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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

¿Qué es el lermismo?

Por: | 30 de mayo de 2014

Joanlerma3Dicho así, para quien no conoca tal cosa, el lermismo suena a enfermedad, una cosa mala que te deja desarbolado. Hablando de barcos no es poca cosa. Suena incluso a enfermedad de la piel, algo contraído en tus viajes aventureros. Te dices: he contraído el lermismo.

Ves a Cipriano Ciscar y a José Luis Ábalos y te dices: sí, estoy enfermo. No puede ser. Estos dos jóvenes no son la renovación. Estos dos pipiolos no pueden encarnar la seriedad y la antigüedad de este partido. Estos dos varones no merecen la gloria. ¿Gloria, qué gloria?

Dices lermismo y entonces te imaginas alguien con prurito, con erupciones, algo lejano y tropical. O mejor: con un bronceado quemado que contrasta con el pelo cano y elegante. Ximo Puig, el secretario general del Partit Socialista del País Valencià (PSPV), empezó padeciendo  dicha enfermedad. No sé si ha quitado. Las personas que lo acompañan lo intentan. Sin duda.

El lermismo no es una malestar epidérmico. Es una patología profunda. Es, ni más ni menos, que el estado comatoso de las estructuras del Partit Socialista del País Valencià (PSPV). Del patir socialista... Madrecita que me quede como estoy.

Joan Lerma gobernó el País Valenciano tiempo atrás, cuando la Unión Soviética era una potencia de la Guerra Fría, cuando Internet no existía, cuando Chikilicuatre no se había presentado a Eurovisión.

Ahora, desde su velero, Lerma examina todo movimiento que alguien pueda emprender en el Partido. Es como el profesor Bacterio, pero sin luces, sin iluminismo. A él van a hacerle el rendibú.

A Lerma hay que mandarlo a galeras. A remar: para que sepa lo que cuesta mantener vivo un partido, un bajel. Los marinos de la vieja escuela (como Joseph Conrad) tenían siempre un estado de inquietud y de culpa. Se retiraban y en la soledad de su gabinete penaban. Sabían que algo habían hecho mal. O grande.

Joan Lerma tiene un velero pero carece de sentido de culpa... Yo lo mido con mi fiel medidor, que es chiquitito.

Así nos va.

Joan Lerma y Pablo Iglesias

Por: | 30 de mayo de 2014

Cero. Los partidos políticos son maquinarias realmente curiosas. También el Movimiento nacional lo fue. También la agrupación llamada 'Podemos' lo es. Fíjense en las denominaciones. Los partidos parten.


Joan-lerma-7Uno. "Los partidos parten", decían los cerebros del franquismo. Como Jack 'El Destripador'. Si no recuerdo mal, era don Gonzalo Fernández de la Mora quien primero soltó esta ocurrencia en los años sesenta. Sin duda se inspiraba en Daniel Bell y en Raymond Aron, además del organicismo de la España carpetovetónica. Bell y Aron son dos conservadores muy interesantes. Fernández de la Mora es un ideólogo felizmente olvidado.

Él estaba en plena campa de difusión de 'El crepúsculo de las ideologías' (1965), uno de los libros cimeros del penúltimo franquismo, y claro le convenía subrayar el acierto del Régimen: no hay ideologías omnicomprensivas que se opongan, que estén en liza, en la España del Caudillo. Eso es cosa del pasado y de los totalitarismos. Ahora toca tecnocracia. Y toca bienestar. A Dios rogando y con los alicates trabajando.


Dos. Con Carlos Arias Navarro y el 'Espíritu del 12 de Febrero', hacia 1974, el Generalísimo facilitó una breve apertura. Permitió que Arias sacara adelante una ley de asocaciones. Ya no se llamaban partidos (que efectivamente parten), sino asociaciones, algo también organicista (por tanto nada político o participativo). Fue entonces cuando empezaron los asocaciones del tardofranquismo: Dispensa, Pipensa, Dispepsa,Arepsa, Colepsa, Afepsa, Supepsa, Catepsa, Trilepsa.

Manuel Fraga montó una asociación de estudios 'fraguianos'. Era una buena iniciativa. La redacción de sus escritos era tan confusa que se necesitó un grupo de hermeneutas haciendo dicha labor. Fraga hablaba atropelladamente, mal. Pero escribía peor. Qué cruz.

Quizá me equivoque con las denonimaciones (Dispensa, Pipensa, etcétera), incluso puede que me las invente (Colepsa, Afepsa, etcétera) para escándalo de periodistas del montón, pero su vida fue tan efímera que he decidido olvidarlas por el bien de la patria y de las aerofagias.


Tres. Después, tras la muerte del Caudillo, los partidos fueron reconocidos, hubo numerosísimas siglas, aparte de las clásicas. 'Sopa de letras' se  llamó a aquello. Los franquistas cabeceaban y rabiaban. El Movimiento unificaba. Ya no. Ahora había partidos que mostraban el conflicto, que lo encarnaban, que lo institucionalizaban.

Luego vinieron los aparatos, la estabilidad del sistema de partidos, la ley electoral, los esforzados dirigentes y militantes, los carotas que quisieron hacer carrera política sin pisar la calle. También nos vino Joan Lerma, que ya retirado, gobierna desde su velero la derrota del barco socialista valenciano. ¿Alguien cercano, que lo quiera con locura, puede decirle que se vaya a navegar, que nos deje en paz? No hay huevos, no hay nuevos, dice el rústico. Yo lo que creo es que Lerma es un valor, un puntal: ¡cómo está el PSPV!

De esa circunstancia, de los aparatos, nos viene el actual desconcierto. Hay dirigentes que se creen taumaturgos: pueden ungir a sus sucesores, como son los casos egregios de González, Aznar, Rubalcaba. Yo te bautizo en el nombre de Dios. Yo te nombro caballero. En fin, feudalismo interpestivo de los viejos. Y castrismo. Nombro a mi sucesor y yo, mientras, me calzo el chándal.


Cuatro. Luego, ante tamaña operación, aparecen los nuevos, los incontaminados, aquellos que no quieren pertenecer a la casta. Son los nuevos salvajes. Dos años y domesticados. Entre ellos un Pablo Iglesias que idolatró a José Luis Rodríguez Zapatero. Casta, sí; casta, no.

Pablo Iglesias con otros cuanto amigos (entre ellos Juan Carlos Monedero, ducho en el arte de la metáfora hueca) imaginaron una agrupación. Ya no son son movimiento, ya no son partido, ya no son asociación. Son algo más nuevo. Agrupación. Grupos, algo tribal.

Prensa-con-pablo-iglesias¿Sin redes, sin estructuras, sin cargos, sin empleos funcionariales, sin fontantería, sin aparato, sin desagües? Hay que dar un margen, dicen los afines. En efecto, así es. Demos tiempo a aquello que acabará siendo tan decepcionante como el resto. ¿O es que creen que Pablo Iglesias es mejor persona de lo que lo fue Fidel Castro? Ay, señor. Sin duda, toda convulsión ayuda: ¿ustedes se imaginan los sesenta sin el castrismo? Pues eso.


Cinco. Los partidos necesitan estar bien engrasados. Son estructuras de poder para ejercerlo interna y externamente. Para alcanzar puestos de responsabilidad y para llevar adelante planes y proyectos, no necesariamente programas. Si alguien se leyera el programa del PSOE de comienzos de la Transición se echaría las manos a la cabeza.

No se podían decir cosas más sensatas al lado de tremendas majaderías, utopismos gratuitos y declaraciones muy ostentosas que no llevaban a nada. En 'Podemos', el programa es espeluznante. Menos mal que casi nadie se lo ha leído. Esta literatura está concebida para incumplirla en parte o totalmente.

En circunstancias como las presentes, en plena fase poselectoral, nos vendría bien leer o releer un libro antiguo e imprescindible. Me refiero a la 'Teoría económica de la democracia', un volumen aparecido en Estados Unidos a finales de los años cincuenta. En dicha obra, Anthony Downs aplicaba un modelo de análisis electoral perspicaz y paradójico: analizaba al elector en términos económicos, concibiéndolo como un consumidor y pensando el espacio electoral como análogo al del mercado.

Según ese esquema, los partidos políticos procurarían distintas 'mercaderías' (sus promesas programáticas) y los ciudadanos se inclinarían por una u otra de acuerdo con la información y en virtud de sus preferencias. La conclusión a la que Downs llegaba era chocante: si los electores nos condujéramos después de haber calculado los costes y los beneficios que entraña el acto individual de votar, si nos guiáramos de acuerdo con la racionalidad económica, nos abstendríamos, dada la irrisoria capacidad que tiene la papeleta de cada cual.

Mi sufragio sólo tiene una influencia imperceptible y, por tanto, si lo pensara bien no debería hacer el esfuerzo de acudir al colegio electoral para ejercer mi derecho. Si a pesar de los costes voto, si a pesar del esfuerzo personal que significa comparecer ante la urna deposito mi lista, es porque obro irracionalmente ya que lo lógico sería conducirse como un 'free rider', confiando en que las papeletas de los demás supliesen mi abstencionismo.

Menos mal que somos 'tontos racionales' y acudimos a votar. En efecto, votamos uno a uno y lo hacemos porque esperamos la suma, pero también porque hay algo de satisfacción en el esfuerzo, en el hecho de desplazarse hasta la urna. Es decir, somos algo más que votantes-consumidores.

Seis. El partido socialista vuelve a enredarse para dar solución a sus problemas. Vuelve a enmarañarse con las artimañas de sus dirigentes y barones. Si queremos que partidos, asociaciones, agrupaciones, etcétera, funcionen sería conveniente que todos votaran (incluso los simpatizantes que pagamos nuestros eurillos). No hay que inventar la rueda. Es más sencillo.

Miren, en serio, les doy una última oportunidad: si el PSOE sale con bien de este enredo, les votaré. Si sale mal, votaré al partido pirata. O a Podemos..., si para entonces no se ha convertido en un proscenio de identidades en liza, yoes en conflicto, intereses en pugna: lo más probable. Ay, señor.

Si ya son eso, entonces pediré al Altísimo que me lleve. Que me lleve al velero de Joan Lerma.

Y el relámpago le cayó al equilibrista

Por: | 30 de mayo de 2014

Hoy en día, quien escribe aforismos es alguien perplejo, voluntarioso observador Relacc81mpagos-ederque mira, lee, escucha y anota. Y eso que anota refleja su estupor, su perplejidad.

Por ello no suele emplear expresiones apodícticas, con la contundencia expeditiva y terminante de quien tiene la solución y de quien está convencido de la verdad de lo que defiende. No dicta reglas, no establece normas.

El aforista es ahora ese observador que hace equilibrios para no darse el tortazo, para no caer en el lado obvio de las cosas. Su voluntad suele ser paradójica: tras lo evidente hay una lógica invertida.

El aforista sabe que no hay nada que él pueda terminar: de ahí la brevedad de sus enunciados. Habla con tiento, con dudas incluso, resignándose a un diagnóstico provisional, sabiendo que el cuadro que nos presenta sólo es un fragmento de realidad, una porción escasísima del vasto mundo que enfrenta.

No significa esto que no tenga ideas o convicciones ni que se apee de sus principios, significa sólo que el aforista no cuenta con todos los recursos, no es un científico ni un creyente.

Únicamente es alguien que de manera inquisitiva mira las urgencias del presente o las tradiciones que nos llegan. No puede demorarse en espera de mayores informaciones. Por eso, precisamente, las mejores muestras del aforismo nos son muy útiles: son como iluminaciones para quienes vivimos la ceguera de lo obvio.

Ahora bien, el aforismo forma parte de los géneros literarios, es decir, responde a unas convenciones compositivas y a unas retóricas seculares que se respetan para fines también estéticos. Lo estético no es el disfraz que recubre el enunciado o la sentencia, no es el atavío que tapa la idea o la falta de ideas.

La meta estética es o forma parte del saber que se persigue. El autor no ignora que arroja su texto a un universo de palabras, a un dominio vastísimo en donde balas y balas de papel se amontonan y caducan, en donde un aforismo desaloja al anterior o en donde una sentencia desaparece sepultada por la siguiente.

La buena prosa es un reclamo, qué duda cabe, para despertar y para deleitar a ese público aturdido por la ansiedad de la información, esos lectores que necesitan la brevedad y el silencio que queda tras un aforismo paradójico que contraría lo que creíamos saber.

La forma es el fondo, pero el buen aforista no cultiva prosas relamidas, enfáticamente literarias, llena de destellos y de metáforas, de resonancias esforzadamente poéticas. El buen aforista comprime, abrevia y comunica, reduce el mundo a unas pocas y exactas palabras, un minucioso cuadro verbal, sin ganga ni pirotecnia.

Los mejores aforistas hacen uso de materiales ajenos, de recursos ya empleados, de una tradición popular, de una erudición y de una cultura que otros crearon para designar las cosas. El aforista sería así una especie de bricoleur, un manitas que emplea restos y cachivaches que tuvieron una función y que ahora se vuelven a utilizar para fines nuevos.

El autor que cultiva una buena prosa, la prosa ajustada y exacta que usa para despertar la atención del lector, para designar con sentido las cosas, se vale también de préstamos de la cultura (ancla o trampolín) y hurga como un ladrón profanando los restos de un patrimonio milenario.

No se trata de mostrar lo cultivado que es dicho autor ni se trata de apabullar a un ignorante lector que se deja intimidar o impresionar fácilmente. De lo que de verdad se trata es de hacer un uso productivo de una herencia, de invertir bien esos caudales que hemos recibido de nuestros mayores y que no son sólo joyas o abalorios. De lo que de verdad se trata es de hacer ver que la cultura es recurso que la cultura es útil y práctica: sus bienes no son o forman parte de un museo anacrónico en el que cada pieza tendría un significado de una vez para siempre.

La originalidad no tiene por qué ser la invención esforzadamente ingeniosa, la chispa obstinadamente llamativa, la ocurrencia que se basta sola. Los buenos creadores se saben herederos de la historia cultural que los precede, de ese sedimento de siglos; se saben epígonos aupados a las espaldas de sus antepasados y recitadores de palabras ajenas.

La consciencia de este hecho no les impide esforzarse, intentar algo nuevo, porque lo que tratan, los problemas que enfrentan, la inserción de su yo en el mundo, sí que son nuevos y no pueden encararlos perezosamente. Admitir eso es una modestia que habla bien de los autores, porque reconocen sus deudas y celebran a quienes les ayudan a entender la realidad y a designarla.

Por otro lado, cuando el aforista reproduce una cita culta, además de homenajear (o de profanar, incluso) a quienes les precedieron en la vasta tarea de nombrar el mundo, interpelan también al lector, a un destinatario al que suponen leído y cultivado, capaz de detectar esas referencias y esos monumentos de la tradición. No se trata de que el público deba haber leído todas esas obras a las que se aluden; se trata de que ese destinatario capte el recurso, de que no se contente con la ignorancia arrogante.

Si es así, el procedimiento de la cita culta eleva al lector, tratado por el aforista EQUILIBRISTAcon inteligencia y con respeto. Los buenos autores no hacen exhibición impúdica de esa cultura que atesoran para deslumbrar al indefenso público que asistiría impávido al espectáculo de su pedantería. Lo que hacen es tratarlo como a un igual dándole unos recursos que no son arcanos, sino herencia común que mutuamente nos podemos prestar.

He leído últimamente a Ramón Eder y a Andrés Neuman. Del primero, Relámpagos (2013, Cuadernos del Vigía); del segundo El equilibrista, una reedición (2014, Acantilado) cuya aparición original data de 2005.

Ramón Eder se vale insistentemente del humor, del efecto parodia, de la causticidad de la frase obvia vuelta del revés. Su obra es un saludable tónico: unos sorbitos, unos aforismos, en tiempos de desazón y su prosa nos despierta de la modorra en la que vivimos. Ataca nuestra pereza intelectual, el simple acomodo de quienes se conforman con la tradición o con lo nuevo, con lo heredado o con la revolución que ya, que ya está.

Para el Andrés Neuman de El equilibrista, lo humorístico no es prioritario. Él es ciertamente un moralista que nos interpela con paradoja. No hace falta esbozar una sonrisa. La inversión de lo obvio te hace pensar. Neuman no es un fanático (tampoco Eder), no es un seguidor acérrimo de líderes políticos o espirituales que prometen cambiarlo todo. Sabe mucho de la naturaleza humana, del sano escepticismo que conviene mantener y espera lanzar sus dardos como juego y acicate. No se deja impresionar por los cantos de sirena. En estos tiempos no es mal ejemplo.

Me gusta la imagen de El equilibrista. Mantener el equilibrio no es permanecer al margen o guardar la equidistancia ideológica. Parafraseo a Neuman: el equilibrista teme la caída, pero aspira a lo a más alto. ¿Para qué? Para divisar mejor. Aspira a la altura que la chata evidencia de las cosas no nos deja ver. Lo mismo, lo mismito que Ramón Eder.

¿Y esto para qué sirve? Sirve para mejorarnos. Felices descubrimientos en tiempos de cháchara política, excesos periodísticos y locuacidades de baratillo.

Todos los negritos tienen hambre y frío

Por: | 29 de mayo de 2014

Glutamato Yeyé (1983),

https://www.youtube.com/watch?v=oO3_jIdrlL0&feature=kp

Dedicado a Rafael Blasco

 

 'Cromos repetidos' (2008), El País.

(La farsa valenciana. Madrid, Foca, 2013)

"...Hacia 1982, yo remitía notas de prensa desde la Capitanía General en la que estaba destinado. Como no RafaelBlascoCarlesFrancesera buen mecanógrafo me habían encargado labores de menor brillo: debía hacer de ordenanza, de oficinista y de reportero en aquella covachuela. Redactábamos, archivábamos y enviábamos escritos breves a los periódicos locales informando de juras de bandera, de paradas militares. ¿Cómo redactarlos si uno no había asistido a los actos de ésta o de aquella localidad? "Muy sencillo, soldados", nos decían. Con imaginación. "Del archivo sacáis el expediente del acto que se celebró el año pasado en esa población. Copiáis la nota de prensa, modificáis dos palabras, los nombres propios y ya está". Fantástico.

Se trataba de alterar la sintaxis con sinónimos: de darle a la expresión un tono levemente imaginativo y patriótico. Recuerdo haber mandado un bonito texto sobre la renovación de jura de bandera del pianista Campuzano en Dos Hermanas. Yo estaba contento como un niño. No habíamos asistido al acto pero, ah amigos, qué imaginación, qué exaltación, qué fantasía. No hacía falta personarse en la plaza para saber qué había ocurrido: los actos se repetían y el nuevo desfile era un remedo del anterior. ¿Un embuste? Yo no lo llamaría así. La realidad era un ritual que no debía alterarse, un espectáculo de retórica predecible y fantasiosa a la vez: como un relato infantil.

Pero no es eso lo que quería decirles. En realidad, aquellas lecciones de periodismo modestísimo me sirvieron para constatar algo insólito: hay reporteros que si, pueden, no trabajan, gustosamente reemplazados por gabinetes de prensa más o menos eficaces. La sección en la que yo estaba destinado producía numerosas notas: notas que los periódicos repetían como si fueran de elaboración propia cuando, de hecho, no eran más que fantasías de soldados, prosa de archivo.

Regreso a 2008. Tengo la impresión de que ese periodismo ancilar se repite en algunos diarios, pero ahora con las fotografías. Llevo meses viendo instantáneas del consejero valenciano de Inmigración, Rafael Blasco, en distintos periódicos. La pose siempre es la misma: el político, jovial y solidario, mira el objetivo de la cámara rodeado de extranjeros o voluntarios, de inmigrantes o cooperantes. Dada su corpulencia física, el consejero domina la foto: hecho un cromo, como un pincel, Blasco se adueña de la imagen. La verdad es que durante meses pensé que esas instantáneas las mandaba algún empleado de su gabinete: una manera de adelantarles el trabajo a los periodistas comodones, incluso haraganes.

Días atrás, la impresión de artificio aumentó: en dos periódicos distintos, Abc y El Mundo, y en fechas diversas (7 y 10 de octubre de 2008) aparecía la misma foto, sin autor y con pies diferentes. En una se decía que Blasco estaba rodeado de estudiantes de la Universitat Jaume I; en otra se indicaba que quienes se fotografiaban eran representantes "de distintos colectivos de jóvenes de la Comunidad Valenciana". ¿Un error? ¿Dos campañas diferentes? No sé. Lo que sí sé es que las personas retratadas parecían comparsas o figurantes de decorado: todos muy compuestos. Vistas ahora las fotografías de fechas anteriores, esas poses tienen también el mismo aire de campaña, de orquestación. No sé: imagino a periodistas de la consejería redactando aplicadamente ambas noticias, con empeño escolar, e imagino al retratista repartiendo provechosamente los cromos repetidos. ¿De verdad son como niños?

Father and Child Reunion

Por: | 28 de mayo de 2014

ElconventoVuelvo a Pío Baroja. ¿Pasa algo? No. Baroja es un referente inexcusable (qué querrá decir esto). Baroja es el narrador por antonomasia. Es el novelista feliz y cascarrabias que nos hace leer, que nos hace disfrutar. Para él, lo peor que puede suceder es aburrir, impedir el pensamiento, desechar la reflexión. Cuando lees te examinas y a la vez sales de ti. Justamente esto es lo que estoy escribiendo para una obra que publicará Caro-Raggio Editores después del verano.

Cuando yo era muy joven empecé a leer a Baroja gracias a mi padre. Mi progenitor y yo nunca tuvimos mucho en común, salvo la lectura. A veces ni eso. A él le gustaban autores por los que yo no tenía ningún interés. Aún recuerdo cuando con porfía me recomedaba Madrid Costa Fleming, de Ángel Palomino. Recuerdo lo que le dije aquella tarde: hasta aquí hemos llegado, papá. Esto es un espanto.

Luego, yo cambié. Me hice menos intolerante y mi padre se hizo más sensato. Hubo un momento de coincidencia y de gloria. A veces me descubría escritores que finalmente compartiríamos y celebraríamos: como Antonio Muñoz Molina. Otras veces, yo le hacía leer autores, por ejemplo Arturo Pérez-Reverte, que le aburrían mortalmente. Mortalmente: mi padre falleció y no tuvo la posibilidad de defenderse. Pérez-Reverte fue un dolor para él. Me pedía, por favor, que no le regalara más libros de don Arturo...

Entre los autores que compartíamos con gusto están Miguel Delibes y Pío Baroja. Cuando yo leía a este último mi padre se alegraba, se maravillaba. En una palabra: difrutaba. Si una novela como El convento de Monsant la hubiera podido leer ahora, me habría contado con pelos y señales su trama. Si le hubiera dicho que en la reedición yo la prologaba, su satisfacción habría sido inconmensurable. Vamos, que no habría podido medirla.

Por desgracia, mi padre ya no está para compartir esta alegría y este honor que me brinda Pío Caro-Baroja al encargarme el prólogo de El convento de Monsant, una obra que pertenece a la serie Memorias de un hombre de accióny que puede leerse con goce sin saber nada de Baroja.

Les quiero reproducir parte de la contracubierta del libro de Baroja que he prologado. Puede leerse esto:  "El convento de Monsant (1916) es una novela de aventuras, de intrigas, de amores, de militares esforzados y de viajeros imaginativos. De españoles más o menos castizos y de británicos más o menos flemáticos. De extranjeros de mucha gracia y de naturales algo rústicos. Como dice Azorín y ahora recoge Francisco Fuster en su obra Ante Baroja (2012): “El convento de Monsant puede figurar entre lo más profundo, bello y original que ha escrito Baroja”.

"Es más: su lectura nos modifica, dependiendo de nuestro estado de ánimo. Es un relato que inspira simpatía y dicha, la felicidad de leer, dado que los episodios van transcurriendo segun lo programado por sus personajes: ese hecho nos hace ser solidarios de sus lances, de los que van saliendo con bien. ¿Y si no salen según lo previsto? Es en las ficciones en donde a los personajes les caen los chuzos de punta, a quienes la vida se les tuerce..."

Va por ti, papá.

No sé si Podemos

Por: | 26 de mayo de 2014

Esto que escribo no me va a beneficiar. Entre colegas y amigos ha habido una alegría electoral que no me explico.

Pablo-iglesias-logo-papeleta-podemos¿No me la explico porque soy un siervo del bipartidismo? No creo ser un lacayo del PSOE (o del PSPV), partido al que voto. Lo voto habiéndome registrado como simpatizante. Esta figura se designa así. Me guste o no me guste, no tengo opción de escoger otra denominación. Parece que lo de simpatizante te hace estar de acuerdo básicamente, te hace incluso estar contento por compartir afinidades ideológicas.

En mi caso, el acuerdo básico con el PSOE es más una tradición de mi comportamiento electoral que otra cosa. Comulgo con algunas ideas principales; discrepo de otras y hasta me incomoda especialmente la fórmula políticamente correcta que se ha impuesto en dicho partido: cosas tan tontas como "las y los compañeros". Se pone un artículo en femenino y el resto ya en masculino.

Se ponen dos sustantivos con sus respectivos artículos para olvidarse pronto de la matraca: "las compañeras y los compañeros". Admito ser raruno (o no), pero estas cosas me sacan de quicio. Es decir, que si por mi fuera eliminaría esa tontada y esas camaraderías forzadas y orgánicas que poco tienen que ver con la realidad de las mujeres. Y de los hombres. A las mujeres se las nombra, no se las menciona para luego olvidar la fórmula.

Pero que yo sea simpatizante oficial del PSOE no me hace un perro lacayo del bipartidismo. Siento una gran antipatía por la política que ha desarrollado el PP y no creo que la política del Partido Socialista hubiera sido equivalente. Quizá en algún aspecto mejor y quizá en algún otro aspecto peor. Admitido esto, la crisis del bipartidismo ni me entristece ni me alegra. Que un Parlamento se pulverice puede ser bueno si hay luego grandes coaliciones que atienden a intereses diversos; y puede ser malo si se convierte en un patio de Monipodio (perdón por el tópico) en el que son imposibles la práctica común y unas reglas básicas.

Ha habido entre no pocos amigos una alegría desbordante porque, sumadas las opciones, ha ganado la izquierda, dicen. Habrá que verlo en los próximos comicios... Y ha habido un contento no menor porque ha subido una opción como Podemos, liderada por Pablo Iglesias. Si quieren que les diga la verdad, este candidato me produce un rechazo racional. Esto es, no lo repudio por irracionalidad mía, sino porque me parece la encarnación izquierdista, infantil (diría Lenin) de un peligroso fenómeno: el populismo.

Leí con atención el manual de política decente de su segundo: Juan Carlos Monedero. Lo leí con interés y sin prevenciones. Se me cayó de las manos: tiene mucha literatura, prosa sonajero (que diría Juan Marsé) e imágenes poéticas para lanzar su discurso. Tiene una perniciosa influencia del lirismo chavista (de Hugo Chávez) y tiene en fin una idea confusa en la que se mezclan las experiencias con las expectativas, la realidad con el deseo.

Pablo Iglesias es un síntoma. Los partidos tradicionales tienen aparatos de movimiento mineral. Es decir, su evolución se mueve por siglos o más. Se atienen a lo conocido, se aferran a lo experimentado aunque los resultados mengüen la influencia del partido. Creo que la situación de Europa es de emergencia. Los populismos de distintos signo se imponen, los radicalismos que amenazan con romper ese entramado burgués y previsible que es la Unión Europea, también.

Esto no es nada bueno. El fin de lo conocido no nos lleva necesariamente a la victoria final ni a nada por el estilo. Cuando una política corrupta y un régimen tóxico son reemplazados por algo nuevo, imprevisto, con interpelaciones directas al pueblo, entonces es altamente probable que reaparezca un Silvio Berlusconi redivivo. No quiero decir que vaya a regresar il Cavagliere. Quiero decir que tras Mani pulite en Italia, tras el hundimiento de aquella democracia republicana tan defectuosa, lo que acabó triunfando fue el horror cómico y cósmico de Berlusconi.

Aquí y ahora no hay nada cómico. Hace falta valor para ser audaces. Pero la audacia a la que aspiro poco o nada tiene que ver con la destrucción de la Unión Europea a la que abiertamente contribuyen las soflamas televisivas y programáticas de Pablo Iglesias, un adanismo que casa muy bien con el populismo antieuropeísta de Le Pen. No mezclo ni identifico, pero temo que el infierno está empedrado de buenas      iUnnamed-1-Papeleta-Podemosntenciones.

Por otra parte, que el sr. Iglesias llame siempre la casta a los partidos mayoritarios es inquietante. Sin duda, hay un aquilosamiento escandaloso entre los dos grandes partidos. El día que Podemos llegue a ser grande, verdaderamente grande, ¿se habra acabado la casta? La maquinaria de partido no augura nada bueno. ¿Que Podemos no es un partido convencional? Todas las formaciones nuevas empiezan diciendo eso: si no cambian y no se transforman en auténticos partidos, el peligro es que se conviertan en movimiento.

Y yo cada vez que oigo la palabra movimiento y pueblo, echo mano a la historia. Espero y deseo que Iglesias se dome y se acomode. Que sea un profesor universitario, como Monedero, no augura nada bueno: su realidad puede tranquilamente confundirla con el mundo real. Además, este partido es el partido de los docentes. Conozco a muchos colegas míos y no siempre somos recomendables. Espero que Iglesias baje del cielo electoral y espero que no descarte al PSOE.

Hace unos pocos años, Pablo Iglesias idolatraba a José Luis Rodríguez Zapatero. Tampoco hace falta tanto. Con que sea modesto y evite narcisismos podríamos entendernos. Ah, y por favor, que el logo del partido y de la papeleta sea su cara dice mucho. Dice del estado de la política en el interior de esa organización. O tiene mucho rostro o en su formación no tienen nada mejor. O ambas cosas.

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P.s.: Escrito esta mañana a primera hora:

 

"Alfredo Pérez Rubalcaba debería presentar su dimisión, no sin antes hacer un examen profundo, sincero y concienzudo de su partido y de su posición. Él, que quería ser parte de la solución, es hoy parte del problema: no es el único problema del PSOE. Pero si los políticos de nuestro pais tuvieran grandeza se retirarían mostrando sus llagas y haciendo qué cosa. ¿Autocrítica? Esa palabra es odiosa y nos lleva al estalinismo. No, lo que deberían hacer es un examen racional de unos hechos tozudos. Deberían mostrar la dignidad de quien se retira sabiendo cuáles son las causas o razones de su fracaso. Alfredo Pérez Rubalcaba no es el demonio, como tantas veces dijo de él El Mundo, pero no es, no puede ser, el docente que se instaló en política para no regresar. Hace meses escribí un artículo titulado Dinosaurios políticos. Por favor, léanlo si no lo conocen. Verán como yo no soy ningún valedor de Pérez Rubalcaba".

La ultraderecha francesa, qué valor

Por: | 25 de mayo de 2014

Oui-la-France.-Marine-Le-Pen-387x560Leo a media tarde en El País: "Las encuestas vaticinan el triunfo de la ultraderecha en Francia".

Este vaticinio, como la propia palabra indica, no es aún un resultado definitivo. Es decir, escribo a ciegas. A ciegas: aunque ya tuviera resultados definitivos, estaría escribiendo a tientas.

Francia se nos descubre inquieta con su condición, con su mismidad. El problema de la identidad, exageradamente tratado, produce monstruos. Francia lleva muchos años aguantando a sus emigrantes, qué dolor, qué dolor. Lleva mucho tiempo arrastrando su condición de antigua potencia colonial. Patéticamente. Y así les va. Lleva décadas o incluso más preguntándose qué nos pasa, qué somos, para dónde tiramos.

Hace veintitantos años, el país vecino vivía en fase de siniestrosis, de sinestrosis, de sinistrosis. Es otra manera de llamar a la hipocondría o es otro modo de designar la furia o el delirio razonables. ¿En qué consiste?

Cuando te accidentas, es posible que tiendas a exagerar una impotencia funcional. Esto es, te sientes una piltrafa (comparado con lo que antes eras) y por ello prolongas de manera anormal tu incapacidad. Sin duda padeces secuelas objetivables, pero a la vez las enriqueces con un dolor subjetivo.

Recuerden El enfermo imaginario, de Molière. Creo que así se diagnosticaba la patología, real e imaginaria, que Francia padecía por aquellas fechas: hace ventitantos años.

Frente a Estados Unidos siempre a la cabeza, frente a una Alemania emergente, frente a los tigres asiáticos, nuestros vecinos se dolían. Vivían una fase de malestar, un dolor inespecífico y difícilmente diagnosticable. Desde luego, Francia ya no era lo que había sido.

No sabemos en qué quedó aquella enfermedad pasajera. Si es que era pasajera. Veintintantos años después, tras una derecha encarnada en Jacques Chirac y Nicholas Sarkozy (corrupta o patética o ambas cosas a la vez), tras una izquierda evanescente y adúltera (es decir, que tontea con la derecha), los ultras parecen emerger. El honor y el horror.

El Gobierno catalán ha pedido el ingreso en la francofonía. Es una buena opción. El francés es una lengua de uso frecuente en Cataluña. Es o forma parte de sus mejores tradiciones. De todos modos, lo mejor habría sido pedir el ingreso en la psicofonía. El último..., que apague la luz, las luces, el iluminismo, la Ilustración.

Don Miguel Arias Cañete ha perdido los colores

Por: | 25 de mayo de 2014

Dedicado a Levante-EMV

De nuestra redacción.

Primera parte. El candidato sr. Arias Cañete ha quedado muy cansado tras esta campaña electoral, así lo ha declarado a Canetegrisvarias agencias de prensa. Se apreciaba en su rostro un color macilento. Mítines frecuentes e inacabables lo han dejado lívido, sin ánima. Han sido muchos los kilómetros recorridos, los brindis, los traspiés, las sentencias verbales que han acabado por arruinar su figura.

Estos disgustos le han hecho aumentar el perímetro de su abdomen, como él mismo reconoció días atrás. La ansiedad le ha llevado a comer y picar entre horas, afirmó un miembro de su servicio personal que ha pedido permanecer en el anonimato.

Aunque los maquilladores de servicio han tratado de devolverle el color, su rostro y su cuerpo han perdido el azul original. Esperaban restaurar ese añil o pseudoañil que tan bien le sentaba en la primera parte de la campaña. No ha sido posible.

El candidato sr. Arias Cañete parece resignado a viajar a Bruselas con tono apagado, con ese gris perla que ahora se le aprecia. "Pero como soy un toro, en dos semanas recupero mi azul original", ha declarado ante la nube de periodistas que aguardaban a la puerta de su domicilio.

Hoy es día de elecciones. Como todo buen candidato, saldrá con la familia a darse un paseo "tranquilito", ha dicho. Quiere lucir a su esposa del brazo, sacarla de casa. Y quiere a tomarse un aperitivo de choricitos y berberechos. "Es el bocado que prefiero", ha confesado, mientras los reporteros anotaban en sus respectivos cuadernos. Eso sí: previamente, don Miguel Arias Cañete hará algo de ejercicio, según ha revelado.

"Dispongo de una bicicleta estática adaptada a mi peso y anatomía que compró mi mánager en una oferta de Carrefour Francia". Don Miguel Arias se refiere a Ceferino Lacuesta, viejo amigo suyo y miembro del staff. No desempeña las funciones de mánager, como erróneamente ha dicho, sino de 'coach'. Aparte de cuidar de él, su viejo colega es quien vigila la báscula: el ganado de que dispone y los productos de sus tierras exigen un fiel medidor.

"Lástima", ha añadido el candidato sr. Arias Cañete tras el día de reflexión. "Yo ya me veo campeón". Esa ha sido la palabra que ha empleado. Podía haber dicho ganador, pero no. Ha dicho campeón y su frase empezaba con una exclamación: lástima.

¿Lástima? "Sí, lástima. Cómo voy a echar en falta los desayunos españoles servidos por mi mujer o servidos por camareros españoles". Con manteca colorá, leche con cereales, jamón de Salamanca y morcilla de Burgos. "Y fruta para desengrasar", ha completado.

Un periodista de un medio hostil le ha preguntado por los chorizos. Esa ha sido cuestión. Los chorizos. Incomprensiblemente, el candidato sr. Arias Cañete ha demostrado poca cintura negándose a responder. Con un enérgico "No comments", se ha despedido de los reporteros. Seguía gris perla.

Ha quedado entre los periodistas una sensación de estupor. No por la espantá, sino por el inglés que ya emplea en previsión de su triunfo. Ha gustado mucho el acento. Su dominio de la lengua universal ha maravillado incluso a los reporteros menos o nada simpatizantes.

Segunda parte.

Cuando el candidato sr. Arias Cañete se disponía a depositar el sufragio en su distrito electoral, un pequeño incidente ha entorpecido la votación.

Un individuo, evidentemente ebrio, se ha puesto a molestar a los concurrentes, entre ellos la familia Cañete por entero. Los parientes del candidato le habían acompañado para ejercer el derecho.

El tipo, VLC, ha decidido cantar a pecho descubierto. Cuando decimos a pecho descubierto, queremos decir exactamente lo que parece: se ha quitado la camisa, roñosa, con los bordes ya gastados, y semidesnudo se ha arrancado con una romanza.

Tenía voz sorprendemente cuidada. En absoluto su timbre revelaba a un borracho o a un bebedor habitual. La pieza que ha cantado ha emocionado a la familia Cañete que, finalmente, se ha puesto a entonarla con el espontáneo.

Ha habido un momento de discusión. El presidente de la mesa electoral estaba dispuesto a echar a la calle al canoro alborotador. También compartían dicha opinión los interventores o apoderados de los respectivos partidos, salvo el de UPyD, que se ha puesto a batir palmas de una manera incongruente.

Al final, don Miguel Arias Cañete ha obsequiado al cantante con un bocadillo, el que se disponía a zamparse el apoderado popular. Además, en un gesto de bonhomía, el candidato le ha entregado como propina o limosna de un euro cincuenta. Ha sido un momento de gran emoción. La concurrencia de Serrano, el barrio de Arias Cañete, ha empezado a ovacionar al político.

El presidente de la mesa electoral, auxiliado por un de los vocales, ha echado a don Miguel, a los suyos y a los afines a la calle. Un momento de máxima tensión. El presidente ha gritado: "cabrón, no sobornes". Sin duda ha sido un malentendido o exageración, aunque el mal ya estaba hecho.

Colofón. Don Miguel Arias Cañete ha ganado las elecciones, lo niegue quien lo niegue. A pesar de todas las dificultades, a pesar de las maldades que sobre él se han volcado (en este mismo muro). Es verdad ha retrocedido espectacularmente el Partido Popular. ¿Qué más da?

El candidato sr. Arias Cañete ya es eurodiputado. Y en su comparecencia en la noche electoral no ha debido enumerar los resultados. Ha aprendido la lección del cantamañas que le había hecho cantar una romanza. Le ha bastado decir que ha ganado. Y ha recuperado algo de color. Lo demás es irrelevante: como el Partido Socialista de Ferraz y aparatos, que van camino de la irrelevancia.

¿Nos arrastran o se arrastran?

La mierda

Por: | 23 de mayo de 2014

PicnicMadMenUno. El alcalde de Sestao (¿Excmo, ilmo?) se disculpa por haber llamado mierda a los inmigrantes: gentes a las que iba a expulsar de su municipio a hostias. Es decir, a leches. ¿Su nombre? Josu Bergara, la hostia del Partido Nacionalista Vasco. Este tío es la leche.

Días atrás, --Miguel, Arias, Cañete-- Miguel Arias Cañete también pedía disculpas por si alguien había podido sentirse ofendido con lo de la superioridad masculina que dijo, etcétera.

Uno y otro, Arias y Bergara, consideran al rival femenino o al invasor de tez distinta como eso: como algo secundario o incluso como mierda, como inmundicia. Por ello, años atrás, Cañete tomaba fotos de sus reuniones, según confesó en un mitin: retrataba la escena para que su esposa supiera con pruebas que no era un mierda, que no era un adúltero de mierda, sino que estaba negociando. No estaba de farra.


Dos. Prometre no fa pobre, sostiene un dicho valenciano. Prometer lo reserva todo al futuro; disculparse igualmente lo cede todo al porvenir. Yo he soltado lo que he soltado. He calificado de mierda a gitanos o rumanos (es un suponer), después pido perdón y esta cultura católica que nos envuelve me exonera.

Los creyentes confían en que rectificaré. También Dios, qué hostia. Por supuesto, las personas ofendidas directamente o que indirectamente se sienten ofendidas aceptan las disculpas. Faltaría más: quedarían como roñosas en el caso de negarse a ello.

Resultado: yo ofendo, luego --tras presión-- pido perdón y finalmente los agraviados aceptan las disculpas. ¿Finalmente? Esto no es una cuestión verbal, ni siquiera es un asunto oral. Es un tema cerebral. Quien ofende tan escandalosa y groseramente..., piensa eso, acepta eso, comulga con eso. Únicamente el bulla bulla que las palabras provoca genera su reacción: pidamos perdón para que se callen.

Estoy del lenguaje políticamente incorrecto hasta el pirri (que no sé exactamente qué es). Con la excusa de que el Politically Correct es una autocensura deplorable, hay gente que se ha echado al monte, que ha perdido los complejos, que se expresa sin miramientos, que no guarda las formas.

¿Qué les pido? ¿Que se callen? No exactamente. Calladitos están mejor, sin duda. Pero lo que piensan lo acarrean, lo llevan a cuestas. ¿Cómo se puede ser tan ceporro a estas alturas? Eres un varón y te expresas como un primitivo: vaya ganancia, vaya evolución.


Tres. Eso es lo que pensé ayer cuando vi a una dama lanzar una colilla encendida fuera de su coche. ¿Tantos siglos de mejora para llegar a esto? Sin duda, las mujeres tienen derecho a ser tan ceporras como los varones. Pero no me conformaba...

¿Tanta educación vial y civil para concluir en el estadio más bajo de la civilización? ¿Pero qué mujer es esa, que aprende lo peor de la especie, el descuido o el desaliño masculinos? Pensaba esto tras haber visto cuatro incendios menores en las carreteras valencianas, probablemente provocados por colillas. La barbarie.

¿Una mujer, género al que idolatro por civilidad y responsabilidad, se comporta como un troglodita masculino? Yo tiré colillas años atrás, cuando era un varón por civilizar. Dejé de fumar: eso no me hizo mejor, pero me dejó en mejor estado. Avanzamos procurando sentirnos mal con prácticas que hoy vemos deleznables o indignas.

En Mad Men hay un capítulo en que los Draper salen de picnic. La familia reunida, sentada sobre una toalla devora las viandas que Betty ha preparado. Cuando acaban la merienda, la esposa se ocupa de todo: recoge la toalla o trapo (gigantesco trapo) y lo arroja a la naturaleza.

En ningún momento, Don, el hombre de la familia, recoge los restos o la vajilla; en ningún momento, Betty es reprendida por echar la inmundicia al campo. A comienzos de los sesenta hacíamos esas cosas sin sentir inquietud o malestar. Era lo normal. Hemos avanzado: ahora, al menos, te sientes incómodo si se te ocurre hacer algo así.

No es una cuestión de lenguaje más o menos afortunado, sr. Arias; es un asunto de civilidad. O, mejor, de moralidad. Vamos mejorando.

¡Otro maldito artículo sobre Cañete!

Por: | 21 de mayo de 2014

La otra noche escuché parte de la intervención de don Miguel Arias Cañete en una población gallega en la que estaba dando un mitin. Le había precedido en el uso de la palabra una candidata o una dirigente local, no sé: o ambas cosas a la vez.

CaneteEl caso es que don Miguel comenzó alabando el papel que en política desempeñan las mujeres excepcionales. Puso como ejemplo a la señora que había parlamentado minutos antes. E insistió en que él se siente muy a gusto y satisfecho trabajando con mujeres excepcionales como fulanita de tal. Perdonen mi ignorancia pero no me apetece buscar el nombre de la dama.

La fórmula "mujeres excepcionales", alabar a las chicas, a ciertas chicas que conoces como tales, no te libra del machismo. Sin embargo, parece que el listo del señor Arias desconoce la lógica y la retórica. Pongamos ejemplos que me son cercanos y utilicemos sus fórmulas.

Entre los negros hay negros excepcionales, entre los judíos hay judíos excepcionales, entre los valencianos hay valencianos excepcionales..., admitir eso no niega lo fundamental: que hay negros, judíos o valencianos que no lo son. ¿Qué se hace con ellos? ¿Los soportamos estoicamente? ¿Consentimos que ocupen puestos de trabajo y lugar en la sociedad a pesar de que no son excepcionales?

El varón blanco como Arias Cañete se juzga superior. Es decir, por lo que parece, él tiene un fiel medidor para evaluar el estado, la superioridad e, imaginamos, la inteligencia de sus rivales o de sus colaboradores. Viéndolo, nadie lo diría. Cuando habla en debates como el de días atrás farfulla, esquiva la mirada del adversario (o adversaria) seguramente por la coquetería de quitarse las gafas, puede lanzar balines de saliva pastosa, maneja con torpeza un bolígrafo y para más inri muestra unas notas manuscritas que deberían haber quedado reservadas. Muy listo no parece. ¿Es acaso excepcional? Veamos.

Pongamos un ejemplo que me es muy cercano. Yo soy un valenciano normal. ¿Estoy contento por ser tal cosa? El lugar de nacimiento no es algo que me entusiasme si no va a asociado a valores emocionales y positivos, pero en mi pueblo o mi ciudad también hay cosas de las que avergonzarme. Yo me avergüenzo con cierta frecuencia de mi condición de valenciano: aquí tenemos ejemplos de depredadores que bien podrían figurar en la Historia Universal de la Infamia, de Jorge Luis Borges. Por tanto, cuando digo que soy valenciano o varón he de admitir que hay cosas de los valencianos y de los varones que no me gustan nada.

He dicho que soy normal. Eso significa que soy una persona equivalente a otras. Tengo los mismos derechos y también tengo vicios de los que a veces me gustaría quitarme. Tengo costumbres y también virtudes de las que legítimamente me enorgullezco y que en ocasiones son una carga.

Lo normal es, pues, algo digno, no indigno. ¿Qué pasa? ¿Que yo no soy excepcional? Pues qué le voy a hacer. Me conformaré con mis habilidades y me habituaré a mis vicios. Al final, por mucho que me depure, acabaré muriendo.

Si soy un varón normal y encima valenciano, ¿qué trato me dispensaría el señor Cañete en una hipotética contienda electoral? ¿Me trataría como a un igual por ser un hombre? Pero si soy un hombre de escasas o muy medianas cualidades, ¿entonces qué haría conmigo? ¿Abusaría intelectualmente de mí por no temer ser tachado de machista? ¿Me dejaría ganar por inspirarle pena o piedad al ser normal y valenciano?

Estoy considerando seriamente la posibilidad de cambiar. Hacerme mujer y normal. Jamás estaré en un ministerio o negociado que él administre, pero no porque yo no quiera (que también), sino porque él no me querrá. Sólo admite hombres normales, siempre superiores, y mujeres excepcionales. Excepcionales a pesar de ser mujeres.

Aquí no hay quien viva con la lógica de Miguel Arias Cañete.

Viva el vino.

El País

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