Maria O´Donnell

Sobre el autor

Maria O'Donnell. Periodista, licenciada en Ciencia Política, trabajó en dos diarios a lo largo de 15 años, fue corresponsal en Washington, y publicó dos libros políticos de actualidad (El Aparato y Propaganda K) Conduce La Vuelta por las tardes en Radio Continental.

En el Sarmiento se te va la vida

Por: | 26 de febrero de 2012


   Los días de semana, Susana pasa tres horas al día arriba del Sarmiento: para venir a trabajar a mi casa, toma la línea del tren que se accidentó el miércoles pasado. Una hora y media para venir, una hora y media para volver, desde Merlo, donde vive, en el conurbano de la provincia, hasta la terminal Once, en la ciudad de Buenos Aires, donde toma un colectivo que la trae hasta casa. 

   Como sube al tren cuando ya tiene tres estaciones recorridas, y ya suele estar demasiado lleno, a veces prefiere ir en la dirección contraria, con rumbo a Moreno, la otra cabecera del Sarmiento, para estar entre quienes inician el viaje desde el arranque. Así y todo, suele viajar parada. Su estrategia le permite al menos montarse al primer o segundo vagón, para quedar más cerca de la parada de colectivo una vez que llega a Once. En septiembre del año pasado, después de que la parte delantera de una formación del Sarmiento embistiera a un colectivo muy cerquita de la estación de Flores (el chofer del colectivo cruzó con la barrera baja; falleció él y otras 10 personas), Susana había empezado a elegir el vagón del medio, pero con el correr de los meses se le pasó el susto y regresó a los primeros vagones. 

    El día que el Sarmiento, por motivos que aún no se explican, no alcanzó a frenar en la estación Once y chocó contra el para avalanchas, el segundo vagón se montó sobre el primero, y eran tantos los pasajeros amontonados en tan poco espacio que los bomberos utilizaron aceite y vaselina para que delizaran durante el rescate. 

  Lacorrupcionmata  El miércoles era el primer día hábil después de dos días feriados por carnaval y las clases aún no habían empezado, con lo cual, el Sarmiento transportaba unos 1200 pasajeros, la mitad de lo que suele transportar con cada frecuencia a esa hora (el choque fue a las 8.32 de la mañana) Pero los dos primeros vagones iban repletos como siempre, cargados con unas 250 personas cada uno, cuando se supone que su capacidad máxima es de 60 pasajeros. Del total de 51 muertos, 50 iban en esos dos primeros vagones (y entre ellos, 19 vivían en Moreno, la cabecera del Sarmiento).

   El secretario de Transporte, Juan Pablo Schiavi, dijo que es una costumbre muy argentina, esa de querer ir siempre en los primeros vagones. Un comentario tan frívolo como decir que los argentinos no solemos respetar la indicación del capitán del avión cuando nos dice que debemos permanecer sentados hasta la paralización total de la aeronave (siempre hay uno o varios que se paran a buscar sus cosas en el portaequipajes para ir ganando tiempo). Aunque muchos lo criticaron por haber dicho que si el accidente ocurría un día antes, en un día feriado, habría muchas menos víctimas para lamentar, yo creo que su referencia a las costumbres argentinas fue aún más desafortunada, porque omite una responsabilidad del concesionario del tren (TBA), de las autoridades del organismo de control, la Comisión Nacional de Regulación del Transporte (CNRT), y del propio Schiavi en la supervisión del concesionario que vive de los subsidios millonarios que reparte su secretaría.

   ¿Nadie controla la cantidad de gente que sube a cada vagón? Susana me cuenta a los que viajan sin boleto casi siempre los pescan y les cobran la multa, que en eso sí son muy celosos, pero que nadie se fija si se violan las medidas más elementales de seguridad, como exceder la capacidad de un vagón o viajar con las puertas que no cierran, o en lugares prohibidos. ¿De quién es la culpa si alguien viaja en un lugar prohibido? 

   Lucas Menghini Rey -el joven de 20 años que sus padres buscaron con desesperación desde la mañana del miércoles hasta que los bomberos dieron con su cadáver el viernes por la tarde, transcurridas 55 horas desde el accidente- viajaba en el fuelle entre dos vagones, el cuarto y el quinto, en un espacio para maquinistas, que estaba clausurado. Las puertas de acceso estaban clausuradas, pero Lucas se subió por la ventana. Su padre, editor de un canal de televisión, revisó las imágenes la estación que mostraban a Lucas subiendo al tren y sugirió a los bomberos que exploraran en ese fuelle, que había quedado comprimido por el golpe. La ministra de Seguridad Nilda Garré, responsable política de los bomberos de la Policía Federal emitió un comunicado que dice así: “...se identificó que el cuerpo de Menghini se encontraba dentro de la cabina de conducción del motorman del cuarto vagón, lugar vedado a los pasajeros, que se hallaba en desuso y sin comunicación por hallarse las puertas clausuradas”. 

    Lucas

   Ahora, si era un lugar vedado, en desuso y clausurado, ¿cómo hizo Lucas para meterse ahí adentro? Si se metió por la ventana, es probable que sólo buscara un lugar para eludir el hacinamiento y viajar sentado. Lo mismo intenta Susana con un método que le suma otros 20 minutos a sus largos viajes cuando va de Merlo a Moreno, para volver a pasar por Merlo, camino a Once (si las vías estuviesen en condiciones, cubrir todo el trayecto del Sarmiento insumiría 50 minutos, pero con el deterioro de una infraestructura que no ha recibido inversiones significativas en más de 40 años, demora el doble). Susana vive en San Antonio de Padua, donde vivía Lucas, y en vacaciones suele viajar a la hora de accidente (cuando hay clases llega más temprano a casa), pero justo ese día avisó que no venía porque estaba regresando de Corrientes, donde pasó el carnaval junto a su familia. Se enteró del accidente cuando la llamé, sólo para escuchar su voz y corroborar algo que ya sabía, que justo ese día no estaba arriba del Sarmiento.

    Susana ahora se quiere mudar. Ya no quiere vivir en el oeste, el corredor más transitado de quienes a diario vienen a la ciudad de Buenos Aires a trabajar. Pero le cuesta mucho encontrar un alquiler que pueda afrontar. El ingreso de Susana, que vive sola porque sus hijos ya son grandes, está por arriba del salario mínimo que según las estadísticas oficiales alcanza para la subsistencia de una familia tipo de cuatro integrantes, percibe además una pensión, y tiene quien le avale el alquiler. Así y todo, le cuesta encontrar en zonas más cercanas a la capital un alquiler de un monoambiente que no represente, con los gastos, más de la mitad de sus ingresos. Está buscando una propiedad por la zona sur del conurbano, y si pudiera elegir, en un lugar que le permita utilizar sólo colectivos, para dejar de lado el tren. 

    El Sarmiento presta el peor de todos los servicios, pero los demás trenes también dejan mucho que desear y están operados por los mismos empresarios que cobran subsidios millonarios y nada o casi nada invierten en la calidad del servicio (eso sí, con el subsidio, los pasajes son muy baratos: Susana viaja todo el mes con un abono de 58 pesos). De hecho, la empresa que opera el Sarmiento, de los hermanos Cirigliano, integra una unión de compañías a las que el gobierno de Néstor Kirchner le transfirió por decreto la operación de la línea que llega desde el sur, el Roca, alegando incumplimientos de parte del anterior concesionario. 

   Mientras funcionarios del Gobierno se apuran a sacudirse las culpas de encima, Cristina Kirchner se resguarda (suspendió por cinco sus apariciones públicas luego del accidente) y los empresarios de TBA hablan con impudicia (uno de los Cirigliano arriesgó que la culpa fue del conductor del tren, aunque el maquinista Carlos Antonio Córdoba declaró ante la Justicia que los frenos le fallaron) los usuarios del Sarmiento no necesitan esperar el resultado de ninguna pericia. "Si es un desaste, es un desastre...", repite Susana como una letanía. Para recordar a Lucas, su vecindario marchó a la estación de tren de San Antonio de Padua: ahí le quitaron la vida. 

 

Legislar tiene sus privilegios

Por: | 21 de febrero de 2012

 

   Para atraer a clientes de buen poder adquisitivo, una tarjeta de crédito los invita a formar parte de un grupo selecto bajo el lema: "pertenecer tiene sus privilegios". Aunque la función pública no debiera significar para quien la ejerce ninguna ventaja respecto del resto de los ciudadanos, está claro que en Argentina ocupar una banca en el Senado o en Diputados tiene sus privilegios. 

Privilegios

   El debate de las últimas semanas gira alrededor del incremento salarial que los legisladores se asignaron para el 2012. La cifra varía según los casos, porque los senadores ganan más que los diputados, y quienes provienen de localidades más alejadas obtienen un plus por desarraigo, y no todos canjean sus pasajes por dinero en efectivo. Pero con una suba del 150 por ciento en la dieta para el año que se inicia, el salario de bolsillo promedio de un legislador se ubicó por arriba de los 40 mil pesos (casi 10 mil dólares al mes). Podemos decir que es un trabajo bien remunerado, equivalente al ingreso que percibe un gerente importante en una empresa privada, pero no es allí donde reside el privilegio que me interesa señalar.

    Lo insólito es que el trabajo que no les exige abandonar la actividad privada, de modo que pueden legislar los días de sesión (ser diputados o senadores part time) y el resto del tiempo hacer negocios sin tener ningún tipo de restricciones. Para evitar conflictos de interés entre quien elabora una norma y se puede ver beneficiado o perjudicado por ella, en muchos países se fijan incompatibilidades. Pero en Argentina no existen prohibiciones de ningún tipo para los legisladores. 

   Conozco muchos diputados y muchos senadores que lo son a tiempo completo y que dedican su tiempo fuera del Congreso a recorrer sus territorios con tareas políticas o sociales. Pero también conozco muchos otros que, sin violar ninguna norma ni código de conducta, intervienen en debates sobre la ley de medios y son ellos mismos dueños de medios de comunicación; grandes empresarios aceiteros que han presidido la comisión que se ocupa de asuntos agrícolas, y que elabora normas influyen sobre su compañía; legisladores con acciones en empresas mineras que se ubican estratégicamente en la comisión de minería; abogados que siguen causas en los tribunales y al mismo tiempo intervienen en la designación o la remoción de jueces, y así podría seguir con una gran cantidad de ejemplos que a nadie escandalizan.

   Aunque me parecía demasiado elemental, igual le pregunté al diputado Gerardo Milman, del Frente Amplio Progresista, con dos años de mandato cumplido, si al asumir algún integrante de la Cámara recibe por casualidad información sobre cómo evitar conflictos de interés o si alguien les advierte que no sería conveniente que acepten viajes o regalos importantes de empresas que están interesadas en alguna de las leyes que debate el Congreso. Jamás nadie les habla acerca de los códigos de ética ni de los conflictos de interés. Por otra parte, nadie controla cómo es la convivencia entre la actividad privada y la actividad pública de los legisladores. Diputados y senadores tienen la obligación de presentar sus declaraciones juradas de bienes ante las autoridades de las Cámaras, pero como se trata de un cuerpo que se autoregula, nunca se propuso crear una Oficina Anticorrupción u organismo similar que pudiera velar por el cumplimiento de la las disposiciones básicas de ética pública en el ámbito del Congreso.

   En verdad, casi todo el Congreso está librado a la conciencia o el criterio individual de cada uno. Aunque la carga horaria del trabajo no es muy demandante (el año pasado fue particularmente liviana porque sesionaron siete u ocho veces, aunque también tienen tareas en las comisiones y los despachos), no sufren descuentos por ausencias reiteradas e injustificadas. Tienen al menos dos meses y medio de vacaciones pagas, más otras tantas semanas libres (se suma el receso de dos meses en verano, más dos semanas en vacaciones de invierno, más semanas enteras que se toman cuando hay algún feriado, como ocurre en Semana Santa). Uno podría argumentar que quienes realizan su trabajo a conciencia utilizan ese tiempo para recorrer sus territorios y poder vincular su trabajo en el Congreso a las necesidades de quienes los han votado, pero también es cierto que por eso mismo (para facilitar la vida de quienes sólo pasan unos pocos días a la semana en la ciudad de Buenos Aires) sesionan miércoles o jueves, para permitir que los viernes ya estén todos de regreso en sus provincias. 

   Si un legislador quiere viajar al exterior o recibe una invitación, solicita a las autoridades de la Cámara el permiso, y puede conseguir el dinero para el pasaje y viáticos de 150 dólares diarios. Sería interesante conocer los destinos y las frecuencias de esos viajes, para evaluar qué criterio aplican para autorizar las misiones al exterior, pero es imposible: las autoridades de la Cámara no se sienten en la obligación de revelar esos datos y los mantienen en secreto.

   Para los viajes dentro del país, además del salario (que gracias al último aumento suma un básico, entre la dieta y los gastos de representación, de 33 mil pesos en promedio), los legisladores tienen asignada una cuota de pasajes de cabotaje que pueden utilizar o cambiar por dinero (con los canjes pueden sumar otros 11 mil pesos de bolsillo). Con esos montos, senadores y diputados argentinos aún ganan menos que algunos de sus colegas latinoamericanos. Los legisladores argentinos también reparten una vez al año un número de becas, subsidios y pensiones con discrecionalidad (alcanza con que los beneficiarios cumplan algunos requisitos muy básicos y elementales, como no tener una relación de parentesco sanguíneo con el legislador que otorga el beneficio).

  DominguezAl defender el último aumento, el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez dijo que la reacción de los (algunos) medios había sido muy "hipócrita" porque "el legislador es elegido por el pueblo, por cuatro años (seis en el caso de los senadores) y si no... tenemos que dejar la política para que la haga los ricos y los ladrones". 

 

   La desafortunada frase (¿presupone que los ricos no roban porque ya tienen dinero, y que los pobres se transforman rápido en ladrones?) es además hipócrita, porque deja entender una falsedad: que un legislador, al asumir su banca, abandona la actividad privada y se dedica de lleno a la vida pública. Puede ser cierto en algunos casos, pero no lo es en todos. Haría bien Domínguez en revisar las declaraciones juradas de los diputados que están en su oficina para descubrir que muchos legisladores tienen un buen pasar y aumentan sus fortunas al mismo tiempo que ocupan una banca en el Congreso, gracias al trabajo que desempeñan en forma paralela en la actividad privada. 

    "Todo el mundo se rasga las vestiduras y me parece una vergüenza cómo es tratado el tema, porque hay una desconsideración por lo público", afirmó el presidente de la Cámara Baja.  Además de elevar el salario de los legisladores a montos que Domínguez considera razonables para la función, sería interesante que el Congreso avance en la eliminación los privilegios de los cuales gozan senadores y diputados (es decir, que ellos mismos disfrutan).

 

El que no salta es un...

Por: | 14 de febrero de 2012

 

     Cristina Fernández de Kirchner no oculta su fastidio con las organizaciones defensoras del medio ambiente que por estos días protestan en trece puntos del país en contra de la explotación minera en Argentina. En un acto en la Casa Rosada, mientras reclamaba por los derechos soberanos sobre las islas Malvinas, ironizó que las mismas ONGs que tanto se preocupan por el medio ambiente, nada dicen sobre la depredación de los recursos naturales de pesca que se produce por la venta de licencias que en forma unilateral expiden los isleños desde 1982, con el consentimiento activo de Gran Bretaña.
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       A esa foto, que me impactó como algo fuera de tiempo (al ver colgar de un edificio público en plena democracia una consigna que arengaba la propaganda de la dictadura), le siguió otra imagen, que el diario Clarín publicó bajo el título: "Los chilenos, en apoyo de los isleños". Otro absurdo, en este caso, de un editor. 

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    Es cierto que en tiempos de la guerra, el dictador chileno Augusto Pinochet fue un soporte importante de los ingleses en el continente americano, y no debería sorprendernos que un puñado de chilenos que habita las Malvinas apoye la postura de los isleños que nada quieren saber con Argentina. El gobierno chileno, en cambio, en un giro histórico importante, acompaña el reclamo argentino en distintos organismos internacionales, incluso ahora con el presidente Sebastián Piñera en el poder, quien tiene en su gobierno aliados de los tiempos de Pinochet.
 
   La presidenta considera que las voces que se escuchan en las protestas de los vecinos y ambientalistas en contra de la explotación minera, que en Argentina como en muchas otras partes del mundo está en manos de empresas de Canadá, no tienen el nivel de discusión adecuado. "Tenemos que dar una discusión en serio. Tenemos que exigir calidad ambiental pero también responsabilidad en las cosas que se plantean", afirmó Fernández de Kirchner, como si no estuviese a su alcance, por ejemplo, que el secretario de Minería, Jorge Mayoral, se digne alguna vez a discutir de cara a la opinión pública acerca de la minería a cielo abierto y sus consecuencias para el medio ambiente.
 
    O a discutir si, con los precios del oro por las nubes, las empresas canadienses como Barrick Gold necesitan los incentivos fiscales extraordinarios que el presidente Carlos Menem talló para ellas cuando impulsó en los años '90 el marco normativo que aún regula la actividad en Argentina, sede ahora de uno de los mayores emprendimientos mineros del mundo. Mayoral podría, de paso, responder a las denuncias de la oposición que resaltaron la incompatibilidad entre su cargo y su participación como accionista en compañías mineras, según surge de su declaración jurada de bienes ante la Oficina Anticorrupción. Sería interesante escuchar si considera apropiado elevar el cobro de regalías por encima del tope establecido del 3 % en la legislación actual, considerado escaso incluso por los gobernadores oficialistas más pro mineros que pueda haber, como José Luis Gioja, de San Juan.
   
   El silencio de funcionarios relevantes del Gobierno contrasta con la postura de muchos artistas populares, que han tomado las banderas de los vecinos que marchan en contra de la minería en Catamarca, San Juan y La Rioja, que lo han hecho también en Mendoza o en Río Negro, y las enarbolan sobre sus escenarios. A León Gieco, el músico de temas con contenido social de mayor popularidad del país, se le escapó hace algunas semanas un insulto a los canadienses, así en general, y lo hizo de tal manera -aludió a la responsabilidad de los "putos canadienses"- que al final también pidió disculpas por la forma en que se había expresado, sin renegar de su postura en contra de la explotación minera.
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   Cristina Kirchner, en cambio, pretendió transformar a un supuesto empleado de una compañía minera en un símbolo de los beneficios que produce la actividad en Argentina. Durante una de sus últimas apariciones públicas, y como siempre en el formato de un monólogo que por lo general se transmite por cadena nacional en todos los medios y sin la participación de ningún periodista que pueda formular preguntas, la presidenta saludó a un tal "Antonio", quien desde el público exclamó:
   - Los trabajadores mineros queremos trabajar en paz y no que cuatro o cinco ambientalistas corten la ruta.
  - Antonio, vos no sos dirigente político, sos un trabajador que defiende su lugar de trabajo... A vos te van a acusar de ser hombre de la Barrick, y no tenés pinta de ser hombre de la Barrick- festejó la presidenta.
    "Antonio", no tardó en saberse, era en verdad Armando Domínguez, miembro del secretariado de la Asociación Obrera Minera Argentina (AOMA), un gremio que siempre tuvo una llamativa confluencia de intereses con las empresas mineras que operan en el país.

 

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   La explotación pesquera en Malvinas, los niveles deficientes de inversión en la producción de petróleo en el país (fuente por estos días de reproches y de amenazas por parte del Gobierno a la principal compañía del país, Repsol-YPF, controlada por capitales españoles) o la actividad minera, son tres temas de actualidad para los medios locales, y giran alrededor de la la extracción de recursos naturales por parte de compañías extranjeras. Pero el Gobierno no siempre alienta las protestas a los saltos.

El príncipe y el principito

Por: | 02 de febrero de 2012

Pasaron casi treinta años de la guerra de las Malvinas -que estalló el 2 de abril de 1982 con la decisión de la dictadura militar argentina de invadir las islas- y otro príncipe inglés surge como protagonista del conflicto de soberanía entre Argentina y el Reino Unido.

Durante la guerra, el príncipe Andrés, duque de York, tercer hijo de la reina Isabel II, integró la tripulación del portaaviones "HMS Invincible", partícipe del combate que culminó con la rendición argentina, el 14 de junio de 1982.

El príncipe, quien se casaría pocos años más tarde con Sarah Ferguson, tenía entonces jóvenes 22 años y si bien no cumplió tareas en la primera línea de combate, su participación representó de manera simbólica el liderazgo de la Corona en la misión de recuperar para el Reino Unido el archipiélago del Atlántico Sur. 

 

En Argentina, el príncipe Andrés quedaría asociado a una bravuconada que le atribuyeron al entonces general Mario Benjamín Menéndez: 

- Que se venga el principito. 

La frase ha quedado en la historia, aunque el ex general insiste en que aquello fue un invento de un periodista (militares y periodistas mentían tanto en aquellos días que es difícil saberlo).

El principito vino y triunfó; Menéndez tuvo poco tiempo para ejercer como gobernador de las Malvinas, pero no le faltó voluntad de mando: a una población acostumbrada a hablar en inglés, y a manejar como los ingleses, Menéndez le impuso por decreto el castellano como idioma oficial, cambió la mano de las calles y bautizó Puerto Argentino a la capital de las islas, que sus habitantes conocen como Port Stanley.

Con un ironía propia de los ingleses, los isleños se hicieron de la galera que usaba por esos días Menéndez, y en un remate consiguieron la mesa en la que el general argentino firmó la rendición ante Jeremy Moore. Colocaron la galera en una caja de cristal, sobre la mesa de la rendición, y la ubicaron en un lugar destacado del museo de las islas.

Ahora llega el nuevo príncipe. 

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Hoy se supo que el príncipe Guillermo, sobrino del príncipe Andrés, se encuentra camino a las islas, donde completará un entrenamiento de seis semanas como piloto de helicópteros de rescate. Guillermo tiene 28 años y lleva poco tiempo de casado con Kate Middleton, la nueva princesa mimada por la Corona. La expedición lo obligará a separarse de su mujer, ya que en la base militar de Mount Pleasant no existen las comodidades para las parejas y el príncipe deberá convivir con otros soldados en cuartos compartidos.

Tanto en 1982 como ahora, el Reino Unido envía al número dos de la línea de sucesión al trono en misión militar a las Malvinas. Andrés era el segundo, detrás de su hermano Carlos, el heredero, cuando se subió al buque porque sus sobrinos, Guillermo y Enrique, hijos de Lady Di, no habían nacido. En este momento, Guillermo se encuentra detrás de su padre Carlos en la línea de sucesión; por esa razón, está impedido de ocupar puestos en la línea de combate, y debió seguir la carrera de piloto de búsqueda y rescate.

El ministerio de Defensa inglés describió a la misión como de "rutina" y pretendió desvincularla de la escalada diplomática y verbal de los últimos tiempos por el conflicto por la soberanía de las Malvinas. 

Sin embargo, la Cancillería argentina emitió un comunicado en el que que afirma que el príncipe llega "como miembro de las fuerzas armadas de su país", y lamenta que "el heredero real arribe a suelo patrio con el uniforme del conquistador y no con la sabiduría del estadista que trabaja al servicio de la paz". También interpretó el viaje como un intento de "militarizar" el conflicto por parte de los británicos, en lugar de atender a las resoluciones de las Naciones Unidas que instan a los países a buscar una salida negociada a la disputa de soberanía. Justo al mismo tiempo que el príncipe, será desplegado en el Atlántico Sur el destructor más moderno de la Marina Real británica, el HMS Dauntless.

En el mismo comunicado, el gobierno argentino acusó al primer ministro David Cameron de agitar la cuestión de las Malvinas (de las Falklands en el Reino Unido) "para tapar las políticas económicas de ajustes en un contexto de crisis estructural y alto desempleo". Es decir, para despertar un fervor patriótico que opaque cualquier otro padecimiento.

En 1982, el disparador de la guerra fue la situación interna argentina. La ambición de perpetuar en el poder a una dictadura militar que crujía después de cinco años de represión brutal sobre la población civil, invitó al general Leopoldo Fortunato Galtieri y a sus colegas de otras fuerzas que integraban la junta gobernante a ordenar la invasión. Margaret Thatcher reaccionó volcando todas sus fuerzas militares al Atlántico Sur, y el triunfo le otorgó una enorme popularidad cuando el frente interno no le era del todo favorable.

La aventura terminó con la muerte de 649 soldados argentinos en combate; fortaleció la postura de los isleños frente al gobierno británico, y los impulsó a explotar en forma unilateral recursos naturales en la zona marítima adyacente; y por si fuera poco, congeló las discusiones bilaterales de soberanía que se habían desarrollado hasta ese momento. 

No son, por fortuna, momentos históricos comparables, porque la guerra no aparece ahora como una posibilidad cercana ni lejana. De todas maneras, la misión del príncipe Guillermo trae el recuerdo de su tío Andrés.

 

El País

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