Uno. (4 de octubre de 2013). Juan Cotino. Juan Cotino es un señor de Valencia, nacido en Xirivella. Hasta hace nada, era poco conocido: pasó de concejal de la ciudad a director general de la Policía de España, que es una carrera política previsible. Lo normal, vaya. Pero poco más: que si una consejería por aquí, que si otra consejería por allí. Nada serio, agricultura, medio ambiente, cosas así: como muy del terreno.
Hasta qué no llegó a la Presidencia de Les Corts Valencianes no adquirió cierta notoriedad. Fue entonces cuando se hizo martillo de herejes y de camisetas, censor de Mònica Oltra, que siempre aparecía en sede parlamentaria con letreros de mucha peligrosidad. Según dicen, la insultó gravemente a propósito de su progenitor. Usted no conoce ni a su padre, vino a decirle. O eso cuentan los testigos.
Pero a Cotino la fama le llegó un día y desde entonces forma parte de la jet set local: algunos se ponen gafas ahumadas y otros se dejan barba. Él se deja barba. Cotino es conocido ahora gracias a la televisión, concretamente gracias a ‘Salvados’, de La Sexta. Es lo que hay. Tuvo sus quince minutos de gloria ante Jordi Évole, incluso sin decir ni pío alcanzando una gran celebridad. “El mudo de Valencia, el mudo de Valencia”, decían los retoños a sus madres cuando lo divisaban. Los muchachos huían despavoridos. No sé por qué, la verdad: tampoco es el hombre del saco ni un ogro.
Es feote, eso sí; está grueso y tiene cara o boca de rape. Pero es un santo varón, un hombre piadoso, de mucha religiosidad. Pertenece al Opus Dei, del que es agregado, cosa que seguramente no se le perdona: los envidiosos reconocen que ya tiene ganado el cielo, lugar de gentes honradas. Lo tiene ganado a pesar de sus pecadillos (que los tienes, bellaco) y a pesar de esa boca de rape de gruesos labios, nada sensuales.
Desde entonces, desde que apareciera en ‘Salvados’, lo persigue “la izquierda marxista”, ha declarado el propio Cotino. Por los clavos de Cristo, parece que volvemos a la saña del anticlericalismo, cuando los rojos se comían crudos a los capellanes. Esta comprobado: sales en la pequeña pantalla o no tan pequeña que algunos ya tienen aparatos de muchas pulgadas, sales en la pequeña pantalla –ya digo– y las hordas te amedrentan y te hostigan. ¿De qué le acusan? De beneficiar a las empresas familiares, de tener conexiones con la trama Gürtel. Él lo niega con vehemencia y hemos de creerle. Amén.
Pero no todo el mundo es tan crédulo como yo. Quizá por eso, el sr. Cotino se ha dejado barba: a ver sí ya no se le reconoce por la calle. Pero, claro, ya ha aparecido por televisión con su nuevo look otoño-invierno y los rojos han renovado las fichas de identificación del enemigo. Alguien debería aconsejarle que se pusiera una máscara para hacer declaraciones o para presidir les Corts Valencianes. Podría ser de demonio o de San Sebastián, de Sant Vicent o de Rosita Amores: como ninguno de ellos tiene nada que ver con él ni por admiración ni por devoción, pasaría inadvertido.
Habla pésimamente el valenciano, con un acento ‘apitxat’ que duele, que duele a los oídos. No hace nada por mejorar su dicción y el uso que hace del idioma forma parte de la campaña institucional: “Destrossem la nostra llengua”. De su vida privada poco se puede decir. Es tan anodina su figura, tan escaso su relumbre, que los espías rojos dejaron de seguirle.
Toma cortados en el bar de las Cortes (que son más baratos), come paellas (algo aceitosas) en el Palmar, reza con unción y veranea, dicen, en el Perellonet o en Cullera o en Sollana o en Gandía o en la casa familiar de Xirivella: con su hermano, el otro Cotino, el que respondía telefónicamente a Jordi Évole.
El hermanito tiene una voz profunda, varonil, que denota mucha personalidad. Podría tener un futuro. Ya verán: lo veremos en La Voz. Por su parte, los malos dicen que Juan Cotino visitará pronto el plató de ‘Encarcelados’, de La Sexta
(La fotografía es de la agencia EFE).
Dos. (30 de abril de 2013). Juan Cotino. Ya todos lo saben. El pasado domingo [29 de abril de 2013] pudimos ver un programa dedicado al accidente del Metro ocurrido en Valencia en 2006. Los responsables de la emisión fueron Jordi Évole y su equipo (ayudados localmente por Barret Films y los jóvenes empleados de la productora). Hicieron historia. Hicieron historia en el doble sentido de la expresión: por una parte, el programa tuvo máxima audiencia; por otra, Évole investigó, entrevistó, haciendo crónica. El resultado fue un producto periodístico de excelente factura y gran efecto.
Desde la emisión, muchos nos hemos preguntado qué no habíamos hecho hasta ahora por las víctimas y sus familiares. Tal vez, la cuestión ha servido para sacarnos de la modorra. El próximo 3 de mayo, en la plaza de la Virgen de Valencia, hay convocado un acto de concentración por las víctimas. Como todos los días 3 de cada mes. A las 19.00. Allí estaremos, irritados. Irritados con los responsables políticos de aquel accidente e irritados con nuestra actitud.
A Jordi Évole se le ha cotejado con Michael Moore. La comparación suele ser malévola, no porque el periodista catalán carezca de habilidades, sino porque obraría como el cineasta norteamericano. Con tretas, con exageraciones, realizaría reportajes sesgados en los que los villanos caen en la trampa. Tal vez, muchos de ustedes recuerden el encuentro de Moore y Charlton Heston a propósito de las armas de fuego: para ridiculizar la postura de la Asociación Nacional del Rifle, el entrevistador sacaba lo peor de un Heston senil e instintivamente agresivo.
Pues no. Yo no creo que Évole y Moore sean comparables. El periodista español, valiéndose de su olfato e ironía, entrevista afablemente. Tiene recursos: es listo, es bajito, parece poca cosa, un humilde profesional. Sus preguntas no son tramposas, sino directas, corteses y envolventes: hace caer en contradicción a quien no dice o incluso miente. El montaje de sus programas suele tener algún exceso enfático, sí. Pero su habilidad para relatar lo que quiere contar es muy grande. Sus historias son sencillas, pues tratan de la condición humana, del embuste, de la arrogancia, del coraje, del valor. Contar una historia es muy difícil: has de poner a cada uno en su sitio, en su papel, sin convertirlo en marioneta.
Jordi Évole intentó entrevistar a Juan Cotino para el programa del Metro. El político opuso resistencia ante las preguntas insistentes del periodista. Permaneció mudo, aparentemente impasible. Su sonrisa, primero beatífica, al final se le agrió y de su silencio elocuente aprendimos mucho. “Los políticos de campanillas se saben permanentemente observados, el tintineo es constante”, digo en La farsa valenciana (2013). “Pero a la vez burlan ese escrutinio con empaque. ¿Qué es lo que hacen? Una parte de sus andanzas se urden fuera de los focos, fuera de las tablas; pero al tiempo, cuando se dejan iluminar o cuando se presentan, a algunos los vemos como una compañía de farsantes”.
En el programa de Évole, Cotino parecía el mudito de los payasos, aunque sin gracia, sin arrestos, como un presuntuoso con poder. Pero también como un figurante que ignoraba su papel, un actor sin guión haciendo muecas. En fin, no sé si era un farsante de escasas luces o un político de pocas campanillas.
Tres. (21 de diciembre de 2012). Sin comentarios. Póngase voz nasal: "Des de Les Corts Valensianas, vos dechitse a tots uns bons Nadals".
Hay 0 Comentarios