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Sobre el blog

Este es un blog sobre economía pública, sobre gastos e impuestos, sobre descentralización y reforma fiscal. Si pensar en todo lo anterior es siempre importante, lo es más cuando los ajustes aprietan hasta ahogar y cuadrar números se convierte en obsesión. Comparto la opinión de que mirando las cuentas de la res publica se descubre mucho sobre la Sociedad que las soporta y disfruta.

Sobre el autor

Santiago Lago Peña

Santiago Lago Peñas es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo. Director ejecutivo del grupo de investigación GEN, codirector de RIFDE y director del Foro Económico de Galicia. Columnista de Faro de Vigo y El País y colaborador de Cadena SER. Editor asociado de la revista Hacienda Pública Española/Review of Public Economics.

El anuncio de reforma del actual sistema de financiación autonómica de régiimen común no debería sorprendernos. Más allá de que con ello se intenta canalizar la "algarabía" catalana, existen razones objetivas y sólidas para negociar una reforma que entre en vigor en 2014:

1.Desde el principio, la financiación autonómica se ha regido por acuerdos quinquenales. Solo el gobierno de Aznar intentó la quimera de hacer un sistema per secula seculorum. El sistema vigente cubre el quinquenio 2009-2013. Es razonable que el año que viene se apruebe un nuevo modelo.

2.El actual sistema es mejor que el anterior, pero no está exento de problemas y deficiencias. En el anexo reproduzco un análisis que hice pocos meses después de su aprobación. En general, no ha cambiado mi evaluación. 

 

ANEXO: La agenda pendiente (Extractado del informe sobre Federalismo Fiscal en España 2009 editado por el Institut d'Economía de Barcelona bajo la dirección de Núria Bosch y Albert Solé]  

 

Luces sólo de intensidad media en algunos casos y sombras que permanecen convierten la reforma del sistema en una nueva estación de paso, y no de fin de trayecto. De forma inevitable, debemos empezar a pensar ya en la próxima ventana de oportunidad. Afortunadamente en este sentido, hemos vuelto al enfoque quinquenal de la duración del modelo. En lo que sigue sugiero algunos aspectos en los que creo que deberíamos seguir trabajando.

No parece razonable darle tanta importancia a las necesidades relativas de gasto en la escala regional y no dedicar más tiempo y recursos a estimarlas mejor. Entre los países federales, sólo Australia muestra una preocupación por las diferencias interterritoriales en las necesidades de gasto similar a España. Pero en Australia se cuenta con un organismo independiente de evaluación que permite una corrección bien fundamentada de esos diferenciales. El informe de la Comisión de Expertos (2008) recomendaba la creación de una Oficina de Análisis Económico-Territorial vinculada al Senado, que podría asumir esta labor en el actual marco jurídico-institucional española .

Se debería proseguir en la reducción de las desigualdades en financiación por habitante ajustado. Es verdad que la actualización anual de las necesidades de gasto puede ayudar en este sentido. Pero no será suficiente. Sería muy positivo que las CCAA. con financiaciones por habitante ajustado más elevadas canalizasen sus esfuerzos no es defender el inequitativo statu quo, sino en dar argumentos, si es que existen, para justificar en el terreno de las mayores necesidades de gasto per cápita relativas su mejor financiación per cápita. En otras palabras, rebajar su financiación por habitante ajustado sin rebajar su financiación por habitante.

El cómputo en las recaudaciones normativas de los tributos gestionados directamente por las CC.AA. es manifiestamente mejorable. La experiencia de otros países federales con diferencias significativas en el uso de la capacidad normativa, pero que consiguen aproximaciones razonables al potencial fiscal (Canadá) deberían servirnos de ejemplo. Además, el problema se simplifica notablemente en España porque estamos hablando de pocas figuras tributarias. Sin duda, la cosa se complicaría si optásemos también por nivelar las diferencias en capacidad fiscal en los tributos propios, si estos pasasen a ser cuantitativamente relevantes, dada su heterogeneidad. En todo caso, y puesto que el principal espacio de expansión para nuevos tributos se encuentra en la tributación verde, la definición por el Ministerio de Economía y Hacienda en colaboración con las CC.AA. de “figuras tipo” (fundamentalmente en lo que se refiere a las bases imponibles) podría no sólo dar mayor seguridad jurídica a las CC.AA. en sus actuaciones, sino también facilitar el cómputo de las recaudaciones normativas de estos tributos en un futuro.

A mi juicio, la reforma no ha servido para endurecer la restricción presupuestaria de los gobiernos regionales; empezando por el propio efecto sobre las expectativas de los gobiernos regionales sobre la probabilidad de que en el futuro (¿cuándo en 5 años se revise el sistema? ¿cuándo se convoque una nueva Conferencia de Presidentes en la que se aborden asuntos con implicaciones financieras cuantitativamente relevantes?) puedan obtener recursos adicionales a coste político cero. Sin una mayor dureza en la restricción presupuestaria va a ser muy difícil que los gobiernos usen su capacidad normativa al alza para obtener más ingresos para financiar sus servicios, y para buscar de forma activa y descentralizada el equilibrio eficiente entre demanda de servicios públicos y esfuerzo fiscal de los contribuyentes. En cuanto a los avances en la descentralización de la capacidad normativa, existen varios frentes abiertos (Lago Peñas, 2009). En el ámbito de la tributación verde, el gobierno central debería colaborar con las CC.AA. en la definición de figuras marco que diesen cierta seguridad jurídica a los responsables autonómicos. Los impuestos sobre residuos sólidos y la contaminación del agua son opciones particularmente atractivas, pero no agotan el abanico de posibilidades con justificación en la escala autonómica.

En cuanto a la cesión de mayor capacidad normativa en este el IVA y los impuestos especiales, hay que reconocer que es una estrategia no exenta de dificultades notables, sobre todo en el corto plazo y debido a las reglas comunitarias de armonización. La posibilidad de que de forma colegiada las CCAA decidan incrementar los tipos en el IVA y los impuestos especiales tiene su interés como instrumento para endurecer la restricción presupuestaria, al menos en lo que se refiere a las demandas continuas de recursos a la administración central. Además, esta solución no plantea conflictos con las reglas de armonización comunitarias. No obstante, no proporciona autonomía individual. Para ello, en el caso del IVA habría que optar por soluciones técnicas diferentes; soluciones que existen hoy y que serían aplicables asumiendo un incremento en los costes de gestión, cumplimiento y control. Difícilmente el acuerdo podía avanzar más que lo que en él se dice. Probablemente sea en la intensidad de las prometidas negociaciones con la Comisión Europea donde sea posible ser más exigentes. Por otro lado, no parece recomendable caminar hacia el establecimiento de un nuevo impuesto minorista sobre consumo de alcohol, por las dificultades de aplicación práctica. La imposición minorista sobre el tabaco no plantearía estos problemas, pero la obligatoriedad de utilizar el precio máximo en territorio nacional después de impuestos a la hora de fijar el impuesto especial armonizado cuestiona la oportunidad de dar competencias individualizadas en este ámbito. Finalmente, y aunque hay que reconocer como positivos los avances en el ámbito del IRPF, creo que podría tener ventajas en términos de visibilidad y responsabilidad fiscal, la coexistencia de dos impuestos sobre la renta genuinos, uno a escala estatal y otro a escala autonómica.

Desde luego, el modelo no ha ganado en simplicidad y visibilidad para los ciudadanos. La aparición de tres nuevos fondos (el FG y los fondos de competitividad), con metodologías de cálculo y dinámicas variadas explican en buena medida este resultado. Tampoco ayuda la estructura del texto del acuerdo ni la renuencia del gobierno central a hablar de cifras; en un contexto en que todos y cada uno de los gobiernos regionales sí lo han hecho, sin preocuparse de la consistencia global de los números. No parece que exista una solución a corto plazo, pero sí deberíamos reflexionar para hacerlo mejor en futuras reformas. Finalmente, un mecanismo que ha quedado al margen de la negociación, pero que es un complemento muy importante del sistema de financiación autonómica, es el Fondo de Compensación interterritorial (FCI). A mi juicio, a corto plazo, antes de que acabe el quinquenio para el que se establece el nuevo modelo, debería negociarse una reforma del FCI, con varios objetivos. En primer lugar, incrementar de forma sustancial el volumen global de recursos. En los primeros años noventa, la política regional española se adaptó a la europea. Se homogeneizaron criterios de actuación –como la restricción de la percepción del FCI por las regiones Objetivo 1 para la política comunitaria- y, en gran medida, se le otorgó un papel secundario respecto a la política regional europea. Un buen ejemplo de ello es la práctica congelación de la dotación global del FCI desde mediados de los años noventa. La política regional española lleva muchos años como secundaria de la europea. Ha llegado el momento de empezar a cambiar los papeles y para ello es preciso reforzar financieramente el instrumento. Según los datos recopilados por el Instituto de Estudios Fiscales , el FCI suponía en 1991 un 2.48% del total de financiación de las CCAA de régimen común; un 1.68% en 1996; un 1.11% en 2001; y sólo un 0.91% en 2004. Probablemente en 2009 la cifra se situará por debajo en 0.7%, lo que supone tres veces menos que en 1991 y casi la mitad que la cifra de 2001. Por otro lado, su cuantía ha ido perdiendo peso progresivo en el conjunto de inversiones regionales del Estado, que se han ido canalizando cada vez en mayor proporción a través de operaciones presupuestarias y extrapresupuestarias de entes, empresas y fundaciones más allá de las incluidas en los PGE.

Finalmente, no hay que olvidar la decreciente relevancia cuantitativa de los fondos europeos. Por ejemplo, para Galicia en el actual marco 2007-2013 las ayudas europeas supondrán alrededor del 4% del presupuesto autonómico, cuando en el período anterior se superó ampliamente el 6%. En 2006 la financiación europea supuso el 5.86% del presupuesto de ingresos de la Xunta. En 2009, se sitúa alrededor del 4%. En segundo lugar, es fundamental concentrar los esfuerzos en las CCAA con menores niveles de desarrollo. En tercer lugar, habría que caminar hacia marcos plurianuales de financiación. En la actualidad la volatilidad del FCI es enorme, como consecuencia de la fijación de la masa global de recursos en función de una inversión estatal que fluctúa y, sobre todo, por las actualizaciones anuales en las variables de reparto. Sería bueno fijar una masa global en el año base y tasas de crecimiento más o menos estables referenciadas al PIB nominal español durante un período mínimo de cuatro años, a fin de facilitar la planificación de las inversiones. En cuarto lugar, las CC.AA. receptoras deberían asumir la extensión de algunas prácticas asentadas en el caso de los fondos europeos: reserva de eficacia; reforzamiento de la eligibilidad, seguimiento de gestión y evaluación de los proyectos; y marco de planificación plurianual. En quinto lugar, debería obviarse el recálculo anual del reparto del FCI. Como se ha indicado, introduce incertidumbre e inestabilidad. Al mismo tiempo, las variables y ponderaciones actuales de reparto en el año base deberían revisarse. En particular, debería sustituirse el saldo migratorio por la evolución en el pasado reciente (supongamos los últimos 10 años) con datos disponibles de la participación poblacional de cada CCAA sobre el total, un concepto más amplio y que captura mejor los problemas demográficos asociados al desarrollo económico. La idea es que desarrollo económico exige mejorar en renta per cápita sin perder población. Por el contrario, los saldos migratorios no capturan bien las diferencias en las dinámicas demográficas y socieconómicas de los diferentes territorios.

Seamos prudentes

Por: | 13 de septiembre de 2012

Como contaba en el siguiente vídeo de hace unos meses, correspondiente a una conferencia patrocinada por el IVIE y la Fundación BBVA

 

 

las CC.AA. tienden a concentrar su déficit en el último trimestre del año (el 40% en 2010, por ejemplo). Y no debemos olvidarnos del espectáculo de las correcciones ex-post como la de Madrid hace unos meses sobre el ejercicio 2011. Por tanto, mejor no echar las campanas al vuelo todavía. 

Apretando a las autonomías

Por: | 11 de septiembre de 2012

Para conseguir que las Comunidades Autónomas (CCAA) participen y cumplan en la hoy difícil tarea de la estabilidad presupuestaria existen dos posibles rutas. La primera de ellas es la que se desprende de una perspectiva federal de las relaciones intergubernamentales y que se concreta en recomendaciones como una mayor autonomía y responsabilidad fiscal para las CCAA, más lealtad y compromiso con los acuerdos, más diálogo, negociación y pacto en los objetivos. La segunda va justo en el sentido contrario: centralizar el diseño, ejecución, vigilancia y control de esa estabilidad; fijar objetivos unilateralmente; amenazar con sanciones que pueden llegar a la suspensión del autogobierno regulada en el artículo 155 de la Constitución. El Gobierno central se ha decantado por el segundo camino, sin que parezca importarle mucho perder por ello el apoyo del principal partido de la oposición y sin ocultar su enfoque partidista. Francamente, me parecen una aberración en las formas y en el fondo las reuniones con los responsables políticos de las comunidades que gobierna el PP el día antes de la celebración de cada Consejo de Política Fiscal y Financiera.

¿Por qué ha optado por este camino? Una hipótesis es que la ideología de sus votantes y los propios cuadros del PP no sea avanzar más en la descentralización, sino más bien centralizar, y lo que hace el Gobierno central es reflejar esa preferencia. Los estudios demoscópicos muestran reiteradamente esa relación inversa entre apoyo al PP y grado de descentralización deseado. Lo que está haciendo la presidenta Cospedal en Castilla La-Mancha avala esta interpretación.

Una segunda hipótesis es que el Ejecutivo central no se fía de las CCAA. No faltan razones para esa desconfianza. Son varias las CCAA que han sido desleales con el Gobierno central en el pasado, incumpliendo ampliamente lo pactado y ocultando el incumplimiento. El caso paradigmático es la desviación de la Comunidad de Madrid en 2011, confesada meses después de haberse cerrado el ejercicio y tras haberse erigido en paladines de la austeridad y ejemplo de cumplimiento.

La tercera hipótesis es que lo que hace el Gobierno central es replicar lo que hace Bruselas con él. Porque siente que es lo justo y porque es lo que más le gusta a las autoridades comunitarias (y alemanas).

Existen motivos para pensar que el nuevo gobierno y la nueva legislación van a ser eficaces en el proceso de consolidación fiscal. El Ministerio de Hacienda está manteniendo una posición firme en el Consejo de Política Fiscal y Financiera y en sus declaraciones públicas; ha amonestado ya a más de la mitad de las CCAA de régimen común; y ha aprovechado el desarrollo normativo del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) para dar una nueva vuelta de tuerca al control sobre las haciendas autonómicas. Porque, sin duda, el FLA anticipa la aplicación de recortes de gastos y subidas de impuestos bajo la cercana tutela de la Administración central, amplía las obligaciones informativas referidas a la gestión presupuestaria, y contempla el aterrizaje de misiones de control con plenos poderes para revisar la gestión en las Comunidades Autónomas en una fase más temprana que en el caso de comunidades con plan de ajuste pero que no recurrran al FLA. Diga lo que diga la Generalitat, la legislación vigente hace que los llamados rescates financieros a las CCAA supongan una cesión importante de soberanía financiera.

Sin duda, lo que ocurra en lo que resta de 2012 será determinante en la credibilidad de la nueva legislación. Dentro de unos meses sabremos si el grado de eficacia en el control compensa lo que se ha perdido (o no se ha ganado) en otros frentes importantes de un Estado descentralizado.

FUSIÓN DE MUNICIPIOS YA

Por: | 09 de septiembre de 2012

Como en la vida, en la gestión pública suele ser buena idea reflexionar antes de actuar. Los libros blancos, los programas, los documentos estratégicos, los informes de todo tipo deben informar y ayudar a quien debe tomar decisiones públicas, que en la mayor parte de los casos son decisiones políticas que deben conciliar intereses distintos u opuestos, y que generan ganadores y perdedores.

La reorganización de la estructura institucional en España es un buen ejemplo. Existe un amplio consenso sobre las disfuncionalidades diversas que genera la superposición de las autonomías de corte federal con las diputaciones propias de un estado unitario. Y es evidente que la movilidad de las personas y la distribución de la población en el espacio nada tienen que ver con la del siglo XIX.

Centrémonos en los municipios. La cooperación intermunicipal es siempre deseable y necesaria. Incluso para los municipios más grandes con los que forman su primera o sucesivas coronas (las áreas metropolitanas) Pero la cooperación tiene algunos problemas serios. Primero, es compleja y genera “costes de transacción”. Ponerse de acuerdo no siempre es fácil, hay que hablar mucho y negociar. Para un ayuntamiento muy pequeño, de menos de dos mil habitantes por ejemplo, la cooperación acaba siendo necesaria para casi todo, si se quieren hacer las cosas bien. En segundo lugar, la cooperación puede generar problemas porque se difumina la responsabilidad y acaban apareciendo espacios de decisión fuera del control político.

La fusión es mejor en ambos frentes. Al fusionarse con otro u otros municipios próximos y de tamaño y problemática similar, se acceden a economías de escala que permiten hacer más, más barato y mejor. Incluso el control político mejora, porque las agrupaciones locales cuentan con más medios y la información fluye con más rigor.

Las alternativas inmediatas a la fusión padecen de problemas en parte similares a los de la cooperación. La privatización de servicios genera descontrol sobre los servicios. En la práctica ocurre que los municipios que privatizan servicios pasan a perder todo tipo de control en manos de empresas (información asimétrica) que a medida que se expanden se convierten en monopolistas que atemorizan a los responsable municipales. Por otro lado, el recurso a las diputaciones, la que ahora parecen ser la apuesta del gobierno central, tiene el problema de la falta de transparencia de unas instituciones con déficits democráticos bien conocidos respecto a la representación y el control.  

Aun aceptando que la fusión es la mejor vía a recorrer, la realidad es que no es tarea sencilla. Un reciente trabajo de Bernard Dafflon muestra que las fusiones obligatorias han funcionado en el Norte de Europa, pero no en el Sur (la tabla adjunta procede de su trabajo). Politólogos y sociólogos son quienes mejor pueden decirnos por qué esto es así. Mientras tanto y si queremos avanzar ya, deberíamos guiar e incentivar un vigoroso proceso de fusiones municipales. Un proceso que debe responder a un programa global, con objetivos y medios bien definidos, consultas y diálogo con los diversos actores locales, y poderosos incentivos financieros en forma de transferencias incondicionadas a quienes se fusionen. Todo esto se puede hacer a escala estatal, pero también autonómica. Pero hace falta voluntad y capacidad política.

Hay que asumir de una vez que el Mundo ha cambiado y que es más pequeño: distancias de 5 kilómetros en el siglo XIX hoy equivalen a 25 o más.

 

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