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¿La vida inesperada?

Por: | 28 de abril de 2014

Vi la luz nuevamente.  A poco que me hayan seguido, sé que ustedes me  tacharán de reiterativo y Lavidainesperadadefinitivamente majareta. No es así. En este asunto siempre hay novedades que no dependen de mi chaladura.

Cuando creía que esas visiones ya habían desaparecido (quizá era algo neurológico); cuando confiaba en que todo era una alucinación enferma, confirmé mi realidad coja.

Estas cosas les suceden a otros, pensaba para sacudirme los miedos. Esto ocurre a quienes ya están predispuestos. ¿Pero a mí?


Regresé a mi casa tras los últimos episodios que había padecido admitiendo que todo era conforme nos lo había detallado la brigada de la policía científica. Para mí, que soy un hombre nacido en una España pobre y semianalfabeta, sólo dicho rótulo --policía científica-- me impresionaba sobremanera.

Eso únicamente significaba que Luisa de la Guardia había conseguido organizar un grupo de élite. En despachos anticuados, con un mobiliario en parte desvencijado, con unos presupuestos menguantes, mi antigua amiga había demostrado al mundo su habilidad organizativa. Su seriedad y el buen empleo de los recursos.

Nos habíamos conocido en la infancia, cuando jugábamos en la calle a las chapas, a las trompas y a las canicas. Las chicas no se entretenían sólo con muñecas. O al menos Luisa experimentaba con juegos de mayor riesgo... Hasta aquí, todo normal.

Tuvimos una amistad razonable, incluso anduvimos enamorándonos durante un tiempo. Yo veía crecer su inteligencia y su trasero y me parecía deseable. Como era un adolescente aniñado, inmaduro, con músculos prácticamente inexistentes, mi relación con ella sólo podía sufrir altibajos. Yo era un muchacho angustiado y además padecía ataques de envidia incontrolable. Lo siento, he de confesarlo.

En casa de Luisa andaban muy sobrados de dinero: una empresa de fabricación y distribución textil les había permitido una gran holgura. En cambio, en mi familia la grave enfermedad de mi padre, que le obligó a retirarse tempranamente, nos forzó a todos a vivir de modo austero. Podemos imaginar con qué malestar miraba yo el dinero de los otros.

Todo muy normal, ya digo. Todo muy normal..., hasta que Luisa padeció una fobia muy rara. Está diagnosticada, pero ignoro su nombre científico: es el repudio instintivo (vamos a llamarlo así) de las aves. No era una simple alergia. Esto era más grave, por los efectos incontrolados que, por ejemplo,  un simple pajarillo le provocaba.

Primero eran picores y luego una violencia física y verbal. Al final eran aullidos. En esas ocasiones, la pobre Luisa parecía un personaje lejanamente inspirado en H. P. Lovecraft. Y yo, con mi furia envidiosa de la que no me había curado, un tontorrón sin excusas. Crecimos y, con nosotros, crecieron nuestras fobias y temores. Conseguí ocultar esos miedos hasta llevar una existencia mediocre de profesor de provincias. La vida era la esperada.

Luisa prosperó (ignoro cómo ocultó este grave malestar psíquico que arrastraba) y finalmente pudo reaparecer en mi vida como una policía de grandes dotes y saberes. También fue un encuentro inesperado. Era célebre su habilidad para desmontar patrañas y estrategias del crimen organizado.

Tras reanudar nuestra amistosa relación, una llamada suya me sorprendió. Me telefoneaba para invitarme al cine. Esto ocurrió días atrás. Ambos estamos casados, felizmente casados con nuestras respectivas parejas, y esa cita no tenía connotación alguna. Simplemente, Luisa quería llevarme a ver La vida inesperada, estrenada en 2014, dirigida por Jorge Torregrosa y escrita por Elvira Lindo. No sé por qué ella creía que dicho film hablaría de nuestras existencias divergentes, de nuestros desencuentros. No fue así.

La película está ambientada en Nueva York, la protagonizan un par de primos que no saben muy bien qué hacer con sus vidas y la progresión dramática de la comedia nos dejó con los ojos llorosos. Al menos, yo tuve que enjugarme las lágrimas para no parecer un varón muelle.

Sin duda, los actores están sobresalientes: Javier Cámara y Raúl Arévalo. Pero ese paso de la risa al llanto es habilidad especial de Elvira Lindo. Tengo contacto con ella, con Elvira, le dije a Luisa. He de comentarle la impresión tan tierna y perturbadora de la película. He de comentarle a Elvira lo aleatorio de nuestras decisones, el empuje que hay que tener.

Aquí estaba con Luisa viendo un excelente film y para ella la vida también había sido igualmente inesperada. No le pregunté por los pajarillos. ¿Y yo? En principio, yo era lo contrario de los primos en Nueva York: con la existencia decorosamente resuelta y previsible, nada podía aguardar del porvenir. Mis decisiones se habían tomado años atrás. Pero una parte de esas elecciones habían sido cobardes, pensé punitivamente. No explicaré ahora a qué me refiero, pero la película me dejó muy pensativo. Luisa parecía haberla disfrutado como historia ajena, como unos hechos que no la concernían enteramente.

En cambio, yo llevaba semanas planteándome la justeza de mis actos, lo razonable de mis elecciones. Ahora me daba cuenta de que quería parecerme a Javier Cámara, al actor fracasado en Nueva York que consigue rehacer su existencia. ¿Por qué? Porque mi vida era una pantomima, porque mi trabajo era insatisfactorio, porque mi chata ciudad de provincias no daba para más. Pero también me engañaba. Creía que todo me había salido mal. Me lo planteaba de dicho modo para castigarme mejor: para así justificar mis indecisiones; para así perderme la vida, algo a lo que ya no tendría acceso; para así darle grandeza dramática a mi vulgar episodio de tristeza.

En fin, aún sigo viendo luces, esas impresiones lumínicas que parecen anunciarme algo y que no son más que luciérnagas, tal como aprendí de Juan Planas. Recogen la luz con un esfuerzo no menor y como si fuesen farolillos se orientan.

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Soy rácana con los adjetivos en casos como este, profesor, y a saber por qué, o qué tremendo complejo me hizo así, pero esta vez y con toda la satisfacción y la alegría del mundo, después de leerte, digo: Bravo, Serna. Ya quisiera Robert Allen Zimmerman llegarte a la suela del zapato en bonhomía, ternura y humor. Gracias.

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Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

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