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Presente Continuo

Sobre el blog

Un historiador echa un vistazo al presente. Éstas no son las noticias de las nueve. Pero a las nueve o a las diez hay actualidad, un presente continuo que sólo se entiende cuando se escribe: cuando se escribe la historia.

Sobre el autor

Justo Serna

es catedrático de la Universidad de Valencia. Es especialista en historia contemporánea. Colabora habitualmente en prensa desde el año 2000 y ha escrito varios libros y ensayos. Es especialista en historia cultural y ha coeditado volúmenes de Antonio Gramsci, Carlo Ginzburg, Joan Fuster, etcétera. De ese etcétera se está ocupando ahora.

Eskup

La historia y los artificieros

Por: | 19 de junio de 2014

La existencia de cada cual es un repertorio de relatos, propios y ajenos, los cuentos que nos han contado y Entierrahostilque se remansan en nuestras respectivas memorias, y los cuentos que nos contamos a nosotros mismos. ¿Para qué? 

Para que cada cual haga la historia de su vida, para que cada uno dé asiento y coherencia autobiográfica a lo que le ha sucedido.

La verdad, la correspondencia de lo relatado con lo ocurrido, es difícil de determinar y de precisar, y la autentificación de los avatares acaba dependiendo del sentido que se les dé.

De hecho, ese sentido cambia y lo que antes fue destino ciego y herida, luego puede ser vicisitud menor.

Por eso nos contamos tantas historias y observamos tantos rostros justamente.  Para evaluar qué parte hay de azar, de feliz casualidad en la dicha o en la desdicha presentes.

Para medir hasta qué punto nuestras respectivas vidas confirman las previsiones que sobre nosotros habían volcado los mayores.

Para sopesar hasta qué punto hay algo de libertad y de creación personal, hasta qué punto somos capaces de sobreponernos a las circunstancias que nosotros no hemos elegido.

Para afirmar nuestra independencia y, a la vez, para saldar cuentas con un pasado que nos pertenece y en el que nos vemos actuando con incertidumbre, con brutalidad, con audacia o con mansedumbre.

Los historiadores reconstruyen el pasado que hemos perdido (perdido pero latente), ese pasado verdaderamente irrestituible y ya inexistente. Lo hacen con testimonios diversos, con perspectivas más o menos numerosas, que son sobre todo variaciones de un archivo, de un registro. No siempre tenemos la posibilidad de verificar esos testimonios que allí se reúnen.

Cada uno de esos testigos nombra lo real de modo diverso o, incluso, lo oculta, lo maquilla, lo tapa, empleando sus recursos, los propios o los heredados. Al hacerlo así, al designar el mundo, cada uno le da un sentido y una variación, un orden y una narración diversos. Los ojos miran de diferente forma y las voces lo expresan de modo distinto.

El pasado es inaprensible para el contemporáneo, es materialmente irrecuperable, y por eso mismo dependemos de los relatos que nos legan, de las historias que nos cuentan. Pero, como esas versiones no son necesariamente compatibles entre sí ni nombran lo pretérito del mismo modo, el individuo es hoy un depósito de narraciones heredadas y con frecuencia mendaces, contradictorias y explosivas.

De ahí la necesidad del historiador, un profesional que con exquisito cuidado ha de actuar. Como si de un artificiero se tratara: debe desactivar los relatos rencorosos que aún nos dañan, aquello que aún nos amenaza y que es fruto de la manipulación o de la mentira. El historiador no debe maquillar, engañar, empañar. No suaviza ni atempera. Ha de desvelar, abrir, frotar y limpiar la herida. Pero no para sajar y zanjar. Porque si obra con ligereza o contraviniendo sus protocolos, entonces el pasado le explota: y ahí sí que se abren zanjas.

Quien investiga y lee, quien reúne testimonios, no pretende hacerlos todos compatibles. Aspira a algo más llevadero: a abrir la mente al conocimiento y no al reconocimiento ni al hostigamiento.

Antonio Muñoz Molina, instantánea

Por: | 16 de junio de 2014

Decía Wilhelm Dilthey que la comprensión del sujeto histórico concreto exige Amm-miradacaptar su pensamiento, voluntad y sentimiento. El esfuerzo de salir de uno mismo para comprender lo que el otro nos da con pocos datos, lo que el otro se resiste a darnos, en definitiva.

La tarea propuesta es revelar el espíritu, aclararlo. Sin embargo, la aspiración de Dilthey es hoy una meta excesivamente optimista y de dudosa realización: aprehender nada menos que la vida interna del personaje que nos rodea o del que estamos distanciados.

No somos transparentes y a los contemporáneos los vemos o los comprendemos haciendo uso de esquemas que hemos aprendido, por ejemplo, de las películas, de la literatura, del arte. Por eso, comprender el pensamiento, la voluntad y el sentimiento del otro es tarea poco menos que imposible y a la que sólo nos aproximamos con esos recursos ya empleados.

Para conocer hay que conocerse en primer lugar y la averiguación del contemporáneo depende de unos materiales que vemos en los otros según diferente composición.

 Cuando Antonio Muñoz Molina publicó Escrito en un instante (1997), sus impresiones breves, brevísimas --reunidas en un libro bello y único que publicara Calima Ediciones-- nos enseñaban lo que es captar, atrapar la singularidad, hacer economía verbal. Hay personajes de los que no conseguimos averiguar mucho, circunstancias sobre las que hay que conjeturar, lugares tópicos que nos sorprenden, voces reconocibles y a la vez extrañas.

El flujo de conciencia, la voz interna, la irrupción de los sentimientos más escondidos e ingobernables, el monólogo interior, en definitiva, han sido los modos expresivos adoptados para rebasar el artificioso relato naturalista. Al mostrarnos el pensamiento recóndito del personaje o del narrador, con frecuencia lo vemos como un discurrir que carece de coherencia: son cachos de un mundo fracturado, hecho pedazos.

Yo leí aquel libro así. Buscando y captando lo mínimo, como esas observaciones escasas e iluminadoras. Ahora, desde hace un tiempo, Antonio Muñoz Molina tiene un diario, un blog, que lo llama justamente así: Escrito en un instante. Mientras releo toda su obra para un libro que escribo sobre su producción (y que en unos meses aparecerá en Fórcola), mientras leo sus reflexiones periodísticas que a tantos gustan y a tantos irritan, les remito a una reflexión sobre aquel libro, Escrito en un instante, que tanto placer me procuró. Y aún produce.

En Anatomía de la Historia así lo han entendido: espero que les guste esta evocación de aquel librito denso y sorprendente. Lo he titulado: Antonio Muñoz Molina. Las microhistorias

Por qué leer a Baroja

Por: | 12 de junio de 2014

El convento de Monsant (1916, ahora reeditada por Caro-Raggio) pertenece a una serie de veintitantas novelas que Pío Baroja publicó a lo largo de muchos años.

CaroRaggioLas protagoniza Eugenio de Aviraneta. Dicho así, El convento de Monsant parece disuasorio.

¿Para qué voy a leer una novelita si no me voy a acabar todas Memorias de un hombre de acción, esa serie de la que forma parte. Y esto es un error. Fue habitual en Baroja agrupar sus obras en trilogías, etcétera, por la afinidad o por los personajes.

Pero sus novelas se pueden leer sueltas, por separado. Es lo que yo recomiendo precisamente: para hacernos una idea a tientas de lo que fue un edificio imponente. No se trata de ver toda una ciudad, sino de disfrutar de esta filigrana que hay en esta esquina, en este rincón.

No te pierdes nada si luego no completas la serie: lo que haces es ganar un placer con esta o con aquella obra. Es como en la ciudad, si acudes a las catacumbas de París pero no visitas la Torre Eiffel, ¿qué pierdes? Léanla, por Dios. Lean El convento de Monsant por ustedes: para disfrutar de lo lindo. Que yo haya firmado el prólogo es asunto muy secundario.

 

¿Qué imagen tenemos de Baroja? Pues de la de un hombre de tertulias y de librerías de viejo, la de un erudito conocedor y lector. ¿Acaso no fue ese su destino? No buscó otra cosa: tener un buen círculo de amigos y hallar piezas bibliográficas que le abrieran el mundo. ¿Desdeñó la acción, la aventura? En absoluto, sus obras son, entre otras cosas, eso mismo: un canto al individuo corajudo capaz de emprender las aventuras más temerarias.

Los literatos son, por lo común, gentes sedentarias, personas muy aferradas a sus gabinetes, a sus despachos, a sus escribanías. Es allí en donde imaginan geografías distantes, lugares remotos que ponen en riesgo a quienes se aventuran, a sus personajes. ¿Qué hace Baroja y qué hacen tantos y tantos escritores? Pues conjeturar con un mundo que les resulta ajeno, pero al que les agradaría pertenecer o incluso lo que hacen es verbalizar el miedo que esa geografía remota les produce.

Un hombre de acción es un individuo con coraje, alguien que dispone de virtudes, alguien que carece de las prevenciones usuales del hombre medio. El hombre de acción no se queda quieto, emprende todo tipo de aventuras por afán descubridor, por apetito económico o por el simple placer de viajar y conocer.

Baroja fue hombre de tertulia y de librerías de viejo, cierto. Pese a lo que pueda parecer, una figura de estas características no está tan lejos del hombre de acción: lo imagina, se imagina en su piel, se piensa en sus lances y avatares. Por otro lado, la tertulia es un núcleo de sociabilidad. Quienes a ella acuden traen noticias o chismorreos, especies que se cuentan, cosas que ellos mismos han visto, mentiras, exageraciones.

En realidad, los contertulios o los novelistas remiendan el mundo entre sorbo y sorbo de cafés, licores o tés. Dicho en otros términos, la tertulia es el lugar del descanso para el hombre de acción. Como tantas veces en Joseph Conrad, por ejemplo, la tertulia es la excusa para contar la novela que vamos a leer. Baroja, que fue un lector voraz de la literatura anglosajona, concibe sus diálogos en términos parecidos: los personajes habla y se cuentan cosas…

Se cuentan cosas porque han viajado. Baroja sobre todo fue un gran observador. Fue un fino analista de las conductas ajenas. Fue un estudioso de la especie humana (y lo digo en un sentido prácticamente darwinista). Baroja examina el entorno, sus condiciones naturales y las presenta en sus novelas con gran detalle y minuciosidad.

El convento de Monsant se desarrolla en la localidad mediterránea de Ondara, en la costa Elconventoalicantina. Está ambientada en los años veinte del Ochocientos. Pues bien, el narrador precisa con todo detalle esas condiciones naturales del territorio, del clima. ¿Para qué cosa? ¿Con qué fin? Con el propósito de hacernos una idea más o menos completa, enciclopédica y cabal de la localidad y de sus naturales. No es raro, no es infrecuente.

 Pensemos, por ejemplo, que Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, tiene páginas y páginas dedicadas a describirnos la fauna y la flora abisales. En los libros de viajes, la geografía es un personaje más de las novelas, no sólo es el marco de la acción es un agente que limita, que entorpece o que facilita la temeridad de los hombres, sus peripecias.

Hombres. Hay en esta novela (y no es la única) un personaje quizá extravagante. Me refiero a J. H. Thompson. O como lo conoceremos en la obra: Juan Hipólito Thompson. Baroja gusta mucho de los sujetos pintorescos, algo peculiar que nos reclama, algo que se sale de la norma y nos interpela.

Como otros anglosajones, Juan Hipólito Thompson hizo lo que para entendernos llamaremos el Grand Tour: emprender un viaje al Sur, al Mediterráneo, desde Grecia a España, en donde arraigó. Es un hombre de gran iniciativa, propiamente un culo de mal asiento, un individuo que recorre, atraviesa la Península, por ejemplo, aprendiendo cosas, recordando cosas que ignoraba saber y confirmando cosas que sabía de antemano.

El inglés nacido libre marcha por el mundo sin grandes reparos, pero observa ese mismo mundo con las anteojeras inevitables de su tiempo. Y por ello ve a los españoles, a los nativos, como gentes sanguíneas, nobles, broncas. El contrapunto de Aviraneta es muy interesante al matizar lo que Thompson ve o cree estar viendo. En realidad, la costa mediterránea se llenó de comerciantes ingleses e irlandeses que hicieron fortuna con el tráfico mercantil.

Una y otra vez estamos hablando de hombres. ¿Acaso en esta novela no hay mujeres? Sí, por supuesto, de gran iniciativa, de inteligencia sutil, pero relegadas a un segundo plano, como la sociedad de entonces imponía. Llegados a este asunto, la pregunta inevitable es: ¿acaso Baroja era un misógino? Sobre este asunto no tengo gran cosa que decir. Se ha abundado suficientemente sobre la misoginia o presunta misoginia de Pío Baroja.

Si el ideal del yo es el individuo aguerrido, aventurero e incluso temerario, las mujeres representan lo doméstico y la racionalidad, las cuentas y el bienestar. A ese tipo de mujer, Baroja no solía prestarle mucha atención. Pero hay otras damas de inteligencia estratégica que Baroja subraya… No trato de salvar al escritor. En El convento de Monsant, hay mujeres de mucha enjundia que alivian la estolidez de los varones militares o civiles de Ondara.

En todo caso, en este punto, su actitud no sería muy distante de la de Schopenhauer o Nietzsche. Es decir, hay que reconocer un papel muy ancilar, muy secundario de la mujer en Baroja. Hay que reconocerlo: no me voy a poner a asear al muerto. Mientras tanto, damas y caballeros, olviden sus prejuicios y disfruten de una folletín de altura, de una novela de acción, de un relato de aventura. Hay reflexiones sobre el Ejército, la Iglesia y esta fatalidad de ser español.

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Para más abundamiento:

Francisco Fuster, Baroja y España. Un amor imposible. Madrid, Fórcola, 2014

Arturo Pérez-Reverte, ay

Por: | 11 de junio de 2014

Hay algo de dolor, de herida, de raja mal curada en Arturo Pérez-Reverte, algo que supura y escuece. LasombradelaguilaComo si el escritor fuera alguien poco querido que demandara más cariño. Como si el autor fuera un hijo de familia multitudinaria que exigiera atención. Esto es una especulación, pero tanta demanda tiene que ser una lesión antigua.

Cada vez que escribe en Twitter se muestra como un personaje retador, achulapado y grosero. Aquí me tenéis, granujas, gilipollas. Aquí estoy yo, soplapollas. Ese es el estilo. Para quien ha sido reportero de guerra no es gran cosa. En las contiendas, las finuras se pierden y los cojones son lo que se saca.

Es por eso por lo que Pérez-Reverte explota sus personaje de reportero curtido, baqueteado. ¿Qué me vas a decir a mí, tonto el culo? Yo estuve en los Balcanes. Yo estuve en Irak. ¿Me vas a venir a mí con mariconadas? Yo sobreviví a tiros, explosiones, disparos, detonaciones. No me toques los huevos. Yo sobreviví mientras tú estabas tocándote la pirindola en el Madrid otoñal.

¿Y qué dice Javier Marías de todo esto? ¿Admira, acaso, al hombre-hombre? Pero si Pérez-Reverte es un mariconazo. Si sólo se atreve con los débiles, si sólo la emprende con los frágiles. Había que hacer el rendibú a Esperanza Aguirre (le había pagado una Expo), y Pérez-Reverte humillaba el hocico. ¿Qué hace Javier Marías en todo esto?

Pérez-Reverte es un personaje, de acuerdo. Quiero decir: se hace el tío, el guaperas, aquel que está a vuelta de todo, porque todo lo ha vivido ya. Pero esa máscara con la que se cubre no cae en gracia a muchos, salvo a sus hooligans. Que insulte, que suelte palabrotas, que se haga el broncas…, quizá les ponga a sus seguidores. A los demás nos deja fríos o al menos nos sorprende la mala educación de que es capaz.

Pero no es mala educación, es posición, es pose característica de un posturistas: el jaez que se gasta un pendenciero de cartón-piedra. Desea que se le lea, que se le escuche, que se le atienda y precisamente por eso da bocinazos y boinazos, algo muy español. Insisto: o es hijo único mal atendido o es un muchacho nacido en una familia numerosa.

Con ello, con su actitud,  quiere estar en el centro del debate o de la reyerta que allí se monta. Luego, cuando el señor ha encendido el patio de Twitter, cuando la gente está injuriando e injuriándose, el sr. Pérez-Reverte se despide. Durante todo el tiempo emplea un falso lenguaje cheli, un idioma de quinquis finos, de machos desenvueltos.

Cuando se cansa de mantener al personaje, se despide y los deja a todos con un palmo de narices. Se cree franco, feo y formal y sólo alcanza a tribulete con estudios.

¿Y cuando escribe novelas? Vamos a ver. Hay un leyenda urbana, aquella según la cual don Arturo Pérez-Reverte escribe muy bien. Que si se documenta, que si se informa, que si remeda el lenguaje del Siglo de Oro, que si copia y mejora el idioma popular, que si su prosa entretiene y conmueve.

Si se trata de remedar lo que ya está escrito, no dudo de su capacidad. Si me dejan seis meses, yo también escribo una novela con lenguaje ambientado en el siglo XVII. Ésa no es la cuestión. El asunto es que avanzamos en la ficción, desarrollamos el relato, rompemos esquema, orden, tiempo, sucesión. Repetir lo que ya está escrito o parodiar lo que ya fue concebido no nos lleva muy lejos.

De hecho, Pérez-Reverte no ha conseguido salir del Siglo de Oro. Sólo una novela, La sombra del águila (1993) me hizo reír, me hizo seguir. Aplaudía con las orejas. Mi padre, que desconfiaba de mis recomendaciones, se negó a leerla. Lástima, es su mejor obra.

Cuando ya estaba muy enfermo, mi padre me pidió que no le regalara más obras de Pérez-Reverte. Yo no trataba de convencerlo. Imaginaba simplemente que la ficción ligerita le animaría. Pues no.

Lo último que empezó a leer y dejó inacabado fue Enrique Vila-Matas. No me parecía una lectura recomendable, pero su diario tal vez le sacaría de su ensimismamiento. No fue posible. Ay.

 

Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas.

Por: | 10 de junio de 2014

HulaHoopLolitaUno. “Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta. Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita.”


Dos. Leemos en Young Americans (Punto de Vista Editores): "Las costumbres sexuales se relajan. Es entonces, en 1962, cuando otro joven de 34 años, un prometedor cineasta llamado Stanley Kubrick, estrena Young-americans-450x600Lolita. El estrépito, de nuevo, será grande. Y aunque la película modifica algunos de los aspectos más controvertidos de la novela homónima de Vladímir Nabokov, como la edad de la nínfula o lo expreso de las escenas sexuales, las relaciones entre una niña de 14 años y un profesor de mediana edad eran algo escandaloso para la moral de la época.

"¿Qué destapa Lolita? ¿Qué expone a la luz pública? ¿La sexualidad de los niños? No exactamente, pues eso ya lo había advertido Sigmund Freud a comienzos del siglo XX. Más bien lo que la película muestra es la atracción, el deseo sexual que los adultos, en especial los hombres, sienten hacia las adolescentes, hacia quienes ya tienen cuerpo de mujer pero mentalidad de niñas. ¿Pederastia?

"El sexo ya no es sólo cosa de adultos, tampoco es algo que se desarrolle en la intimidad de un cuarto o de una estancia: el sexo es una joven de 14 años –en la novela tiene 12– moviendo el Hula Hoop en el jardín y un adulto de origen europeo, Humbert Humbert, sucumbiendo ante Dolores Haze: Dolly o Lolita o Lo. Lolita es una nínfula ciertamente: “una niña demoníaca”, al decir del narrador, en la que se mezclan una “tierna y soñadora puerilidad” y una “especie de vulgaridad descarada”: una doncella que embruja, una muchachita que ejerce un atractivo sexual desde su propia inocencia perversa. ¿Inocencia perversa? ¿Dónde arraiga la perversidad? ¿En Humbert Humbert o en Lo?"


Tres. Lolita (París, 1955). Leer esta novela es acercarse a uno de los clásicos del siglo XX, gracias a Vladímir Nabokov y gracias a Stanley Kubrick y su versión cinematográfica (1962): una autoría no puede sacudirse la otra.

La novela se presenta bajo la forma de una memoria personal, la memoria de alguien aquejado de 'pederosis' (¿y por qué no pederastia o pedofilia?). Es un estudioso europeo nacido en París, de padre suizo, y de madre... La progenitora tiene un oscuro origen. No sabemos precisar si irlandés o inglés.

En cualquier caso, nuestras dudas y los datos del narrador son los suficientemente significativos: el protagonista masculino tiene un origen mestizo, oscuro, europeo, un tipo importado y afincado en los Estados Unidos.

La memoria relata principlamente el año de convivencia entre este europeo, al que conocemos por el nombre de Humbert Humbert (H H), y Dolores Haze (Dolly o también Lolita).

Lo es una nínfula, es decir, una "niña demoníaca", cuya edad oscilará entre los nueve y los catorce años. Sin querer o queriendo, Lo, Dolores, Dolly o Lolita ejerce un atractivo un atractivo sexual afectando inocencia perversa.

¿Dónde está la perversidad? En H H o en Lolita? El primer contacto sexual no tiene lugar hasta que Dolores lo desea, esto es, H H, no la fuerza.

Agraciado con una herencia , con una renta heredada de un tío americano propietario de una empresa de perfumes, H H acude a los Estados Unidos. Allí ejerce su profesión de estudioso literario, concretamente de la cultura francesa e inglesa. Finalmente se hospedará con Charlote Haze, con quien se casa: viuda y madre de Lolita.

Su boda es una artimaña para estar más cerca de Lolita. Un accidente providencial acaba con Lotte. H H podrá huir con Lolita, emprendiendo un viaje por la América profunda, de costa a costa.

Ese año de convivencia, que comienza en agosto de 1947, es placentero y finalmente delirante. Lolita desparece, presumiblemente secuestrada por Clare Quilty, un oscuro personaje al que H H ve reaparecer en distintos papeles. Parece haber sido médico, directos teatral de Lolita, etcétera.

Cuando en 1952, H H vuelve a encontrar a Lolita, ésta ha contraído matrimonio con un joven robusto pero simple. Está embarazada. A pesar de proponerle una huida, H H sabe que Lolita es irrecuperable. De hecho sabremos después que morirá como consecuencia del parto.

El final de la memoria es la búqueda y el encuentro de Clare Quilty y H H, que aspira a ejecutarlo. El profesor empuña una pistola deliberadamente freudiana (eso mismo nos lo dice)...

La novela es la historia de una degradación contada por él mismo, por el varón europeo occidental que queda trastornado por la América resuelta y obscena. La memoria está precedidda de un "prólogo" d eun tal "John Ray, jr, Doctor en Filosofía", que subraya los valores psiquiátricos, literarios y finalmente morales del libro de H H.

La novela queda a la postre matizada por un breve texto de Nabokov en el que relata la cronología de Lolita y de su gestación: sobre todo, un texto en el que Vladímir desmiente parte de las aseveraciones del prologuista, algo muy metaliterario.

En esta novela, que se tuvo que publicar en París, que provocó escándalo, que trastornó la moral de finales de los cincuenta, están los Estados Unidos. La Road Movie, el erotismo desenvuelto, las costumbres abiertas.

Lecciones de vértigo y amarillismo

Por: | 08 de junio de 2014

A Alejandro Lillo
 
El amarillismo es una patología frecuente entre periodistas. Muy cuidadosos con sus vidas, evitan las Galdóspresunciones y las conjeturas que de ellos se hacen, pero no siempre guardan respeto a quienes son los protagonistas de la noticia, personas a las que pueden llegar a inculpan con ferocidad y sin posible exculpación. 

La periodista María Fabra narra con detalle y brío en una crónica dominical el primer caso célebre de amarillismo español. Corresponde a lo que se llamó El crimen de la calle Fuencarral, de Madrid. Data de 1888 y algunos de sus pormenores son muy reveladores.

Los periodistas jóvenes, aquellos que aún no están perdidos ni están baqueteados deberían informarse de dicho caso y de las circunstancias que lo rodearon, y de paso debían tomar lecciones de humildad, de modestia, antes de ensañarse con algunas de sus víctimas potenciales. O antes de que el vértigo los derribe.

En el Viaje al centro de la tierra (1864), de Julio Verne, Axel, el sobrino del profesor Lidenbrock, tuvo que sobreponerse a sus aprensiones subiendo la pavorosa escalera de un campanario de gran altura para poder tomar lecciones de abismo, para poder asimilar los vértigos. 

Siempre he pensado que los jóvenes que se inician en un campo del saber, necesitarían también tomar lecciones de abismo, adentrarse en la zona de riesgo. Así por ejemplo, igual que el sobrino de Lidenbrock tuvo que experimentar lo peor del vértigo, también los jóvenes periodistas deberían leer sobre lo más odioso de su profesión, aquello que puede empujarlos o lanzarlos precisamente a un abismo de abyección.

En ese sentido, lo mejor que podría recomendarles ahora  es la consulta obligada de un libro de Benito Pérez Galdós: El crimen de la calle de Fuencarral. Se publicó hace unos años.

Como adelantaba, este delito del Ochocientos fue un caso celebérrimo que excitó a las masas, que entusiasmó a los reporters, que soliviantó los ánimos de una sociedad en la que el anonimato emboscado de la gran ciudad facilitaba –o eso se creía— la infracción, la falta, los latrocinios o los homicidios.

Dice Rafael Reig en el prólogo que ha hecho a la última edición de estos escritos de Galdós que “la causa de su popularidad fue la intervención de la prensa y la politización del juicio”, su conversión en espectáculo público”. Durante años, años recientes, los españoles asistimos a la conversión del 11-M en un espectáculo público por parte de cierta prensa. ¿Podemos aprender algo de Galdós, de lo que  dijo del caso de Fuencarral, para entender lo que ahora nos pasa?

Contrariando los deseos del público y de la prensa, indica Galdós, del sumario no se infiere que el crimen fuera rebuscado ni sofisticado. Fue un delito ordinario cuyo móvil era la comisión de un crimen. O, como apostilla Galdós: “con los elementos que hasta ahora aparecen, con la luz que las declaraciones verdaderas o falsas arrojan sobre tanta oscuridad, reconstruimos la realidad del crimen, y éste se nos aparece como uno de los más vulgares”. 

¿Decepcionante? En nuestro tiempo, y desde que se impusiera como moda cinematográfica el género de espías y psicópatas, parece que todo delito tiene que tener una autoría oscura, refinada, endiabladamente inteligente.

El público, nos viene a decir Galdós, es sugestionable y muy frecuentemente se deja llevar por las fantasías más esotéricas o quiméricas. Por eso, cierta “prensa busca, en primer lugar, emociones con que saciar la voracidad de sus lectores; procura dar a éstos cada día noticias estupendas”, inverosímiles. 

¿Por qué razón? Porque hay una constante entre las masas que es “la fascinación popular, ese fenómeno histórico que tanta parte tiene en las creencias y en los movimientos de la plebe”. Exactísimo.

Alguna prensa suele incurrir en juicios paralelos, como denuncia Galdós, cuando en realidad “lo que resulta de todo esto es que conviene andar con mucho pulso en materias tan delicadas”. En efecto, “la conciencia pública sufre lamentables extravíos”.

 Y así “anticipar una sentencia cuando carecemos de datos para formularla, y sólo tenemos presunciones vagas de los hechos comprobados por el sumario es peligroso sistema que podría traer deplorables consecuencias”. ¿Y cuál es la principal de ellas? “El error en estas materias no es tan grave cuando se exculpa al criminal como cuando se condena al inocente”. Hay ejemplos, numerosos ejemplos.

Acostumbrados como estamos a la literatura, incluso a la baja literatura, corremos el peligro de interpretar lo real de acuerdo con claves propias del folletín, añade Galdós. Es así que en casos como el del crimen de la calle Fuencarral se hizo comparecer a figuras novelescas, figuras propias de narraciones “dignas de la fantasía de Ponson de Terrail o de Montépin”. 

Es decir, el tipo del avaro con un dineral escondido, enterrado, y el tipo principal, alguien oscuro e influyente que todo lo dirige con mano misteriosa. ¿Conspiración?

En fin, podríamos seguir con esta miniatura galdosiana, pero no les voy a hacer los deberes a los más jóvenes. Que lean a los clásicos y que tomen de ellos lecciones de amarillismo: lo que no deberían hacer. No sé si ya llegamos tarde.

Enanos subidos a espaldas de gigantes

Por: | 07 de junio de 2014

Sigo pensando en lo que José Luis Ibáñez nos proponía en un pasaje de su próximo libro, dedicado a la transición política en España. Empecemos por lo obvio. ¿Por qué se llama transición al período histórico que EPThompsonva de 1973 a 1982?

Porque se produce el paso de un régimen político a otro bien distinto, porque se da un cambio de fundamento constitucional y de instituciones entre uno y otro, y ello a partir de la legalidad del primero, que será sustituida por otra legalidad completamente diversa.

Las dos fechas son importantes: la primera data la muerte del almirante Carrero Blanco, como consecuencia de un atentado de ETA; la segunda data el triunfo del PSOE en las elecciones generales con mayoría absoluta. Carrero Blanco estaba destinado a continuar la obra ejecutiva, la obra política del Caudillo, aunque quien estaba pensado para sucederle en la máxima jefatura del Estado era el príncipe Juan Carlos (nombrado sucesor en las Cortes Generales de 1969). ¿Qué hay mientras tanto, entre 1973 y 1982?

En principio, lo que hay es un dictador decrépito que enferma de tromboflebitis, unas penas de muerte finalmente ejecutadas, una oposición internacional, una oposición interna de partidos ilegales, clandestinos. Hay una crisis económica que altera el bienestar social y que multiplica las huelgas, con un movimiento obrero potentemente organizado (Comisiones Obreras y, en menor medida, UGT). Hay también unas regiones históricas que reivindican su estatuto de autonomía e incluso su reconocimiento como naciones (o nacionalidades).

Hay una sociedad en cambio, con una moral más laxa, menos rígida o pacata. Hay una cultura que se abre, que se expande, que critica al Régimen, que produce películas, novelas, revistas, tebeos, libros en general que muestran vitalidad. A eso, Santos Juliá y José-Carlos Mainer lo llamaron el aprendizaje de la libertad.

Hay un terrorismo que sacude periódicamente a los españoles. Secuestros, masacres, extorsiones: ETA y los GRAPO y otros grupos afines esperan derribar con violencia  la dictadura y la institución que la continúa, generalmente con una meta totalitaria.

Por su parte, la ultraderecha se agrupa y reagrupa en sectores que en algún caso derivarán al terrorismo como forma de impedir todo acceso a la democracia. Fuerza Nueva es el inspirador remoto de la la derecha extrema, el catalizador legal de lo que son movimientos terroríficos. Aterradores. Y broncos, delictivos.

Los momentos clave de la transición son entre otros los que ahora se enumeran. Primero, el referéndum para la reforma política (1976), que supone la liquidación del Régimen franquista. Segundo, la legalización del Partido Comunista de España y con él de todas las organizaciones políticas a la izquierda del PSOE (Semana Santa de 1977), con la aceptación de la monarquía parlamentaria. Tercero, las elecciones generales del 15 junio de 1977, que supondrá el triunfo de UCD, el partido formado por antiguos franquistas reformistas y por liberales y monárquicos ajenos al Régimen, quedando en segundo lugar los socialistas.

Cuarto, los Pactos de la Moncloa (formalmente fueron dos, denominados Acuerdo sobre el programa de saneamiento y reforma de la economía y Acuerdo sobre el programa de actuación jurídica y política), unos acuerdos firmados en el Palacio de la Moncloa el 25 de octubre de 1977. Quinto, la aprobación de la Constitución (1978), que establece un marco de libertades, perfectamente equiparable a las democracias occidentales. Sexto, el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, que es la consumación de diversas intentonas involucionistas, antidemocráticas.

¿Les parece poca cosa? El joven Alberto Garzón, un representante de Izquierda Unida, dice cosas tremendas sin haber estado allí y sin saber exactamente qué se libraba. Me divierte la arrogancia de la juventud... Se atreve a juzgar con dureza lo que hicieron sus mayores: Santiago Carrillo, particulamente.

Ya lo dijo el historiador marxista E. P. Thompson en su libro Agenda para una historia radical (2000). Hay que evitar la arrogancia tan común del biógrafo sabelotodo y parlanchín, la jactancia de quien ha vivido después y se siente capaz de juzgar los errores y los empecinamientos de sus mayores. ¿Por qué? ¿Para salvarlos? No se trata de eso.

La de Thompson es una excelente lección que nuestro joven político no deberían desestimar. Ya lo afirmó el propio historiador al principio de La formación de la clase obrera (1963): no deberíamos tener como único criterio de evaluación histórica el que las acciones de un hombre se justifiquen o no a la luz de lo que ha ocurrido después. Es decir, el buen historiador es aquel que reconstruye en contexto y sabe que ese hecho, ese dato o esa conducta forman parte de una cadena de significados copresentes para el biografiado.

Yo recuerdo aquella sucesión de acontecimientos, en los que intervenía el Partido Comunista. Recuerdo que me compraba El País, un periódico de orden, muy institucional, muy poco exaltado. No me ha decepcionado: sigue siendo tan moderado como al principio (cuando personas conservadoras como José Ortega Sportorno o Jesús de Polanco regían sus destinos). Entonces, en un primera plana aparecía, por ejemplo, una foto de José María de Areilza. ¿Esperanza de la transición?

¿Por qué compraba un diario? Porque no lo regalaban. Punto número uno. Porque necesitaba una clave explicativa. Punto número dos. Recuerdo que yo marchaba a tientas: es decir, no sabía lo que era exactamente la democracia (jamás nos la habían explicado) y quería vivir bajo un régimen de partidos.

Hoy suena obvio. Decir partidos en 1976 resultaba incomodísimo y hasta peligroso. Hay que leer, por Dios. Alberto Garzón, Pablo Iglesias: no se trata sólo de escribir. Hay que hacerse una cultura general, un patrimonio de referencias que te hacen más pequeño y menos arrogante. Somos enanos subidos a espaldas de gigantes. Yo lo aprendí del historiador comunista inglés E. P. Thompson.

"Dicebat Bernardus Carnotensis nos esse quasi nanos, gigantium humeris incidentes, ut possimus plura eis et remotiora videre, non utique proprii visus acumine, aut eminentia corporis, sed quia in altum subvenimur et extollimur magnitudine gigantea".

 

RBA y El Jueves, la cosa hiere y hiede

Por: | 06 de junio de 2014

EljuevesSegún todas las informaciones fiables, la portada de El jueves, "la revista que sale los miércoles", prevista para esta semana ha sido retirada y sustituida por otra en la que el protagonista es el inevitable Pablo Iglesias. En la ilustración que no llega a los kioskos aparece el rey Juan Carlos I pasándole la Corona a su hijo el principe Felipe.

La dirección de la empresa de la publicación, el grupo RBA, ha decidido retirar la edición. Como digo, la portada que habría sido objeto de censura por la propia editora muestra las caricaturas de padre e hijo. La Corona está que arde. Pero no quema, no.

Lo que ocurre es que retiene tanta inmundicia y excrementos que desprende un vaho mefítico. A su alrededor se arremolinan las moscas. Dicha Corona es el testigo que el rey le pasaría a su sucesor, el futuro Felipe VI.

La operación de retirar esta portada es lamentable y torpe. Ya lo dijo Voltaire en el siglo XVIII en una de sus Cartas filosóficas: si no quieres que algo se difunda procura no censurarlo. Si cometes esa torpeza, su divulgación será máxima.

Somos así de cotillas o de librepensadores, como quieran. Si sabes que algo ha sido prohíbido, te empiezas a interesar incluso morbosamente. Ustedes se lo han buscado...

Ahora yo me encuentro hablando de una revista que no suelo leer, de una publicación que no suelo adquirir, de un semanario del que sólo me interesa su portada. Que yo esté abordando de este tema y que además haya reproducido la ilustración, cuyo autor es Manel Fontdevila, dice mucho de la torpeza de sus responsables.

¿Es censura de la empresa, bajo presiones de la Casa Real? Si ésta es la explicación, la tosquedad es mayúscula. Si sólo es cosa exclusiva de la editora, temerosa del mal gusto de su publicación, el asunto también hiere y hiede.

El Jueves siempre me ha ha parecido una revista con un humor salvaje, probablemente necesario. En general no me suele interesar, pero no porque yo tenga el olfato muy dedicado y no me guste olfatear la inmundicia, sino porque esa crítica humorística la veo destinada a otros lectores. Cada perro se lame su cipote, me dijo un brigada en el servicio militar.

¿Cómo es posible que una editorial tan refina, tan superferolítica, de precios tan exorbitantes, destine una parte de sus ingresos a publicar una revista generalmente tan escatológica? ¿Porque... vende?

Pues vendan, hombres de Dios, vendan, que en una sociedad de consumo aquello que se adquiere baja de precio. Bajen los precios escandalosos de sus libros (que además tienden a desencuadernarse) y después les pasaré que sean editores de una revista tan poco edificante.

Yo, de mayor, quiero ser Neuman

Por: | 04 de junio de 2014

Estoy escribiendo y reescribiendo textos que han de servir para libros que me han encargado. Párrafos cuya ejecución puede costar alguna hora: eso cuando avanzo lentamente. Tal vez debería abreviar.

NeumanVivo enajenado en mi mundo de papel y escritos, de libros y ensayos. Por eso, la realidad, la realidad externa, me queda muy lejos. Sobre la abdicación del rey ya me pronuncié y todo lo que ha seguido me deja anonadado. Los titulares encomiásticos, las hagiografías desenfrenadas, de este mismo periódico. Pero también el levantamiento republicano: me deja frío.

No puedo decir que no me interesa (soy historiador), pero he de admitir que es una perturbación que no puedo consentirme si estoy trabajando. No sé si mi actitud será culpable. Tal vez debería estar celebrando la venidera proclamación de don Felipe o quizá debería estar jugándomelo todo por la hipotética III República.

Ustedes me perdonarán. Me produce todo esto tanto tedio. No es pose, no es posturita. Simplemente creo que en este país lo fiamos todo, o casi todo, a la política. Creo que nuestros representantes, hasta los más nimios y faltos de interés, hacen declaraciones que escuchamos con atención. Los medios multiplican el efecto y todo ello produce un aturdimiento en la ciudadanía, que en esos momentos debería estar cultivándose, formándose para ser más crítica, en vez de escuchar a demagogos y seres limitados.

Ser más crítico no significa necesariamente reivindicar la III República. Igual que ser un zote no significa apoyar la continuidad dinástica. Me gustaría que todos tuviéramos fuerza para ser individuos con criterio. Me gustaría que no repitiéramos consignas, fórmula que se ha vuelto a poner de moda. Me gustaría que supiéramos historia y algo de derecho constitucional, de lógica y de retórica. Me gustaría que nuestros representantes no fueran tan zafios (salvo excepciones renombradas).

La actualidad la hacemos nosotros. Los medios nos rompen nuestro marco y nos imponen lo que toca, aquello de lo que toca hablar: desde Felipe VI hasta Leonorín, desde la República como solución de nuestros males hasta la política como eje de la sociedad civil. En Francia, en Gran Bretaña, en Italia (incluso), la política es algo secundario: no porque sea irrelevante, sino porque vale más la acción individual y mancomunada de la sociedad civil.

Quien será proclamado como Felipe VI me parece un muchacho aceptable, un símbolo de nulo poder ejecutivo... Y eso felizmente. Gracias a que las monarquías absolutas perdieron su tiempo y su legitimidad, este joven y futuro rey no puede tener un traspié. Como además los símbolos están muy deteriorados, no puede jugar a ser carne mortal (que es en parte lo que le ha ocurrido a su señor padre).

La institución monárquica es, sin duda, un anacronismo, pero eso no la hace mala o desechable. Hay otras monarquías europeas que son instituciones ejemplares. La corona española ha de ser tal cosa: un organismo ejemplar.

El muchacho ya ha sido educado en la democracia y en la tolerancia. Imaginen cómo instruían antes a los futuros soberanos. En la omnipotencia, vaya. Ahora, los monarcas se saben ornamentales, puramente decorativos. Claro, eso cuesta dinero. Pero no hay institución que no implique gasto.

Habrá que convenir qué gastos, cuál es el patrimonio nacional que se le cede para su uso, cuál es su asignación. Carmen y Encarna García Monerris tienen en prensa para Akal un libro que va a aclarar estas cuestiones: Las cosas del Rey. Ustedes no se imaginan lo que fue la monarquía en el Ochocientos. Bienes reales, bienes patrimoniales. Les mantendré informados. Punto y aparte.

Y sobre todo, entre monarcas o presidentes, habrá que impedir el negocio cortesano, el agio circular, el aprovechamiento de la ciudadanía clientelar. Para eso, la legislación ha de cambiarse, ha de ser perfilada hasta en el más mínimo detalle. Y, sin duda, la Justicia ha de actuar con independencia y celeridad.

Entre los aforismos o definiciones sobresalientes que Andrés Neuman (1977) incluye en su libro Barbarismos (2014, Páginas de Espuma) hay uno que me agrada especialmente. Es el que dedica a la Actualidad. Dice así: “Conjunto de contingencias que tiende a confundirse con el presente”.

Excepcionalmente lúcida esta formulación..., como las restantes que Neuman nos detalla por orden alfabético. Lo que pasa y lo que los medios transmiten tendemos a confundirlos con el presente. Pero cada uno de nosotros tiene un mundo distinto, una circunstancia cambiante. No somos una nación en armas, por Dios. Tampoco somos súbditos quejosos y finalmente sujetos.

Yo no puedo fiar mi presente a Felipe VI. Espero que el marco político español funcione adecuadamente, claro. Pero no deseo que mi breve estancia en la Tierra acabe estando al albur de una quimera (la dinastía incólume) y al socaire de una esperanza (la III República). Mi presencia es mi contingencia. Vuelvo, pues, a los libros.

Soy profesor y esta cosa de papel o digital que llamo libros son los ladrillos con los que edifico y justifico mi presencia. Cuando me muera, aún habrá algún líder de masas pidiéndome que renuncie a mí mismo.  Pero no: gracias a los Barbarismos de Neuman, podré oponer resistencia: seguiré sustituyendo la consigna, el eslogan, la frase hecha, por la máxima invertida, por la ocurrencia genial, por el pensamiento breve, por la urgencia desmitificadora.

No sean bárbaros y lean a Neuman. Déjense de consignas y cultívense con este escritor que no nos alucina, no nos deslumbra. No necesitamos héroes ni destellos. Tampoco doma. Necesitamos lucidez.

El titular del Rey

Por: | 03 de junio de 2014

ElPaisRey¿Era preciso esto?, me pregunto al contemplar la primera plana de El País. Un periódico --y este en concreto-- informa, reproduce palabras literales de los personajes del día, sintetiza declaraciones y sólo cuando publica opiniones expresas de los protagonistas las presenta entrecomilladas. Pero luego está el estilo libre o el estilo libre indirecto...

A cinco columnas: "El Rey abdica para impulsar las reformas que pide el país". La primera pregunta es: ¿y eso quién lo dice? Entendería que el titular rezara: "El Rey dice que abdica para impulsar las reformas que pide el país".

El anterior titular, el que de verdad aparece, se convierte en el sentido que el periódico le da a la noticia; en cambio, en el titular alternativo que yo propongo el diario se hace eco de una declaración sin mayores implicaciones.

Por otra parte, la fotografía que sirve de ilustracuión o reclamo gráfico es calamitosa. En momentos de cambio institucional, siempre una circunstancia de gravedad y de seriedad, reproducen una instantánea del monarca absolutamente incongruente. Se le ve como una rosa: sanote, sin gesto de dolor alguno, de pronto campechano, riendo. Es una fotografía de ayer mismo, pero no acompaña.

Finalmente, si convenimos con la filosofía del titular hay algo igualmente extraño. Repito: "El Rey abdica para impulsar las reformas que pide el país". ¿Significa eso que hay reformas pendientes por las que no estamaparía su firma? ¿Significa que don Felipe sí? Seguro que no es ese el sentido. Pero la ambigüedad del enunciado da pie a esto.

El País

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