Los días de semana, Susana pasa tres horas al día arriba del Sarmiento: para venir a trabajar a mi casa, toma la línea del tren que se accidentó el miércoles pasado. Una hora y media para venir, una hora y media para volver, desde Merlo, donde vive, en el conurbano de la provincia, hasta la terminal Once, en la ciudad de Buenos Aires, donde toma un colectivo que la trae hasta casa.
Como sube al tren cuando ya tiene tres estaciones recorridas, y ya suele estar demasiado lleno, a veces prefiere ir en la dirección contraria, con rumbo a Moreno, la otra cabecera del Sarmiento, para estar entre quienes inician el viaje desde el arranque. Así y todo, suele viajar parada. Su estrategia le permite al menos montarse al primer o segundo vagón, para quedar más cerca de la parada de colectivo una vez que llega a Once. En septiembre del año pasado, después de que la parte delantera de una formación del Sarmiento embistiera a un colectivo muy cerquita de la estación de Flores (el chofer del colectivo cruzó con la barrera baja; falleció él y otras 10 personas), Susana había empezado a elegir el vagón del medio, pero con el correr de los meses se le pasó el susto y regresó a los primeros vagones.
El día que el Sarmiento, por motivos que aún no se explican, no alcanzó a frenar en la estación Once y chocó contra el para avalanchas, el segundo vagón se montó sobre el primero, y eran tantos los pasajeros amontonados en tan poco espacio que los bomberos utilizaron aceite y vaselina para que delizaran durante el rescate.
El miércoles era el primer día hábil después de dos días feriados por carnaval y las clases aún no habían empezado, con lo cual, el Sarmiento transportaba unos 1200 pasajeros, la mitad de lo que suele transportar con cada frecuencia a esa hora (el choque fue a las 8.32 de la mañana) Pero los dos primeros vagones iban repletos como siempre, cargados con unas 250 personas cada uno, cuando se supone que su capacidad máxima es de 60 pasajeros. Del total de 51 muertos, 50 iban en esos dos primeros vagones (y entre ellos, 19 vivían en Moreno, la cabecera del Sarmiento).
El secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, dijo que es una costumbre muy argentina, esa de querer ir siempre en los primeros vagones. Un comentario tan frívolo como decir que los argentinos no solemos respetar la indicación del capitán del avión cuando nos dice que debemos permanecer sentados hasta la paralización total de la aeronave (siempre hay uno o varios que se paran a buscar sus cosas en el portaequipajes para ir ganando tiempo). Aunque muchos lo criticaron por haber dicho que si el accidente ocurría un día antes, en un día feriado, habría muchas menos víctimas para lamentar, yo creo que su referencia a las costumbres argentinas fue aún más desafortunada, porque omite una responsabilidad del concesionario del tren (TBA), de las autoridades del organismo de control, la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), y del propio Schiavi en la supervisión del concesionario que vive de los subsidios millonarios que reparte su secretaría.
¿Nadie controla la cantidad de gente que sube a cada vagón? Susana me cuenta a los que viajan sin boleto casi siempre los pescan y les cobran la multa, que en eso sí son muy celosos, pero que nadie se fija si se violan las medidas más elementales de seguridad, como exceder la capacidad de un vagón o viajar con las puertas que no cierran, o en lugares prohibidos. ¿De quién es la culpa si alguien viaja en un lugar prohibido?
Lucas Menghini Rey -el joven de 20 años que sus padres buscaron con desesperación desde la mañana del miércoles hasta que los bomberos dieron con su cadáver el viernes por la tarde, transcurridas 55 horas desde el accidente- viajaba en el fuelle entre dos vagones, el cuarto y el quinto, en un espacio para maquinistas, que estaba clausurado. Las puertas de acceso estaban clausuradas, pero Lucas se subió por la ventana. Su padre, editor de un canal de televisión, revisó las imágenes la estación que mostraban a Lucas subiendo al tren y sugirió a los bomberos que exploraran en ese fuelle, que había quedado comprimido por el golpe. La ministra de Seguridad Nilda Garré, responsable política de los bomberos de la Policía Federal emitió un comunicado que dice así: “...se identificó que el cuerpo de Menghini se encontraba dentro de la cabina de conducción del motorman del cuarto vagón, lugar vedado a los pasajeros, que se hallaba en desuso y sin comunicación por hallarse las puertas clausuradas”.
Ahora, si era un lugar vedado, en desuso y clausurado, ¿cómo hizo Lucas para meterse ahí adentro? Si se metió por la ventana, es probable que sólo buscara un lugar para eludir el hacinamiento y viajar sentado. Lo mismo intenta Susana con un método que le suma otros 20 minutos a sus largos viajes cuando va de Merlo a Moreno, para volver a pasar por Merlo, camino a Once (si las vías estuviesen en condiciones, cubrir todo el trayecto del Sarmiento insumiría 50 minutos, pero con el deterioro de una infraestructura que no ha recibido inversiones significativas en más de 40 años, demora el doble). Susana vive en San Antonio de Padua, donde vivía Lucas, y en vacaciones suele viajar a la hora de accidente (cuando hay clases llega más temprano a casa), pero justo ese día avisó que no venía porque estaba regresando de Corrientes, donde pasó el carnaval junto a su familia. Se enteró del accidente cuando la llamé, sólo para escuchar su voz y corroborar algo que ya sabía, que justo ese día no estaba arriba del Sarmiento.
Susana ahora se quiere mudar. Ya no quiere vivir en el oeste, el corredor más transitado de quienes a diario vienen a la ciudad de Buenos Aires a trabajar. Pero le cuesta mucho encontrar un alquiler que pueda afrontar. El ingreso de Susana, que vive sola porque sus hijos ya son grandes, está por arriba del salario mínimo que según las estadísticas oficiales alcanza para la subsistencia de una familia tipo de cuatro integrantes, percibe además una pensión, y tiene quien le avale el alquiler. Así y todo, le cuesta encontrar en zonas más cercanas a la capital un alquiler de un monoambiente que no represente, con los gastos, más de la mitad de sus ingresos. Está buscando una propiedad por la zona sur del conurbano, y si pudiera elegir, en un lugar que le permita utilizar sólo colectivos, para dejar de lado el tren.
El Sarmiento presta el peor de todos los servicios, pero los demás trenes también dejan mucho que desear y están operados por los mismos empresarios que cobran subsidios millonarios y nada o casi nada invierten en la calidad del servicio (eso sí, con el subsidio, los pasajes son muy baratos: Susana viaja todo el mes con un abono de 58 pesos). De hecho, la empresa que opera el Sarmiento, de los hermanos Cirigliano, integra una unión de compañías a las que el gobierno de Néstor Kirchner le transfirió por decreto la operación de la línea que llega desde el sur, el Roca, alegando incumplimientos de parte del anterior concesionario.
Mientras funcionarios del Gobierno se apuran a sacudirse las culpas de encima, Cristina Kirchner se resguarda (suspendió por cinco sus apariciones públicas luego del accidente) y los empresarios de TBA hablan con impudicia (uno de los Cirigliano arriesgó que la culpa fue del conductor del tren, aunque el maquinista Carlos Antonio Córdoba declaró ante la Justicia que los frenos le fallaron) los usuarios del Sarmiento no necesitan esperar el resultado de ninguna pericia. "Si es un desaste, es un desastre...", repite Susana como una letanía. Para recordar a Lucas, su vecindario marchó a la estación de tren de San Antonio de Padua: ahí le quitaron la vida.