Mi teléfono celular empezó a vibrar cuando Cristina Kirchner aún hablaba por cadena nacional:
- ¿Puede ser que se haya referido a vos?- me preguntaban colegas y amigos.
Confieso que, segundos antes, yo había me preguntado lo mismo.
La presidente habló de una periodista de un diario argentino que, poco antes de dar a luz, había terminado su etapa de corresponsal en los Estados Unidos. Contó que había regresado porque no pudo afrontar los costos de contratar allá una niñera.
Cristina Kirchner lo comentó para destacar los avances que se han dado en Argentina a partir de una ley -que su Gobierno impulsó- para que las empleadas en casas de familia tengan derechos y una remuneración equiparables a los de cualquier otro trabajador. Habían transcurrido 51 minutos de la cadena cuando llegó la referencia que captó mi atención:
“Realmente debemos sentirnos orgullosos como argentinos. Quiero contarles algo: en los países desarrollados, los trabajadores de las casas particulares son de los mejores pagos. Conozco una periodista muy conocida, que no es simpatizante nuestra, no la voy a nombrar, pero… que era corresponsal de un diario, que tampoco nos quiere mucho, en Washington y me contó que cuando tuvo… hace muchos años, cuando hablaba de manera un poquito más amigable conmigo, me contó que se tuvo que mudar a la UArgentina porque cuando tuvo un bebe no podía vivir en Estado Unidos porque si tenía que contratar una niñera no le alcanzaba el sueldo. Una de dos: o era muy cara la niñera o el diario en le pagaban poco. Puede ser una combinación de ambas cosas. Lo cierto es que sólo gente de muchísimo dinero puede acceder a tener personal que la ayuda en el hogar en los países desarrollados…”
¿Por qué me sentí aludida?
A fines del año 2001, regresé de Washington con mi marido, mi perro y una panza de ocho meses, embarazada de mi primera hija. Había pasado tres años como corresponsal del diario La Nación en los Estados Unidos; me había tocado un período muy intenso de trabajo: desde el final del juicio político a Bill Clinton, la elección disputada entre George Bush hijo y Al Gore, el atentado a las torres gemelas, el salvataje que pidió Fernando De la Rúa y el final drástico de la convertibilidad, todo con epicentro en Washington.
En aquellos tiempos tenía trato más o menos frecuente con la senadora Cristina Kirchner. La había conocido en mi anterior trabajo, como redactora del diario Página 12, que se convirtió sobre el final de la presidencia de Carlos Menem en el preferido de los Kirchner. Página 12 era el diario más crítico de Menem, y la senadora era de las voces disidentes más interesantes que se escuchaban en el peronismo.
Tal vez por una cuestión de género, el diálogo entre nosotras fluía más que el mío con el entonces gobernador de Santa Cruz, Néstor Kirchner, y cada tanto se colaban en la conversación temas personales. Supongo ahora –porque no lo recuerdo- que cuando regresé de Washington – si Cristina Kirchner a mi se refería- que alguna vez hablé con la senadora de las razones que me impulsaron a volver a la Argentina.
Me pude haber quedado en Washington un tiempo más, pero en familia elegimos regresar por más de un motivo. No resulta inverosímil aquello que la presidenta relata: si a mi se refería, pude haberle contado que la niñera es un lujo reservado para pocos en Estados Unidos, aunque concluir que por esa razón regresé equivaldría a practicar un recorte antojadizo, que por su formulación viene acompañado de una carga que se podría prestar a interpretaciones maliciosas.
Después del parto, me reintegré a la redacción de La Nación en Buenos Aires. La senadora Cristina Kirchner se había guardado de los medios para dejar lugar a Néstor Kirchner, que era menos conocido a nivel nacional. Me concedió la única nota que daría en la campaña del 2003. Confesó que ella también tenía aspiraciones presidenciales, algo que generó un pequeño escándalo en su entorno, porque era inoportuno el momento. Nunca más me concedió entrevistas, aunque seguí intentando.
Podría especular el por qué. Pero sería darme una importancia que los periodistas no tenemos. Cristina Kirchner, aún sin dar nombres, expuso en cadena nacional la intimidad de otra persona, tamizada según su propio recuerdo y por el paso del tiempo (mi hija mayor ya cumplió 12 años).
Su relato tiene puntos de contacto con mi historia, pero no es mi historia.