Recóndita Armonía

11 oct 2015

Glenn Gould (y Maria Callas)

Por: Rubén Amón

No es tanto una colección como una superstición. Glenn Gould reaparece en las tiendas de discos -¿existen las tiendas de discos?- en una edición remasterizada, un pretexto tecnológico para extraerle el último aliento comercial y para convocar a los fetichistas con un señuelo de 81 CD’s en una colección definitiva.

Definitiva ya sabemos que no es, puesto que a Gould, como a Maria Callas, siempre se le encuentran enfoques mercadotécnicos. Mártires de la música, artistas que  fallecieron jóvenes, personalidades atractivas en su autodestrucción. Y enormes intérpretes, aunque este aspecto suscita menos interés porque prevalece entre los esnobs y los culturetas la propensión al culto de la extravagancia y de la sociopatía. Tanta sociopatía que Gould abjuró de los auditorios y precipitó una profecía incumplida: “El concierto ha muerto”.

Me agota el malditismo. Y no porque Gould lo pretendiera, sino porque se obstinan en inoculárselo sus militantes. Necesitan éstos recrearse en la angustia del artista, en su postura estrafalaria sobre el piano, en su tendencia a canturrear, en su dependencia de los medicamentos, en los síntomas de un Asperger no diagnosticado.

Por eso prefiero reconocer la personalidad de Gould en esa novela de Thomas Bernhard, “El malogrado” -el título no alude al pianista, sino a quienes se truncaron por imitarlo-, que lo retrata corpulento y enérgico con ocasión de un curso en Salzburgo que arraigó la leyenda musical. E insisto en la música, en las cualidades artísticas que convierten a Glenn Gould en una de las mayores personalidades interpretativas del siglo XX. Y no hablo sólo de pianistas, como no hablaría sólo de cantantes si tuviera que referirme al fenómeno que constituye Maria Callas en su abrumadora creatividad.

Creo que se les puede comparar en el malentendido de la arbitrariedad. Hemos asumido erróneamente que Gould vampirizaba a los compositores, que se apropiaba de ellos, que se concedía toda suerte de libertades para someterlos a su personalidad.

Es el mismo error con que juzgamos a Maria Callas. Sus detractores no se consuelan con someter su voz y sus imperfecciones a unas asépticas técnicas de  laboratorio. También denuncian una especie de “falsa versatilidad”, puesto que la soprano griega, dicen, se colocaba delante de los autores. Era Callas antes que Medea y Callas antes que Violetta Valery.

 

Discrepo tanto como pueda hacerlo de la concepción caprichosa que atribuyen a Gould los puristas o los evangelistas de Richter. Creo que no han percibido la grandeza de Gould ni de Maria Callas en su proceso creativo. Gould llega a la esencia de Bach mejor que ningún otro colega, pero necesita hacerlo siendo él mismo, buscando y encontrando el camino de identificación.

Le sucedía a Eleonora Duse en aquella rivalidad memorable que la opuso a Sarah Bernhardt. Ella no era un camaleón. No se mimetizaba, a diferencia de la colega francesa. Su versatilidad -que la tenía- provenía de encontrar dentro de ella, en el alma, en las entrañas, en el dolor, en la felicidad, un camino de relación con el personaje, con el autor.

 

Por la misma razón, los espectadores creían que Maria Callas se moría en escena. Por el mismo motivo, era inútil que el maestro Giulini reprochara a la diva en aquella Traviata “scaligera” la predisposición a calársele la voz en el sobreagudo de la agonía. ¿Pero cómo no se me va a calar la voz si me estoy muriendo?, objetaba la soprano.

Semejante concepción del fenómeno creativo se puede extrapolar a Gould en su hondura y en su sinceridad. Tanto Gould es Gould, tanto Bach o Beethoven los percibimos como si hubieran resucitado.

 

 

Hay 2 Comentarios

Recomiendo un librito de Don De Lillo (librito, porque apenas tiene 100 páginas) en el que hace un paralelismo entre Gould y otro maldito del piano: Thelonious Monk. Una pequeña joya

Lo malo es como decía un amigo, la cantidad de viudos de María Callas que hay; todo lo comparan con sus versiones, así el disfrute es casi imposible por más que ignoran las malas actuaciones, las finales, de igual modo que las calidades de los discos están tan filtradas y perfeccionadas que muchos se llevan grandes chascos con los directos.

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Sobre el blog

La ópera no muerde. Como mucho, aburre. Aficiónese o síganos. O haga las dos cosas a la vez. Intentaremos que no se arrepienta.

Sobre el autor

Rubén Amón

Rubén Amón Podría haber sido barítono, podría haber sido pianista, pero el autor de este blog tuvo que resignarse a un teclado más limitado, el del ordenador, para dedicarse al periodismo y explorar, incluso, uno de sus ámbitos más minoritarios, sospechosos y hasta esnobistas: la ópera y la música clásica.

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