Federica Palomero
Pissarro ha sido sin lugar a dudas el primer artista judío en obtener un sitio destacado en la historia del arte, como pionero del impresionismo que fue junto
Monet y Renoir. Antes de él hubo en el Siglo XIX algunos artistas judíos que lograron cierto renombre, como es el caso de Moritz Daniel Oppenheim en Alemania y Edouard Moyse en Francia. Sin embargo, su impronta en el contexto artístico de su época fuera del ámbito propiamente judío fue escasa, en nada comparable con la importancia que todavía se le reconoce a Pissarro.
La ascendencia del artista es judía tanto por parte materna (la que según la Ley determina su pertenencia al Pueblo judío), como paterna. Su madre, Rachel Manzano Pomié, era criolla dominicana, sefardita como lo demuestra su apellido Manzano. Pomié es la traducción al francés de manzano: “pommier”, ortografiada al modo “créole”.
El padre de Camille, Frédéric Abraham Gabriel Pissarro, era de origen portugués, del pueblo de Bragança. Según algunas fuentes, su nacimiento en 1802 fue en ese lugar; según otras, en la ciudad francesa de Burdeos, donde la comunidad judía sefardita era numerosa y próspera.
Ahora bien, más allá de estos datos genealógicos, cabe preguntarse cuales eran los lazos entre Abraham Jacob Camille Pissarro y el judaísmo. Su educación escolar fue laica, si bien en el hogar Pissarro-Manzano se seguían las tradiciones judías, aunque al parecer de un modo bastante laxo. De hecho, llama la atención que en la lápida funeraria de la familia Pissarro en el cementerio parisino del Père Lachaise, donde reposan, entre otros familiares, Camille Pissarro y sus padres, no se encuentre ningún símbolo judío. Él mismo profesó desde joven ideas de izquierda, incluso anarquistas, incompatibles con cualquier creencia religiosa. Pero no renegó de sus orígenes, y el apodo de Moisés que le dieron sus compañeros artistas nunca le pesó. Al final de su vida, fue testigo del famoso caso Dreyfus, que hizo surgir a la luz pública el antisemitismo socavado de parte de la sociedad francesa. Él se involucró en el campo de los “Dreyfusards”, defensores de la inocencia del Capitán acusado falsamente de traición. Es difícil saber si lo hizo por solidaridad con el militar -judío como él-, por sus convicciones políticas o por su afán de justicia (tal vez fue por estas tres razones juntas). Lo cierto es que su apoyo a la denuncia del escritor Emile Zola en su artículo “J’accuse”, pidiendo la revisión del juicio, lo colocó definitivamente del lado correcto de la Historia. El precio que pagó entonces fue alto, ya que le valió, además de insultos y amenazas, la ruptura de su larga y estrecha amistad con Edgar Degas, así como con otros artistas que manifestaron entonces un feroz antisemitismo, como Cézanne y Renoir.
Ahora bien, la identidad judía de Pissarro no hace de él un “artista judío”, en el sentido de que Chagall, por ejemplo, es un artista judío, en la medida en que, frecuentemente, tanto su iconografía como su peculiar mundo poético están ligados al judaísmo. Al contrario, en la pintura de Pissarro no se encuentra ningún indicio de su pertenencia hebrea, por lo que su condición de judío no posee ninguna relevancia a la hora de estudiar su obra. No hay ninguna “visión judía del mundo” en el arte de Pissarro.
A los 22 años rompió con su medio familiar burgués y económicamente próspero y viajó a Venezuela con el pintor danés Franz Melbye. Allí produjo dibujos y acuarelas que demuestran su temprano interés por la naturaleza y, particularmente, la vegetación y los efectos de luz y atmosfera. Asimismo, plasmó la vida cotidiana de la gente humilde. En 1856 se radicó en Francia y nunca volvió al Trópico. Su rechazo del lenguaje académico lo llevó a acercarse a Corot, el mayor paisajista de su tiempo, y con él se confortó en su vocación de pintor de la naturaleza. Abandonó la luz artificial del taller y se dedicó a pintar al aire libre, atento a los cambios de clima y de color, al paso de las estaciones, a los reflejos en el agua, en fin, a todo aquello que contribuye a que lo efímero, lo inestable y transitorio haga del paisaje un espectáculo siempre renovado. En 1959 conoció a Claude Monet y juntos, al aclarar la paleta, eliminar el claroscuro, usar pinceladas visibles, fueron creando el Impresionismo.
Pero, como ya lo había demostrado desde joven en su obra “venezolana”, también era muy atento a los seres humanos y, después de Millet, se convirtió en el retratista de la gente humilde del campo, representada en sus quehaceres más cotidianos.
Desde luego, el caso de Camille Pissarro lleva a una reflexión sobre la vigencia del “arte judío” como una categoría sostenible dentro de la historia del arte. Si bien hay artistas judíos que producen un “arte judío”, otros, siendo judíos, no podrían caber en dicha categoría.
Federica Palomero es Historiadora del Arte graduada en la Universidad de Toulouse le Mirail, comisaria-jefe del Museo de Bellas Artes de Caracas y directora del Museo Sefardí de Caracas Morris E. Curiel. Su artículo se enmarca en la conferencia "Camille Pisarro: el olor de la tierra", celebrada el día 9 de octubre de 2017 en el Centro Sefarad-Israel.
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