Con la llegada de Jorge Bergoglio al Vaticano, en medios del mundo entero se escuchó el testimonio de los "curas villeros" de la ciudad de Buenos Aires: sacerdotes que hablaron del impulso que el nuevo Papa había dado al trabajo que ellos desarrollan en los barrios porteños a los que no llega el asfalto, el gas, el tendido del teléfono ni las cloacas, por no mencionar escuelas ni hospitales.
Aparecía en sus relatos un Bergoglio comprometido con la tarea de los religiosos que eligen vivir sin comodidades para estar cerca de los más necesitados. Pero, si escuchamos con más atención, suena también la realidad de una geografía que quienes habitamos la parte urbanizada de la ciudad muchas veces ignoramos, como si no existiera. Porque en la ciudad de Buenos Aires -la capital del país, la más rica de todas-, a lo largo de la última década -un período de crecimiento económico sostenido-, la población en las villas se ha duplicado.
Desde la Iglesia, Bergoglio duplicó también el número de integrantes del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia (partiendo de los once que misionaban cuando fue nombrado arzobispo de Buenos Aires, en 1998). Creó además una vicaría zonal para las villas -que se sumó las ya existentes del Centro, Flores, Devoto y Belgrano- con responsabilidad sobre 18 barrios no urbanizados y una población de 162 mil personas, según el censo del año 2010.
Al frente de la vicaría, Bergoglio nombró al padre Pepe, José María Di Paola, un cura carismático que llegó a conocer cada rincón de la villa 21-24 de Barracas y sintió la necesidad de crear en el ámbito de la Iglesia, como una extensión de su labor pastoral, un hogar para ayudar a la recuperación de los adictos a las drogas, en especial, al paco.
En el 2009, una amenaza creíble de unos narcos obligó a Pepe a dejar la villa en la que daba misas tan concurridas como un recital de música popular, y se trasladó a Santiago del Estero por dos años para cuidar su seguridad (volvió hace algunas semanas y eligió una villa en el municipio de San Martín, con la intención de extender el trabajo de los curas villeros porteños al conurbano bonaerense). Los vecinos todavía lo extrañan y cuando llega de visita es una fiesta, pero Bergoglio escuchó la sugerencia del padre Pepe y nombró en su lugar al padre Toto, Lorenzo De Vedia, que siguió con la misma línea.
Los curas "villeros" se reivindican seguidores de la obra del Carlos Mugica, el fundador de la capilla Cristo Obrero que vivía en la villa de Retiro, hoy la 31, cuando fue asesinado en 1974 por grupos paramilitares. El padre Pepe también se siente continuador de Daniel De la Sierra, un cura menos conocido que Mugica, un español que predicando y con una guitarra a cuestas llegó hasta la villa 21, fundó una parroquia y organizó la resistencia de los vecinos a las topadoras que mandaba la dictadura militar para volar del mapa a las villas. Murió en un accidente de bicicleta y los vecinos llevaron sus restos a la parroquia Nuestra Señora de Caacupé, ahí en el barrio, para tenerlo cerca.
Aunque se puedan trazar líneas de continuidad con el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, por su opción por los pobres como línea principal de la Iglesia, la problemática del Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia se circunscribe en muchos aspectos a la realidad cotidiana de sus barrios (porque en la villa se dice barrio a la villa: aunque afuera, el barrio sea el barrio urbanizado, y lo demás, la villa).
Estos curas, muchos de ellos nacidos y criados en familias de clase media acomodada, reivindican la cultura de los barrios que habitan. Pelean contra la estigmatización, rescatan la solidaridad, las colectas ante cada muerte para que nadie sea privado de un velatorio digno, la alegría que no se rinde ante la adversidad y todo eso quieren defender ante la mirada que sienten prejuiciosa del afuera. Por eso hablan de integrar, antes que de urbanizar.
En el año 2007 el equipo de sacerdotes para las villas emitió un documento sobre los varios proyectos, casi todos abandonados, de urbanización de estos espacios geográficos. Decía entre otras cosas:
"¿Por qué pensar que el cambio de apariencias –cambio de una casa de ladrillo y chapa hecha por el esfuerzo del villero por otra casa del Instituto de la Vivienda de varios pisos- es ya un progreso?; en ese caso, ¿urbanización no será más bien otra cosa que emprolijar la villa para que el resto de la ciudad no chille y dejarla conforme?; ¿Cuándo se piensa solamente en hacer casas que estén pintadas?, ¿acaso no hay sobrados ejemplos de barrios que cambiaron su fisonomía, y su realidad es peor que la vida hace tiempo?
¿Acaso urbanizar no sería más bien crear situaciones positivas donde se den las mismas posibilidades a los que viven en la villa que a los que viven en Belgrano o cualquier otro lugar de la ciudad? ¿No será urbanizar garantizar el acceso escolar para todos los niños y jóvenes de la villa, o que cuando se inauguren las salitas de salud cuenten con el mínimo indispensable como son las cloacas?
¿No será urbanizar el día que los médicos, sacerdotes, abogados, profesores o capataces surjan de las villas para que imbuidos de la solidaridad de la cultura villera pongan su vida al servicio de su barrio, de la ciudad, del país? Más que urbanizar nos gusta hablar de integración urbana, esto es, respetar la idiosincrasia de los pueblos, sus costumbres, su modo de construir, su ingenio para aprovechar tiempo y espacio, respetar su lugar, que tiene su propia historia".
El jefe del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, viajó raudo al Vaticano para la misa inaugural de Francisco, pero incumple de manera sistemática todas las leyes que ha votado la Legislatura para urbanizar esos territorios que habitan los curas villeros. En una ciudad con 2.800.000 habitantes, que casi 200.000 vivan en condiciones de alta precariedad no es más que el trasfondo que se asoma detrás de la historia de la elección de Bergoglio como Papa. La voz de estos curas se ha escuchado mucho en los medios, pero su prédica, la problemática de la que dan testimonio, permanece desatendida.