La notoriedad que ya tenía Jordi Évole se ha incrementado exponencialmente. ¿Para bien o para mal?
Évole es un habilidoso periodista que, además, hace espectáculo con la información. Cuando digo que hace espectáculo no me refiero a que haga números circenses.
Me refiero a que sabe captar la atención del espectador hacia temas que con otro tratamiento no despertarían interés.
Es lo que viene haciendo regularmente en Salvados. Su especialidad es la entrevista a personajes incómodos o detestados por la ciudadanía, gentes que por alguna razón o por otra se han ganado la animadversión o incluso el repudio de una parte de la audiencia.
Évole se les acerca de manera envolvente con preguntas bienintencionadas, aparentemente inocentes. Pone cara de buen chico y se vale de su físico. Como su cuerpo no es nada imponente, como no tiene una talla grande, el interlocutor puede llegar a confiarse: rebaja las defensas y Évole formula preguntas cada vez más incómodas o comprometidas sin dejar de pone cara de buen chico. Es profundamente listo, despierto, y desempeña el papel de David frente al Goliat de turno.
Digo esto porque el falso documental Operación Palace ha funcionado de otro modo. Para empezar, su presencia no se ha hecho necesaria. Es más estorbaba. Al estar concebido como un documental, casi un docudrama con testigos y algún protagonista, la presencia de Jordi Évole podía perturbar. Era mejor no aparecer en pantalla, como si el documental se desenvolviera por sí solo.
Sin duda, la promoción previa, la puesta en escena y el desarrollo de la trama convocaron a numerosos espectadores, convencidos de que ese programa especial dirigido por Jordi Évole les iba a aportar una nueva visión y versión de los hechos. En realidad, pronto el espectador se da cuenta de que aquello es un horror: si algo de lo que allí se está diciendo es verdadero y no tiene por qué ser falso (dado que el espectador confía en Évole y en su mordiente), entonces hemos sido engañados vilmente por la clase política de la transición, empezando por el rey.
La consecuencia, por mucha broma que uno le pusiera o por mucha guasa que después le añadiera Évole, es aleccionadora e infausta. Aleccionadora porque, en efecto, nos muestra claramente la capacidad de manipulación que pueden tener la televisión y los medios si hay voluntad de alterar la verdad. Esto ya lo sabíamos, pero Évole nos lo muestra con una parte dolorosa de nuestra historia.
Infausta consecuencia porque la desazón que provoca en unos, en la mayoría (supongo), no frena a los seguidores de las teorías conspirativas. Si todo es objeto de versión, cualquier versión puede ser igualmente válida. Imagino que Évole no pretendía esto último, pero yo ya he podido constatar que un efecto inintencional de su acción es ése: el incremento de la paranoia conspirativa a propósito del 23-F. Algo así como: no nos han contado la verdad. Eso dicen otra vez quienes sospechan.
Si, además, Jordi Évole se queja de que los documentos esenciales aún están clasificados, entonces la conclusión parece obvia cuando no lo es: nada sabemos de la verdadera historia del 23-F. Numerosos historiadores han estudiado el intento de golpe de Estado de 1981. Tener o no tener documentos esenciales no retrae a los historiadores. Quienes investigan otras épocas más remotas se valen de documentos principales, pero también de otros alternativos, circunstanciales, indirectos si no se cuenta con fuentes directas para reconstruir lo que verdaderamente aconteció.
¿Engañó Jordi Évole? La mentira y la ficción no son la misma cosa. La mentira implica aparentar que algo es cierto con el propósito de que alguien lo crea así. No se le desmiente, no se le revela lo cierto. Quien no puede salir de la mentira vive, lógicamente, en el engaño. La ficción implica aparentar que algo es cierto con el propósito de que el espectador, oyente o lector suspendan su incredulidad, con el fin de que acepten una historia que saben irreal de la que después se sale. Quien no puede salir de la ficción vive en el delirio.
Évole promocionó su documental con ambigüedad (“¿Puede una mentira decir la verdad”?). ¿Con qué propósito? Con el fin de que los espectadores pudieran sacar sus propias conclusiones. Faltaban datos, pero la tendencia es a pensar que la mentira es previa y que el programa iba a destapar o desvelar dicha mentira. Obviamente no era así, la mentira era el falso documental que esperaba mostrarnos una verdad: lo fácil que es engañar.
¿Es razonable, ético, sensato hacer estas cosas? Cuando no hay heridas ni dolor, cuando no hay víctimas o damnificados, un falso documental puede ser la cosa más inteligente, ocurrente del mundo. Es, en efecto, una broma que el espectador aceptará riéndose probablemente de su credulidad, de su inocencia. Pero cuando hay dolor, un falso documental provoca angustia mientras se emite, mientras se ve. Hace daño en ese momento y, cuando todo se descubra, probablemente el espectador se sentirá maltratado, defraudado. Quizá tenga la sensación de que han jugado con él, con sentimientos dolorosos, cosa a la que no había derecho. Como, además, Jordi Évole organizó un debate posterior sobre cuestiones políticas, pero no sobre el falso documental, perdió la ocasión de hacer pedagogía mediática.
A la semana siguiente, el programa previsto de Salvados, es una entrevista a Pedro J. Ramírez. Regresa el estilo Évole y con él regresa esa tendencia pícara de hacer caer al invitado en un renuncio, en una contradicción. Al repreguntar, el interlocutor no se puede escapar salvo que su respuesta sea una negativa poco creíble o evasiva a lo que Évole pregunte. Las picardías habituales de Jordi Évole, que demuestran inteligencia, son también sibilinas formas de ponerle trampas al interlocutor que muchas veces es, sí, un mentiroso.
Hay 6 Comentarios
Es un falso documental muy aburrido.
Publicado por: Luis Jaume | 27/02/2014 1:22:52
Curioso, gracias
Publicado por: Olag | 26/02/2014 19:30:36
A mi Jordi Évole me parece un crack y ha dado una lección de como los medios de comunicación son más bien medios de manipulación. ¿Sabeis que Évole tiene un blog, bajo otro pseudónimo?: http://xurl.es/9ik46
Publicado por: María | 26/02/2014 18:16:14
"Como, además, Jordi Évole organizó un debate posterior sobre cuestiones políticas, pero no sobre el falso documental, perdió la ocasión de hacer pedagogía mediática".
El debate posterior me sobró pero la prueba de la pedagogía mediática de Jordi Évole es la cantidad de artículos y comentarios, no sólo en Twitter (qué risa, a borrar, a borrar, que he hecho el ridículo), de su programa. Igual más que pedagogía, podríamos hablar de sociología. Hoy David Trueba, en este medio tan enfadado con Jordi, lo borda, igual que Maiol Roger pero, angelito, como escribe en catalán igual sólo lo he leído yo:
http://blogs.elpais.com/jau-coloma/2014/02/23-fake.html
Sr. Serna, me considero una persona informada; como veo poco La Sexta, excepto a Évole y depende del día, no tenía ni idea de las promos, pero el 23-F me pareció interesante a priori por él y por Gabilondo. Me lo creí, iba enloqueciendo mientras lo veía, luego me enfadé y, posteriormente, me estoy partiendo de risa, empezando conmigo y la lección de humildad que he recibido. La guinda fue una periodista de El Mundo, que me suele gustar, con perdón, quejándose porque" Évole es un periodista" y su engaño parece que desprestigiaba a la profesión. Qué fuerte, qué fuerte. A ver qué piensa de la anunciada entrevista de Évole a PedroJ. Yo no pienso verla, igual que no vi la entrevista entre Artur Mar y Felipe González, por pura pereza intelectual. Ya leeré lo que ha dado de sí.
Publicado por: LBarcelona | 26/02/2014 16:55:21
Witness, intente algo, haga un pequeño ejercicio por su bien y el de los suyos, demasiado 'españolismo' mata: relájese, sonría, desdramatice, búrlese de su sombra, susurre en vez de gritar, emplee un léxico amable, finja gestos de inteligencia y de control emocional -del viejo y anhelado bachillerato antañón: ¿lloramos porque estamos tristes, o estamos tristes porque lloramos?-. Verá qué bien le va, si me admite estos sencillos consejos de andar por casa. Saludos.
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Y a pesar de los pesares, profesor, de ciertas discrepancias respecto a Operación Palace, aquí seguimos, conste. Porque una cosa es discrepar y muy otra abandonar la relación con quien argumenta los porqués de su disentir del criterio de otros.
Publicado por: Fisterrana | 26/02/2014 16:22:19
Es posible hablar de periodismo de investigación pero no de periodismo de imaginación. Imaginación y periodismo son términos antitéticos. Cabe cuestionarse que toda labor profesional realizada por un periodista sea periodismo pero, cuando induce a confusión entre el relato veraz y la ficción verosímil, se convierte en una fuente de desconfianza hacia el testimonio cotidiano que el periodismo debe dar de la sociedad que retrata, se convierte en antiperiodismo. Cuando las ficciones abusan, además, de las apelaciones a una memoria difusa, con anclajes tanto en la realidad como en lo desconocido, ese antiperiodismo ni siquiera se puede redimir con el aura de la metacultura porque su carácter fundamentalmente ambiguo no respeta la posición receptora, pasiva de quien las interpreta sino que transforma en burla su indefensión falta de referentes.”¡Se lo han creído! ¡Ja, ja, ja! ¡Qué risa!”- pensarán los perpetradores de esta superchería televisiva- Tales juegos con la dignidad de quienes buscan en el periodismo una fuente de información que les permita acceder a un entorno que puede resultar marginal a la mayoría, acaso hagan gracia a algunos desaprensivos pero dejan en muy mal lugar a la profesión a la que dicen pertenecer. Con buen criterio, los medios de prensa han abandonado la vieja costumbre de publicar noticias falsas el 28 de diciembre; tal parece que tomando al televidente desprevenido hayan deseado volver por un día a la inocentada renunciado al motivo por el que se abandonó la antigua tradición: el respeto a quien da de comer al periodista.
Publicado por: Witness | 26/02/2014 13:02:05