Uno. Juan José Millás acierta de vez en cuando. Tiene imágenes poderosas, como epifanías de andar por casa. Se agradece que no tenga grandes revelaciones. Sería un pelma de cuidado, un redentor. Fíjense: hay políticos cercanos que nos anuncian el Apocalipsis y encima nos ponen cara de sacrificio.
Millás, por el contrario, es un humilde prosista que sabe pulir las palabras poniendo habitualmente cara de pena, un escritor que sabe pedir perdón léxico y ético, que sabe contar una historia: eso sí, si la tiene bien amarrada. Lo que pasa es que en ocasiones se crece y aparece un Millás tonante. Y algo tronado.
Dos. “Siempre me he preguntado cómo pasa el tiempo dentro de una lata de sardinas”, decía Juan José Millás hace años. Se lo planteaba en un artículo titulado precisamente “Enlatarse o morir”, una pieza que después pudimos leer en Cuerpo y prótesis, un volumen de su obra efímera.
“Desde luego, [el tiempo pasa] más despacio que afuera, pues algunas [latas] no caducan hasta el año 2003 o 2004. Una barbaridad”, admitía viendo esas fechas como un destino aún inalcanzable.
“Sin embargo, en el momento mismo de abrirlas entra el tiempo en ellas y a los dos días te asomas a su contenido y da asco, aunque la hubieras guardado en la nevera. Una lata de sardinas cerrada es un tesoro temporal”.
Tres. Exactamente como la literatura, insistía Millás. “Los libros tienen algo de lata de sardinas (…). Lo malo es que cuando uno sale de la lata o del libro entra en el tiempo y en dos días se queda peor que un berberecho a la intemperie. Así que usted verá, o se enlata o lee sin parar. Yo le aconsejo lo segundo. Proporciona los mismos efectos rejuvenecedores y no da claustrofobia”.
No es mala la tosca pero pertinente metáfora de la lata. Sardina y literatura son dos ámbitos hermanados por la conserva y la tradición. Un berberecho a la intemperie padece, padece una descomposición rápida. Y mira que me gustan los berberechos y las sardinas. Un libro enlatado es como un molusco muerto o como el pescaíto congelado: se mantiene, pero no se disfruta.
Llevo años leyendo a Juan José Millás sin disfrutar de su última literatura, la que saca de la conserva. Antes, sí. Sus novelas me decepcionan irremisiblemente. La última que leí –‘Lo que sé de los hombrecillos’-- me provocó dos o tres carcajadas. Millás se relame con las palabras y se sabe listo del copón, un psicoanalista listillo. Pero hace falta algo más para hacer buena literatura.
En los ochenta cuidaba sus novelas hasta la filigrana. Pero su éxito como columnista, ya en los noventa, ha acabado por arruinar su carrera literaria. El campo cultural e industrial exige publicar novelas de cuando en cuando para mantener el estatus de tal cosa: de novelista. Si no eres novelista no formas parte del campo literario, por decirlo con Pierre Bourdieu. Por eso, el columnista Millás publica de cuando en cuando obras de ficción que le dan relumbre con premios más o menos reconocidos. Pero estas novelas, que arrancan bien, se precipitan hacia mitad. Se precipitan a un vacío: ¿existencial? No, a una vacuidad u oquedad, propias de quien tiene prisa y tiene muchas cosas que hacer o que escribir, muchos encargos.
Sus artículos breves, sus columnas, suelen ser ocurrentes, esas columnas con fantasía kafkiana que son aún filigrana. Sin embargo, los artículos políticos me provocan bostezos descomunales: desde que declaró su amor a José Luis Rodríguez Zapatero no hay manera de que haga algo a derechas. Los ‘articuentos’ resultaban ingeniosos y aún lo son de cuando en cuando. Luego, Millás quedó muy decepcionado por el mandamás socialista (no sé por qué se entusiasmó tanto y tanto).
¿Cual fue el resultado? Una especie de rencor en conserva, una especie de malestar con genio y mal genio. En El País Semanal publica habitualmente una sección de glosa fotográfica: forma parte de sus tradiciones literarias. Ataca con chispa las fotografías que comenta, pero siempre acaba por estropearse por culpa de su ideologismo de salón, por culpa de sus conjeturas hostiles.
Como un molusco resentido o como una sardina hedionda. Sé lo que se siente: a mí me pasa algo parecido, pues a veces me veo molusco o sardina en sazón. Hay días en que, tras leer las noticias y el artículo de Millás, desearía volver a meterme en la lata, a ver si no me pudro o a ver si me conservo como lector. En cuanto salgo a la intemperie me descompongo: como las últimas novelas de Millás. Su éxito como articulista lo ha condenado como novelista.