Álvaro Brechner
Medusa, en la mitología griega, era una de las tres Gorgonas que habitaban Extremo Occidente. Convertida en un monstruo con cabeza rodeada de serpientes, sus bellísimos ojos hacían que aquel que los miraba, moría convertido en roca. Causaba terror tanto entre mortales como inmortales. A Perseo le fue encomendada la misión de acabar con ella. Consciente de que un solo vistazo lo haría caer fulminado, Perseo pudo vencerla limitándose a verle a través de un escudo de Bronce, que bien pulido funcionaba como espejo.
En última instancia la humanidad es salvada gracias a la imposibilidad de ver el mundo de forma directa, en su totalidad, ya que su dimensión nos dejaría ciegos, petrificados. Sólo a través del reflejo cómo mediador, podemos reflexionar y acercarnos a nuestra condición y naturaleza.
¿Por qué hago cine? Son muchos los años que llevo haciéndome esta pregunta, y sólo tengo una anécdota. Hace diez años me encontraba en Berlín recorriendo en autobús la ciudad. Sus edificios, monumentos, museos, barrios. No bajé nunca dado que ya conocía la mayoría de ellos. Si uno quiere conocer la historia de una ciudad, su cultura, su gente, nada mejor que detenerse en cada uno de estos puntos, en sus parques, restaurantes y sus bares, en Mitte, Kreuzberg o Alexander Platz.
Sin embargo hay unos edificios que nunca llaman la atención, camuflados en las avenidas. Se llaman Salas de Cine. Lugares en donde uno se refugia en un espacio colectivo, pero que en la íntima soledad de la oscuridad, se zambulle a través de un juego de luces y sombras proyectado en un fantasioso y misterioso portal: una pantalla a modo del escudo reflector de Perseo.
Un maravilloso juego de espejismos que nos seduce a través de una visión parcelada, relativa y reveladora de nuestro desatendido cotidiano, y nos traslada a la experiencia profunda de un universo ambiguo, primitivo, más cercano a la consciencia propia de la ensoñación, a través del cual viajamos y nos olvidamos por un rato quienes somos. Y así, paradójicamente, experimentamos ser más que nunca nosotros mismos.
Nuestras ficciones y fantasías revelan tanto o más de quienes somos, ya que la imaginación no está maniatada por la pequeñez y mezquindad de la realidad. Al alejarnos de aquellos acuerdos ideológicos que construimos y acordamos llamar “lo real”, la experiencia cinematográfica nos conecta con un mundo más profundo, recordándonos la esencia de nuestra condición humana: “estamos hechos de la misma materia de los sueños”, tal y como Próspero describía.
La ficción como salvación sólo pudo ser creada por inconformistas y embaucadores llenos de audacia y temor. Aventureros de la mente. Un hombre en su caverna que acude a la mentira describiendo la valiente caza de un bisonte ya muerto, ante un auditorio familiar necesitado tanto de una figura heroica como de comer.
En una sociedad donde el utilitarismo ha absorbido los planos de valor, el arte ha apadrinado la idea de la importancia de lo inútil. Por este motivo se confunde la valía del objeto artístico según su relación con el mundo. El cine no puede permanecer ajeno, pero mucho me temo sobre sus limitaciones para incidir en los horrores y las heridas de la humanidad. Entre otras cosas, termina en una sala oscura y no en una mesa de poder. Entonces, ¿Cuál es su influencia sobre nuestra sociedad?
Una obra de arte no es directamente un ajuste de cuentas, no puede compensarnos como colectivo. Tampoco sus objetivos son los infantiles de identificarnos con sus personajes, ni los didácticos de cultivarse sobre las sociedades, ni los filosóficos de prepararnos ante la muerte. Sin embargo, el recurso indirecto de vernos reflejados y sumergidos desde un punto de vista diferente, hace que se replanteen nuestras percepciones sobre nosotros mismos, y de ese modo, sobre nuestra capacidad de influencia sobre lo que nos rodea.
Así de grandioso y así de restringido. En síntesis, el arte conlleva el inmenso e inagotable valor de lo gratuito: ni se vende, ni se cambia y vale por sí mismo. Y en sus momentos más profundos, ofrece una revelación haciendo visible lo invisible.
Experimentar esa curiosa excitación que sacude nuestros sentidos, cuya ambición no puede ser más humilde y generosa que la Bressoniana tarea de “traducir el viento invisible mediante el agua que esculpe a su paso”, bajo ese vals de cintura quebrada que exprese la sublime belleza de lo verdadero que el ser humano nos tiene reservado.
No hacemos cine para cambiar el mundo. Lo hacemos porque estamos vivos. Es nuestra pequeña venganza a nuestro fugaz paseo. Y sólo así podemos tener influencia sobre lo que nos rodea. No, el arte no es ajeno al mundo. El mundo no es ajeno a la experiencia artística: la necesita como al aire que respira.
Álvaro Brechner es director de cine y participó en el "Encuentro Informativo Audiovisual Iberoamericano" el pasado 24 de febrero en Casa de América.
Hay 1 Comentarios
Claro que si!!!! El cine puede ofrecer una visión más amplia de todo lo que nos rodea, de la vida en si, con la ventaja que puede llegar a cualquier parte del mundo, pero hay que saber cómo utilizarlo para no herir sensibilidades ´, si lo que se pretende es hacer macroproducciones, no sé, es un mundo muy complejo, según que temas se toquen hay que saber tratarlos muy bien: las relaciones de familia y amigos, el sexo, la mujer, Dios, etc.... hay que tener en cuenta todas las culturas y las diferencias entre ellas, para poder aportar algo el cine tiene que estar por encima dando una idea universal sencilla que la pueda entender todo el mundo.
Publicado por: Nina | 25/05/2016 22:51:38