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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

¿La vida inesperada?

Por: | 28 de abril de 2014

Vi la luz nuevamente.  A poco que me hayan seguido, sé que ustedes me  tacharán de reiterativo y Lavidainesperadadefinitivamente majareta. No es así. En este asunto siempre hay novedades que no dependen de mi chaladura.

Cuando creía que esas visiones ya habían desaparecido (quizá era algo neurológico); cuando confiaba en que todo era una alucinación enferma, confirmé mi realidad coja.

Estas cosas les suceden a otros, pensaba para sacudirme los miedos. Esto ocurre a quienes ya están predispuestos. ¿Pero a mí?


Regresé a mi casa tras los últimos episodios que había padecido admitiendo que todo era conforme nos lo había detallado la brigada de la policía científica. Para mí, que soy un hombre nacido en una España pobre y semianalfabeta, sólo dicho rótulo --policía científica-- me impresionaba sobremanera.

Eso únicamente significaba que Luisa de la Guardia había conseguido organizar un grupo de élite. En despachos anticuados, con un mobiliario en parte desvencijado, con unos presupuestos menguantes, mi antigua amiga había demostrado al mundo su habilidad organizativa. Su seriedad y el buen empleo de los recursos.

Nos habíamos conocido en la infancia, cuando jugábamos en la calle a las chapas, a las trompas y a las canicas. Las chicas no se entretenían sólo con muñecas. O al menos Luisa experimentaba con juegos de mayor riesgo... Hasta aquí, todo normal.

Tuvimos una amistad razonable, incluso anduvimos enamorándonos durante un tiempo. Yo veía crecer su inteligencia y su trasero y me parecía deseable. Como era un adolescente aniñado, inmaduro, con músculos prácticamente inexistentes, mi relación con ella sólo podía sufrir altibajos. Yo era un muchacho angustiado y además padecía ataques de envidia incontrolable. Lo siento, he de confesarlo.

En casa de Luisa andaban muy sobrados de dinero: una empresa de fabricación y distribución textil les había permitido una gran holgura. En cambio, en mi familia la grave enfermedad de mi padre, que le obligó a retirarse tempranamente, nos forzó a todos a vivir de modo austero. Podemos imaginar con qué malestar miraba yo el dinero de los otros.

Todo muy normal, ya digo. Todo muy normal..., hasta que Luisa padeció una fobia muy rara. Está diagnosticada, pero ignoro su nombre científico: es el repudio instintivo (vamos a llamarlo así) de las aves. No era una simple alergia. Esto era más grave, por los efectos incontrolados que, por ejemplo,  un simple pajarillo le provocaba.

Primero eran picores y luego una violencia física y verbal. Al final eran aullidos. En esas ocasiones, la pobre Luisa parecía un personaje lejanamente inspirado en H. P. Lovecraft. Y yo, con mi furia envidiosa de la que no me había curado, un tontorrón sin excusas. Crecimos y, con nosotros, crecieron nuestras fobias y temores. Conseguí ocultar esos miedos hasta llevar una existencia mediocre de profesor de provincias. La vida era la esperada.

Luisa prosperó (ignoro cómo ocultó este grave malestar psíquico que arrastraba) y finalmente pudo reaparecer en mi vida como una policía de grandes dotes y saberes. También fue un encuentro inesperado. Era célebre su habilidad para desmontar patrañas y estrategias del crimen organizado.

Tras reanudar nuestra amistosa relación, una llamada suya me sorprendió. Me telefoneaba para invitarme al cine. Esto ocurrió días atrás. Ambos estamos casados, felizmente casados con nuestras respectivas parejas, y esa cita no tenía connotación alguna. Simplemente, Luisa quería llevarme a ver La vida inesperada, estrenada en 2014, dirigida por Jorge Torregrosa y escrita por Elvira Lindo. No sé por qué ella creía que dicho film hablaría de nuestras existencias divergentes, de nuestros desencuentros. No fue así.

La película está ambientada en Nueva York, la protagonizan un par de primos que no saben muy bien qué hacer con sus vidas y la progresión dramática de la comedia nos dejó con los ojos llorosos. Al menos, yo tuve que enjugarme las lágrimas para no parecer un varón muelle.

Sin duda, los actores están sobresalientes: Javier Cámara y Raúl Arévalo. Pero ese paso de la risa al llanto es habilidad especial de Elvira Lindo. Tengo contacto con ella, con Elvira, le dije a Luisa. He de comentarle la impresión tan tierna y perturbadora de la película. He de comentarle a Elvira lo aleatorio de nuestras decisones, el empuje que hay que tener.

Aquí estaba con Luisa viendo un excelente film y para ella la vida también había sido igualmente inesperada. No le pregunté por los pajarillos. ¿Y yo? En principio, yo era lo contrario de los primos en Nueva York: con la existencia decorosamente resuelta y previsible, nada podía aguardar del porvenir. Mis decisiones se habían tomado años atrás. Pero una parte de esas elecciones habían sido cobardes, pensé punitivamente. No explicaré ahora a qué me refiero, pero la película me dejó muy pensativo. Luisa parecía haberla disfrutado como historia ajena, como unos hechos que no la concernían enteramente.

En cambio, yo llevaba semanas planteándome la justeza de mis actos, lo razonable de mis elecciones. Ahora me daba cuenta de que quería parecerme a Javier Cámara, al actor fracasado en Nueva York que consigue rehacer su existencia. ¿Por qué? Porque mi vida era una pantomima, porque mi trabajo era insatisfactorio, porque mi chata ciudad de provincias no daba para más. Pero también me engañaba. Creía que todo me había salido mal. Me lo planteaba de dicho modo para castigarme mejor: para así justificar mis indecisiones; para así perderme la vida, algo a lo que ya no tendría acceso; para así darle grandeza dramática a mi vulgar episodio de tristeza.

En fin, aún sigo viendo luces, esas impresiones lumínicas que parecen anunciarme algo y que no son más que luciérnagas, tal como aprendí de Juan Planas. Recogen la luz con un esfuerzo no menor y como si fuesen farolillos se orientan.

Tito Vilanova y el mechero

Por: | 26 de abril de 2014

Hasta hace muy poco tiempo ignoraba quién era Tito Vilanova. Desconocía que pertenecía al mundo del fútbol y, más concretamente, que era un hombre del Barça. El cáncer se lo ha llevado por delante. No le han servido ni el amor de su familia, ni el Mechero2cuidado de los médicos, ni los mejores tratamientos.

Acompaño en el sentimiento a sus parientes, a los que imagino entristecidos, con lágrimas permanentes y con una congoja que te seca la garganta hasta llegarte a asfixiar.

¿Quién no tiene en su familia un caso y otro caso y otro aún? Esta malhadada enfermedad no es una, sino muchas, al igual que no hay uno, sino múltiples pacientes. Grandes profesionales luchan y a todos nos dan esperanzas.

Tengo una desazón y muchos reparos. Me pregunto si es sensato hablar de esto. Uno no puede tratar ciertas cosas sin que la emoción más infantil y dolorosa le acongojen.

Mi primera experiencia con el cáncer la tuve con el abuelo materno. Yo lo idolatraba. A pesar de su pronto serio, severísimo, mi abuelo Francisco era una fiesta. Hablaba por los codos, contaba historias increíbles, me relataba la Guerra de Marruecos, me describía su siglo XX. Sin duda, todo lo que contaba tenía su sesgo y su exageración y hasta yo, un muchachito de 8 o 9 años, advertía que sus historias hiperbólicas lo convertían en héroe y a mí en su feliz oyente. Salvo su nutritiva palabra, nunca me regaló nada. Exagero: prácticamente nada, algunas pesetas y un mechero averiado.

El encendedor inservible a mí sí que me sirvió para querer más a mi abuelo y para explorar las tripas de aquel ingenio: la mecha, la bencina, el depósito, la piedra, la rueda, la tapa, en fin. Era metálico y eso le daba un peso y una prestancia que no tenían otros artículos de idéntico tamaño. Como diría un psicoanalista, aquel mechero fue un objeto fuertemente investido por el amor de un nieto, un objeto de experiencia y autoridad. Sí. Y algo más. El encendedor no funcionaba: no me pregunten cuál era la causa; yo soy de Letras, nada manitas y absolutamente desinteresado por el mundo de la reparación. El mechero no prendía, con lo cual carecía de función. Si era una transferencia de poder simbólico, entonces mi abuelo me había dejado a medias y con serias dudas sobre el destino del encendedor.

El episodio del mechero coincidió con la agonía y muerte de mi abuelo. En pocos meses, un cáncer ubicado en la garganta o en la parte maxilar (nunca pude saber con certeza de qué tipo era) devoró su mejilla derecha, su ojo, abultado y encharcado, llegando hasta zona neuronal. De nada sirvieron las sesiones de radioterapia. Hablo de 1970. Muchos años después, en 2014, el episodio del cáncer devorando el rostro de la persona querida se me repite para mi dolor y desesperación.

No puedo sacar moraleja alguna de esta circunstancia. Ni pido, por supuesto, que me compadezcan, no quiero hacer exhibicionismo sentimental. Sencillamente quiero decir que en 1970 aquel cáncer me resultó inexplicable y escandaloso; en 2014, igualmente inexplicable y escandaloso. Una enfermedad que te destruye la cara, con su avance o con las cirugías, es una injuria insoportable. No hace falta que seas una persona muy coqueta... Al dolor únele este inútil y cruel vejamen. No hay palabras.

Todos podemos relatar múltiples y dolorosas experiencias. Yo, por el contrario, no puedo continuar. Lamento mucho lo que le ha ocurrido a Tito Vilanova, acompaño en el sentimiento a su familia, y me reafirmo: no hay explicación posible para la estupidez y el escándalo de una muerte siempre temprana, una muerte que te arrebata no la vida, sino la alegría.

Mi abuelo, a pesar de su severidad, era una persona jovial. Durante las últimas semanas de su vida perdió el humor, la ironía, la capacidad y la voluntad de narrar. Con analgésicos potentes y con estupefacientes (imagino), le calmaban el dolor. Ahora bien, el dolor del nieto, de los nietos, nos asfixiaba. Con mi familiar recientemente fallecido me ha ocurrido algo semejante. No: algo peor. Ves el deterioro, te asomas al abismo y notas que la voz, prácticamente inaudible, se apaga: como notas que esa congoja aún te ahoga.

Bob Dylan e ING Direct. 'How Does It Feel?'

Por: | 25 de abril de 2014

Lo primero que llama la atención es que éste es el anuncio de un banco. La pregunta indignada que muchos se plantean es por qué Bob Dylan promociona una entidad de este tipo. Podríamos decirlo parafraseando a Bob-dylan-ing-campaña-adlos grandes...:

La Banca, la cerda del sistema, el epítome rapaz del capitalismo, devora a su propia lechigada.

¿Cómo es posible que Dylan haya aceptado su dinero, enriquecerse con una entidad financiera? Un Banco y Dylan son dos cosas contrapuestas, podríamos apostillar en primera instancia. El cantante de Minnesota ha sido rebelde, contestatario, ha concebido su vida como una continua experimentación, ha querido marchar, salir, huir de la casa, de la sede, del pueblo, de la región, del Estado. Tuvo la oportunidad de colocarse en el establecimiento familiar de venta de electrodomésticos. Sin embargo, optó por romper. ¿Qué tiene que ver ING Direct (España) con este nómada que imaginó el mundo de otro modo, que fue cáustico y cruel con los poderes establecidos?

Hasta ahora las respuestas que los internautas han dado al anuncio han sido preferentemente de dos clases. La primera podríamos calificarla de inculpatoria: Bob sabe lo que hace y el Bob ya anciano que trafica, que negocia con su imagen juvenil, liquida su patrimonio contestatario. Qué pena, de haber sido posible, el joven Dylan habría desautorizado esta operación comercial.

La segunda respuesta podríamos calificarla de exculpatoria: ING Direct habría usado la imagen un Bob juvenil, unas filmaciones de 1966, para limpiar la imagen de la Banca, concretamente de esta entidad. Qué pena, dicen algunos, está manipulación es imposible que haya podido hacerse con conocimiento del cantante, que habría permanecido ignorante de lo que sucede.

Ambas respuestas son ingenuas y nos presentan a un Dylan inmaculado, un Dylan que alguna vez (o siempre) estuvo libre de culpa. Los mitos vivientes tienen eso: que por hache o por be nos decepcionan, que se venden, que envejecen, que se vuelven cascarrabias, que pierden en fin esa lozanía de la juventud que fue contestataria. No hay cómo morir joven, como ser un cadáver exquisito. El cuerpo y la voz ya no se deterioran, pero sobre todo lo que se fija y permanece es nuestra imagen idealizada, el mito y sus símbolos,esa segunda piel que le añadimos al muerto.

Como decimos Alejandro Lillo y yo en un pasaje de 'Young Americans', "Bob Dylan nunca ha sido un anticapitalista que espere el derrumbe del sistema. No es un revolucionario que aguarde la disolución de la máquina, de la maquinaria que se mantiene en funcionamiento. Él es y ha sido un norteamericano que siempre ha destacado los valores estadounidenses, que ha marchado con esos valores, que ha denunciado su hipócrita olvido, su descuido.

"¿Cuáles son? Entre otros, la posibilidad de irse, de marcharse, de tomar tu propio vehículo para abandonar el lugar de origen. Destacó como joven motorizado y un accidente, aquel accidente en el que se rompió alguna vértebra, estuvo a punto de liquidar sus sueños. ¿Qué queda del Dylan que abandonó Minnesota, que se instaló en Nueva York?

"No estás obligado a permanecer en tu pueblo o en tu Estado. Siempre cabe la posibilidad de escapar, de rehacer tu existencia sin, por ello, renunciar a lo que te es propio. En Dylan, el viaje es un motivo constante de sus canciones. Alguien vive con amargura o dolor su arraigo, su origen. Puedes abandonar lo que te oprime, el frío que te atrapa o el dinero fácil que te agosta, si con ello rehaces tu identidad.

"Sus cambios de imagen, de estilo, de filosofía no se deben sólo a la crecida de la edad. Se deben también a alguien que tantea, que remonta y se desmiente, se contradice, a alguien que pronto acaba padeciendo nostalgia e incluso melancolía..."

Estas mismas polémicas se desatan cada vez que Dylan protagoniza un anuncio de una gran compañía. En el reciente 'spot' de la SuperBowl, el cantante actual, envejecido, promociona un modelo de la Chrysler. De este caso concreto hablamos en 'Young Americans', no para exculparlo o condenarlo, sino para entender su lógica, en fin.

La respuesta de ING Direct a estas polémicas es perfectamente legítima y perturbadora: esta entidad era un banco novedoso cuando de fundó y cuando comenzó a promocionar sus productos financieros; un banco que no tenía o prácticamente no tenía oficinas físicas; que no cobraba comisiones, que hacía la vida más fácil a la gente. Creíble y a la vez la típica cháchara de la banca...

Bob Dylan está en Inglaterra. Es 1966 y unos rótulos comerciales que tienen sentido y que a la vez le sorprenden (un americano en Londres) acaban no teniéndolo porque la mente despierta y corrosiva de Dylan, alguien que combina palabras y drogas, les da la vuelta con agilidad y paroxismo.

Cuando el anuncio está a punto de acabar se oyen los primeros compases de 'Like a Rolling Stone', por entonces una canción novedosa y auténticamente rompedora, una canción que habla de la falta de arraigo, del viaje, del desamparo, de la soledad. Es la canción de un vagabundo, nos recuerda Greil Marcus en el inteligente libro que le dedica a esta pieza.

La Banca no tiene nada de esto, pero el capitalismo empezó a la aventura. Empezó como algo nuevo, revolucionario, nos decían Marx y Engels en el 'Manifiesto comunista'. El capitalismo inició la revolución de los medios de producción y de intercambio. Nada de eso hay en 'Like a Rolling Stone', que habla de sentimientos de orfandad y de orgullo.

A nadie se le pide ser coherente hasta el final. Y Dylan ha mudado de piel, de aspecto, de religión, de concepción, sin dejar de ser un poeta del individuo y del desamparo. No somos nadie. Algunos menos.

http://cort.as/7lcb

Serna & Lillo Asociados

Francisco Camps y la Gloria de Dios

Por: | 17 de abril de 2014

CampsporTaniaCastroElPaísLeo en 'El País': "El expresidente valenciano ha respondido por escrito a preguntas de las partes en el 'caso Nóos'..." Inmediatamente el periódico reproduce parte de sus declaraciones: "La Generalitat ha actuado siempre bajo el imperio de la ley”.

Hay otras frases dichas a la prensa que tienen su enjundia. Parecen propias de alguien tocado por la Gracia.

Parece alguien que dice recordar lo que sólo recuerda, alguien que sostiene que no recuerda lo que no puede recordar, alguien que afirma que la Generalitat no tiene nada de qué arrepentirse porque sus trabajos eran correctos, una Administración ejemplar.

Francisco Camps ha sido presidente de esta institución. Jamás lo olvidaremos. Ha sido un joven político aspirante a la mayor jefatura de Gobierno. No me refiero a la Generalitat sino a la propia Presidencia de España. Sin embargo, Francisco Camps ha sido un hombre efímero. Cuando digo esto (hombre efímero) no aludo a su hombría o bonhomía. Me refiero a que no pudo permanecer en el cargo sin carga, sin mancha, sin tacha.

CampsGustvoGrilloEFEFrancisco Camps fue grande entre los grandes: logró desbancar a don Eduardo Zaplana Hernández-Soro, quien había sido su remoto avalista. Francisco Camps puso entre las cuerdas al Gabinete de José Luis Rodríguez Zapatero: o eso, al menos, es lo que el presidente y sus consejeros quisieron creer. Francisco Camps renunció, dimitió. Fue un gesto de gran boato, de mucho teatro. Fue reconocido entre los iguales y a la vez condenado entre los proscritos. Fue representante de la colectividad y finalmente defensor de sí mismo.

En las últimas fotografías se le ve con los ojos entornados; se le ve con unas melenas que no le conocíamos; se le ve con gesto adusto y a la vez sonriente (si tal cosa es posible); se le ve subiendo y bajando, siempre saludando...: ¿a quién?

Los rivales dicen que el ex presidente no tiene nadie quien le escriba. Vive subiendo y bajando escaleras, esperando la rendención. Vive alimentando un rencor chiquitín, aguardando la extremaunción, esa salvación de última hora que le lleve al cielo.

Pero él ya está en los cielos. Francisco Camps pierde su pelo al tiempo que crece su cabellera. Le da un aspecto más senatorial. Como un protomártir. Felizmente, sus declaraciones recientes le han sacado de su cubil. Se doctoró, fue nombrado profesor y acumula una experiencia irrepetible.

¿Por qué no imparte conferencias como los antiguos presidentes?, dicen sus enemigos. ¿Por qué no busca un retiro grandioso en una eléctrica?, dice sus hostiles. No tenemos empresas valencianas, ya no quedan ni bancos ni servicios de comunicación. Lo que aún rula es de milagro. Sin embargo, estamos saliendo del infierno.

Yo sé, por Dios, que él ha estado a la diestra del Padre y que, una vez allí, respondió al creador. No se trataba de responder a un Juez sublunar, sino de contestar a una Providencia mayor. "Francisco", dime, "cuánto gastaste en tus fastos". Es pregunta divina que tiene su aquel. Don Francisco responde: "Nada, Dios mío, sigo viviendo con pobreza de espíritu y con estrecheces, sin apetitos materiales y sin recompensas terrenales".

Resultó convicente. Dios lo dejó marchar y ése es precisamente el instante de la segunda fotografía, el momento de la sensación verdadera. ¿Cómo explicar a esos pecadores la conversación que acaba de mantener con el Sumo Hacedor? Con el rostro algo contrito, Francisco Camps enfrenta la escalera. Deja atrás la Gloria de Dios.

Nino Bravo, cuarenta años y más

Por: | 16 de abril de 2014

Nino Bravo murió el 16 de abril de 1973. Hoy, 16 de abril de 2014, cuarenta y tantos años después, José Luis Ibáñez Salas le rinde homenaje. Se acuerda de él dedicándole un emocionado recuerdo. En su escrito, José Luis reproduce parte de un relato suyo.

En el cuento, que he podido leer entero, hay una evocación familiar. José Luis detalla un viaje por las carreteras de Cantabria. En el coche, una cassette con el vozarrón de Nino Bravo y haciéndole los coros los jovencitos que tararean las canciones del músico valenciano. El artista ya está muerto, pero los muchachos no dejan que se desvanezca. Cuando ellos, ya Nino Bravofatigados callan, Nino Bravo sigue sorprendiendo a su audiencia. Cuarenta y tantos años después, el cantante sigue ahí, sorprendiendo.

Luis Manuel Ferri fue un solista valenciano que triunfó a comienzos de los setenta. Por aquellas fechas alcanzó su cenit. Salía al escenario con los trajes a medida que le cosía el Sastre Roldán, de Bétera, y su público se rendía. Era una indumentaria ceñida, con los botones del chaleco siempre amenazantes. Era un ropa de colores pastel, muy característicos de aquel tiempo acaramelado.

Pero Nino no era un bombón. No era exactamente guapo. Era elegantón y con un toque moderno. Con una melena lacia propia de la juventud, el vocalista embravecía a sus miles de fans. El vozarrón provocaba desmayos y la piel de sus seguidores tiritaba. La emoción era muy grande. Nadie podía dar crédito al esfuerzo vocal y a la maestría tonal de aquel muchacho de Aielo de Malferit.

El nombre de su pueblo es raro. Ya lo era entonces. No he querido averiguar cómo se llaman los nacidos en dicha población. ¿Malferits? Suena a vejamen. Estoy seguro de que hay otras formas más nobles de designarlos. Nino Bravo empezó con otro nombre, con Luis Manuel Ferri, pero ese rótulo que se dio entre italiano y valenciano le llevó a la gloria.

Por entonces, los cantantes iban de ‘tournée’ por provincias. Se desplazaban con sus automóviles de gran lujo por carreteras secundarias, por tramos infernales. Siempre era una expectativa. Si la gloria les sonreía, los viajes no eran fastidiosos: servían, entre otras cosas, para confirmar el éxito que las emisoras radiaban y que la televisión emitía. Llegar a una población, a la plaza, a la discoteca, a la sala de fiestas era un acontecimiento. El pueblo se sentía importante al ser visitado por un artistazo.

Nino Bravo era un cantante de grandes éxitos. Quiero decir, un solista que empalmaba sus ‘hits’ con gran facilidad. Las canciones hablaban de afectos urgentes, de tierras que se amaban, de pasiones perdidas y quizá añoradas. Las letras arrebataban con poesía terminante; y la música, con mucho desgarro,  servía para realzar al vocalista.

Un día murió, ese 16 de abril de 1973. El vehículo en el que viajaba se salió de la calzada dando varias vueltas de campana en una curva endemoniada. El resultado fue su fallecimiento, ya digo. Muchos quedamos conmocionados. Los valencianos sentimos un gran abatimiento. No era el primer cantante local que se mataba por esas condenadas carreteras.

A los pocos meses de su muerte, en la plaza de toros de Valencia tuvo lugar un concierto en homenaje a Nino Bravo. Numerosos artistas se sumaron al acto, cuyos beneficios iban destinados a la viuda y a su descendencia (si no recuerdo mal). Yo acudí con mi familia. Estábamos en la arena, pisando la tierra de las cogidas y las cornás. Estábamos en una fila muy distante del escenario. El sonido no era técnicamente perfecto, pero las emociones nos llegaban igual. Experimentábamos una consternación inexplicable o incurable, no sé. Todos nos arropábamos y todos nos sentíamos cerca de aquel artista que la fatalidad nos había arrebatado.

Lo curioso, lo más curioso, es que por aquellas fechas, en 1973, a mí no me gustaba Nino Bravo. Me parecía un cantante enfático, un vocalista de otro tiempo. Y sí, el tiempo todo lo cura: con el transcurso de los años he aprendido a apreciarlo. Hoy en día, a poco que me pinchen me pongo a cantar o tararear sus éxitos, sus grandes éxitos. Como José Luis Ibáñez Salas... En la calle, en el coche, en casa o incluso en un karaoke. Pero de esto, de esto último, no hay pruebas fotográficas ni testigos.

Elogiemos ahora a Azorín

Por: | 15 de abril de 2014

BarojayAzorinenToledoaprincipiosdelNovecientosTodos las celebraciones que dediquemos a Azorín por su prosa tersa, sin ornamentos, son merecidas. Sabía expresarse, sabía decir maldades bien envueltas, sabía describir y sabía reconocer lo externo, incluso las virtudes de otros. No le dolían prendas (signifique esto lo que signifique) a la hora de admirar la excelencia ajena. No le dolían prendas si consideraba posible escribir un elogio de un amigo, de Pío Baroja, por ejemplo.

La Universidad de Alicante, con edición de Francisco Fuster, publicó tiempo atrás un volumen recuperado en tapa dura que lleva por título Ante Baroja (2012). Azorín se rinde, en efecto, ante Baroja. No es cicatero, ensalza sus méritos y se siente expansivo, contentísimo de poder difundir la obra de un gigante, de un Baroja que crece y se enternece. A lo largo de los años, Azorín ensalzó la producción torrencial del amigo, pero supo hallar las razones objetivas que explicaran su dedicación y su admiración.

AzorinLeo ahora el volumen que la editorial Fórcola ha publicado bajo el título de  Libros, buquinistas y bibliotecas. Crónicas de un traseúnte: Madrid- París. Las garantía que el editor nos da son irreprochables El prologuista es Andrés Trapiello. A él le debemos esas primeras páginas, algo desmadejadas pero siempre ocurrentes. Como suele ser habitual, Trapiello nos proporciona una idea entre líneas, un hallazgo entre una prosa escueta y asfixiada. Les animo a encontrarla. Vale la pena.

Luego viene la introducción del responsable del libro, Francisco Fuster. Se nota su habilidad, su capacidad. Destaca lo fundamental y traza un panorama rápido y comprensible de las relaciones humanas en la Edad de Plata. A la vez piensa y reflexiona sobre el libro, sobre la fe que los modernos profesan a la letra impresa. Y detalla algunos episodios del lector transeúnte que fue Azorín. Una briosa introducción que nos deja con ganas de leer al autor de ‘La voluntad’ (1902).

La literatura de periódico es honor y prez de la prensa española de aquel tiempo, esa primera mitad del Novecientos. Azorín supo escribir algunas de las piezas más memorables de este pensamiento urgente y volandero que es el columnismo. ¿Se relame con su prosa famosamente poética? No es así.

Azorín no se abandona al cultismo, al culteranismo, al manierismo. Azorín sabe enfrentar la realidad para comprenderse a sí mismo. Y los libros no son algo ornamental ni adventicio. Son útiles, herramientas, instrumentos. Cuando encontramos una idea aperovechable, cuando hallamos una formulación exacta, cuando tropezamos con un enunciado bello y útil, Azorín nos llena. Y además nos conmueve. Un hombre solo que lee, que aprende y que se expresa con ironías sutiles. Un placer.

A finales de mes, el 30 de abril, a las 19 horas, tenemos la presentación en Valencia de este volumen. Será en la Librería Ramon Llull (en la calle del mismo nombre). Formaremos parte de la mesa Francisco Fuster, Javier Jiménez (editor de Fórcola) y yo mismo: un servidor tratará de ensalzar el libro pues tiene merecimientos más que sobrados. Además será una ocasión espléndida para encontrarnos amigos reales y virtuales. O sea, que no me falten…

Me congratulo de que mi padre me insistiera con Azorín. Yo no quería saber nada de esa “momia del franquismo” (así lo denigraba como un ignorante). Mi padre no se rindió. Tal vez porque pensaba que yo no estaba totalmente perdido para la excelencia, para el disfrute de la frase exacta. “Lee su prosa. Sus novelas, sus artículos. Y verás”, me exhortó.

Yo felizmente le hice caso y nunca le agradeceré bastante que me descubriera La voluntad (1902). Más tarde me sentí muy bien acompañado cuando Mario Vargas Llosa dedicó su discurso de la Academia de la Lengua a su particular descubrimiento de Azorín. Mi padre, que había sido un lector frecuente de Vargas Llosa, ya no estaba allí para celebrar dicha elección: la de un Azorín que regresaba en este caso por la puerta grande.

Elogiemos ahora a Azorín.

 

Ni Camps ni Betoret

Por: | 14 de abril de 2014

Camps1Uno. Francisco Camps y Rafael Betoret compartieron Gobierno, ideología y sensibilidad. Compartieron un modo de hacer.
 
El primero logró escaparse de la causa de los trajes gracias a un Jurado superchévere; el segundo, por el contrario, admitió en sede judicial haber sido agraciado por la trama Gürtel con ropa de cierto estánding.

Betoret devolvió los trajes y ahora el magistrado ordena que se emplee dicha indumentaria con fines benéficos.
 
Es un alivio que la Justicia establezca ese objeto para la ropa "usada". Ése es el adjetivo que emplea el magistrado. La imagino rozada, con cerco de sudor en el cuello de la camisa, con lamparones en las solapas de las americanas y con bolsas en los pantalones.

BetoretDos. En las fotografías que adjunto vemos a dos personas irreconocibles. Un amigo se empeña en decirme que son Camps y Betoret. Yo, si quieren que les diga la verdad, no los identifico.

Pero no por la indumentaria con la que presuntamente se camuflan (esos trajes...), sino por las gafas que usan. Claramente se parapetan tras lentes de aumento.
 
Quiero decir: dado el tamaño de las gafas, la montura y los cristales tan ahumados les tapan una parte importante de los rostros. Menudos.

Por la alegría que manifiesta el señor de la derecha (¡cómo no!), yo diría que dicho individuo es o puede ser El Fari (que en paz descanse). En cambio, el señor de la izquierda, arriba a la izquierda (¿cómo es posible?), me recuerda a un extraterrestre. Yo diría que parece salido de Star Trek.

¿Ustedes creen que yo puedo reconocer a Camps y Betoret en esas instantáneas? Nuestros dirigentes no gastan adminículos de tanto lujo. Ellos son más de ropa corriente, liviana, de entretiempo. Y de gafas de cinco euros.

Alberto Fabra es un hombre sencillo

Por: | 13 de abril de 2014

Veo al actual presidente de la Generalitat Valenciana en La Sexta Noche. Alberto Fabra es un individuo de pocas luces o de poca monta, dicen sus adversarios.  Superficial, sostienen sus rivales. No sé: otros necesitamos al médico de cabecera, al psicoanalista, al urólogo, a Sandro Rey o al coach.
 
AlbertoFabraEFEFabra dice cosas sencillas. Vocaliza con alguna dificultad, pero en general lo disimula aceptablemente gracias a las frases cortas y a las ideas breves, entrecortadas.
 
No es Demóstenes. Es Alberto, ese muchacho que estudió la carrera de aparejador, título dignísimo que probablemente jamás ejerció de continuo y en serio.
 
En vez de tirar líneas, Fabra tira de presupuesto: esto sí, esto no. Como político local y autonómico que es nos debe una explicación... O dos.
 
Es un dirigente todoterreno cuya edad hay que fijarla valiéndonos del Carbono 14. Empezó muy pronto y muy joven. Lo mismo está en Castellón de la Plana que en la Plaza de Manises, en Valencia. Los arqueólogos le van a la zaga: están ya en el Almudín, la zona cero de la capital.
 
Le pierde su sonrisa. Fabra tiene el gesto de los saurios. Normalmente, cuando enseña los dientes pone cara de pillín o de asco. No es que sea asqueroso. Guárdeme Dios de afirmar tal cosa... Es que lo concibieron así, allá por el Pleistoceno tardío. En plena glaciación. 
 
Su discurso es reiterativo y monocorde. Es decir, que sólo tiene una cuerda. Esto es, que se basa en unas cuatro o cinco palabras cogidas al vuelo y atadas por un hilillo.  Digamos "palabras", digamos "frases" aprendidas con apoyo: eslóganes de baratillo.
 
Trabajo, esfuerzo, eficiencia y brillo son expresiones suyas, vocablos que ha hecho característicos. ¿Brillo? ¿Dije brillo? Desde luego relumbra con luz propia: es como si tuviera una epidermis aceitada o mantecosa. Y después Fabra apela a la estadística, que es también disciplina maleable y muy sobada. Muy sobrada...
 
¿Sobrada? No deben de andar muy sobrados en el Partido Popular de la Comunidad Valenciana o en Génova cuando el nombre de Alberto Fabra suena como próximo candidato a la Generalitat. Su aspecto entristece al más entusiasta; su puesta en escena aquieta toda expresión de júbilo; su voz titubeante inquieta, pues delata a un hombre dubitativo. En cualquier momento comete un lapsus o pierde el sentido, dicen los que le son hostiles. Un hombre-hombre como Rafael Blasco se lo habría zampado vivo si se hubieran enfrentado en una primarias. A Blasco lo están cocinando y Fabra, que tiene buena planta, está ya crecido: aunque, eso sí, sigue crudo. 
 
 

Cañete y Canetti

Por: | 10 de abril de 2014

Al candidato del Partido Popular a las elecciones europeas, todo el mundo le llama Cañete. Suprimen lo de Arias, que es algo más mantecoso. Lo lógico es que le llamaran Arias: justamente por las grasas abundantes 440px-Elias_Canetti_2que se le aprecian y por las comidas copiosas con las que el señor Cañete se regala, supongo. Pero, ya digo, destacan su segundo apellido. ¿Tal vez porque es un ministro o parlamentario que da caña? ¿Quizá porque ese diminutivo contrasta con la inmensa corpulencia de Arias?

En la Serranía de Cuenca hay un pequeño y pintoresco municipio cuyo topónimo es ése: Cañete. Así son las cosas, así se las estoy contando. En dirección a Aragón, por la Nacional que une la ciudad de Castilla-La Mancha con Teruel están entre otros pueblecitos Cañete, Salinas del Manzano y Salvacañete. Prácticamente son los últimos antes de entrar en la provincia aragonesa.

Esa zona es mi paraíso original. Allí volvía cuando era niño para veranear. Sin padres ni tutelas asfixiantes. Una parte de mis ancestros proceden de dicho lugar, de Salinas del Manzano. Según una antropología de baratillo, de urgencia, eso explicaría la sequedad de mi carácter o lo saleroso que puedo llegar a ser según el ambiente me sea propicio o no: un castellano apenas suavizado por la brisa, por la huerta, por la fiesta expansiva de Valencia cuando estoy incómodo; o un conquense con mucha retranca gracias a los picores de la sal que, efectivamente, hay en el pueblo de mi padre.

En Salinas, todos se muestran circunspectos e irónicos a la vez. Sé que exagero, pues no me creo eso de los caracteres colectivos. De todos modos, el medio y la alimentación marcan. En el pueblo de mi padre han sobrevivido con holgura gracias a una agricultura de secano, que suele tener mala prensa, pero que es una nutrición bien saludable. En Salinas siempre se ha comido opíparamente. ¿Qué cosas? Migas, pucheros, jamón de Teruel, cerdo, quesos manchegos (claro), panes recios y sabrosos, hervidos de verduras (por influencia valenciana) y frutales, especialmente manzanas: por algo el lugar se llama Salinas del Manzano.

Durante años traté de buscar el Manzano. Era como rastrear la identidad primitiva. Si va en singular es porque debió de haber uno del que proceden los restantes frutales. Vamos, eso creo yo. El Manzano nunca lo encontré; encontré, eso sí, manzanos cuyos frutos riquísimos son honor de la localidad. Pero no hallé el Manzano original, ya digo, que suena mucho al Paraíso, al pecado, a Dios, la serpiente y todo eso. Y la verdad es que, sí, recuerdo serpientes en mis estancias estivales. Veías mudas de piel por los bancales, indicio de que había un mundo de seres arrastrados.

Cañete, Salinas del Manzano y Salvacañete están enclavados en una zona bellísima, de poca demografía y EFEMiguel-Arias-Canete-PP-elecciones_TINIMA20140409_0459_5escaso tránsito. Décadas atrás, los nativos emigraron a Barcelona y a Valencia, principalmente. ¿En qué época? Cuando se llevaba eso de estudiar, prosperar y trabajar con honradez y honesta paga. Hay, pues, una tradición de gentes desconocidas que viajaron para progresar en zonas urbanas.

Hubo, sin embargo, un nativo célebre que es prez y gloria de la Serranía. ¿Me refiero a quien ha sido ministro de Agricultura con José María Aznar y Mariano Rajoy? No, Arias no es de este enclave y su gestión, acorde con el capitalismo terrateniente, es de otra índole. Se casó con una Domecq, con Micaela Domecq y Solís-Beaumont, hija de los marqueses de Valencina. Él es un hombre de posibles que no tuvo que emigrar, sino presentarse repetidamente en Cádiz o en Jerez como candidato ‘popular’.

En realidad, me refiero a Elias Canetti. De Cañete procede el judío de origen sefardí Elias Canneti, un portento de lucidez. En el Londres que fue su casa y habitación desde 1938, vivió escribiendo con maestría y con extrema acidez, con un sarcasmo inteligente y muy dañado. Se aprecia en él el fatalismo hebreo, sin duda. Pero yo distingo ciertos rasgos de aquella Serranía que curte a sus naturales hasta hacerlos muy guasones.

Los aforismos de Canetti, su escueta obra de ficción es un monumento del siglo XX. Las memorias perfilan con sutileza y espanto el horror del Novecientos. No tienen igual... Era un hombre descreído y a la vez animoso, observador y al tiempo ensimismado. De su obra se han hecho dueños algunos albaceas literarios de cuyas ediciones se creen propietarios. Al menos las controlan como oro en paño. Y algo de eso hay, ciertamente: un aforismo de Canetti es una pepita, un pensamiento brillante y afilado. Es seco, es tajante y expresa con escepticismo radical por qué hay que seguir viviendo.

Canetti profesó el individualismo, pero no al estilo del egoísta acérrimo, sino al modo de quien se sabe finito, escaso y por ello mismo racional: un individuo que precisa la libertad para expresar su dolor o sus anhelos. Como Cañete, Canetti también fue candidato: concretamente, candidato y ganador del Premio Nobel de Literatura en 1981. Una alegría para sus editores y una fiesta para sus antiguos y nuevos seguidores. Estoy entre quienes han de frecuentar su páginas para mantenerme. Leo a nuestro autor y el moralista me habla con gravedad y sarcasmo. De Canetti quedarán, entre otras cosas, los aforismos y las preguntas… “Empieza de una vez a plantear las preguntas a las que nunca llegarás a responder. Lo has evitado durante demasiado tiempo”.  De Cañete, por el contrario, quedarán los chascarrillos de señorito:

«Aquellos camareros maravillosos que teníamos, que le pedíamos uno cortado, un “nosequé”, mi tostada con crema, la mía con manteca colorada, cerdo, y a mí uno de boquerones en vinagre y venían y te lo traían rápidamente y con una enorme eficacia».

En fin.

Cachuli

Por: | 09 de abril de 2014

Guapetón. Él cree ser guapetón. Con las Wayfarer se siente moderno y clásico a un tiempo. Las lentes le dan un aire elegante e informal. Va de incógnito... Cuando le hacen el retrato, el cigarro está quemando mal, esa brasa Julian-munoz-mjgtorpemente prendida. Tal vez sea el viento, tan furioso.

 
En la solapa de la americana advertimos algunos vestigios de caspa o de ceniza, no sabemos. Si se agranda la imagen, esos restos  se ven perfectamente. Quizá sea la brasa... tras la calada ansiosa que da al cigarrillo. El bigote se adapta a ese acto enérgico.
 
Los pitillos se fuman así. Con suavidad y determinación. O con angustia. El pelo aceitoso y desarreglado nos hace inclinarnos por la ceniza en vez de por la caspa, residuo más difícil si tenemos en cuenta que Cachuli lleva el cabello embreado. 
 
Finalmente, el cuello de la camisa le queda holgado con pellejos temblorosos. Seguro. Se nota que cuando le tomaron la foto había perdido algunos kilos. O por amor o por dolor. ¿El colesterol, tal vez? ¿El corazón? Al final, los males del corazón o del colesterol son patologías del funcionamiento amoroso.
 
El hijo le remite esta fotografía para burlarse, para guasearse. Su padre es un pelma, seguro. Es casi la ChandalTacteluna de la madrugada y la conversación electrónica no les lleva a ningún lado. "No sé por qué me mandas un retrato de Cachuli si yo ya no llevo chándal", responde el progenitor con un tono irritado. A esas horas, nada parece tener sentido. Sin embargo, algo de verdad hay en el reproche.
 
Es cierto. Hubo una época en que el patriarca se abandonó al disfraz. Eso decía. Vestía de tactel con colorines, indumentaria que provocaba el espanto de los hijos. Se reían y se quejaban.  No hacían más que hacerle retratos con una cámara analógica, una Olympus de alta gama que pronto quedó obsoleta. Era el hazmerreír. El padre, no la cámara.
 
"Además, la instantánea es un horror", puede leer el hijo en un correo electrónico. "Y encima la autoría y propiedad corresponden a Libertad Digital", concluye el padre con maneras tajantes. Se da cuenta de que se expresa sectariamente, con una hostilidad manifiesta, víctima de la neurastenia.
 
El hijo enmudece. Pasan minutos antes de contestar. Deja de remitirle correos. A pesar de que se llevan bien, a pesar de que simplemente se llevan. En fin. El padre no quiere pelear tras la ofensiva comparación. O eso parece. Se pone nostálgico y recuerda con afán aquel chándal. Cómodo, vistoso, desahogado.
 
El padre tolera las comparaciones a que lo someten sus hijos. Con Muñoz o con quien sea.  Y tolera tal cosa porque hubo un tiempo en que vestía de chándal, prenda que, no sabe por qué, asocia a Julián.
 
Mientras cavila, mientras espera un correo, mientras se pregunta por su pasado ordinario, oye el tricotar de una máquina de coser. Alguien, algún vecino, sigue adelantando faenas textiles para los clientes. Son casi las dos de la mañana.
 
Cree que es tela de fallera aquello que trabajan. O no. Tal vez, lo que el vecino tiene es un factoría de tejidos de tactel.
 
Apaga la luz. Instintivamente roza la tela del pijama. La forta. Oye un frufrú. Es rayón. O espolín. Siente un escalofrío.

El País

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