Red de Casas del Ministerio de Exteriores

De la horda a la ciudad

Por: Red de Casas

26 jul 2017

Pedro Azara


La muerte inventó la ciudad.

El teórico de las artes de principios del siglo XX, Carl Einstein (1885-1940), emitió una fascinante –aunque errónea, sin duda- teoría acerca de la transición del nomadismo al sedentarismo que culminaría en la invención de la ciudad.

La horda salvaje, las tribus nómadas, vagaban por el fértil territorio del sur de Mesopotamia. Los desplazamientos estaban regidos por el ciclo de las estaciones. El crecimiento y la muerte de las plantas según el tiempo y el espacio (las condiciones geográficas y ambientales), los movimientos de las manadas de animales salvajes (también influidos por la vegetación estacional) determinaban el emplazamiento, siempre temporal, de las tribus, que seguían lo que la naturaleza dictaba. Vivían en consonancia con ella. La tierra no les pertenecía, sino que se deslizaban, sin aferrarse, sobre ella. El espacio estaba constituido por una sucesión de planos y de lugares en los que estacionaban antes de emigrar hacia otro nivel cuando el tiempo lo determinaba, y los alimentos, fieras y frutos, aparecían y desaparecían. La naturaleza les marcaba. La muerte no era un final abrupto sino parte de un ciclo "vital".

Y, de pronto, la visión de la muerte se impuso: la conciencia de ésta y el temor ante ella; también la necesidad "vital" de oponerse a aquélla o de sobreponerse a su manifestación. El hombre se descubrió frágil, mortal -como bien descubrió el legendario rey de la ciudad de Uruk, Gilgamesh, tras fracasar para siempre en la obtención de la planta de la inmortalidad-. Se dio cuenta que la naturaleza le conducía a un final sin retorno. El ciclo terrenal ya no podía regir la vida de los humanos. Tenían que hacer un alto; instalarse permanentemente para librarse del paso del tiempo, considerado ahora inclemente.

La ciudad fue la solución. Su ordenación seguía las trazas del cielo, el curso de los astros, la posición de las constelaciones que anunciaban una vida plena. La planimetría celeste del día de la fundación se vertía sobre la tierra. La ciudad era la petrificación (para la eternidad) de determinadas posiciones siderales. El tiempo se detenía. La regularidad de la trama, la repetición de ubicaciones, disposiciones, plantas, volúmenes y sistemas constructivos que ya no dependían de los caprichos naturales, sino de una lógica cuyos fundamentos no eran de este mundo, se oponía a la constante variedad que el ciclo natural, con el crecimiento, el decaimiento y la extinción de las formas antes de su renacer, causaba. La insistencia en unas pautas, unas formas unos modos de articulación de las mismas, ajenas al devenir, impedía que el tiempo cumpliera su misión. Las caídas eran pronto solventadas. Se construía de nuevo, en el mismo emplazamiento, del mismo modo, unos volúmenes idénticos o aún más alejados de las formas naturales: volúmenes geométricos, cristalinos, impenetrables, como los de los zigurats semejantes a rayos o a gemas talladas, alejados de cualquier concesión, de cualquier empatía con el mundo natural. Los muros, los tejados eran barreras contra el paso del tiempo. Las tumbas repetían la forma y la función de los hogares. La muerte era negada. El hombre quizá caía vencido por el tiempo, mas, al igual que Gilgamesh que, tras asumir su mortal condición, se alegraba al contemplar por última vez, los muros de la ciudad de Uruk que había levantado, su nombre, su presencia viva entre los hombres que recordarían, repetirían el renombre, seguiría a través de su obra arquitectónica.

La ciudad aspiraba al cielo. Pertenecía a los dioses. Pero esa aspiración, ese levantamiento, era un desesperado o lúcido intento de escapar a la muerte, estaba dictado por el miedo a ella, por la presencia temida de ésta.

Pedro Azara es arquitecto y profesor en la la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Barcelona (UPC-ETSAB) y de la American Schools of Oriental Research (ASOR, Chicago). Su artículo se enmarca en el curso de verano "Diplomacia de las ciudades", organizado por la Red de Casas en el mes de julio, en el que participó como conferenciante en las sesiones propuestas por Casa Árabe.

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