José Antonio Hergueta
Que Al Andalus guardara la clave para resolver lo que algunos han dado en llamar, con escasa finura, el “choque de civilizaciones” parecería una tesis algo aventurada, sobre todo por lo simplista. Y es que, con cierta distancia y tiempo, las lecturas de la Historia se simplifican, a veces exageradamente, y períodos como el de Al Ándalus se convierten en mitos compactos que responden, como buenas leyendas, a lo que el lector/espectador espera de ellas.
Aún así, cuando Jacob Bender me propuso lo que hoy es “Los Sabios de Córdoba” (“Out of Cordoba”, en su versión internacional), me sedujo la inspiración que él buscaba –y había creído encontrar-, incluso con la simplificación que desde fuera de España se proyecta a menudo sobre el período andalusí. El nombre de Al Ándalus y la palabra “convivencia”, de difícil traducción, funcionaban como un bálsamo ante la aspereza con que empezaba a tratarse cualquier aproximación entre religiones a partir del 11 de septiembre de 2001, si no antes.
A Bender ese día le pilló en la isla de Manhattan, donde ha residido muchos años. Al principio sorprendido, luego sobrecogido, finalmente espeluznado cuando algunos asistentes a su sinagoga (no sólo los habituales, pues aquella tarde se reunieron allí decenas de personas, no sólo judíos, de forma espontánea, quizá para sentirse recogidos y acompañados) le llegaron a recriminar por su excesiva proximidad y confianza con el mundo árabe. Toda su dedicación al diálogo entre religiones parecía desvanecerse, al menos ante los ojos de quienes optaban por permanecer en el dolor causado por la agresión, a partir del cual se articularon leyes y decisiones políticas muy graves, cuyas consecuencias aún son evidentes. De esa tarde surgió el motor para este proyecto que aún iba a tardar siete años en materializarse.
Frente al desencuentro que desde entonces se ha ido ampliando y que el documental también explora, me llama la atención la fortaleza que tiene lo que llamamos “inspiración”, pese a su aparente simplismo: una palabra, un nombre que ejerce de tótem o de manantial, un potencial para inspirar, en todos los sentidos, empezando por el propio oxígeno de la respiración. En este caso no hay trampa: detrás de Maimóndes y Averroes, de Ram-bam e Ibn Rushd, hay materia para muchas vidas, inspiración para generaciones pues, ni tratando ese contenido de forma superficial o sintética, como a menudo obliga la narrativa cinematográfica que debe ceñir una historia a un siempre escaso metraje, es susceptible de caber en un único documental por muchas aspiraciones que éste tenga.
Viajar por los legados de estos dos sabios cordobeses tanto a través de la geografía como del tiempo es nuestro hilo conductor: “Out of Cordoba”, no sólo nostalgia de lo lejano, o esfuerzo biográfico de dos vidas que resultaron tan paralelas que a menudo asombra, sino como sensación de vitalidad. En el viaje que supone cualquier trabajo documental, tanto en la investigación como en la preparación, rodaje y postproducción, son muchos los descubrimientos y también aprendizajes, por muchos años que lleve uno en este oficio.
En este caso, un motivo familiar se iba repitiendo en cualquier etapa: las ideas, como las personas que las portan, somos a veces eslabones de una cadena, impulsados a rescatarlas, elaborarlas, adaptarlas a nuestras circunstancias y las de ese momento, pero no necesariamente a poseerlas ni siquiera a tomarlas como propias. Y no me refiero sólo a quienes asumimos hacer esta película.
Averroes y Maimónides mamaron de fuentes grecorromanas, Aristóteles parece su referencia más clara, y el hecho de que la mayoría sus libros hubieran desaparecido, o el oscurantismo europeo en aquellos siglos, contribuyeron a que desde la Córdoba califal se hilara la conexión con la Grecia clásica, que volvería a perderse hasta ser recuperadas en otros momentos y lugares. Esto es conocido, sí, pero lo llamativo está en la forma en que esos textos, a veces con cierta sensación de capricho del destino, reaparecían o eran re-descubiertos, de forma parcial o por medio de curiosas traducciones. Que los libros de Averroes volvieran al mundo árabe gracias al entusiasmo de Ernst Renan que impulsó su publicación en Francia, y lo hicieran en traducción desde el francés al árabe, es sólo una muestra de cómo el viaje a través de la Historia está lleno de recovecos y curvas, aparentemente caprichosos, que convierten al “emisario” en una especie de eslabón de una misteriosa cadena.
Hasta la grandeza y brillantez de estos dos sabios, que aún hoy son referencia diaria para creyentes de dos grandes religiones, lectores e investigadores del mundo entero, puede verse dentro de ese “gran juego” en que las ideas fluyen, apareciendo y desapareciendo, sin llegar a pertenecernos. Y sería más bien quien las piensa, elabora y acaba plasmando, el que pertenece a ellas… o a esa gran cadena que nos atraviesa a lo largo de la Historia –si queremos verla, claro, como algo “lineal”.
Por eso, incluso en los momentos de oscuridad, cuando el saber es rechazado en pos de supuestas certezas, a veces dogmas, o la violencia que surge del miedo, es aconsejable confiar en ese fluir, el que hace navegar las ideas, a veces sobre el agua, visibles y triunfantes, y otras sumergidas, en aparente oscuridad. Los incendios que han hecho cenizas a tantas bibliotecas, de Alejandría a Sarajevo, y que tan bien describió Umberto Eco en “El nombre de la rosa”, sin dejar de ser trágicos y mostrar un lado estúpido de nuestra existencia, forman parte de ese ciclo del que nos gustaría salir, pero que inevitablemente vuelve a absorbernos, obligándonos a mirar el siglo en que estamos con la misma humildad que cualquier otro anterior. ¿Hay linealidad y progresión en este viaje llamado Historia?
“Los sabios de Córdoba” ha sido un viaje extraordinario, tanto cuando se planeaba como cuando se realizó y, desde luego, ya terminada. Sigue teniendo mucha vigencia, como se ha visto en la reciente presentación en la Casa Mediterráneo de Alicante. También, claro, por la gravedad de los desencuentros, las bombas, los avances y regresiones en los derechos humanos, las leyes discriminatorias, los prejuicios culturales, religiosos, raciales… La riqueza y variedad de este mundo sigue resultando provocadora para muchos, motivo de escándalo. Y la tentación de homogeneizar, sin disfrutar de la variedad, otra de las tareas pendientes en esto que llamamos cultura y civilización.
Desde que rodamos, muchas cosas han sucedido en los nueve países visitados, también a las personalidades entrevistadas, muchas más de las que se pudieron montar en los 80 minutos que dura el documental. No son pocos los que nos han dejado (Mansur Escudero, Mohamed Arkoun, Abdelwahad Meddeb y María Rosa Menocal, así de memoria) y lugares donde se han vuelto a producir explosiones, atentados y también momentos de brillo como la primavera árabe. La universidad Al-Azhar de El Cairo es uno de ellos, sufrió un incendio años después haber oído al presidente de los Estados Unidos citar la inspiración de la Córdoba del siglo XI ante los desafíos del XXI.
“Los sabios de Córdoba” se ha proyectado en buena parte del planeta, desde la ONU hasta el Parlamento alemán y a menudo junto a los elogios, surgen recelos, ribetes comparativos, en los que a muchos espectadores, críticos, les cuesta ser autocríticos con “los suyos”. Y es curioso porque ésa es la reflexión del último personaje entrevistado: el padre Burrell, en la explanada de las mezquitas de Jerusalén: “ninguna creencia ni cultura lo es de verdad si no es autocrítica”, la única posibilidad de avanzar –ahí sí parece haber linealidad- parte de ese ejercicio de cuestionar, pues así se ensanchan tanto la mente como el cuerpo, al convertirlo en una inspiración.
José Antonio Hergueta es cineasta y productor del documental “Los sabios de Córdoba”, proyectado en Alicante el pasado 8 de junio de 2017, en la sede de Casa Mediterráneo.
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