El año Shakespeare que acabamos de empezar implica un repaso a las 300 óperas que inspiró el bardo. O más que las 300, podría restringirse el enfoque a las tres óperas que escribió Giuseppe Verdi desde la devoción a “papá”.Así lo llamaba, papá, sin haberse conocido, distanciados por tres siglos. Y reunidos imaginariamente por el musicólogo Massimo Mila. Los hizo coincidir en un libro y en una acera poblada de gente. Y se saludaron con respeto.
Es una escena extemporánea, pero representativa del intenso vínculo que Verdi mantuvo con Shakespeare. Por las óperas que jalonaron su madurez creativa -”Macbeth”, “Otello”, “Falstaff”-, por las óperas que quiso componer y no pudo -”Hamlet”, “Romeo y Julieta”, “El rey Lear” -, y por haber descubierto en Shakespeare el hallazgo de la “parola scenica”, es decir, la proyección escénica de la palabra, su poder dramatúrgico, su resonancia teatral, incluso la facultad de percibir en los textos embrionarios la música que Shakespeare no escribió y que sí predispuso para que Verdi acertara a encontrarla entre los silencios.
No se explica la devoción del compositor italiano al escritor inglés sin las traducciones que aparecieron en Italia mediado el siglo XIX y cuyo artífice, Carlo Rusconi, frecuentaba, como Verdi, los salones de la condesa Maffei en las tertulias de Milán que cebaron el “risorgimento” y que catalizaron las inquietudes intelectuales de la época. Verdi era en sí mismo un epígono de Shakespeare, no ya por la prolijidad, la popularidad, la versatilidad, sino porque se había significado por escrutar a las pasiones humanas, casi siempre destructivas, pero provistas de una mirada piadosa a los descarriados y expuestas a las reglas ininteligibles del destino.
Harold Bloom decía que Shakespeare enseño a sentir por haber definido con la palabra los sentimientos mismos. Los límites del mundo son los límites del lenguaje, escribía Wittgenstein. Y podría extrapolarse la fórmula al lenguaje musical. Verdi sufrió y amó por todos nosotros. Nos legó sus óperas como si fueran un trasunto del alma humana. Ahí estriba su afinidad a Shakespeare.Verdi se identifica en el universo de Shakespeare porque el escritor inglés, como le sucede a él mismo, confronta al individuo con la conciencia y la identidad. Porque a ambos les preocupa la presencia del mal en la naturaleza humana. Porque les inquieta la relación del hombre con el poder. Porque les obsesionan los instintos. Y porque recurren al sentido del humor cuando se antoja necesario un salvoconducto. O un epitafio. Me refiero a las últimas palabras que Verdi escribió en su ópera definitiva. “Todo en el mundo es burla”. Hablamos de Falstaff. Y de un homenaje de Verdi a Shakespeare que los relaciona entre sí en la idea total del arte como punto de fuga.
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