España es Cataluña

Por: | 26 de octubre de 2012

Las investigaciones sobre países federales de tradición centenaria muestran la existencia de olas centralizadoras y descentralizadoras, cuyos detonantes se encuentran en sucesos críticos como guerras o profundas crisis económicas. Lo que estamos viviendo ahora en España puede ser uno de esos momentos de inflexión. Tras 30 años de esfuerzos descentralizadores, la crisis ha abierto un espacio de incertidumbre sobre si debemos avanzar en esa tendencia o retroceder. Las encuestas muestran con claridad que cambian las preferencias sobre el grado de descentralización. Mientras en algunas partes de España crecen los que se decantan por centralizar, en otras, particularmente en Cataluña, sucede lo contrario.

Esta situación plantea un serio desafío a todos. El modelo autonómico hasta la fecha es un modelo federal incompleto y simétrico, si excluimos los casos del país Vasco y Navarra, especialmente en el plano financiero. Un modelo de esta naturaleza es útil cuando las diferencias en las preferencias de los ciudadanos que viven en los distintos territorios se refieren a cosas como el menú fiscal, la gestión de los servicios sanitarios o educativos, la forma de articular políticas de desarrollo, la promoción cultural, o la organización territorial. Pero no lo es cuando lo que difiere significativamente son las preferencias sobre el propio modelo de estado, las metapreferencias. Porque lo que es mucho para algunos, es poco para otros. Y la distancia parece hoy muy superior a la de antes del estallido de la crisis.

La independencia de los territorios que prefieren más autogobierno es una posible solución. La pregunta de si una Cataluña independiente sería viable en el largo plazo es ociosa. Claro que lo sería. Lo relevante es hablar de otras cuestiones. Por ejemplo, en el terreno económico, de cuánto tiempo tardaría en que los beneficios de la independencia fuesen superiores a sus costes. Porque una escisión generaría incertidumbre sobre la respuesta del resto de España y por tanto de la UE, y de los mercados financieros internacionales. El coste neto podría ser muy grande en un período transicional más o menos largo. La discusión entre los economistas está abierta y no es fácil de zanjar. Entre otras cosas porque, como bien señalaba el economista Jordi Galí hace unos días, todo depende de cómo se utilizase esa autonomía plena.

Para el resto de España creo que el principal coste de la independencia no sería el económico o el fiscal. El principal problema tendría que ver con la pérdida del referente y pieza fundamental de una España rica y plural, una España no castiza, que es en la que creen (creemos) muchos. Sin Cataluña, España no sería lo mismo. Sería peor. Peor en lo cultural, en lo político, en lo social, incluso en lo deportivo. Sería una España más uniforme y menos atractiva para el gallego, el canario, el andaluz o el vasco que perfilan las investigaciones sociológicas.

Por eso, yo prefiero pensar en soluciones de otro tipo. En soluciones que avancen en el federalismo y que contemplen la flexibilidad y asimetría suficientes para que unos y otros se encuentren razonablemente cómodos. Más federalismo en el terreno institucional, con la reforma completa del Senado y la potenciación de los órganos de cooperación vertical y horizontal, hoy insuficientes. Más federalismo en el plano cultural, con lo que ello conlleva en términos de respeto mutuo y lealtad a los pactos y compromisos, pero también en lo que se refiere al diálogo y a la negociación. Y más federalismo en el terreno fiscal, para dar a las Comunidades Autónomas una mayor autonomía y responsabilidad fiscal y que dejen de ser tan dependientes como en la actualidad de los recursos transferidos desde la administración central. Pero, al mismo tiempo, hay que ofrecer la posibilidad de que cada territorio escoja entre diferentes grados de descentralización. Existen soluciones técnicas si algunas comunidades quieren devolver competencias de gasto en materia sanitaria, educativa o de justicia. Se puede encajar sin grandes problemas para los demás si una Comunidad Autónoma prefiere renunciar a desplegar su capacidad legislativa, convierte a su parlamento en un órgano menor; prefiere no tener autonomía tributaria y se encuentra más cómoda con un modelo de funcionamiento más próximo al de las diputaciones hoy. Los límites al federalismo pueden ser los que nos encontramos en los países federales más avanzados. Y la marcha atrás a la descentralización de un territorio puede aspirar a cualquier meta volante de las que han jalonado las últimas tres décadas.         

Hay 7 Comentarios

Esta claro que al fin y al cabo siempre es un problema de índole económica y a parte un problema de competencias, hay algunas que el estado nunca debería haber descentralizado ya que eso es lo que ha promovido la desculturización y da lugar a la posterior manipulación de los políticos, vemos el caso de Artur Mas que para tapar su penosa gestión adelanta unas elecciones de una manera populista, intentando engañar al pueblo de todas las formas posibles, incluso haciendo creer que la guerra de sucesión fue una guerra de secesión jaja

saludos!!

Dom Ricard:
Sólo cabe tratar con el nacionalismo con cierto desdén por su capacidad para alumbrar y criar monsergas como si fueran dogmas imprescindible para la comunión diaria con esa antigualla decimonónica que tienen por ideología. Por su puesto, Cataluña nunca fue Estado ni Nación. Los condados catalanes jamás tuvieron entidad real independiente de la Corona de Aragón; ésta los consideraba sólo una parte más ( importante, eso sí) de sus territorios, entre los que había también, por cierto, regiones pobladas por castellanoparlantes. La tan traída y llevada "confederación catalano-aragonesa" nunca fue tal, porque el concepto no existía, sino que en realidad se trató de un simple reconocimiento de los fueros locales -como otros hubo en otros lugares- por parte de una monarquía que nunca recibió el nombre de Corona Catalana sino el de su origen y primacía: Aragón.
Por lo demás, todas estas disquisiciones medievales apenas tienen sentido en pleno siglo XXI. No estamos hablando de un territorio, como si tuvieran carne propia piedras, bosques y ríos, sino de una Autonomía del Estado Español cuyos lindes derivan de la reorganización isabelina. Hoy nuestro vecino de piso puede estar más lejano que cualquiera que se sitúe al otro lado de una línea de ADSL o un habitante del interior de nuestro propia ubicación geográfica, escasamente comunicado, resultar más inaccesible que un individuo en nuestras antípodas. La patria y la nación fueron la consecuencia de una determinada coyuntura histórica que ya no volverá, como lo fueron la polis griega o la horda bárbara. La pretensión de que aquello que pudo tener sentido durante el siglo XIX pueda tenerlo aún hoy me parece sencillamente ridícula.
El concepto de "volk" vinculado a lo telúrico o a lo étnico ha producido, por otra parte, tanto daño en el siglo XX que no sé como nadie con un mínimo de conocimiento de la historia y con cierta capacidad de reflexión puede aspirar a que adquiera todavía un papel preponderante en la actualidad. Apenas queda año y medio para conmemorar el centenario de la aciaga fecha de 1914. Bastaría hacer memoria de cuantos sufrimientos el nacionalismo desbordado de aquel momento acarreó a la Humanidad en las siguientes décadas para quedar vacunado tanto de la idea de patria como de la de nación. Una y otra sólo tienen hoy sentido como elementos de transición declinante hacia una integración inclusiva. De otra forma, resultan ser simples bucles hacia un pasado indeseable.
Y al Sr. Lago habría que recordar que no es que Cataluña pertenezca a España sino que España, merced a la Constitución democrática que disfrutamos, pertenece a los catalanes en pie de igualdad a otros españoles en cualquier lugar en que se encuentren.

El problema es que los planteamientos razonables del profesor Lago Peñas se encuentran con la consecuencia de tantos años de intoxicación ideológica, que hace que el tal Witness piense que Catalunya es simplemente el resultado de cuatro privincias creadas en 1833 y que "nunca haya adquirido características de Estado independiente", porque no conoce la historia; o que David Monino diga que "las autonomías no han sabido financiarse solas", porque desconoce que Catalunya tiene un déficit fiscal anual de entre 16.000 y 20.000 millones de euros (que se dice rápido: anual!!) y que, por tanto, su incapacidad de financiarse viene por el drenaje constante de sus recursos. Lo dicho: la independencia es la salida menos deseable, pero será la única posible, porque es la única que sólo depende de la voluntad de los catalanes, y no de la de los españoles.

Lo que vemos los ciudadanos de a pie, es que siempre los políticos nos cuentan medias verdades.
Por principio, la mayoría de la gente que vota estamos muy poco enterados de casi todo.
Nuestra política familiar está centrada mayormente en llegar a fin de mes, en cobrar la nómina puntualmente, en que en el trabajo no se tengan problemas, y que en casa se mantenga la normalidad habitual.
Por eso en los asuntos de alto nivel, al ciudadano sencillo cualquier bien hablado nos lleva al huerto sin mayor esfuerzo.
Sabemos que nunca nos cuentan toda la verdad.
Sabemos que confunden los discursos rimbombantes con la verdadera realidad.
Sabemos que principalmente buscan el voto.
Lo vemos cuando los bancos salen a flote con nuestro dinero público, y sin embargo la gente es desahuciada sin miramientos de ninguna clase.
En una democracia y en un estado de derecho.
Los políticos todos, si fueran coherentes con su discurso utilizarían los medios que el estado pone a su servicio, para defender a la gente sencilla del abuso legal de los poderosos.
Ilustrados, documentados, protegidos y endiosados.
A la gente nos pueden decir lo que quieran, pero la realidad habla por si sola.
Donde estábamos y donde estamos.
Ahora nos preguntamos a donde nos quieren llevar.
Porque si hay que ir se va.
Pero ir para nada.
Pues la verdad, que no está el horno para bollos.
No queremos canciones de verano. Queremos soluciones inmediatas a partir de los que pueden darlas.
Con políticas de consenso y midiendo bien el gasto en cada período electoral, y sin que nadie se marche con un encogimiento de hombros.
La democracia es responsabilidad.
Y algún estamento tiene que hacerse cargo de pedir cuentas y evitar a tiempo el despilfarro.
Es que hasta a la gente de la calle nos parece claro.

¿Y dónde empieza y termina el territorio que, por abracadara de la historia, resulta que tiene voz y voto por encima de los ciudadanos que forman el cuerpo de soberanía?; ¿donde lo determina el nacionalista de turno, ansioso por fijar para siempre las fronteras del ámbito de dominio de la oligarquía a la que pertenece?;¿ o simple y llanamente donde don Javier de Burgos estableció las fronteras provinciales de España en 1833? Porque, en definitiva, la cosa vendría a ser que Cataluña no tiene dimensión de pueblo o, ni tan siquiera, de subconjunto de individuos incluido dentro del que forman todos aquellos con título de ciudadanía española, sino de Real Decreto de la Secretaría de Fomento de su Católica Majestad doña Isabel II, Sra. De Natillas.
En pleno siglo XXI, no hay nada más reaccionario que hacer política con conceptos y emociones del siglo XIX. No creo que nadie -o por lo menos, nadie fuera de una minoría mostrenca y extremista- ponga el menor inconveniente a que los catalanes que lo deseen hablen, estudien y trabajen en su propio idioma y que fomenten las bondades de su acervo cultural cuándo y dónde quieran. Cosa distinta es que los nacionalistas de todos los partidos -de izquierda y de derecha- crean que Cataluña es sólo patrimonio exclusivo de los catalanes atacados por el virus del particularismo. En la realidad de cualquier región española (y Cataluña lo es desde el mismo comienzo de esta continuidad histórica común llamada España sin que nunca haya adquirido características de estado independiente) participan tanto los lugareños que quieren ser españoles como los que no quieren serlo y también el resto de los españoles , que consideran ese territorio y su cultura integradas dentro de un patrimonio y una identidad colectiva.

Está visto que las autonomías no saben financiarse solas. Todas han acabado pidiendo dinero al estado, incluida Cataluña. Por otra parte, tampoco se puede descentralizar nada, como demuestra el hecho de que vivimos en un mundo cada vez más centralizado y global. La globalización nos tiene ligeramente encadenados. Además, el asunto está precisamente en la discusión sobre si las autonomías son necesarias o no. En mi opinión pudieron serlo al principio de nuestra democracia, pero hoy en día no son más que un lastre. Por lo tanto sí abogo por la federalización, pero de todas.

Tampoco podemos dejar que se descentralicen al gusto. Ya hemos visto que reina el culo veo culo quiero, con aeropuertos fantasma y estaciones de AVE innecesarias.

Y sí estoy de acuerdo en fijarnos ejemplos en los países que van por delante, como Alemania, y en su forma de ver el federalismo.

El problema és que el federalisme no se'l creu ni els mateixos que el proposen, just ara, després de 30 anys, quan han vist les orelles al llop. De poder-se fer, tornaria a ser un nou café para todos, perque la història demostra abastament que el problema d'Espanya és Espanya mateixa, una superestructura cainita i de tirada totalitària, hereva directa de l'absolutisme dels segles XVIII i XIX, i dels totalitarismes del segle XX. La única solució per a la gent, per a la societat, per a les persones, és acabar amb el nacionalisme espanyol. I això només es pot aconseguir tornant a estructures anteriors al segle XVIII, en aquest cas mitjançant la independència de Catalunya.

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Sobre el blog

Este es un blog sobre economía pública, sobre gastos e impuestos, sobre descentralización y reforma fiscal. Si pensar en todo lo anterior es siempre importante, lo es más cuando los ajustes aprietan hasta ahogar y cuadrar números se convierte en obsesión. Comparto la opinión de que mirando las cuentas de la res publica se descubre mucho sobre la Sociedad que las soporta y disfruta.

Sobre el autor

Santiago Lago Peña

Santiago Lago Peñas es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Vigo. Director ejecutivo del grupo de investigación GEN, codirector de RIFDE y director del Foro Económico de Galicia. Columnista de Faro de Vigo y El País y colaborador de Cadena SER. Editor asociado de la revista Hacienda Pública Española/Review of Public Economics.

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