Red de Casas del Ministerio de Exteriores

Arquitectura de tierra en el sur de Marruecos

Por: Red de Casas

27 dic 2017

Faissal Cherradi Akbil

 

La arquitectura de tierra en Marruecos forma parte de las grandes riquezas culturales de este país debido a su diversidad.

La arquitectura tradicional de Marruecos está en peligro de extinción. Existe un gran número de conjuntos arquitectónicos abandonados, en ruinas, de los cuales una gran parte están construidos en tierra. Visto el estado de degradación actual, y antes de que desaparezca por completo esta arquitectura de tierra, “ruda pero frágil”, debemos estudiar y fijar sus aspectos característicos, intentar comprender y explicar su presencia y  conservación en los valles pre saháricos, con el fin de salvar del olvido esta extraña arquitectura, que constituye un patrimonio excepcional cuya desaparición empobrecería el patrimonio cultural de la humanidad. Nuevas condiciones sociales, psicológicas, y económicas modifican gravemente las formas populares y regionales de la arquitectura. El interés por preservar un patrimonio inestimable debería orientar las medidas de salvaguardia, que resultan urgentes.

Pero no podemos plantear el problema de la salvaguardia de la arquitectura de los oasis del sur de Marruecos sin intentar comprender las verdaderas razones de su estado de degradación actual. Con el cambio importante del orden social antiguo se ha condenado a la desaparición a la sociedad tradicional y su forma de hábitat. Podemos decir que el estado de degradación de la arquitectura de los valles de los oasis es el resultado de la conjunción existente de la persistencia de la sociedad tradicional sobre la cual viene a superponerse una sociedad de economía moderna.

La tradición marca las etapas de la evolución cultural de un grupo. A su favor se acumulan los únicos valores perennes de una cultura que engendra su perfeccionamiento en relación con las condiciones históricas. Para un pueblo, cuenta menos su pasado que su futuro y la tradición que no sea optimista y evolutiva macará el fin de una cultura.

La tradición, para que este viva, debe garantizar una continuidad del pasado al presente y un dinamismo en la evolución. Para que no mueran, las civilizaciones se adaptan y evolucionan. El conformismo conservador tiende a fijar la tradición y a inmovilizar la historia y la vida, teniendo a menudo tendencia, en arquitectura especialmente, a considerar como tradicional solamente los vestigios del pasado, cuando a veces no son más que los pastiches de estos vestigios.

Las formas de concentración y de establecimiento humano, bien adaptado a su medio físico y humano, pero inadaptado a algunas de las funciones urbanas modernas como la  circulación mecánica, se altera rápidamente y degenera si no le planteamos nuevas reformas y ordenaciones con vistas a rejuvenecerlas y actualizarlas.

Desgraciadamente, la arquitectura que está en gestación en los oasis es una arquitectura que utiliza nuevos materiales sin ningún tipo de reflexión, solamente porque es un símbolo de prosperidad, y por una falta de voluntad política consciente y sensible a la idea del interés de la preservación del patrimonio como recurso económico y social para un desarrollo sostenible local. Todo ello a pesar del esfuerzo realizado por el gobierno de Marruecos con la creación del CERKAS (centro de rehabilitación del patrimonio arquitectónico del sur de Marruecos), situado en la ciudad de Ouarzazate y que se propuso como objetivos el censo, la protección, la conservación, la restauración y la rehabilitación de la arquitectura del sur. Después de una decena de años de vida, se han llevado a cabo importantes proyectos, por citar algunos: la restauración y la rehabilitación de la kasba de Taourirt, sede del centro, la restauración del Ksar de Ait Ben Haddou, los trabajos realizados en el Ksar de Tamnougalt en cooperación con instituciones españolas, la restauración de numerosos graneros colectivos, etc...

 

Faissal Cherradi Akbil es encargado de proyectos y consejero del Ministro de Cultura y Comunicación del Reino de Marruecos. Su artículo se enmarca en la conferencia “La arquitectura de tierra en Marruecos. La preservación de un rico patrimonio” y la exposición “M´hamid, el último oasis del Valle del Drâa” celebradas el pasado mes de octubre en la sede de Casa Árabe en Madrid.

Ideas chinas y ascenso global

Por: Red de Casas

20 dic 2017

Manuel Montobbio


Vivimos desde siempre, desde Platón, instalados en la polis como unidad política referencial. Una polis – sea ésta la ciudad Estado de la Grecia clásica o el Estado contemporáneo – que presupone otras polis y la consecuente diferenciación entre política interior y exterior, la existencia del sistema internacional como necesario corolario y complemento. Y sin embargo podríamos desde siempre haber vivido, en lugar de en ésta, en la Tianxia que Confucio, Mencio, Mozi, Xunzi o Huanfeizi concibieron en las obras que conforman la Filosofía política clásica china como la unidad de gobierno natural de los seres humanos. Tianxia: todo bajo el cielo, seres que bajo él habitamos. Y habría sido en consecuencia la labor y reto del pensamiento y la acción política la de superar los gobiernos o unidades políticas territoriales para desde ellas construir o contribuir al gobierno de todo bajo el cielo. Y el orden natural de las cosas fuera la existencia de un Gobierno mundial junto y sobre los gobiernos territoriales.


Vivimos una era de cambio y un cambio de era determinado por la conformación de China como potencia global y su centralidad en el sistema internacional, que plantea la cuestión de si dicha emergencia y transformación va a conllevar simplemente un cambio de la estructura, distribución y equilibrios de poder en el sistema internacional existente, o una reconfiguración del mismo y de las ideas y paradigmas en que se sustenta. En ese contexto y con esa potencial trascendencia está teniendo lugar en China un proceso de búsqueda y propuesta para la reformulación de la Teoría de las Relaciones Internacionales, que recurre a la obra de las grandes figuras de la Filosofía política china anterior a la unificación Qin y a Las estratagemas de los reinos combatientes para extraer conceptos útiles para la formulación o reformulación de la Teoría de las Relaciones Internacionales, desarrollada, en función de su relación con la Teoría de las Relaciones Internacionales elaborada en Occidente, en los enfoques anverso, reverso e interactivo, que recurren respectivamente a un sistema conceptual chino, a ésta o a un diálogo intercultural que aplica simultáneamente marcos conceptuales autóctonos y extranjeros; y que cuentan respectivamente con las figuras y teorías referenciales de Zhao Tingyang y su teoría del sistema de la Tianxia, Yan Xuetong y su obra Ancient Chinese Thought, Modern Chinese Power y Qin Yaqin y su teoría de la relacionalidad. Que recurre, en definitiva, al introducir el pensamiento basado en la Tianxia para reconfigurar una Teoría de las Relaciones internacionales basada en el paradigma de la Polis.

Tras proceder a su análisis en mi libro Ideas chinas. El ascenso global de China y la Teoría de las Relaciones Internacionales, continúa éste su itinerario analítico abordando el del debate sobre la Política Exterior de China y el del ascenso global de China, acometiendo una reflexión sobre su cultura estratégica, y el de la dimensión interior del debate exterior y sus implicaciones para la evolución internacional de China; así como el del paso de los “valores asiáticos” a las ideas asiáticas y sus aportaciones a la gobernanza global, en una aproximación a partir de la obra de Kishore Mahbubani, y la relación entre realización de las ideas y proyección internacional, a partir del caso de Singapur. Y concluye con una aproximación a los intentos occidentales de comprensión del pensamiento chino y de su integración en propuestas sintéticas para la gobernanza global, así como al reto de Estados Unidos ante la maldición de Tucídides; y con unas reflexiones sobre los retos para la Unión Europea y para España y unas consideraciones sobre el ascenso global de China, la superación del etnocentrismo y el futuro de la Teoría de las Relaciones Internacionales y sobre China como nuevo actor principal.

Un recorrido del que se desprenden, entre otras, algunas tesis que quisiera compartir. Como que el ascenso global de China tiene una dimensión económica y geopolítica, mas también cultural y paradigmática, implica el reto de construcción entre todos de la universalidad de todos y una Teoría de las Relaciones Internacionales compartida para un mundo compartido. Implica, frente al esquema centro-periferia en que hemos vivido, la asunción de un mundo policéntrico además de multipolar.


Igualmente, sostiene la “maldición de Tucídides” que todo ascenso de una nueva potencia hegemónica conlleva una confrontación de la que resulta una redefinición del orden internacional. ¿Será el caso del ascenso global de China? Quienes aportan desde ella ideas para la reformulación de la Teoría de las Relaciones Internacionales nos dicen que la maldición de Tucídides puede cumplirse si pensamos como Tucídides, si pensamos en términos de tesis-antítesis-síntesis; mientras en la tradición china convive el yin con el yang, pueden coexistir co-tesis que conviven e interactúan armónicamente, y eventualmente se trascienden en una universalidad o paradigma superior.


Si tras la caída del muro de Berlín, frente al fin de la Historia de Fukuyama y la afirmación de la universalidad de las ideas occidentales de economía de mercado y democracia, Lee Kwuan Yew proclamó los “valores asiáticos”, asistimos hoy, especialmente desde la crisis global de 2008, a la instalación definitiva de las ideas asiáticas en el debate global. La obra del teatro del mundo cuenta con un nuevo actor principal, y se llama China. Saber qué piensa sobre el mundo, desde qué paradigmas y con qué ideas lo analiza y explica, cómo, en qué y por qué responden éstas a su rica tradición cultural y civilizacional… resulta hoy necesario para comprender el mundo. Compartirlas y con ellas dialogar desde las nuestras, participar en la conversación global para la gobernanza global, construir en común el mundo común. Ideas chinas responde al propósito de darlas a conocer, y contribuir a esa conversación.

 

Manuel Montobbio es diplomático, escritor y doctor en Ciencias Políticas, además de autor de "Ideas chinas. El ascenso global de China y la Teoría de las Relaciones Internacionales" (Barcelona, Icaria-RI Elcano, 2017). Su obra fue presentada el pasado mes de abril en la sede de Casa Asia en Barcelona. 

María Condor

Se cumplen cien años de dos acontecimientos fundamentales en el proceso histórico que condujo a la proclamación del Estado de Israel en 1948, cuyo 70 aniversario celebraremos dentro de pocos meses. Por una parte, la Declaración Balfour, hecha pública en noviembre de aquel año por el Gobierno británico, muestra por primera vez la voluntad de una gran potencia de fundar lo que se expresa como “un hogar nacional judío en Palestina”. Por otra, el 11 de diciembre, durante la última etapa de la I Guerra Mundial en Oriente Medio, el ejército británico, bajo el mando del general Allenby, entra en Jerusalén –“el momento supremo de la guerra”, en palabras de Lawrence de Arabia- y poco después pone fin a cuatro siglos de dominio otomano. 

         Pero no se trata solamente del principio de un camino sino también de la cristalización de un anhelo largamente sentido por el pueblo judío, convertido además en necesidad histórica por la escalada del antisemitismo con los pogroms de Rusia desde 1881 –al culparse a los judíos del asesinato del zar Alejandro II-, que impulsan la inmigración. El apasionante relato de los antecedentes de ambos hechos es imprescindible para entender que las raíces de estas reivindicaciones son muy anteriores a la Shoá, el Holocausto nazi, que suele considerarse como motor principal del reconocimiento de los derechos del pueblo judío. 

         La Gran Guerra y la inminente caída del corrupto Imperio otomano suponen una oportunidad para los pueblos sometidos. Paralelamente, las grandes potencias hacen sus cálculos, a pesar de las advertencias del presidente americano Wilson y sin tener en cuenta a los habitantes árabes. Gran Bretaña, ante la creciente importancia de Palestina y todo Oriente Medio en su estrategia –dominada por la seguridad del Canal de Suez- y la necesidad de contar con el apoyo de las poblaciones sobre el terreno, acaba atrapada en una maraña de promesas, negociaciones, acuerdos más o menos secretos y compromisos con árabes y judíos, con Francia y Estados Unidos, es decir, con intereses difíciles de conciliar. En 1915, la correspondencia Husein-McMahon ofrece al sharif del Hijaz la garantía británica de reconocer una extensa región de gobierno árabe independiente; en 1916, el acuerdo Sykes-Picot, pacto secreto anglofrancés, revive los viejos hábitos del colonialismo decimonónico y reparte los “despojos” del poder turco en sus respectivas zonas de control directo y de influencia, dejando Palestina bajo administración internacional en razón de la presencia de los Santos Lugares. La Declaración Balfour, pues, surge en un contexto complejo y ambiguo, pero no es un capítulo más en esta conflictiva historia, puesto que la civilización europea no había sido capaz, ni siquiera con las expectativas despertadas por la Revolución Francesa, de resolver el problema del antisemitismo, en lo esencial un problema europeo; es más, la emancipación tiene como reacción un recrudecimiento del antisemitismo –a lo que coadyuvan los nuevos argumentos pseudocientíficos sobre la “raza”-, lo que obliga a muchos judíos, incluyendo a los que desde la Haskalá o Ilustración judía habían optado por la asimilación en sus respectivos países, a buscar un refugio.

         El sionismo es la respuesta a esta injusticia histórica; tras los viejos planteamientos de raíz religiosa, a finales del siglo XIX se formula el sionismo político: Theodor Herzl, horrorizado por el caso Dreyfus, que dividió Francia, juzga imposible una verdadera integración. Organiza el I Congreso Sionista Mundial, reunido en Basilea en 1897, y dice en su Diario que en 50 años el mundo verá el Estado de Israel: ¡se equivocó por muy poco! Con todo, ni en su época ni en la de Balfour es obvio para todos los judíos que la solución sea el retorno a Eretz Israel, la Tierra de Israel, ni la creación de un Estado-nación, una forma entre tantas posibles pero que históricamente ha predominado y en el mundo moderno resulta ineludible para proteger los derechos humanos, civiles y políticos.

         La Declaración Balfour debió su nacimiento principalmente a la labor infatigable de Chaim Weizmann, destacado dirigente sionista residente en Londres y luego primer presidente de Israel, y a la circunstancia de que en 1916 ocupara la jefatura del Gobierno británico un hombre extraordinario por múltiples motivos: Lloyd George, que nombra ministro de Asuntos Exteriores a Arthur James Balfour. El documento, de reivindicaciones aún modestas, lleva fecha de 2 de noviembre y reviste la forma de una carta (de 67 palabras) del ministro a Lionel Walter Rothschild, científico y parlamentario, miembro de la rama inglesa de la célebre familia alemana de banqueros y líder de los judíos británicos. Será refrendada por la Liga de Naciones y en 1920 incorporada al Mandato británico en Palestina en la Conferencia de San Remo.

         Dijo Ben Gurión en 1939, en el umbral de la segunda contienda mundial, que la primera “trajo la Declaración Balfour; ahora hay que lograr el Estado judío”. El documento cuyo centenario conmemoramos tuvo también un lugar en su discurso del 14 de mayo de 1948, fecha de la proclamación en Tel-Aviv del Estado de Israel. Es palmaria la significación de este gran primer paso de un proceso histórico que une dos hitos de la epopeya que es la historia del pueblo judío, cuya civilización –en la que destaca la veneración por la palabra escrita- tanto ha enriquecido a la humanidad.

 

María Cóndor es doctora en Historia, licenciada en Filología y en Derecho. Su artículo se enmarca en la conferencia acerca de la Declaración Balfour y el camino hacia el Estado de Israel que ofrecerá en Centro Sefarad-Israel el 18 de diciembre.

Janucá: cuando los judíos salen a la calle

Por: Red de Casas

06 dic 2017

Jorge Rozemblum

 

A pesar de la “desconexión” con lo judío que supuso para España la expulsión en 1492, hay una fiesta del calendario hebreo que ha trascendido mundialmente gracias a la abundante filmografía hollywoodense sobre la época navideña. Y es que la “Hanukkah” que muestran es la misma Janucá de la que hablamos aquí. Pese a su visibilidad mediática no es, no obstante, la celebración más importante: ni siquiera tiene una referencia bíblica (como Pésaj, la pascua de la salida de Egipto), sino que surge de la tradición, eso sí: basada en un relato histórico que aparece reflejado en los libros de Macabeos (que son canónicos del Antiguo Testamento cristiano, pero que no forman parte de la biblia judía o Tanáj).

La fecha señalada rememora un “milagro” acaecido hace más de dos mil años y que cuenta la implacable resistencia de un pueblo a perder sus señas de identidad y desaparecer tras siglos de sometimiento. En efecto, el pueblo judío y la tierra de Israel estuvieron bajo el yugo de imperios vecinos desde el siglo VII AEC, cuando Jerusalén fue saqueada por Babilonia, su Templo de Salomón destruido y sus élites secuestradas y exiliadas, hasta el alzamiento de los Macabeos contra la profanación pagana del Segundo Templo a manos de los seléucidas helenos, herederos de la expansión macedonia dirigida por Alejandro.

Es una fiesta singular ya que, entre otras cosas, aun celebrándose durante ocho días (como las jornadas que la exigua reserva de aceite purificado mantuvo encendido el candelabro, hasta que se logró reponer), todos son laborables, quizás indicando que la conservación de la identidad no debería destacarse como un hecho memorable, sino como un acto natural e instintivo de supervivencia. Pero, a pesar de que la heroicidad de la estirpe de Matatías que protagoniza los sucesos no mereciera su inclusión en el Libro más sagrado, sí lo hace la tradición, a la que seguramente refuerza el solsticio de invierno, cuya significación celebramos justamente como Fiesta de las Luces cuando el sol parece abandonarnos. Como inauguración o apertura (que es lo que la palabra janucá significa en hebreo) cuando el destino parece cerrarse ante nosotros. Como ruptura de las leyes naturales (milagro) frente a un poder que intenta confundirse con la voluntad divina.

Poco duró en términos de la milenaria historia judía la nueva independencia conseguida, apenas un siglo hasta la llegada del nuevo conquistador romano. Sin embargo, su recuerdo ha logrado que el pueblo de Israel conservara la memoria de lo sucedido, incluyendo en sus plegarias la alusión a los milagros de los que fueron testigos nuestros antepasados “entonces y en nuestros tiempos”, como reza la bendición específica de estos días. Porque el propio idioma hebreo designa a esta festividad con una palabra que tiene la misma raíz que educación (jinúj), enseñándonos que ésta no es más que la inauguración, la apertura o el estreno de nuevos pensamientos, de devolución del propio rostro que las influencias imperiales (hoy diríamos, globalizantes) han desfigurado y distorsionado adorando a ídolos de barro a los que ofrecemos en sacrificio nuestro propio ser.

Como toda fecha señalada en el calendario hebreo, el tiempo la ha dotado de rituales: el más visible de todos es el encendido durante cada una de sus vísperas de una vela añadida al candelabro de ocho brazos, o januquiá. Y, tal como indica el Talmúd (la recopilación de las tradiciones religiosas orales en los primeros siglos de nuestra era), es tiempo de enarbolar y proclamar a los vientos nuestra libertad, reconquistar las calles y la alegría de vivir como mejor escudo ante los que pretenden borrar lo que somos y fuimos, e instaurar la oscuridad. Esta intención de hacerla pública y notoria, con luces encendidas fuera de la puerta del hogar o en la ventana más cercana a la calle, es justamente el elemento que justifica que sea reconocida en toda ciudad donde more una comunidad judía, como sucede en los últimos años incluso en varias ciudades de nuestro país.

Es un festejo que, según la ley judía no obstante, no tiene el halo de santidad de un simple shabat (el descanso sabático): quienes lo observan trabajan normalmente, y no existe motivo religioso para que las escuelas cierren, aunque sí lo hacen en Israel desde el segundo día de la festividad y hasta su finalización. Es costumbre reunirse con familiares o amigos para el encendido de la januquiá e intercambiar presentes. En algunas comunidades, como las originarias del este de Europa (ashkenazíes) los niños suelen jugar con una peonza especial de cuatro caras (llamada dredl en ídish o sevivón en hebreo). También hay una profusa gastronomía basada en el elemento protagonista del milagro: el aceite; generalmente bollería frita de patata (látkes) o sufganiót, especie de dónuts rellenos de mermelada.

Janucá es una invitación a reinaugurarnos, a encontrar las fuerzas para seguir ostentando lo que somos en un mundo de disfraces y poses estudiadas; a confiar en que algo mantendrá encendida nuestra luz interior aún en la peor de las tinieblas.

 

Jorge Rozemblum es músico y director de Radiosefarad.com. Su artículo se enmarca en el evento “Milagro antes de Janucá”, que se celebra en Centro Sefarad-Israel el 7 de diciembre de 2017.

Sobre el blog

La Red de Casas es un instrumento de la diplomacia pública española, compuesto por Casa África, Casa de América, Casa Árabe, Casa Asia, Casa del Mediterráneo y Centro Sefarad-Israel. Su finalidad es fortalecer la cooperación política y económica, el diálogo intercultural, el mutuo conocimiento y los lazos de España con los distintos ámbitos geográficos en los que actúan. Este blog dará voz a las personalidades políticas, institucionales, sociales y culturales que participan en las actividades de las Casas y servirá para invitar a las actividades que se organizan. Web: www.reddecasas.es Twitter: @ReddeCasas.

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal