Xavier Reyes Matheus
Francisco de Miranda, un descendiente de canarios nacido en Caracas en 1750 y muerto hace ahora doscientos años en la prisión de la Carraca de San Fernando de Cádiz, parece un personaje de novela, y en buena medida lo es: desde la trilogía que le dedicó el venezolano Denzil Romero hasta los libros aún recientes del pamplonés Fermín Goñi y del palmense J.J. Armas Marcelo, no son pocas las obras literarias en las que aparece como protagonista, sin contar la atención que también le han dedicado autores como el Nobel trinitario V.S. Naipaul en La pérdida de El Dorado o Pedro J. Ramírez en El primer naufragio. Con semejante nómina de cronistas cualquiera lo creería sobrado de fama; pero unos cuantos tips de su biografía, y lo poco sabidos que resultan incluso para los venezolanos, revelan en cambio que es mucho lo que falta por glosarse sobre esta figura fundamental en la historia del liberalismo atlántico:
- Suele saberse, por ejemplo, que, tras desertar de su puesto en el ejército español, con el que había participado en las acciones de la monarquía de Carlos III a favor de la independencia norteamericana, Miranda se dirigió a los Estados Unidos, en donde trató a varios de los “padres” de la nueva nación. Pero apenas se ha escrito sobre la cercana amistad que uniría al venezolano, ya de por vida, con el entonces joven y prometedor Alexander Hamilton, el Founding Father que, tras mucho tiempo de olvido, ha vuelto a ser popular entre los estadounidenses gracias al musical que acaba de arrasar en los premios Tony (escrito, por cierto, por un descendiente de puertorriqueños llamado precisamente Lin-Manuel…Miranda). El pensamiento político y constitucional de Hamilton subyace a todas las ideas con las que –el antiguo- Miranda quiso reproducir, en la parte hispana del Nuevo Mundo, el modelo de democracia representativa concebido por los federalistas norteamericanos, alentado además por el ideal librecambista de la “república comercial”.
- Suele saberse que, buscando aliados para su proyecto hispanoamericano, desembarcó en la Francia revolucionaria, en donde llegó a ser general del Ejército del Norte y participó en acciones tan legendarias como la de Valmy. Pero, más allá de la figuración que le ha valido a su nombre el estar escrito en el Arco de triunfo de L´Étoile, poca idea se tiene sobre los avatares que le llevaron a protagonizar uno de los juicios más sonados de aquel Tribunal en el que los reos debían encararse con el siniestro Fouquier-Tinville. Defendido por el mismo abogado de María Antonieta, y con testigos a su favor tan ilustres como Thomas Paine (el autor de Rights of man y de Common Sense), Miranda vivió el Terror con un pomo de veneno escondido entre su ropa en previsión de que el suicidio pudiera librarlo de la guillotina. Pero lo más importante fue la comparación extraordinariamente lúcida que, tras la caída de Robespierre, hizo el caraqueño entre el institucionalismo y la seguridad jurídica que habían servido de base a la organización política y económica de los Estados Unidos, y la arbitrariedad y el caos que habían signado el régimen de la Convención en Francia.
- La vida galante de Miranda ha estado siempre en el imaginario de sus compatriotas: desde las prostitutas circasianas que conoció en los exóticos burdeles de sus viajes (Miranda se tiene por el primer visitante hispanoamericano en Asia Menor), hasta su supuesto romance con una valetudinaria Catalina La Grande (que lo nombró coronel), las conquistas de Miranda lo han hecho pasar por un precedente del latin lover. Pero poco se sabe que, en el proyecto de Constitución girondina que al fin no prosperó, se adelantó a proponer con vehemencia el voto femenino. Y aún más desconocida fue la protección y el patrocinio que brindó al joven James Barry (llamado a veces James Miranda Barry, como en el título de la novela histórica de Patricia Duncker). Barry, que en 1812 obtuvo el doctorado en medicina en la Universidad de Edimburgo, dedicó su tesis a Miranda, a quien agradecía sus “paternales cuidados” – de lo que algunos estudiosos han sugerido la posibilidad de que Barry fuese realmente hijo del prócer. Pero lo asombroso es que, después de haber tenido una larga y brillante carrera como cirujano militar al servicio del imperio británico, la autopsia de Barry descubrió que se trataba de una mujer que había logrado, así travestida (y quizá bajo el consejo de Miranda) convertirse en la primera doctora de la historia del Reino Unido.
- Se sabe que Miranda intentó proclamar la independencia de Venezuela mediante una invasión en 1806 a bordo del navío Leander; que su quijotesca expedición se componía fundamentalmente de gañanes reclutados en el puerto de Nueva York; y que, apresados y ejecutados algunos de ellos por parte de las autoridades españolas, es en estos gringos en quienes tiene sus protomártires la lucha por la emancipación del país sudamericano. Pero no mucha gente sabe que entre los hombres que venían con el Leander se encontraba el nieto de John Adams, segundo presidente de los Estados Unidos, y un David G. Burnet que entonces tenía diecisiete años y que en 1836 sería el primer presidente de la República de Texas.
- Es bien conocido que fue de Miranda de quien salió la idea de un inmenso Estado hispanoamericano que había de llamarse Colombia en honor del descubridor, y que debía tener su capital en el istmo de Panamá, para servir de puente al comercio interoceánico; y aun mucho más se conoce que estos proyectos inspiraron directamente la empresa de Simón Bolívar. Pero la historia ha reparado muy poco en los diseños concebidos por Miranda para el gobierno de esta gran potencia, imaginada primero como una monarquía parlamentaria a la inglesa y luego como una república federal. Con unas reflexiones llamativamente sabias sobre los dispositivos necesarios para impedir la concentración del poder, Miranda se adelanta a pensadores como Constant en algunas de las ideas más prudentes del constitucionalismo moderno.
Se sabe, en fin, que, proclamada la república en Venezuela en 1811, y necesitada de defenderse contra una reconquista española, sus autoridades nombraron a Miranda jefe militar para organizar la guerra; pero que el veterano general de Francia acabó negociando la capitulación, y que por ello algunos patriotas jóvenes como Bolívar lo acusaron de traición y lo entregaron a las fuerzas realistas: así fue como acabó sus días, hace ahora 200 años, en una prisión militar gaditana. Pero la memoria histórica ha soslayado considerar el temor que tuvo Miranda al panorama de anarquía, de enfrentamientos intestinos y de oligárquico gatopardismo que había seguido a la declaración de la independencia. Algo que lleva a pensar que el generalísimo venezolano se decantó, más que probablemente, por dar un voto de confianza a los cambios que sobre una lengua de tierra, en el extremo atlántico de la península ibérica, estaban organizando para los “españoles de ambos hemisferios” los hombres de la Pepa.
¿Se puede pedir más a un personaje histórico?
Xavier Reyes Matheus es historiador y comisario de la exposición “Francisco de Miranda y la doctrina de la libertad en el mundo atlántico”, que se exhibe entre el 30 de junio y el 30 de julio de 2016 en Casa de América.