En un mundo de complejidad creciente como el que vivimos, lo más inteligente es estudiar los problemas a fondo antes de meter el bisturí. Incluso asumiendo las limitaciones del conocimiento científico aplicado a una realidad en la que interaccionan mecanismos y casualidades, es un disparate actuar de espaldas a ese saber técnico. Por eso me parece que todos los agentes políticos que se preocupan del espacio común, sea en tareas de gobierno o de oposición, deben mantener una relación fluida y continua con expertos en los diversos campos.
Dicho lo anterior, es obvio que lo técnico no lo es todo, que las decisiones políticas van mucho más allá. Cualquier reforma tiene ganadores y perdedores, efectos secundarios y se interrelaciona con otras dimensiones. El buen político es el que, con arte, mezcla conocimiento técnico con ideología, construye un discurso y es capaz de convencer de que sus decisiones son las mejores posibles, dadas las restricciones existentes.
Por eso no me acaba de convencer el enfoque que el gobierno de Rajoy está dando a las comisiones de expertos (universidad, pensiones, fiscalidad...) Da la sensación de que con esas comisiones lo que se pretende es ganar tiempo y reemplazar lo político. Como si los informes de esas comisiones fuesen a ser los textos de las reformas.Creo que eso explica parte de las reacciones más agresivas de medios de comunicación y participantes en redes sociales contra los textos y sus autores.
Y no es (no puede ser) así. Incluso el mejor de los informes no puede dejar de ser un input más del proceso de elaboración de las reformas.
Lo que necesitamos es menos escenografía, más trabajo discreto y más interacción diaria entre políticos y técnicos para diseñar estrategias; lo que inevitablemente pasa por contar con políticos y gabinetes con nivel suficiente para hacer las demandas apropiadas y absorber los contenidos de la interacción.