Red de Casas del Ministerio de Exteriores

Notas para acercarse a "Civilización y barbarie", de Cheikh Anta Diop

Por: Red de Casas

01 mar 2017

Albert Roca


En 2012 salía a la calle Naciones negras y cultura tras más de tres años de desvelos y trabajo. Ediciones Bellaterra y Casa África celebraban el primer largo de una extraña singladura editorial: la publicación en castellano de las dos obras fundamentales de Cheikh Anta Diop, autor casi desconocido en el mundo hispanófono, pero inmensamente popular en los estudios africanos (en particular francófonos) y afroamericanos (tal vez sobre todo en Estados Unidos). En 2016 esta aventura ha arribado a destino, al menos de momento, con la edición en castellano de Civilización y barbarie. Una antropología sin condescendencia.

Civilización y barbarie ha sido considerada por muchos como la opus magna del frecuentemente mal llamado afrocentrismo, etiqueta, por cierto, que Diop ignoró olímpicamente. Como todos los trabajos algo extensos del autor, presenta un carácter “compuesto” que, al principio, desconcierta a quien lo lee. Para empezar, el libro se divide en cuatro partes muy desiguales. Tanto que a cualquiera se le ocurren reorganizaciones mil de su enorme y heterogéneo contenido. Aquí va una. La tercera de estas partes, que examina brevemente lo que el autor considera los componentes básicos de la identidad colectiva (historia, lengua y psicología), bien podría introducir el libro en su conjunto. Veamos cómo se enfrenta a los supuestos “estereotipos” africanos, tras cantar el rol de cohesión social de la historiografía científica del continente, construida desde el continente –liberada, pues, de los sesgos de la historiografía colonial e incluyendo temas como la comprensión de la unidad profunda de la diversidad lingüística africana.


Diop afronta los dilemas de la modernización, esos mismos que hicieron hablar a Erich Fromm de “miedo a la libertad” o a Zygmunt Bauman de la nostalgia por la pérdida del “calor” de la comunidad, y lo hace con un optimismo africano al cual, como veremos, se adhiere durante toda la obra. A mi parecer, Diop, al recluir el “uso” de las tradiciones africanas al ámbito –necesario, pero limitado- de la conciencia colectiva, estaba infravalorando su elasticidad y su capacidad operativa en las mil facetas de la actividad humana. Con todo, las visibilizó y postuló la necesidad de su conocimiento científico, abriendo todo un espectro de posibilidades aunque él mismo no pudiese aprovecharlas: hay que reconocer que le faltaba la perspectiva que nos ha conferido la observación de cómo el continente ha sobrevivido a la larga crisis que apenas se iniciaba en el momento de publicar el libro. En cualquier caso, no se puede negar que Diop tenía una visión progresista de la sociedad africana, sin renunciar por ello a su idiosincrasia.

El optimismo epistemológico explica en buena medida dos rasgos de Civilización y barbarie que muchos han interpretado como indicios de la “falta de profesionalidad”, de ausencia de esa especialización que ahora parece la marca de toda “verdadera” ciencia. Sin embargo, al ser ponderadas más allá de los inconfesables celos disciplinares, dichas características se revelan como fuentes de la riqueza de la aportación de Diop, surgida de la tensión entre su voluntad de modernización –y de convergencia con el patrimonio de la humanidad- y su exigencia de construir a partir de la conciencia, histórica y cultural, de la singularidad africana.

Cheikh Anta Diop nunca dejó de ser una especie de “cimarrón” intelectual, el primero de los rasgos que quería comentar. Sus críticos malentendieron lo que era autonomía intelectual como capricho autodidacta o iconoclastia ideologizada, politizada. Su independencia investigadora celebró su puesta de largo en el momento en que, en 1954, decidió publicar la tesis que nadie le quería juzgar, Naciones negras y cultura (formalmente dirigida por Marcel Griaule). Cortaba así por lo sano cualquier servidumbre de su pensamiento, lo cual no quiere decir que renunciase a la ciencia, al contrario. Como es natural, la estructura y el acabado, o más bien la falta de acabado, de Naciones negras y cultura refleja bien esta ausencia de encuadre y de “bendición” por parte de la jerarquía académica: acumulación de materiales propios de empresas distintas, sin engarces explícitos aunque pletóricos de intuiciones y pistas preciosas sobre su “vinculación profunda”; escasez de remates para las distintas secciones, de corolarios para sus argumentaciones; multiplicación de extraños capítulos últimos que parecen abrir nuevos caminos en lugar del cerrar el seguido hasta entonces…


En 1948, Diop ya hablaba de “Renacimiento Africano”. El programa no consistía en repetir de manera comprimida la experiencia europea, sino en converger con ella desde la memoria y las tradiciones africanas, desde la recuperación científica del bagaje propio. No había campo de la actividad humana del que se pudiera prescindir y los pioneros tenían forzosamente que tocar todos los palos. Y no sólo para hacer de la necesidad virtud –ante la falta de efectivos-, sino, sobre todo, porque eso los obligaría a considerar, bien que mal, las conexiones entre ramas de estudio que se habían ido separando –mientras que la realidad no responde a esa separación-, previniendo así los efectos nocivos de la “disciplinaritis” que tanto ha esclerotizado el avance científico en distintos momentos. Y esto era aún más importante cuando la introducción de una nueva perspectiva –la africana- podía cambiar substancialmente lo que hasta entonces se había creído presuntuosamente como “universal”.


¿En qué sentido el eurocentrismo puede ser fuente de error? ¿Acaso la globalización no habla el lenguaje de Europa (Occidente) debido a la superioridad adaptativa de sus soluciones históricas, con independencia del carácter justo o injusto de su expansión?

La reflexión de Diop cuenta con el atractivo innegable de conectar el pasado más remoto con el presente, para mirar al futuro, un atractivo que sólo pueden convertir en “miedo” las prevenciones puristas de algún académico fanático de la” torre de marfil”, y no la del rosario… Véase, por ejemplo, una perla que anunciaba la crisis de las democracias representativas en las que hoy estamos inmersos (y desde antes de la ya infausta crisis del 2008), y que propone un amplísimo y prometedor campo comparativo.

Se puede pensar que en estas palabras no hay lugar alguno para la tradición africana, más allá del recuerdo legitimador, pero hay que recordar que Diop no estaba dictando un recetario, ni siquiera estaba propugnando un programa. Hay que leer todo el libro, que constituye en sí mismo un intento de respuesta. El autor senegalés estaba explorando las posibilidades que África y su larga trayectoria ofrecía a la ciencia –y, con ella, a la Humanidad- y viceversa. Estaba abriendo camino a un horizonte de futuro que desborda incluso sus propias expectativas hasta unirse a las actuales llamadas, en pleno siglo XXI, del Banco Mundial a poner en valor el capital social o el Indigenous Knowledge, de la Organización Mundial de la Salud a hacer otro tanto con la medicina tradicional o de la UNESCO para reclamar el rol en el desarrollo sostenible de los sistemas de conocimiento local. Lo más triste es que la necesidad de ahondar en las premisas de Diop ha sido demasiado a menudo rechazada –o al menos retrasada- sin realmente discutirla, en nombre del valor universal del ser humano. Y, sin embargo, el reconocimiento de la diversidad, más allá incluso del método científico o de los consensos jurídicos internacionales, es una necesidad para generar proyectos que impliquen en el sentido renaniano al conjunto de la Humanidad. Y, tal como bien vio Diop, ese reconocimiento no es una mera una decisión política, sino, también, una tarea científica y, por lo tanto, potencialmente utilitaria.


No sé si todo el mundo debería leer a Cheikh Anta Diop: me cuesta hablar de él en términos de obligación. Sí creo que resulta irresponsable prescindir de su lectura –y de su discusión-, en la universidad, en la investigación para el desarrollo, en la escuela… La obra de Diop es una via regia para entender un pasado africano de interacciones complejas, muy lejos de los pulcros estadios de los evolucionistas decimonónicos, que habían expulsado “asépticamente” de la historia al África y a la mayoría de la población mundial. Y esa complejidad africana constituye la fértil tierra sobre la que se pueden construir impensadas –pero estudiables- soluciones adaptativas para las gentes del siglo XXI en adelante, soluciones que se difundan desde el África a todo el planeta. La obra del modernizador Diop, tan atento a la tradición, del físico Diop, tan recordado como historiador, del respetuoso lingüista Diop, tan temerario y sugerente como lexicólogo, continúa siendo una fuente de inspiración sobre las formas y potenciales que puede engendrar tal complejidad. Permitidme cerrar esta invitación a la lectura con un ejemplo diopista de tirabuzón histórico preñado de posibilidades:


¿Se puede imaginar mayor optimismo que convertir el legado de la esclavitud en motivo de esperanza global? ¿Se puede ser más inclusivo? Vero o ben trovato, en el sentido de la “verdad” de los pragmatistas americanos, se trata del material con el que se construye un futuro común de manera rigurosa y participativa a la vez, con el que se construyen los sueños colectivos.



Artículo escrito por Albert Roca, traductor y editor científico, en el marco del Encuentro entre think tanks sobre África Subsahariana: Desafíos para el desarrollo social y económico de África, celebrado en Casa África,  el 14 de diciembre de 2016.

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