Maria O´Donnell

Sobre el autor

Maria O'Donnell. Periodista, licenciada en Ciencia Política, trabajó en dos diarios a lo largo de 15 años, fue corresponsal en Washington, y publicó dos libros políticos de actualidad (El Aparato y Propaganda K) Conduce La Vuelta por las tardes en Radio Continental.

Carmencita

Por: | 11 de mayo de 2014

Carmen

 

Hace algunos meses, Carmen Argibay habló durante más de dos horas sobre el machismo imperante en el Poder Judicial, un tema de vital interés para ella, pero no tanto para su audiencia: altos ejecutivos, abogados de estudios importantes y exitosos empresarios, hombres en su mayoría.

La primera jueza mujer designada en la Corte Suprema de Justicia de la Nación debe haber intuido que su público tenía otra expectativa, pero la demagogia le era ajena. Había aceptado participar del coloquio del Instituto para el Desarrollo Empresarial Argentino (IDEA) en Mar del Plata porque otra mujer, que participó de la organización, supo que sólo tenía chances de sentarla si le proponía que disertara bajo una premisa del estilo “el Poder Judicial con perspectiva de género”.

Algunos empresarios que participaron del almuerzo, que me tocó moderar, asistieron empujados por la curiosidad, y con la esperanza de poder colar alguna pregunta referida a los asuntos álgidos que se dirimían en la Corte en octubre del año pasado. No la conocían lo suficiente.

Argibay jamás aceptó debatir con amigos, conocidos o periodistas, tampoco con funcionarios, empezando por la Presidenta de la Nación, asuntos vinculados a sus fallos. En Mar del Plata, cuando escuchó una pregunta referida a la constitucionalidad de la Ley de Medios, se desentendió con una mueca.

Contó en detalle las batallas que debió librar contra el machismo para llegar hasta la Corte, habló de la Asociación de Mujeres Juezas que fundó, y dijo que el proceso de confirmación que atravesó con su pliego para ingresar en la Corte había sido mucho más severo que cualquier otro (de sus predecesores hombres). 

Enumeró algunas políticas que desarrolló desde la Corte junto con su colega Elena Highton de Nolasco para revertir la cultura machista del Poder Judicial: la oficina de atención a las víctimas de violencia de género que funciona todo el año y la inauguración de un lactario para que las mujeres puedan amamantar en el palacio de los Tribunales, entre otras. Dijo que aún falta mucho camino por recorrer y mencionó el fuero federal, dominado por hombres, como un territorio a conquistar.

Después de escucharla, entendí que Argibay perseguía muchas causas, pero en el fondo siempre la misma: la igualdad ante la ley. Defendía el derecho de una mujer a decidir sobre su cuerpo, a interrumpir un embarazo aunque no hubiese sido violada, le parecía indigno que los detenidos sin condena tuviesen que pasear esposados delante de peatones que caminan alrededor de los tribunales y quería erradicar los crucifijos de los despachos de los jueces, pero no porque ella fuese una atea militante, sino porque creía que quien imparte justicia en un Estado laico no puede exhibir su religión.

Cuando terminó de hablar en Mar del Plata, un reconocido abogado de grandes empresas, católico muy creyente, se acercó a pedirle disculpas. Le dijo que él había estado entre quienes objetaron su pliego cuando Néstor Kirchner la propuso para integrar la Corte Suprema, y que ahora se arrepentía. Si bien disentía con ella sobre el aborto, y sobre tantos otros temas, entendía que Argibay se había revelado, ante todo, como una jueza independiente y honorable.

Carmencita, como le decían sus familiares y allegados, agradeció el gesto con una sonrisa, pero sin detenerse demasiado en el asunto. Vestía siempre de manera sencilla, el pelo con las canas a la vista, no tenía pretensiones de ninguna especie y sólo se dejaba acompañar por alguno de sus adorados sobrinos. Sus veleidades se jugaban en otro terreno.

Otros miembros de la Corte Suprema, que la apreciaban, solían quejarse de que Argibay demoraba algunos fallos porque, aunque estuviera de acuerdo con la mayoría, prefería fundamentar por separado, por alguna disidencia menor.  

Carmen Argibay falleció el sábado, tenía 74 años y la salud deteriorada por su adicción al tabaco, pero mantuvo intacto, hasta el final, el espíritu rebelde con el que abrió el camino para muchas mujeres en el Poder Judicial. 

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal