Recóndita Armonía

19 jul 2016

Plácido Domingo en la intimidad

Por: Rubén Amón

Volvió a repetirse el ritual anoche. Domingo hinca una rodilla en tierra. Y evoca un pasaje de la ópera que cantará la próxima vez en el teatro del que acaba de despedirse. Será Macbeth, pero no importa tanto el título como la superstición. Y la superstición la repite allí donde canta. La reitera para estimular su regreso. En Madrid, en Londres, en Viena.

 

Y le ha funcionado. De otro modo, no hubiera cumplido 75 años en semejantes condiciones ni en parecida plenitud. Anoche volvieron a aclamarlo como artífice de I due Foscari, pero tiene más sentido aludir en este post a la conversación que mantuvimos hace unos días con el maestro en un curso de la Universidad Complutense. Tiene más sentido por la sinceridad y confianza con que se expresó el Domingo. Orgulloso de su gigantesca carrera, es verdad, pero frustrado, desconcertado, porque nunca ha llegado a cantar como pensaba que pudiera haberlo hecho.

Fue una confidencia que me hizo en Salzburgo. Habíamos estado en una función de Falstaff y le había impresionado lo bonito que cantaba Javier Camarena. Y entonces introdujo una reflexión estremecedora: "Ay, si yo hubiera cantado como he pensado que se puede cantar. En mi cabeza lo tengo clarísimo. Pero nunca he llegado a materializarlo. Nunca he llegado a la meta. Y no voy a llegar ya".

Lo dice el mayor recordman de la historia de la ópera. Un catálogo de 150 personajes. Una trayectoria de 3.500 funciones. Una asombrosa mutación de tenor a barítono. Ya le reprochan sus adversarios la "frivolidad" de esta evolución, pero Domingo ha ido a legitimarse en los teatros que autorizan o desautorizan el travestismo. De hecho, la temporada del 75 aniversario -del 75 cumpleaños- lo ha confrontado con los grandes estadios del Grand Slam: el Met, el Covent Garden, la Bastilla, la Scala y Viena jalonan el viaje de Domingo en su enésima iniciación, sin descrédito de otros teatros, Berlín, Valencia, Barcelona, Madrid, donde ha expuesto su compromiso.

Verdos

Hablaba Domingo desde la intimidad. Y contaba al alumnado complutense que Verdi ha sido su compañero de viaje; que nunca ha podido interpretar personajes antipáticos (Yago, Don Giovanni); que echa de menos no haber podido coincidir con Maria Callas; y que no piensa cantar más de lo que deba ni menos de lo que pueda.

Un lema, un eslogan, que explica la insólita agenda del porvenir. Y que Domingo sigue rellenando sin impresionarle el umbral de los 80 años. Por eso ha decidido debutar en Viena el papel de Posa (Don Carlo) medio siglo después de su debut en la capital austriaca. Y por la misma razón, el desafío, tiene decidido incorporar a su repertorio el papel wagneriano de Amfortas, consciente de haber asumido como propio el lema olímpico del "Citius, altius, fortius", más lejos, más alto, más fuerte.

Un descomunal atleta ha sido Domingo. O un decatleta retratado en esa carrera gigantesca que le ha permitido cantar el repertorio universal. Y cumplir los años como si fueran una ficción. Anoche lo aplaudieron como nunca. Y no intervino ni la condescendencia, ni el fetichismo, ni la devoción. Se le aplaudió porque vimos a Verdi y lo escuchamos en las facciones de esa barba patricia, de esa humanidad, de ese prodigio.

 

13 jul 2016

Plácido Domingo: el león

Por: Rubén Amón

Ya que de Venecia hablamos, Plácido Domingo emulaba anoche a uno de esos viejos leones que apuran sus reservas depredadoras. Parecía "dormido" en los dos primeros actos de I due Foscari, pero se demostró otra vez feroz e implacable en el tercero. Y entonces sobrevino la gran celebración verdiana, se produjo el salto de la convención al misterio melodramático. Domingo convocaba a Verdi. Cantaba en su nombre.

Placido-Domingo-El viejo león se comió la ópera. Y se atribuyó el mérito de incendiar la velada. Que había sido desigual y hasta inexpresiva porque la dirección musical de Heras Casado no adquirió demasiado vuelo. O porque no hubo comunión entre el escenario y el patio de butacas hasta que Plácido Domingo enseñó los colmillos. Los tiene afilados a los 75 años. Y volvió a utilizarlos para convencernos de que sigue siendo el rey.

Lo demostró la reacción de los espectadores en el trance de los saludos. Un resorte los puso de pie con la sincronización de un desfile norcoreano. Y se concedió Domingo la enésima noche de gloria. No sólo por la sugestión de su leyenda o por la devoción que suscita, sino por su credibilidad artística, por su afinidad verdiana y por su competencia vocal. Más que 75 años, se diría que Domingo ha cumplido 57. Y que persevera en la hegemonía del escalafón porque nadie es capaz de ocupar su sitio. Compareció ayer uno de los aspirantes. Michael Fabiano se llama, un tenor italoamericano que tiene cualidades extraordinarias para situarse entre los delfines de la sucesión.

Estuvo anoche valiente, descarado. Y anduvo más inspirado en los recitativos y en los pasajes concertantes que en las arias -titubeó en la primera-, pero Fabiano forma parte de los cantantes más interesantes de nuestro tiempo. No abundan esas voces penetrantes. Ni proliferan los cantantes que esmeran la línea de canto y profundizan en la partitura. Fabiano es una especie protegida. No sólo como tenor, sino como "protoestrella" de la ópera al que ya cortejan los grandes teatros. ​ Lo descubrimos en el Teatro Real hace unos años precisamente a la vera del propio Domingo en un papel gregario de Cyrano de Bergerac, aunque un servidor ya tuvo la suerte de escucharlo en Glyndebourne como protagonista masculino de La Traviata y como artífice de Les Martyrs (Donizetti). Ambas óperas lo ubican en la naturaleza de tenor lírico. O más bien predisponen su mutación hacia tenor "spinto", como pudo apreciarse ayer en el color y en el calor de voz "squillante". No hay un término demasiado equivalente en la traducción española ni para "spinto" ni para squillante. Squillante es una voz que penetra afilada como un teléfono de los antiguos, o como lo hace el timbre de Angela Meade, soprano yanqui de grandes medios a quienes anoche correspondieron merecidas ovaciones.

No superaron los decibelios de las otorgadas a Domingo. Ya que de Venecia hablamos, este viejo león vuela con las alas de San Marcos.

06 jul 2016

¿Cuál es su himno preferido? (II)

Por: Rubén Amón

No termina uno de comprender la iracundia de algunos lectores del post anterior sobre mi falta de respeto hacia el himno de Italia. Se llega a decir que me ha escocido la derrota de España en la Eurocopa. Y se me atribuye incluso una cierta italofobia.

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Sobre el blog

La ópera no muerde. Como mucho, aburre. Aficiónese o síganos. O haga las dos cosas a la vez. Intentaremos que no se arrepienta.

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Rubén Amón

Rubén Amón Podría haber sido barítono, podría haber sido pianista, pero el autor de este blog tuvo que resignarse a un teclado más limitado, el del ordenador, para dedicarse al periodismo y explorar, incluso, uno de sus ámbitos más minoritarios, sospechosos y hasta esnobistas: la ópera y la música clásica.

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