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Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

Si naciste pa silbato, nunca llegarás a trompeta

Por: | 31 de marzo de 2014

Leo en El Mundo: "El presidente del PPCV, Alberto Fabra, ha defendido este domingo la necesidad de que la clase política sepa escuchar a los ciudadanos".

Fabraserafin300x180No está mal dicha declaración en un político que lleva décadas con los oídos encerados, pisando moqueta y sometido a sus jerarcas.

Que sepa escuchar, que la clase política sepa escuchar, dice Fabra, y que "trabaje para que estos [los ciudadanos] no la vean como el tercer problema del país "mirándoles a los ojos, estando con ellos y sabiendo qué es lo que buscan". La sintaxis es trabajosa, faltan comas, pero se entiende: los ciudadanos ya no miran; sencillamente sospechan. Por principio.

"A mí no me preocupa que la oposición me llame Fabra, yo lo que quiero es que el ciudadano me llame Alberto, su presidente, esa persona cercana que está con ellos".

Aparte de la prosa, estos párrafos me han puesto triste: tengo el día llorón y leer una declaración como ésa, una declaración petitoria, con esa sintaxis me pone quejoso. ¿La oposición le llama Fabra? Pues sí que es una pena... Que me llamen Alberto. Que me llamen Serafín.

¿Qué hemos hecho para merecer políticos tan mediocres, Alberto? Me refiero a esas gentes que empezaron en el partido y que de su covacha ya no salieron. Me refiero a esos líderes, como Fabra, que nunca abandonaron el despacho o el escaño. Me refiero a esos representantes que no dejaron la poltrona.

"El hombre prefiere ser tenido en gran consideración por aquello que no es a ser tenido en poca consideración por aquello que realmente es", advertía Fernando Pessoa.

Alberto no es --no puede ser únicamente Alberto-- porque siempre estuvo en la poltrona, pisando moqueta y tratándose con gente principal. Fabra lo es porque su padre se apellida así. ¿Un baldón? Alberto prefiere ser tenido en gran consideración por aquello que no es. En fin...

"Los realistas hacen las pequeñas cosas y los románticos las grandes. Para ser gerente de una fábrica de clavos hay que ser realistas. Para gobernar el mundo hay que ser romántico", apostillaba Pessoa.

Que no se equivoque. El romántico Alberto no gobierna el mundo. Fabra sólo es gerente de una fábrica de martillos. Si naciste pa martillo, del cielo te caen los clavos.

Si naciste pa silbato, nunca llegarás a trompeta.

'Leónidas Brezhnev jamás frecuentó saunas'

Por: | 29 de marzo de 2014

LeonidasBrezhnevUna noticia nos ha impresionado en los últimos días. No trata de un personaje actual, sino de alguien fallecido años atrás. ¿A quién nos referimos? A Leónidas Brezhnev, el máximo dirigente de la URSS desde 1964 hasta su muerte, en 1982.

Leónidas. Así lo llamábamos en España, con una familiaridad campechana. Fue un guía, un estadista muy amado por su pueblo. Eso decían las crónicas que nos venían del Este. Otros, por el contrario, afirmaban que era frío, calculador y siempre belicoso. No está claro. Disponemos de distintas versiones.

Algunos periodistas destacaron en su momento la fuerza del encanto. "Gracias a su apostura y elegancia, el camarada Leónidas ha sabido conquistar a un pueblo poco impresionable", sostiene en 1977 un reportero de 'Oriente'.

El semanario 'Oriente' fue una de las revistas de mayor tirada, hoy tristemente desaparecida tras crisis de la celulosa en junio de 2003. Con cada ejemplar solían regalar artículos baratos: cuchillos, tenedores, etcétera, hasta completar cuberterías de 112 piezas. En ello fue una publicación pionera: con unos pocos rublos fidelizaron a varias generaciones de soviéticos.

Se dice que sus cronistas áulicos escribían artículos de encargo, obligados por los respectivos directores. No está comprobado. Pero, dado el servilismo de la especie humana, no sería improbable que tal cosa hubiera sucedido entre periodistas venales.

De ser cierta esa sospecha, ¿con qué fin se habrían redactado dichos ditirambos? ¿Con el propósito de propagar el altruismo del dirigente soviético? "Vive con lo puesto, sin grandes excesos. Él se muestra como es. Sin tapujos", decían insistentemente en La Luz Proletaria, una cadena de emisoras radiofónica. Por la fotografía que de él disponemos, datada en 1970, parece cierto.

Alguna otra fuente confirma esa impresión: "Jamás entendió el fenómeno de la moda, entre otras cosas porque lo vio como eso, como un fenómeno, como una degeneración del capitalismo más superficial", leemos en su nota necrológica.

Pero no todos sostienen esa versión puritana de los hechos. "Frecuentó algunas casas de dudosa moral, sitios en los que se admitía a hombres semidesnudos. Allí se presentaban con la excusa del baño turco", puede leerse en una columna hostil a raíz de su muerte. Se publicó en un periódico católico del Vaticano. Está fechada el 12 de noviembre de 1982. "Gracias a un hábil periodista tenemos un testimonio gráfico de Leónidas en paños menores", prosigue el columnista romano.

La verdad contrastada hoy por historiadores de prestigio --que desmienten la versión periodística más repetida-- es que dicha instantánea fue tomada en un estudio. Es decir, que es una fotografía de galería, propiamente de estudio. Muy retocada, muy mejorada. Las paredes limpias de la presunta sauna no habrían podido hallarse fácilmente, luego...

Y efecto se nota la composición. Al cámarada Leónidas se le aprecia una pérdida de peso significativa, tras sesiones de sudores abundantes; y el maquillaje que luce, natural y sin brillos, le da vigor a un rostro que estuvo abotargado. Algunos periodistas, muy zalameros, hablaban insistentemente de su aspecto saludable e incluso atlético.

Leónidas se retrató posando así para impresionar a los rivales occidentales. Hacía 1970, según parece, había tenido varias recaídas en su vicio solitario: comer y beber desaforadamente. Siempre lo hacía en soledad y en la cocina del servicio.

Eso explicaría esta exposición fotográfica. Leónidas ofrece su mejor perfil para persuadir a los reporteros sovietólogos: la apertura de la URSS era un hecho innegable. De paso, algún ministro europeo, convencido, alabó los esfuerzos de la Unión Soviética para acercarse al sistema liberal.

Según las últimas pesquisas de la policía científica, el bañador no era tal cosa. Eso dicen quienes sospechan, sin que sepamos a qué quieren llegar.

Por lo que después se ha sabido (han quedado restos de nylon, del que se extrajo el ADN), ni siquiera se había duchado ese día. Algunos periodistas han utilizado esta prueba de falta de higiene para desacreditarlo aún más.

Si no se duchaba, ¿cómo iba a ir a a una sauna, que es lugar más refinado? Pero, contrariamente a los que sostienen dicha tesis, esto último no probaría que no es una sauna, sino todo lo contrario: habría ido sin lavarse las partes pudendas porque esperaba sudar para al menos secarse.

Más adelante, ya fallecido el estadista ruso, se descubrió el fake de la foto retocada, un escándalo que provocó un gran desconcierto entre adversarios y partidarios de Brezhnev. Y sobre todo entre reporteros que eran agentes dobles.

Recientemente, la Agencia de Noticias Rayo ha vuelto a distribuir la fotografía del dirigente soviético. Ignoramos qué fin concreto persigue. Ya no existe la URSS y las expectativas sobre una posible reunificación están descartadas.

¿Quién miente?

Por: | 28 de marzo de 2014

Espero leer pronto y con pasión Vida, de Juan Ramón Jiménez. Lo pública la editorial Pre-textos de Valencia. La autobiografía es una tarea difícil. La memoria personal nos confiere identidad, atribuyendo JRJsucesión a lo que es fragmentario e instantáneo: al memorizar establecemos un hilo entre lo que fuimos o creímos ser y lo que ahora somos o creemos ser. ¿Mentimos?

Para malvivir, para no enloquecer, nos agarramos a aquello que recordamos porque es el modo de darnos estabilidad, fijeza, duración: el modo de retrasar lo fatal, ese tránsito que nos lleva viajando hacia nuestra desaparición. Necesitamos la certidumbre y la reminiscencia de lo que permanece, al final sólo arraigo perecedero, caduco: una empresa a la postre fracasada.

Acabo ahora de releer la recopilación de Aforismos, de Juan Ramón Jiménez, editada por Andrés Trapiello para La Veleta (Granada). Y reescribo. Desde que descubrí a JRJ, cuando yo sólo era un jovencito, admiro su escritura. No sólo por su 'Platero', tan vilipendiado y envidiado, sino por sus aforismos, por su prosa.

No hace mucho leí a otro Ramón aforista, a Ramón Eder. ¿Por qué nos atraen tanto los aforismos? La oración discreta, breve y sentenciosa retrata a quién la escribe (aunque se revista con la frase dicha, con la máxima invertida, con la greguería paradójica). Retrata a quien la lee. Cuando recaemos en una de ellas y captamos las resonancias, equívocos, malentendidos o incluso enseñanzas, estamos expresando lo que somos, aquello que desearíamos ser o aquello otro que jamás seremos. La frase aquilatada, depurada, instantánea es como un verso suelto, una idea fuera de circunstancia, un yo sin contexto. Por eso admiramos la obra de Ramón Eder. Punto y aparte

Recuerdo aquel exergo con el que Ray Bradbury encabezaba Fahrenheit 451: era una instrucción de Juan Ramón: “Si os dan papel pautado / escribid por el otro lado”. O, como puede leerse en este volumen de aforismos: “Si te dan papel rayado, escribe de través; si atravesado, del derecho”.

Es un consejo rebelde, una instrucción contra el asentimiento, contra la anuencia. O, si se quiere, es un programa que postula una existencia contradictoria e intensa, libre y fracasada, merecedora de ser disfrutada o padecida, casi un pronunciamiento contra la docilidad y la memoria: justamente aquello a lo que hoy nos aferramos para conjurar los desconciertos del presente.

Un plan como el que pregonaba el exergo de Bradbury sigue estando de actualidad, como de actualidad está también la peripecia del Nobel con que se galardonó a Juan Ramón.

El libro de los aforismos que ahora releo es de tacto deliciosamente antiguo, de presentación anacrónica en tiempos de vértigo impresor, adocenado. Con los aforismos podrían rastrearse las peripecias reales y soñadas de JRJ entre 1897 y 1954, aquella existencia que él quiso plasmar en la obra. Su vida interesante, estética, orgullosa y lamentable podría exhumarse, en efecto, con esos documentos indirectos.

“Lo entrevisto se ve mejor y dura más que lo visto”, dice Juan Ramón en uno de sus pensamientos. Estos aforismos son, en efecto, documentos indirectos que simultáneamente testimonian y recrean el impulso creador que se distancia de la existencia ordinaria. Es poesía en prosa que se hace en el acto mismo de anotar.

“El arte, para que parezca real, debe mantenerse un poco alejado de la vida”. Son también pensamientos depurados que archivan intuiciones de dicha existencia, intuiciones aparentemente simples que trabajan la forma hasta hacerla desaparecer. Presuntamente, claro: porque “la forma, para que no exista, para que no se sienta, para que no se crea en ella, ha de ser tan perfecta, que no exista”. Son dicciones que compendian de modo aparentemente inaudito: “hay que decir de tal modo, que aunque otro, otros, infinitos lo hayan dicho antes, parezca que lo han dicho antes uno”.

Pero no al precio de la originalidad impostada, del verbalismo, del petardeo: por eso, para JRJ, las greguerías de Ramón Gómez de la Serna se precipitan y se arruinan. “¡Qué bien dice siempre sus siete primeras palabras! Luego, como en la muerte de Jesús, vienen las tinieblas, el terremoto, las conjunciones astrales, el eclipse total”.

Anotar no es brillar: es padecer al comprobar que cada registro es una desazón, una desazón que “consiste en que, cada instante, quiero vivir toda mi vida”. No un instante tras otro, no una sucesión de momentos, sino una multiplicación simultánea de vivencias extremas, al modo de Nietzsche: “tenerlo todo; pero con esfuerzo”. Ese anhelo es cosa que contraría la necesidad de perseverar, la continuidad que nos da la memoria.

Tampoco la poesía es sucesiva, “sino sentimiento, pensamiento y acento”, una empresa que se reanuda cada vez, pues “el poeta verdadero inventa con las palabras usuales un idioma distinto”. Sin impostación, sin forzada originalidad. “Un poeta no continúa a otro poeta, sino que recrea, revive, aísla y cierra en sí mismo toda la poesía”. De ahí que pueda decirse que “el pasado es falso porque no vive más que en la memoria…”, admite JRJ.

En efecto, un documento no es el hecho, sino su huella, su abreviatura, el mero indicio, lo que queda cuando el acto se ha cumplido o frustrado u olvidado. Pues bien, de eso nos valemos los lectores de este libro de aforismos: de un material incierto, precario, al que atribuir significado sin su contexto. Es como si todos tuviéramos “la misma edad, la del mundo”, sin esos conocimientos críticos que tantas veces secan, agostan.

¿Recuerdan 'Schopenhauer como educador', de Nietzsche? Allí, el filósofo se oponía a la filología profesoral. Así he querido releer este prontuario de sentencias, como si la empresa del sentido la consumara ignorando las circunstancias que rodearon la escritura del aforismo. Como en un poema, no es estrictamente necesario documentar el contexto de su elaboración para captar las resonancias imprevistas que esas palabras nos provocan. Puede hacerse, con maestría incluso, pero no es imprescindible para el lector común.

“Lo importante no es, señores filólogos, que tal poema haya sido escrito en tal época ni en cuales circunstancias, no de esta manera o la otra; porque el arte no es historia”, ni vida sucesiva.

Yo, historiador, no siempre puedo cumplir este modo asilvestrado de leer, pero hoy me lo he querido consentir. Accedo a los aforismos de JRJ como si ingresara en una autobiografía fragmentaria, como si tradujera un documento escrito en lengua extranjera: un manuscrito incompleto, elíptico, con incoherencias, con enmiendas, con reiteraciones, con comentarios oscuros.

Espero Vida.

Los periodistas según Pío Baroja

Por: | 22 de marzo de 2014

PioBarojaNo voy a relatar aquí los antecedentes que relacionan a Pío Baroja con el periodismo. Sus opiniones sobre el particular no dependen única o principalmente del linaje, de la familia de impresores y reporteros que en varias generaciones cultivaron estos oficios.

Por supuesto, Baroja aprendió del padre, del algún tío, del abuelo... El padre, Serafín, fue un hombre admirable y asfixiante: sobre todo, por la variedad de sus oficios y registros, por sus capacidades e iniciativas, algunas fracasadas, pero siempre reveladoras de un carácter. En fin, un tipo importante en el ramo de la letra impresa.

Pío Baroja tuvo que hacer frente a un padre así y tuvo que forjarse su propia forma de ser. La relación con los periódicos fue un hecho fundamental en su vida. Así, el escritor donostiarra se hizo una idea de la prensa al tener tratos con los periodistas de su tiempo, de su propio tiempo, a principios del siglo XX. Se vio obligado a publicar en diarios y eso le hizo ver lo que él no quería ser.

Puntualicemos. Baroja tuvo una relación inevitable y conflictiva con la prensa, con los periodistas. Por una parte, inevitable..., porque Baroja publicaba en los diarios, preferentemente "cuentecitos", como él dijo en alguna ocasión, y también novelas, en forma de folletín: es decir, por entregas.

Pero Pío también sentía un íntimo y un olímpico desprecio por el periodismo: en realidad, para él, sólo mala literatura o literatura que no era tal. ¿Por qué razón? Porque el periodista atiende a la masa y en ese caso quien  escribe se rinde a las exigencias del público. En cambio, en el libro, en la novela que idea un individuo, son los lectores quienes deben hacer el esfuerzo de acercarse a la obra. En la prensa, el periodista no puede ser protagonista, ni endiosarse ni hacerse la víctima. En el periódico, el reportero no es nadie, sólo transmisor, eso sí: con los ojos bien abiertos, con el olfato despierto.

En el arte, en la literatura, el escritor se vale de sí mismo y de sus experiencias buenas o malas. ¿Para hacer qué cosa? Para crear un mundo de ficción e incluso para involucrarse él mismo en la invención, en la intervención. Pero no ha de quedarse en él, en su interior. Ha de servirse también del exterior, ha de mirar atentamente lo que sucede a su lado o lejos, para después alterarlo, imaginando también lo que no ha ocurrido.

El resultado es la ficción que tiene elementos reales y que el público disfruta. ¿Acaso miente el creador? En absoluto, podemos decir con Baroja. Lo que hace es rehacer, remodelar, reinventar para solaz de sus  destinatarios. Ellos sospechan que no es cierto, sospechan que hay algo de cierto en lo que se les cuenta y sospechan que los efectos de una obra literaria y de un diagnóstico médico son completamente distintos.

Al galeno no hay que pedirle imaginación, pero sí hay que exigirle que esté ojo avizor para no equivocar síntomas y diagnósticos. Baroja será médico y sabía de lo que hablaba. Abran bien los ojos: ésa podía ser la recomendación dada al facultativo y al periodista. No se dejen sorprender por lo aparente, exploren bien, palpen, ausculten. Si hacen un pésimo diagnóstico de la realidad, luego no se quejen. Esos preceptos de galeno son, sin duda, recomendaciones imprescindibles para ejercer de periodista. Y son recomendaciones de alguien que siempre quiso asumir su responsabilidad sin cargársela al adversario o al mal tiempo.

Baroja, que se sabía ducho escritor, que se reconocía cascarrabias, que se quería individuo, que se enorgullecía de mirar bien su entorno, soportaba muy mal los vicios de los indolentes, de los torpes y repudiaba los gremialismos de los perezosos. Aguantaba peor la invocación colectivista. Volvemos otra vez al escritor y a su público...

Un periodista no suele hablar en nombre propio (es decir, carece de un yo libre), indicaba Baroja. Por ello siempre lo hace amparándose en el medio que lo cobija. Por eso, sus errores o vejaciones, sus faltas deontológicas, sus deslices o traspiés no serán tomados en cuenta si no dañan al periódico. Es más, una manipulación de la realidad tiene la colaboración necesaria del diario: siempre, eso sí, que tal cosa haga aumentar la tirada.

Con gentes de esta calaña --venales, malamente preparadas, holgazanas-- Baroja no quería tener trato y así solía despreciar a unos plumillas en los que veía escasa o nula formación, pocos escrúpulos y frecuentemente chantajistas. Literalmente decía:  "Debíamos pensar en suprimir toda esa cáfila de periodistas hambrientos y ambiciosos que hablan en nombre de la libertad y que, a espaldas del público, viven del chantaje y de los manejos más viles...", leemos en El tablado de Arlequín (1904).

Su idea de la prensa era ciertamente negativa, catastrófica. Se basaba en experiencias personales, en choques o roces particulares y se basaba también en el estado general del periodismo de su tiempo. Los fondos de reptiles, los falseamientos voluntarios e involuntarios de los reporteros y la penosa vida de muchos de ellos les llevaban a equivocarse con los hechos, a confundir las vicisitudes, a conjeturar indebidamente y a empecinarse. Baroja no confiaba en individuos totalmente sujetos, subordinados, supeditados a los intereses del rotativo y, por tanto, carentes de libertad de expresión y de juicio.

Para Baroja, el periodista era una suerte de siervo herido que volcaba su rencor en todo aquel que pudiera contradecirle. "En el periodista muchas veces hay el contraste de su vida mediocre, hundida en la miseria, con su apostolado, que considera importantísimo", dirá Baroja en Aquí París (1955). Baroja desconfiaba de los apostolados, de las misiones, de las grandes palabras. Prefería, por el contrario, atenerse a la realidad y prefería cultivar su habilidad para moldearla, cambiarla, para inventar lo que no está escrito, lo que no está dicho o lo que no está dado.

Y no quejarse, no quejarse real o fantasiosamente del daño que infligen los demás. En este punto como en tantos otros el escritor era un fiel discípulo de Friedrich Nietzsche. El rencor y el odio de quienes trabajan mal, con falta de tiempo o a destiempo, son una peste que se contagia, admitía Baroja de los malos periodistas. No miran, no miran bien, se desentienden de las pruebas numerosas que todo observador debe contemplar. ¿El resultado? Gacetillas precipitada y pésimamente escritas y --lo que era peor para Baroja-- un desprecio de la realidad y sus dobleces, una ignorancia de lo que ocurre, un desconocimiento de la historia y de la capacidad humana para imaginarla de otro modo.

Pero Baroja aún arremetía contra el periodismo por otra razón. Por servilismo o venalidad. En vez de presentarse como defensores de los ultrajados o como guardianes de la verdad, los reporteros sólo protegen sus propios intereses. "Sé que si mañana me encuentro vejado por una enorme injusticia no he encontrar Prensa que me defienda, a no ser que tenga amistades con periodistas o vaya a señalar algo que el exponerlo sea beneficioso para los intereses del periódico", dirá otra vez en El tablado de Arlequín.

Su pesimismo, remotamente inspirado en Arthur Schopenhauser, y un dictamen tan catastrófico no tenemos por qué aceptarlos hoy. O sí. En todo caso, Baroja nos ayuda a imaginar otro mundo posible, otra realidad menos rastrera, menos vulgar o plebeya, con hombres de acción que actúan movidos por nobles fines y no por mezquindades. Y mezquindad hubo mucha en un periodismo servil que conoció tan bien. De ahí que leer y escribir novelas, cultivar la ficción, oponer lo imaginado a lo ordinario, fueran para él lenitivos, saludables tónicos que le hacían apartarse de ese mal inevitable: el periodismo... 

 [Este texto que aquí reproduzco es una parte mínima de un capítulo más extenso ya redactado. Pertenece a un libro que estoy escribiendo y que espero acabar pronto y con bien. Traigo aquí estas líneas porque las creo de plena actualidad. Agradezco a Francisco Fuster y a Pío Caro-Baroja sus amabilidades].

 

Hay en la agonía de Adolfo Suárez algo insólito

Por: | 21 de marzo de 2014

AdolfoSuárezIllanaViernes, 21 de marzo, a media mañana. Rueda de prensa de Adolfo Suárez illana. La escucho por la radio. La comento con quien en ese momento me acompaña.

Hay en la agonía de Adolfo Suárez algo insólito, algo que me ha producido una enorme extrañeza.

Sale un hijo, que ha convocado una rueda de prensa, para decir que a su padre los médicos le dan como mucho 48 horas. No entiendo francamente por qué Adolfo Suárez illana ha de comparecer.

Sabemos que está hospitalizado, sabemos que padece una enfermedad irreversible, sabemos que el ingreso del pasado lunes se debió a una complicación respitaroria, concretamente una infección.

El agravamiento de la circunstancia neurológica podría haberse comunicado con una nota de prensa en la que la familia, tras consultar con los médicos, informara de que teme por la vida del ex presidente.

No sé de ninguna rueda de prensa en la que un hijo salga a comunicar un desenlace inminente. No veo la necesidad de anticipar en vivo y en directo una muerte anunciada. Por respeto a quien aún no ha fallecido.

Mi madre murió el pasado 13 de marzo. Desde cinco días antes, la gravedad de su situación era extrema y apenas respiraba: lo hacía con mucha dificultad. Yo no me di por vencido hasta el final. Probablemente me estaba engañando. Pero jamás me hubiera perdonado convocar a amigos y conocidos para decirles que le quedaban como mucho 48 horas.

Mi señora madre no era una persona conocida (ya lo sé), pero yo no me habría atrevido a reunir a los familiares antes del fatal desenlace. Me parece fuera de lugar lo que ha hecho Adolfo Suárez illana y a la vez me apena su situación como hijo.

A lo mejor es que soy un antiguo. Leo en 'El País': "Al borde de las lágrimas, Suárez Illana ha insistido en que la muerte del expresidente puede producirse en cualquier momento. Pero ha recordado que la familia, que rodea al duque de Suárez en sus últimos momentos, lleva 11 años preparándose para este desenlace".

¿Era necesaria esta comparecencia? ¿Era... preciso comunicar esto, este dolor, para finalmente romper a llorar? Me gustaría decirle algo amable, algo tierno. No puedo decirle que le acompaño en el sentimiento. Aquí hay algo que me estremece.

Fills de puta, el Making Off

Por: | 20 de marzo de 2014

Uno. Un grupo de amigos se reúne al menos una vez al año. Se trata de una cena, copiosa y abundantemente regada, divertida. Acuden con sombrero desde un día en que así lo establecieron. Es algo preceptivo. Al acabar la colación marchan en pasacalle, de charanga. Son vecinos de Benimaclet y les unen la guasa y la alegría festiva, la música. Esos amigos, que son valencianos, tienden a la procacidad: les pierden la carne, el sexo y sobre todo el lenguaje sicalíptico. Es decir, el nabo, la figa, el virgo y todas esas cosas, ya saben. Se hacen llamar 'Fills de puta'. Las expresiones 'fills de puta' o 'fills de putes' no tienen la tremenda carga semántica del castellano. En León llamarle a uno hijo de puta es muy muy grave. Probablemente, el español ha perdido parte de la gracia soez que la literatura picaresca tenía.

Desde Josep Bernat i Baldoví e incluso desde tiempo inmemorial, a los valencianos se les atribuyen estas querencias procaces, ese gusto por lo chocarrero, ese apego a lo 'coent' No hay nada malo en ello. La cultura popular es, entre otras cosas, celebración de lo carnal y del chiste.

Dos. Un día, uno de esos 'Fills de puta' de Benimaclet encargó la realización de un documental. Me refiero al profesor Pau Rausell. Para eso se dirigió a Barret Films, una productora que tiene ya una trayectoria y reconocimiento. La clave debía ser realizar un falso documental para consumo de los propios 'Fills de puta'. Es decir, se trataba de inventarse una tradición remota de la que vendrían la festividad y cena de los 'Fills de puta' contemporáneos.

Dos jóvenes realizadores, encargados por la productora, se pusieron manos a la obra: Víctor Serna y Sofia Tatay. A partir de un esbozo presentado por Pau Rausell, la historia cobró forma y se convirtió en un guión. Se grabó el testimonio de unos profesores que podían dar verosimilitud a dicho invento. En este caso, las personas que aparecieron en el montaje final fueron Anaclet Pons y quien esto firma (o sea Justo Serna).

Tres. Se realizó la película, se tomó declaración a dichos profesores, se tomaron otras imágenes o se sacaron de los archivos, se buscó banda sonora de canciones populares valencianas (alusivas al sexo y a las putas, lo siento) y se montó el material. En el film hay numerosos indicios de que aquello es una ficción, de que es pura fábula. Pero el primer precepto de la ficción televisiva, cinematográfica o literaria es que haya siempre algo de verdad, algún hecho constatable que reforzaría el crédito de lo que se cuenta.

Es más, la presencia en este caso de dos profesores de historia contemporánea presuntamente corroboraría lo dicho: es un argumento de autoridad. Pero el marco --no hay que olvidarlo-- es una película de ficción. ¿Dirigida a quién? El estreno se haría en la cena anual de los 'Fills de puta'. Así ocurrió el pasado día 14 de marzo. Fue un éxito clamoroso. La gente reía a mandíbula batiente. Nadie dio por verdadero, por real o por cierto el documental.

Un día después dicha película se colgó en Internet a través del canal Vimeo. Y uno de los profesores lo promocionó escribiendo en el blog de El País y en Facebook. ¿Qué celebraba? La ocurrencia, la capacidad, la diversión. De paso aprovechaba --ya se sabe que los profesores se ponen pesadísimos con sus materias-- para hablar del pasado, de las tradiciones, de la invención de las tradiciones, de la verdad, de la verosimilitud (que son cosas distintas).

Cuatro. Parece ser que ha habido espectadores de Internet que, pese a los indicios clamorosos, creyeron que era la historia real de la prostitución en Valencia, la historia verídica de los hijos de las putas locales. Por supuesto, el documental está plagado de pruebas de lo contrario: de la broma evidente. Parece ser que algunas personas se lo han tomado a mal acusando a los profesores de mentirosos. Es un insulto grave pero que no tomaremos en cuenta porque aquí nadie engaña a nadie. Es una ficción privada para disfrute de unos juerguistas que finalmente  se colgado en Internet. Que haya personas que den crédito a esta patraña es simpático o enternecedor, pero no hay que pasar de ahí. Los profesores imparten sus clases, escriben  y hacen declaraciones. Son creíbles porque el contexto académico lo respetan. En la película Fills de puta (Barret Films, 2014), de Víctor Serna y Sofia Tatay, los profesores no mienten: la ficción es un encargo para espectadores que disfrutan un documental inventado, un documental que da vida a una tradición reciente.

Y ahora pasen y vean.

'Fills de puta', historia y periodismo

Por: | 18 de marzo de 2014

La editorial Gallo Nero publicó tiempo atrás el texto fundacional que Joseph Pulitzer dedicara a la Escuela de periodismo de la Universidad de Columbia (1904). Es un librito imprescindible: Sobre el periodismo. Escribí acerca de este volumen y ahora quiero volver sobre dicha obra.

 
La historia, el periodismo y los hechos... Todo esta reflexión me la provoca el documental Fills de puta (Víctor Serna y Sofia Tatay, 2014, Barret Films), ese documental sobre los hijos de perra de Benimaclet. Acabo de escribir ese párrafo y releo el artículo-reportaje que publica Levante-EMV el día 18 de marzo a propósito de los fills de puta. Es una crónica exhaustiva a la que, quizá, le falte algún contraste. 
 
Las ideas de Joseph Pulitzer siguen siendo atendibles: la defensa de la ética profesional, de la deontología del periodista frente al puro comercialismo, de la honradez y de la moralidad civil frente al engaño. Todo eso aún forma parte de nuestro mundo.
 
Pulitzer fue el principal oponente de William Randolph Hearst, y como él contribuyó a fundar y a desarrollar el periodismo amarillo. Al final de sus días y después de muerto se redimió, si podemos decirlo así. Sus reflexiones, recogidas en este volumen, y las donaciones económicas para la Escuela de Periodismo y para la dotación de su Premio son su legado.
 
Lo mejor es la crítica que hace de la demagogia: en la política y en la prensa. El deterioro que ese fenómeno provoca en la moral colectiva es insondable, profundísimo, dice Pulitzer: una opinión pública jaleada por periodistas inescrupulosos y por políticos corruptos abre una brecha social y descompone. De eso sabemos mucho en Valencia. Pero hay más. 
 
Una prensa que refuerce el prejuicio y los estereotipos de la gente corriente no hará servicio alguno: agravará el estado de cosas. Si el periodismo reafirma a la gente en sus ideas, el resultado es lamentable. Si la información confirma lo que previamente sospechamos, entonces los diarios no sirven para gran cosa. Por eso, dice Pulitzer, “a veces, uno de los deberes más importantes de la prensa es oponerse a la opinión pública”. Oponerse a la opinión pública es contrariar lo obvio, lo aparente, lo esperado. Y Pulitzer añade (citando literalmente a James Bryce):
 
“Las democracias siempre tendrán demagogos preparados para alimentar su vanidad, agitar las pasiones y exagerar el sentir del momento. Lo que se necesita son hombres que naden contra la corriente, les hagan ver sus errores y se apresuren a crear argumentos que resulten aún más contundentes a causa de no ser bien recibidos”.
 
Nadar contra la corriente. No sé si los fills de puta de Benimaclet (Valencia) han nadado contra la corriente. Parece que sí: han logrado un hueco en la agenda informativa. No sé si los testimonios de los historiadores son siempre fiables: quién sabe de qué documentos se sirven. No sé si los profesores son siempre creíbles: yo soy tal cosa y no me fiaría... En todo caso, los cineastas que han realizado este film han logrado su propósito: reactivar una tradición breve y exangüe (los fills de puta), interesar a los historiadores (a quienes utilizan), provocar a los espectadores (a quienes respetan), atraer a los periodistas (a quienes veneran. ¿Veneran?).

 

Fills de Puta from Victor Serna on Vimeo.

¿Los hijos de perra en Valencia?

Por: | 17 de marzo de 2014

La historia reprimida de Benimaclet

Cero. Ustedes me perdonarán este lenguaje ofensivo, palabras tan ultrajantes. Pero hay que llamar a las cosas por su nombre. Yo hubiera preferido dulcificarlo, pero la verdad obliga y el descubrimiento no nos puede hacer andar de puntillas.

Uno. Me siento muy honrado de compartir este enlace de la Librería Gaia. Soy cliente suyo habitual y sé lo que esto significa para ellos. Esto va a traer escándalo y no es cómodo ni solidario que los amigos de Gaia asuman solos este reto. Por eso me sumo gustoso y a la vez temeroso de compartir este enlace. Las consecuencias pueden ser desagradables.

Dos. Me siento además comprometido con la historia que aquí se cuenta. El profesor Anaclet Pons y yo somos universitarios que impartimos docencia y, a la vez, investigamos sobre el pasado, el pasado local y la realidad de otros tiempos. Somos profesionales de la cosa: nos manejamos con papeles antiguos, con legajos, con viejos expedientes que se conservan en los archivos.

Resulta difícil, muy difícil, sacar a la luz documentos de un mundo en buena parte perdido, desaparecido. Es difícil porque no siempre se conservan los papeles que acreditan y porque no siempre la gente quiere rememorar tradiciones que pueden resultar ofensivas. Y la historia de los hijos naturales de Benimaclet, Valencia, es fascinante.

Vamos a decir las cosas claras: este documental, cuyos directores son Víctor Serna y Sofia Tatay, parte de una idea original de Pau Rausell, profesor de Economía de la Cultura de la Universitat de València. El doctor Rausell es quien primero se esforzó, quien primero empleó su tiempo en desenterrar unos hechos comprometedores para este industrioso barrio de Benimaclet.

¿Esto que van a ver sólo interesa a los nativos? ¿Interesa únicamente a los hijos de puta locales? Por supuesto, el tema, tan grave y doloroso, es de alcance mundial: en esta película se habla de la exclusión de un grupo social, los hijos naturales. Y se habla de su integración en la esfera local, en los oficios, en la Universidad y en las más altas instituciones.

Los hijos de perra, como algunos los llamaron y aún los llaman, son toda una institución en el mundo, pero sobre todo en este pequeño enclave llamado Benimaclet. El documental puede oírse en las lenguas de la Comunidad Valenciana y se dispone de la opción de subtitularlo.

El narrador es un hombre alemán originario de Benimaclet. Ustedes perdonarán la dicción tan trabajosa con que se expresa. Vale la pena escucharlo atentamente, como vale la pena atender a los testimonios de los investigadores (principalmente, el doctor Anaclet Pons y yo mismo).

No garantizamos que las autoridades actuales, tan recelosas de la cultura, atiendan a lo que aquí se dice y se les dice. Imaginamos cuál será la reacción. Negar los hechos, descartar la veracidad de los documentos, quitarnos la palabra. Pero el documental, que debemos al inquieto Pau Rausell y a la habilidad técnica de Víctor Serna y Sofia Tatay, deja bien clara cuál es la historia de los hijos de perra, un grupo perseguido y ahora felizmente rehabilitado.

 

Fills de Puta from Victor Serna on Vimeo.

Valencia, la ciudad sitiada

Por: | 16 de marzo de 2014

La foto-3

 
Uno. Algunos escribimos periódicamente sobre la Fallas para lamentarnos de su deriva y para deplorar la exaltación agónica de la alcaldesa de Valencia. En el caso de Rita Barberá, una exaltación agónica es también una proclama demagógica. En La farsa valenciana (Foca, 2013) dedico unas páginas a este ciclo purificador, a las Fallas como reiteración populista. No hay manera: nos caen miles y miles de euros, pero mientras tanto miles y miles de valencianos procuran huir de una fiesta que es el infierno tan temido.
 
 
Dos. El populismo no es un concepto gastado ni una realidad intangible, como algunos académicos nos quieren hacer creer. El populismo es precisamente una exaltación de lo popular, de lo que previamente ha sido definido como popular. Es un extremismo: una celebración incondicional del pueblo y sus virtudes, de la comunidad y sus valores, de sus representantes y sus cualidades. El populismo es un encomio de rasgos y habilidades que presuntamente definen lo común, lo plebeyo. Viva el plebeyismo.
 
 
Tres. Algunos llevamos años diciendo lo mismo, reiterando lo evidente, criticando la dejación culpable de las autoridades locales. Así hago en La farsa valenciana. El rugido comunal de Rita Bárberá da inicio a días y días de regocijos públicos. Los que escribimos siempre decimos lo mismo y, por supuesto, eso que repetimos no sirve de nada: la mayor parte de las Fallas se desparraman en cientos de calles, se agigantan inúltimente y, de paso, exaltan lo obvio, un concepto artístico que a muchos nos produce escalofríos. 
 
 
Cuatro. La ciudad se desborda durante semanas de estrépito y mugre, de cascos y meadas. ¿Qué vemos? Carpas plásticas de lujo oriental; calles cortadas con ostentación, con arrogancia; paellas cocinadas de modo primitivo, pesadamente aceitosas; iluminaciones de feria, con arabescos, farolillos y perillas, puro derroche mediterráneo. ¿Qué más vemos? Muchos monumentos de estética disuasoria habitados siempre por la inevitable pareja fallera: un pisaverde escuálido y una tiarrona de carnes opulentas.
 
Cinco. Los aceites refritos ahogan, las detonaciones nos hacen tremolar (como dicen aquí), el jaleo nos mantiene en vela: cohetes de gran estruendo estallan siempre a tu costado. Todo parece un frente bélico, con proyectiles alegremente lanzados.  Hay una pestilencia rancia de alcoholes y orines; hay un tufo abrasador cuando el sol valenciano rehoga a fuego lento no el cartón-piedra, sino la mefítica humanidad. Hay botes y también ampollas astilladas.
 
Seis. Mientras tanto, la alcaldesa, doña Rita Barberá Nolla, padece una furia explosiva y una ronquera creciente, un carraspeo constante. Salta, tira petardos, jalea a las masas y su voz se pierde. Ay, el carraspeo. También lo padecen quienes tienen sus cuerdas vocales tocadas por la lija de los licores.
 
Siete. Las falleras mayores son dos beldades locales. Estupendamente maquilladas y peinadas, da gozo verlas. Son chicas que hacen excelentemente su trabajo, que es representar de manera anacrónica la valencianía y la muchachada. Son jóvenes que se merecen lo mejor: como tantos y tantos falleros que se entregan con ganas, recibiendo sólo a cambio el reproche. ¿El reproche de quiénes? El desdén de quienes ya no soportamos este botellón demente. Entretanto, la ciudadanía maravillada asiste impávida al vandalismo, al incendio de papeleras y contenedores, algo propio y típico de una ciudad sitiada.

Un líder socialista

Por: | 09 de marzo de 2014

Uno... No sé si la ciudadanía aguarda un cambio. Sin duda, muchos simpatizantes, afines y militantes sí que lo desean: un partido abierto; no una organización cerrada que premie el asentimiento y castigue el Pspv-psoedisentimiento.

Hay electores que esperan un liderazgo dinámico, intelectual y popular. Ni arrogancia iletrada ni antiintelectualismo.

Hay votantes que esperan cuadros y dirigentes activos, que ocupan espacios de opinión, y no simplemente orgánicos. Ocupar un espacio mediático no es alarmar o crear acontecimientos escandalosos o hacer declaraciones pomposas que recogen inmediatamente las televisiones. Es crear las condiciones de la transparencia y de la deliberación: criticar lo obvio.

Hay simpatizantes que esperan participar en la vida interna de la organización, que esperan la renovación de cargos a partir de listas cerradas, pero no bloqueadas... (2012)

Dos... Hay que apoyar a un candidato que sea políticamente atractivo, que despierte entusiasmo, que pueda generar encanto entre los indiferentes o entre las clases medias. Hay que encontrar a un político que posea el don de la oratoria, alguien que cuente una historia clara, su propia historia y la que el público también quiere escuchar, alguien que persuada.

Hay que apoyar a un candidato al que se le vean la solidez y la honestidad, que sepa reunir, aglutinar; que logre decir lo que hay que decir con gestos precisos, mostrando honradez y picardía: dueño de la palabra exacta. Hay que promover a un líder que tenga nivel intelectual -que no abochorne con ideas banales- pero que a la vez tenga tirón popular, que sepa captar la simpatía de un amplio sector, ese que sin tener inquietudes refinadas ocupa el espacio.

Hay que apoyar a una persona que no dé la imagen de cansancio, de hastío, de repetición. Hay que elegir a alguien que transmita algún tipo de entusiasmo, a alguien que sepa imantar las miradas, provocando también un efecto de sinceridad.

¿Qué pido? ¿Un líder carismático? No: busco un dirigente que esté por encima del sectarismo, capaz de reconocer lo que el rival hace bien para combatir mejor las corrupciones de ese adversario. El partido quedará galvanizado por un líder así... (2009)

Fuentes:

Los archivos de Justo Serna, El PSOE, 29 de octubre de 2012

JS, '¿Un líder socialista?', El País, 10 de junio de 2009

El País

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