Cristina Fernández de Kirchner emergió de su operación, después de 47 días de licencia, algo cambiada. La primera señal, la más superficial, vino de la mano de su vestimenta: dejó atrás el riguroso luto y se dejó ver con una camisa blanca, en el extraño video que filmó su hija Florencia. Por el tono y la actitud, parecía el regreso de una diva a la televisión, antes que la vuelta de una presidenta que busca despejar incertidumbres tras un largo período de ausencia.
Así y todo, el filósofo kirchnerista Ricardo Forster, en un esfuerzo encomiable, interpretó que la presentación en sociedad de dos de los regalos que recibió tras operarse de un hematoma en el cerebro -un pingüino de peluche y de un perro al que bautizó Simón, regalo de un hermano de Hugo Chávez- encerraba un mensaje en verdad profundo. Desde su cuenta @ForsterRicarcardo escribió: “Leer los símbolos, tarea siempre fascinante: entre el pingüino y Simón. Claro y contundente modo de sostenerse en una herencia política”.
El mismo lunes, a las pocas horas, Alfredo Scoccimarro, el vocero de la Presidenta anunciaba cambios en el gabinete. Resultó tranquilizador saber que Fernández de Kirchner había tomado nota de la derrota sufrida en las elecciones legislativas del 27 de octubre, acaecida mientras ella se encontraba de licencia médica.
El jefe de gabinete obediente, el de los mandados sin ningún peso propio, como había sido Juan Manuel Abal Medina, era un lujo que ya no se podía permitir, mucho menos cuando la salud le exige una mayor cuota de delegación del poder. A Jorge Milton Capitanich, alias Coqui, gobernador del Chaco, dirigente pragmático con algún grado de amistad con la familia Macri, muy alejado del discurso militante con lenguaje épico, le gusta hablar de metas. De por sí, las metas son más pragmáticas que "el proyecto".
Y le gusta hablar en público también, y deja que le hagan preguntas. Otra novedad. El nuevo jefe de gabinete ocupó rápido el centro de la escena: juró el miércoles, y al día siguiente recibió a los movileros muy temprano por la mañana, con la promesa de que lo hará todos los días.
No es una máquina de entregar definiciones, más bien les escapa, pero alguna que otra cosa es posible deducir de sus respuestas: buscarán devolverle algo de credibilidad a las estadísticas; van a recortar (por fin) subsidios a los servicios públicos en el área metropolitana; no van a desdoblar (al menos por ahora) el tipo de cambio; e insistirán con los acuerdos de precios, aún cuando con Guillermo Moreno resultaron ineficaces para luchar contra la inflación.
Capitanich habla, y habla también de economía, otra novedad.
Con la salida de me-quiero-ir Hernán Lorenzino, quien seguirá negociando la deuda (y se va por fin, de embajador ante la Unión Europea), los cargos se acomodaron a la realidad. Axel Kicillof, que ya era mucho más influyente que Lorenzino siendo en teoría su subordinado, juró como ministro de Economía. Los cambios le dieron la posibilidad de nombrar a todos sus colaboradores, y ahora el equipo económico tiene la cohesión que antes le faltaba. Horas antes, Fernández de Kirchner había aclarado que, lejos de ahuyentar empresas, se asociará con quien se tenga que asociar, como ya lo hizo con Chevron, con tal de conseguir los capitales necesarios para explorar en Vaca Muerta.
Los dos funcionarios sobrevivientes de la etapa anterior se destacaron en la jura por ser los únicos mayores de 45 años. El secretario de Hacienda, Juan Carlos Pezoa, se diferenció también por el traje. Todos los demás adoptaron el mismo estilo que Kicillof: camisa clara, saco oscuro, y nada de corbata. Del equipo de Guillermo Moreno no quedó más que Beatriz Paglieri, quien permanece en la secretaría de Comercio Exterior.
La salida Moreno, que lo tomó por sorpresa, debería facilitar el camino para revertir uno de los desatinos más grandes de este gobierno en materia económica, la intervención del Indec y la manipulación de sus índices de inflación, pobreza, indigencia y otros tantos. La despedida “homenaje” que le hicieron a Moreno en el programa cabecera de la propaganda del Gobierno puede resultar un indicio interesante de la inquietud que en ciertos sectores del kirchnerismo duro despiertan las últimas decisiones de Fernández de Kirchner: el temor a que les haya llegado el momento a ellos también (no son pocas las figuras del Gobierno que creerían oportuno cerrar la etapa 6,7,8 de la comunicación dirigida sólo a los creyentes fervientes).
Muchos kirchneristas de la vieja guardia se habían alarmado ya con la elección Martín Insaurralde como candidato en la provincia de Buenos Aires. Ajeno a las críticas, Insaurralde pasó toda esta semana trascendente de paseo en Miami con Jésica Cirio, su novia modelo a quien había acompañado a un desfile de la revista Caras que resultó la excusa perfecta para un encuentro amistoso de la pareja con Sergio Massa y su mujer, Marina Galmarini.
Hacia dónde va el cristinismo en sus últimos dos años de Gobierno es demasiado temprano como para dictar sentencia. Pero decir que todo sigue igual que antes, igual que antes de la operación de la presidenta, igual que antes de la derrota en octubre, equivale a ignorar las señales que crujen hacia adentro de esta fuerza política que lleva diez años en el poder y que ha iniciado una etapa de transición, con destino por ahora incierto.