Dicho así, para quien no conoca tal cosa, el lermismo suena a enfermedad, una cosa mala que te deja desarbolado. Hablando de barcos no es poca cosa. Suena incluso a enfermedad de la piel, algo contraído en tus viajes aventureros. Te dices: he contraído el lermismo.
Ves a Cipriano Ciscar y a José Luis Ábalos y te dices: sí, estoy enfermo. No puede ser. Estos dos jóvenes no son la renovación. Estos dos pipiolos no pueden encarnar la seriedad y la antigüedad de este partido. Estos dos varones no merecen la gloria. ¿Gloria, qué gloria?
Dices lermismo y entonces te imaginas alguien con prurito, con erupciones, algo lejano y tropical. O mejor: con un bronceado quemado que contrasta con el pelo cano y elegante. Ximo Puig, el secretario general del Partit Socialista del País Valencià (PSPV), empezó padeciendo dicha enfermedad. No sé si ha quitado. Las personas que lo acompañan lo intentan. Sin duda.
El lermismo no es una malestar epidérmico. Es una patología profunda. Es, ni más ni menos, que el estado comatoso de las estructuras del Partit Socialista del País Valencià (PSPV). Del patir socialista... Madrecita que me quede como estoy.
Joan Lerma gobernó el País Valenciano tiempo atrás, cuando la Unión Soviética era una potencia de la Guerra Fría, cuando Internet no existía, cuando Chikilicuatre no se había presentado a Eurovisión.
Ahora, desde su velero, Lerma examina todo movimiento que alguien pueda emprender en el Partido. Es como el profesor Bacterio, pero sin luces, sin iluminismo. A él van a hacerle el rendibú.
A Lerma hay que mandarlo a galeras. A remar: para que sepa lo que cuesta mantener vivo un partido, un bajel. Los marinos de la vieja escuela (como Joseph Conrad) tenían siempre un estado de inquietud y de culpa. Se retiraban y en la soledad de su gabinete penaban. Sabían que algo habían hecho mal. O grande.
Joan Lerma tiene un velero pero carece de sentido de culpa... Yo lo mido con mi fiel medidor, que es chiquitito.
Así nos va.
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