca un enorme desasosiego y finalmente mala leche. ¿Por qué? Porque no puedes jugar con algo que produjo dolor y temor, que aún pone los pelos de punta, que llevó a evocar la Guerra Civil. Porque no puedes destruir tan fácilmente el relato verdadero: provocas las consecuencias inversas. En realidad, el experimento o el divertimento da alas a la conspiración. Si tantos documentos siguen clasificados, entonces van a llevar razón quienes sospechan de todo, quienes padecen paranoia.

Seis. Yo he leído el guión radiofónico de La invasión desde Marte (1938), de Orson Welles. Y sabemos que un artista puede hacer pasar por verdad lo que era la adaptación de una novela, La guerra de los mundos (1898), de H. G. Wells. La paranoia provocó la estampida de la gente, pero Welles advertía hasta en tres ocasiones que aquello era una ficción. Al principio, en medio y al final. Aquí, Évole desaparece como narrador, como hilo conductor, porque su presencia no provocaba efecto de realidad sino lo contrario. Es decir, juega con el espectador con un tema muy serio.

Siete. ¿Alguien imagina que se urdiera un falso documental sobre la Guerra Civil con una tesis nueva y revisionista? Si lo hiciera Pío Moa, sólo le creerían los suyos o los crédulos. Si lo hiciera Paul Preston, lo percibiríamos como un juego fraudulento e incluso peligroso: no desmontas la fabulación con otra fabulación si tienes autoridad reconocida. Aunque luego digas que todo era una broma. Con esto no se juega.

Ocho. Javier Cercas escribió Anatomía de un instante (2009). Mucha gente, incluso alguna persona cultivada, calificó de novela esta obra. En ningún momento, el autor habla en términos de ficción. No identifica su libro como una invención. Él es, entre otras cosas, novelista, pero aquí se calzó las botas de historiador. En numerosas páginas utiliza condicionales para poder conjeturar sobre lo que no puede documentar. Pero lo advierte. Que no haya documentos al alcance no autoriza a inventar, salvo que estemos en una ficción. Como dijo Umberto Eco a propósito de la pesquisa policial o judicial, hay que empezar por las conjeturas más sensatas, no por el primer disparate que se nos ocurra. Cercas no recorría el camino del disparate.

Nueve. Una persona que escribe por aquí cerca, por Facebook, dice: "Si esta trama es real, el 23 F de 2014 es el del epílogo de la llamada Operación Palace. Qué manera más burda de lavar la cara del Rey y de las fuerzas vivas. Y el Follonero como nuevo Garci... ¿Hasta cuándo tenemos que seguir aguantando que nos traten como idiotas?" ¿Qué significa esto? Que quienes creen que todo se hace para salvar la cara del rey ahora toman como dato cierto y probatorio el falso documental. Por tanto, si Jordi Évole quería hacer reflexionar sobre la conspiración y sus teorías, su esfuerzo ha sido baldío. Al menos con esta persona. Por supuesto, que tantos televidentes escriban en las redes no prueba el éxito de tus intenciones. Prueba que has persuadido previamente a la audiencia y que un cierto malestar has provocado.

Diez. Un familiar mío era el oficial de guardia en la Capitanía de Milans del Bosch. Recibió órdenes terminantes por parte de su jefe. Si vienen a detenerme, dispara. Si no lo haces, te formaré Consejo de Guerra. Pocos meses después de aquel aciago episodio, mi pariente pidió la baja en el Ejército, víctima de una úlcera insoportable que, según me decía, se le había provocado aquella noche. Me pregunto qué puede haber sentido viendo el documental. Lo de falso viene al final. Imagino rebrotar los dolores de la úlcera y su tremendo susto. No hay derecho a incomodar al espectador con esas tretas.


¿Continuará...?

23-F. Crónica de una impresión

Por: | 23 de febrero de 2014

Uno. Mientras espero la emisión del programa televisivo de Jordi Évole, Operación Palace, pongo en orden mis recuerdos sobre el intento de golpe de Estado del 23-F, aquellos prolegómenos que viví. Pongo en orden mis estados de ánimo y mis primeras impresiones. Les pido disculpas por hablar tanto y tan seguido de un episodio ya remoto.

MilansdelBoschSupongo que los más jóvenes me verán como un pesado cincuentón que exhuma batallitas de sus años mozos. O tal vez no. Quizá me vean como un tonto útil, uno de esos miles y miles de españoles que sentimos alivio cuando se nos dio un relato consolador de los hechos.

"Habéis vivido en el error, en la ceguera voluntaria", pueden reprocharnos. "Lo llaman democracia y no lo es", me espetarán. Yo no sería tan expeditivo ni tan tajante. Los hechos colectivos merecen tratamientos complejos, sofisticados: las autorías individuales raramente sirven para dar cuenta de lo sucedido.

Dos. Creo que el episodio del 23-F bien merece ser abordado, analizado y más sólidamente documentado. El 23-F fue un golpe de Estado, incluso varios golpes de Estado superpuestos, solapados, convergentes o divergentes. Pero aquella asonada fue también y sobre todo una suma de estados, de estados de ánimo: de la clase política, del Ejército, de rey, de la ciudadanía. Ya digo: espero el programa de Jordi Évole con mucho interés.

He vivido durante décadas con una sensación de un respiro. Ignoro si nos han mentido más de lo habitual, desconozco si hubo una conspiración de silencio. Ignoro igualmente si hubo numerosos o importantes implicados que quedaron impunes.

Leí Anatomía de un instante (2009), de Javier Cercas con pasión, con camaradería generacional. Cercas hablaba de Adolfo Suárez, de Santiago Carrillo, del General Gutiérrez Mellado con respeto y orgullo. Eran héroes de la retirada: gentes que en parte habían renunciado a sus ideas, a sus ideologías, para facilitar la transición a la democracia y para defenderla aquella noche aciaga del 23 de febrero de 1981.

Pero Cercas hablaba sobre todo de su padre. De la generación que apoyó a UCD y que sobrevivió a los cambios políticos con estupor. Eso sí: pagando pocos, muy pocos peajes. Mi padre era un calco del suyo, un hombre instalado que aceptó resignadamente el franquismo y que, después, se alegró de la instauración democrática. Sin mayores heroísmos. Así se lo dije a Javier Cercas y así leí Anatomía de un instante, como un ajuste cuentas colectivo y como la firma de una paz generacional.

Tres. Cuando pienso en el 23-F, sé que hubo unos detenidos, unos procesados y finalmente condenados. En 1982, yo seguía el Proceso de Campamento (que así se llamó) con mucho interés, con obsesión. Las crónicas de Martín Prieto en El País me dejaban sin aliento. Cada mañana, en el Servicio de Información exterior (Cuarta Sección) de la Capitanía de la IV Región Militar, repasaba los periódicos para saber detalles, pormenores, gestos o rumores de aquel juicio a los militares golpistas. Tenía la impresión de aquello era un acto de reparación, un acto de justicia poética.

En febrero de 1981, yo vivía en Valencia, tenía una novia formal de la que después me aparté y tenía un amigo con el compartía muchas horas de investigación y de dicha. Acabábamos la carrera y el hecho de husmear en los archivos nos parecía fascinante. Pero lo fascinante estaba a punto de pasar.


Cuatro. Es probable que haya escrito sobre esto en alguna otra ocasión. Desde luego lo he contado a quienes me son más cercanos. Ahora lo relataré con brevedad. El 23 de febrero de 1981 viví, como tantos otros españoles, un sobresalto. Eran las seis y pico de la tarde cuando el teniente coronel Antonio Tejero invadía el Congreso de los Diputados interrumpiendo una votación en curso.

Yo me enteré minutos antes de las 21 horas. Hasta ese momento viví ignorante de los hechos. ¿Dónde estaba? En la hemeroteca municipal de Valencia, en la plaza de Maguncia: justamente en las antípodas de mi casa.

Esa tarde, como otros días de aquel mes, mi amigo y yo habíamos ido a consultar prensa del siglo XIX. Empleo el plural porque como digo éramos dos las personas que frecuentábamos los archivos. Íbamos juntos, en amistosa compaña, y juntos hacíamos el trabajo. Llevábamos al menos dos meses visitando algunos de los centros documentales más importantes de la ciudad: el Archivo de la Real Sociedad Económica, el Municipal, la Hemeroteca. Estábamos empezando y aquello era una felicidad.

“Un legajo intacto es fácil de reconocer”, dice Arlette Farge en La atracción del archivo. “No por su aspecto (…), sino por esa forma específica de cubrirse con un polvo no volátil, que se niega a desaparecer al primer soplo, frío caparazón gris depositado por el tiempo”. Llevábamos dos meses desanudando legajos y abriendo cajas polvorientas o periódicos que amarilleaban.


Cinco. Aquella tarde del 23 de febrero estábamos consultando La Opinión y el Diario Mercantil, prensa valenciana de otra época, con asonadas: sabíamos la actualidad convulsa del Ochocientos mientras ignorábamos lo inmediato; sabíamos de los choques militares del siglo XIX, mientras desconocíamos qué no estaba pasando a finales del Novecientos, justo en ese mismo momento.

Los funcionarios de la hemeroteca, a los que veíamos con rostros de fastidio escuchando algún transistor, no nos dijeron nada. Simplemente a las 20 horas había que abandonar el recinto. Y eso hicimos: subimos al Simca 1000 con el que habíamos llegado hasta allí y emprendimos el camino de regreso.

Por supuesto nos encontramos una ciudad agitada, presurosa. Achacamos el gentío a la cercanía del 19 de marzo. Se aproximaban las fiestas –nos decíamos– y alguna presentación fallera ocasionaba aquel tráfico denso, prácticamente atascado. Por fin llegamos al primer destino. Dejé a mi compañero y me marché solo conduciendo el vehículo… Cuando ya eran casi las 20:30 llamé al timbre. Salió la que entonces era mi novia. “Han dado un golpe de Estado”, me dijo. “A las 9 empieza el toque de queda”, añadió.

Salí pitando. Prácticamente no tenía plazo: faltaban pocos minutos para que entrara en vigor el estado de excepción decretado por Jaime Milans del Bosch, capitán general de la III Región Militar. A las 20:50 entraba en mi domicilio. Los buenos españoles, decía Milans, no tienen nada que temer y ya saben lo que tienen que hacer, cuáles son sus obligaciones.

Lo escuche con asco, con impotencia. En la radio atronaba el locutor con una retórica castrense repitiendo una y otra vez aquel bando. Recuerdo lo primero que le dije a mi padre, con un cierto tono de reproche. Con rabia, con egoísmo: no hay derecho. Tenía la impresión de que me estaban fastidiando la juventud.

Tenía 21 años. Que yo sepa, no figuraba en ninguna lista negra: nada debía temer, en palabras de Milans. Sin embargo, yo disponía de una modesta biblioteca política, tenía clásicos del marxismo. Etcétera. Con aquel golpe todo lo negro y nauseabundo del pasado español se me caía encima... Las unidades militares, los tanques, las tanquetas y los nidos de ametralladoras (según supe después) ya estaban en las calles.

El género chico

Por: | 21 de febrero de 2014

A Francisco Fuster

Uno. Tiempo atrás escribí sobre el aforismo, que es un género, una forma de escritura que me estimula especialmente. Un amigo me escribió para manifestarme alguna sorpresa. “Acabamos de recibir [la revista] Mercurio (con algún cambio de formato, creo)”, decía. “Enhorabuena, veo que te multiplicas. El aforismo y Castilla del Pino lo merecen”, concluía breve, brevísimo, el corresponsal.

El remitente se refería a dos artículos que había publicado en el número 137 de dicha revista, de enero de 2012. El primer texto servía de introducción al dossier titulado “Arte de la brevedad”. En dicha colaboración escribía sobre la “Actualidad del aforismo”. El segundo texto era la reseña que dedicaba a Aflorismos (2011), de Carlos Castilla del Pino. La titulé “Prontuario moral”.

“No”, le respondí. “No me multiplico. Me divido y me fragmento”. Todo lo que hago es chico: me falta RamonEderfuelle para la gran obra. Pierdo pronto la resistencia: sin duda, algo a diagnosticar.

“Por eso, siempre me ha interesado el aforismo (de Friedrich Nietzsche a Joan Fuster, por ejemplo) y siempre me ha interesado Carlos Castilla del Pino (al que hace años le hice una entrevista para Pasajes)”, le contestaba a mi corresponsal.

Y, de paso, citaba a Carlos Castilla del Pino, a Friedrich Nietzsche, a Joan Fuster. Pero también podría haber mencionado a Emil Cioran.

Todos estos autores cultivaron el género chico: lo breve, lo escueto, lo hallado y lo tallado en frase irrepetible. En un billete, en un cuaderno, plasmaron el ensayo corto, la idea extensa: tónicos de la inteligencia. De ellos hay motivos para hablar. De ellos celebramos centenarios o novedades editoriales. Pero de momento acabó con ellos, que me estoy alargando.

Dos. Ahora acabó de leer La vida ondulante (2012), de Ramón Eder. Desconocía al autor y desconocía el libro. Francisco Fuster me ha hecho la caridad de prestármelo, cosa que le agradezco pues si puedo evito comprarle volúmenes a Abelardo Linares, responsable de la editorial Renacimiento. Explicaré por qué. Lo he detallado en el muro de Javier Fórcola, pero creo que debo indicarlo aquí.

Hace años, en el blog de Arcadi Espada, yo intervenía con frecuencia (uno tiene un pasado). Por aquellas fechas, entre quienes aparecían allí había gentes feroces. A la bodega del blog, Espada la llamaba Nickjournal, una tontorrona manera de hacer creer a la gente que hacía un periódico a diario. Había, ya digo, personas irritadas, muy irritadas.

Muchos escribían con nick y amparándose en el anonimato decían enormidades. Algunos aprovecharon la ocasión para ultrajarme. Una de las personas que me vilipendió con una ferocidad inusitada fue Abelardo Linares: precisamente no firmaba con alias. Nunca entendí su agresividad, por qué me atacó con tanta ojeriza. Al final aquello era irrespirable. Ya nunca más confié en energúmenos.

Por ello, a Linares lo evito. Pero no siempre puedo evitar lo que publica. El libro de Eder es sutil, irónico, ajeno a toda grandilocuencia. Es, como todo volumen de aforismos, un compendio de primeros auxilio morales. Es un un manual de supervivencia. No son consejos, sino máximas del estupor, anotaciones sentenciosas de lo que la vida te da o te quita.

El aforismo tiene la economía del verso: todo corto y todo medido, sujeto a un ritmo. Pero el aforismo es a un tiempo concepción del mundo, desarrollo breve de lo que podría ser un tratado doctrinal. En muchos aforistas contemporáneos, el género tiende al humor.

En Eder, esto es más que evidente. ¿Por qué? Para evitar lo pomposo, lo grandilocuente. Por ello se vale de frases hechas a las que les da la vuelta; se vale de sobreentendidos de los que sacar chispas de ingenio; se vale de malentendidos para invertir el orden natural del sentido. De ahí que el aforismo se aproxime al chiste, en la acepción y usos que Sigmund Freud le diera a esta expresión.

Recomiendo vivamente La vida ondulante, se lee en un suspiro y es un respiro: un respiro frente a tanta prosa mayestática, hinchada; o frente a tanta prosa sonajero (como decía Juan Marsé), es decir, insustancial y cursi.

Francisco Fuster me ha prestado o regalado numerosos libros. Mi agradecimiento es grande. Para hacerme feliz no es preciso obsequiarme con libracos académicos. Basta con un presente de literatura práctica, un prontuario: pues eso, pronto se acaba la vida y sobre ese hecho escandaloso los buenos aforistas nos iluminan.

Cariño, no es lo que parece 2

Por: | 20 de febrero de 2014

Uno. Voy a detallar primero una breve teoría de la irresponsabilidad, una cosa pequeña y sin pretensiones.

IgnacioSanchezCuenca'Cariño, he encogido a los niños': quien dice eso en la película homónima niega evidencias y a la vez acepta malamente su desastrosa actuación. Sorprendido en un renuncio, ¿qué hacer?

No ver. Dado que procuró achicar las pruebas, negar puede ser útil. Todo es falso salvo alguna cosa. Para que cuele, no podemos tachar cualquier hecho. Hay que dejar algo, alguna falta o infracción, para que sea creíble nuestra negativa. En las comedias americanas, este episodio ha sido frecuentísimo. ¿Por qué? ¿Para qué?

Para provocar el enredo, los sobreentendidos, los malentendidos y, por extensión, la broma que el espectador capta liberando tensiones. Negar lo evidente es una manera de sobrellevar el desliz, el error o la indignidad.

'No es lo que parece' es aquello que pretextaríamos si fuéramos pillados in fraganti. Es una respuesta infantil y, sin duda, demuestra poca madurez. Preferimos vivir en una mentira inverosímil a asumir la responsabilidad de nuestros actos. De verdad, cariño. Yo no quise. Fue el maldito cariñena que se apoderó de mí.
InfoLibre

Dos. Ignacio Sanchez-Cuenca analiza estos hechos en relación con el Partido Popular. El resultado es un artículo hilarante. Tristemente hilarante. Resulta que todos los implicados niegan cualquier responsabilidad. Resulta que todos los presuntos culpables achacan sus males a una mano negra o a la perversidad de la oposición. Resulta que nada es lo que parece.

Pues qué bien. Yo también me miro al espejo y no me reconozco. Yo no soy ese que veo y no me imagino. Quiero pensar en un muchacho límpido y al reflejo me devuelve a un cincuentón con achaques. No es lo que parece, me digo. No es lo que parece...

De niño, yo también decía lo mismo cuando me pillaban sorbiendo del bote de leche condensada. No es lo que parece. ¿Y qué es lo que parece? Que te estás atocinando con ingresos excesivos, que estás engordando, que sólo era un pequeño sorbo, un traguito bien regado.

No sé si comparto todos los dicterios que Sánchez-Cuenca dedica al PP. Tal vez, sus dictámenes son durísimos y en el Partido Popular quedan atisbos de realidad, del principio de realidad. Pero convengo con él en que lo de los Populares es una suma de actos fallidos, una psicopatología que no arreglan el drama real ni la estupidez de las negaciones. No es eso, no es eso. De acuerdo, pues será lo otro, que no es mucho mejor. Tampoco.

Ay, señor, qué cruz. Otra vez más: llévame pronto.
 
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Esta reflexión es una apostilla a:
 

Los triunfos del burgués

Por: | 18 de febrero de 2014

Justo Serna y Anaclet Pons

Este libro es el último que, de momento, hemos escrito conjuntamente Anaclet Pons y yo. Estuvo obstaculizado por todo tipo de incidentes, de dolencias, de recaídas: muy propio para una época de morbosidad burguesa. Uno piensa en La montaña mágica'(1924), de Thomas Mann y se dice salvando las distancias: también nosotros éramos pacientes de esa época.

LostriunfosdelburguesEn este volumen nuestro, que les recomiendo vivamente y sin rubor, el Dr. Pons y yo mismo reconstruimos un mundo desaparecido, el mundo de ayer en Valencia: burgués, bienestante, distinguido. Exactamente antes de que la Gran Guerra acabara con esta estampa decimonónica. Exactamente antes de que la política de masas liquidara el orden respetable de las élites. Empezamos con 1909 --fecha de la Exposición Regional Valenciana y de la Semana Trágica de Barcelona-- y regresamos a un tiempo más apacible. O presuntamente más apacible.

No nos dedicamos a celebrar a los industriales o comerciantes o propietarios del Ochocientos. Lo que hacemos es examinar sus formas de vida y de relación, sus sentimientos --que a duras penas expresan en público y en privado--, sus expectativas. Examinamos igualmente sus muertes, las maneras de enterrarse, el luto, la arquitectura funeraria.

Nos dedicamos a estudiar los medios de transporte: el tren, por ejemplo. ¿Qué significó para nuestros ancestros el tendido ferroviario? ¿Acaso les resultaba familiar? Cuando el primer convoy ferroviario de Valencia al Grao atravesó tierras, bancales, los nativos quedaron debidamente impresionados. Una máquina humeante trastornaba el orden natural de las cosas, un monstruo de hierro decorado con banderolas. Eso dicen los cronistas.

¿Qué es lo que hacemos Anaclet y yo? ¿Es historia cultural? ¿Es microhistoria? Pues de ambas tiene trazas este libro. Sin duda. Emprendemos el análisis de una sociedad que no es la nuestra, con recursos que ya no están. Y completamos un estudio del vivir burgués y decoroso, del confort. Había bancos valencianos, industria local. Había ferrocarriles locales y había un deseo de prosperidad.

En la Valencia de aquel tiempo --con murallas que desaparecen, con miasmas en las calles, en el aire; con unas mejoras urbanas que son especulación y avance--, la vida es apacible y convulsa: la enfermedad y los contagios son frecuentes. Los valencianos remontan la herencia recibida y se desembarazan del patrimonio que condiciona. Impresiona ver la ruina del pasado, la destrucción de las tradiciones.

No hay reparos... Como siempre, pero con el suelo de tierra o con adoquines recién puestos... Con luz de gas o con agua corriente también instalada entre los burgueses distinguidos. Disfrutamos escribiendo este libro, detallando formas de vida ya desaparecidas. Nos conmocionó la muerte de aquellos antepasados, tan puntillosos con el luto, con el duelo, con el dolor familiar.

Pensemos una cosa: para escribir de la Valencia del siglo XIX hay que trasladarse a la localidad de aquella época. ¿Y cómo se hace eso? El documento siempre es algo indirecto, vicario: un medio para saber lo que nunca podrás ver o repetir; para saber algo de lo que ocurrió o algo de lo que pensaron, sintieron o fantasearon los antepasados. Obtienes informaciones, sí, pero siempre son insuficientes. La intimidad o la verdad no siempre se revelan, y lo general y lo colectivo no siempre se describen con nuestra perspectiva. Hemos de hacer un esfuerzo para captar lo que queda oculto, reservado, lo que no se detalla; y hemos de hacer un esfuerzo para averiguar de qué modo vivían lo público.

Las vidas de aquellos individuos se parecen a las nuestras. Se parecen lejanamente. Tenían familias, tenían casas, tenían coches. Padecían enfermedades, fallecían, enterraban a sus muertos. Paseaban y dedicaban horas al ocio, al dolce far niente. Y trabajaban: procuraban su beneficio y esperaban dejar patrimonios y bienes a sus herederos. Pero su modo de mirar era distinta; su manera de percibir las cosas era diferente. El mundo de ayer no es la sociedad de nuestros días: una perogrullada que hay que probar sobre el papel. Y creo, sinceramente, que lo demostramos en un relato que es colectivo. Pero con muchos detalles y pormenores: podemos decir que es también un ejercicio de microhistoria.

¿Quieren pasar una breve temporada en el siglo XIX? Tomen asiento, cierren la puerta de su habitación o estudio. Echen el cerrojo y echen un vistazo a este libro. Vivirán experiencias irrepetibles y, a la vez, parejas a lo que hoy padecemos.

http://ccaa.elpais.com/ccaa/2012/02/21/valencia/1329846821_505670.html

http://www.tirant.com/editorial/libro/los-triunfos-del-burgues--estampas-valencianas-del-ochocientos-9788415442202

Bob Dylan, "We will build your car"

Por: | 16 de febrero de 2014

Autores: Serna & Lillo Asociados

BobDylanChrysler


"...Cincuenta años después, cuando los hechos que contamos en este ensayo ya son materia del pasado, Bob Dylan regresa otra vez. ¿Regresa? Verdaderamente, el cantante nunca ha desaparecido del todo.

Se ha retirado alguna temporada, como cuando tuvo un accidente con su motocicleta, allá por 1966. El percance fue puesto en tela de juicio. Se parecía demasiado a lo ocurrido con James Dean: dos jóvenes americanos, aquellos que mejor podían simbolizar el cambio, ven truncada su carrera.

Dylan no murió y la analogía no funciona. Pero sus críticos le reprocharon que todo aquello fue una pantomima: se dijo que esa retirada temporal le había permitido someterse a una cura de desintoxicación.

Dylan regresa ahora motorizado, casi cincuenta años después. Vuelve de otra forma...: despierta la máxima atención y los mayores varapalos. ¿Por qué razón? Por anunciar personalmente Chrysler en la Superbowl de 2014: protagoniza la historia que vemos en imágenes y con ello promociona concretamente el modelo Chrysler 200, un sedan de gama alta.

El 'spot' ha sido objeto de todo tipo de críticas. ¿Un símbolo irredento de la canción protesta entregado al patriotismo industrial, al capitalismo? Resulta un sarcasmo que las cosas acaben así, ¿no es cierto? ¿Aquel que empuñó la guitarra para denunciar los males del patrioterismo, aquel que pleiteó con los señores de la guerra, aquel que se hermanó con Woody Guthrie, que aunó el folk con la electricidad, que anunció el cambio de los tiempos, ahora se abandona al dólar y a sus efectos?

La banda sonora del spot es Things Have Changed', tema central de la película Wonder Boys' (2000). O como se tituló en España: Jóvenes prodigiosos. Si nos atenemos a esos datos, el asunto puede ser analizado e interpretado de manera muy distinta. ¿Se trata de justificar sus actos? No. Se trata de observar qué une al Dylan viejo, aquel que admite que las cosas han cambiado, con el muchacho que pregonaba que los tiempos estaban cambiando.

Bob Dylan nunca ha sido un anticapitalista que espere el derrumbe del sistema. No es un revolucionario que aguarde la disolución de la máquina, de la maquinaria que se mantiene en funcionamiento. Él es y ha sido un norteamericano que siempre ha destacado los valores estadounidenses, que ha marchado con esos valores, que ha denunciado su hipócrita olvido, su descuido.

¿Cuáles son? Entre otros, la posibilidad de irse, de marcharse, de tomar tu propio vehículo para abandonar el lugar de origen. Destacó como joven motorizado y un accidente, aquel accidente en el que se rompió alguna vértebra, estuvo a punto de liquidar sus sueños. ¿Qué queda del Dylan que abandonó Minnesota, que se instaló en Nueva York?

No estás obligado a permanecer en tu pueblo o en tu Estado. Siempre cabe la posibilidad de escapar, de rehacer tu existencia sin, por ello, renunciar a lo que te es propio. En Dylan, el viaje es un motivo constante de sus canciones. Alguien vive con amargura o dolor su arraigo, su origen. Puedes abandonar lo que te oprime, el frío que te atrapa o el dinero fácil que te agosta, si con ello rehaces tu identidad.

Sus cambios de imagen, de estilo, de filosofía no se deben sólo a la crecida de la edad. Se deben también a alguien que tantea, que remonta y se desmiente, se contradice, a alguien que pronto acaba padeciendo nostalgia e incluso melancolía.

Chrysler no es exactamente una empresa estadounidense, al menos no como pudo serlo en el pasado. Hoy, en 2014, es una multinacional vinculada a Fiat, después de haberlo estado con Daimler-Benz. ¿Una marca italiana haciéndose con un sello tradicional de la automoción estadounidense?

Lee Iaccoca, que fue uno de sus directivos más relevantes, escribió un libro de memorias (1984) en el que glosaba la epopeya de Chrysler y su gestión personal, la audacia de salvarla, de hacerla remontar. Es la historia de un americano medio que estuvo en Ford y luego en Chrysler, que supo crear modelos típicamente estadounidenses (el Ford Mustang, de 1964) y que supo reinventar una empresa prácticamente en quiebra sirviéndose de su crédito personal, como un avalista simbólico: él mismo anunciaba Chrysler dando con ello una imagen de emprendedor solvente. El sueño americano: de un individuo depende su destino. Punto y aparte

El anuncio de Chrysler que tiene a Dylan como protagonista presenta las virtudes de ser estadounidense. Como fondo musical oímos Things Have Changed. La letra es la de un Dylan descreído (2000), un hombre que dejó de ser joven años atrás, un tipo en parte desvencijado, como un viejo cacharro de la automoción. Siente que no tiene fácil acomodo.

En 2014, en el spot, esa canción está ilustrada con símbolos característicamente americanos, juveniles y fotogénicos: Marilyn Monroe, James Dean, la Ruta 66 o el mismo Dylan décadas atrás. Es un anuncio nostálgico que espera remover al estadounidense medio. Si América fabricó coches, los autos también hicieron grande a la Nación.

Como el propio Dylan dice al final:

Let Germany brew your beer
Let Switzerland build your watch
Let Asia assemble your phone
We will build your car.

Si Alemania elabora la cerveza que bebes, si Suiza fabrica el reloj que llevas, si los países asiáticos montan el teléfono con el que te comunicas, deja al menos que América construya tu coche. "We will buid your car".

Es una apelación patriótica, paradójicamente patriótica. La formula tras reconocer el mercado global y la hace en favor de una multinacional que también perdió su exclusividad norteamericana. "America's Import", así reza el lema de Chrysler. Dylan también forma parte de las tradiciones importantes, no importadas. Y esas palabras, las últimas palabras del cantante, las dice después de hacer una carambola en unos billares, lugar de asueto y sociabilidad de la América profunda e imaginada..."

Serna & Lillo Asociados, Young Americans. La cultura del rock (1951-1965). Madrid, Punto de Vista Editores, 2014 (en prensa).

http://youtu.be/KlSn8Isv-3M

Cuándo se cagó el país

Por: | 09 de febrero de 2014

BigotesUno. Perdonen mi lenguaje escatológico (inspirado remotamente en Mario Vargas Llosa), pero esto que padecemos en Valencia, en el País Valenciano, es una descomposición del cuerpo, del cuerpo social. Permítanme, primero, hacer historia y didactismo. Luego regresaré al lenguaje escatológico. Esto es casi el fin del mundo y encima es una mierda.

Dos. Desde antiguo, esta Comunidad, la Valenciana, ha emprendido todo tipo de actividades con ingenio y mucho olfato, oliendo, sí, el beneficio. Por ejemplo, la agricultura productiva, que tiene una larga tradición en esta tierra, es dominio bien explotado por los naturales.

Un momento clave de su expansión se dio en el siglo XIX gracias al guano que el negociante valenciano Francisco de Llano trajo del Perú. Admitámoslo: la caca del las aves era y es un producto de olor repugnante, un género de poco lustre, pero con su importación, los valencianos prosperaron vertiginosamente. O al menos prosperaron los cultivos que los valencianos explotaban en aquel tiempo.

Podría hablarse igualmente de la naranja, que pronto fue un producto de activa comercialización, también en el Ochocientos. Se pensaron y armaron expediciones comerciales para invadir o inundar los mercados foráneos. Fanecades y fanecades de naranjos hicieron de esta tierra el Jardín de las Hespérides, según cantaban con lirismo y exageración algunos vates. Todo perfume de azahar, todo esplendor. Pero sobre todo la naranja hizo del País Valenciano una tierra de gentes avispadas, despiertas, pioneras en la explotación de todo aquello que podía ser rentable. Nuevamente, el olfato…

La agroindustria, por ejemplo, es sólo una pequeña parte de la fabricación menor e intensiva que aquí se ha dado a lo largo del Novecientos. Producir, fabricar, elaborar, transformar. Casi un milagro de la inventiva valenciana. Casi un prodigio: así son las habilidades de los naturales.

Tres. Pasa el tiempo, pasa la vida, y viene el Papa a Valencia. Estamos en 2006. Los gobernantes del momento creen que podrán ser investidos, tocados, por el Santo Padre: creen que el mundo es suyo y que la bendición nos hará aún más ricos. Digo "nos hará" y he de frenarme o corregirme. Según lo que vamos sabiendo por las revelaciones policiales y judiciales, aquellos que esperaban lucrarse eran unos pocos. Al menos supuestamente.

Eran el gestor material de la visita, el factótum llamado de sobrenombre El Bigotes, y los cargos institucionales que tenían devoción por el Pontífice. Don Francisco Camps, don Juan Cotino y doña Rita Barberá estaban que saltaban de alegría: Valencia tenía un lugar en el mundo y también en el cielo. De hecho, estábamos tocando el cielo: la pompa y una bendición papal nos dejarían bien arreglados.

Tantos años de trabajar y trabajar, tanto años de cultivar naranjas, arroz, etcétera, tragándonos el mefítico olor del abono, y ahora era nuestra oportunidad: habían llegado Su Santidad y su beatífico perfume, y había llegado en olor de multitud, de la multitud católica, que huele mejor que la atea. Normalmente, los descreídos tenemos el alma muy sucia. ¿Por qué? Porque le tenemos pavor al agua: por eso no bautizamos a los vástagos.

El resultado de todo ello parecía prometedor. Pero… Un evento tan glorioso, en el que incluso se esperaba algún milagro (por qué no), se convirtió en un fracaso relativo: no hubo conversiones masivas, ni bautismos colectivos en las aguas del Turia, no hubo prodigios constatados, no hubo una Valencia rendida y al fin absolutamente religiosa. Y se convirtió también en un éxito económico para quienes supieron estar en el negocio. A Dios rogando y con el mazo dando (¿es así como se dice?).

LafarsaCuatro. Leo en El País un noticia sobre urinarios papales y mochilas confesionales. Vamos, que en 2006 hubo abundantes retretes y numerosas bolsitas de nylon vaticano. Las previsiones eran absolutamente desmesuradas. No hubo tantas meadas y los mochileros llevaban incluso varias por barba. En efecto, vino menos gente de la prevista y los que finalmente vinieron hacían un turismo de bocadillo y bote de refresco. Tal vez fue por la austeridad, tan justificada.

En un acto religioso no es de recibo entregarse a orgías, culinarias y de las otras. Lo normal es que no te desenfrenes con el apetito, con el apetito de la carne y de la gula, con la apetencia de oro, de dinero, de óbolos. Lo normal es que controles los esfínteres, que salgas meado y limpio de casa, que evites la pillería, que pidas perdón, que evites el delito. Incluso que ya hayas hecho de cuerpo.

Lo sé, me estoy haciendo un lío, pero si calculas 7.000 urinarios para atender a cerca de dos millones de peregrinos que no llegaron, entonces el lío, el auténtico lío, lo tiene otro: el que la cagó con sus previsiones y el que se llenó las alforjas, digo las mochilas, con el dinero sobrante.

https://www.facebook.com/Lafarsavalenciana

http://www.akal.com/libros/La-farsa-valenciana/9788496797642

http://www.tirant.com/editorial/libro/los-triunfos-del-burgues--estampas-valencianas-del-ochocientos-9788415442202

 

El País

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