Es obvio que en una situación de crisis, resulta más difícil financiar los servicios públicos del Estado del Bienestar y que ciertos ajustes coyunturales acaben siendo obligatorios. Otra cosa es que se aproveche el momento de desconcierto para socavar los fundamentos y dinamitar compromisos.
Sobre lo primero, el rey de Holanda nos ha brindado un buen ejemplo hace unas semanas. Dice que hay que sustituir el Estado del bienestar tradicional por una sociedad participativa en la que los ciudadanos incrementen su responsabilidad sobre sus vidas. Desde luego, esto suena mucho mejor que decir que cada palo aguante su vela o que lo que toca en adelante es buscarse cada uno la vida. Pero quiere decir lo mismo. Por supuesto que es necesario repensar el compromiso ciudadano y la cultura de la responsabilidad en la Sociedad. Un ejemplo: a una educación universitaria pública de calidad con tasas reducidas, le debe corresponder alumnos que apliquen el máximo esfuerzo en sus estudios. No me parece mal, al contrario, que un alumno que suspende una asignatura, tenga que pagar el coste real del servicio en su segunda matrícula y sucesivas de esa materia.
Sobre dinamitar compromisos, la universidad nos brinda otro buen ejemplo. La idea de vincular tasas con nivel de renta de los padres es la mejor manera de alienar a las clases medias respecto a los servicios públicos. Ante el repago (vía impuestos y tasas) habrá muchos que pasen a defender el servicio privado y el abaratamiento del público para rebajar impuestos. Que el servicio público sea algo para pobres. De esto saben algo en Estados Unidos. Los servicios públicos no pueden discriminar a nadie, tampoco a los que tiene más. Los más acomodados deben pagar más impuestos, pero no soportar barreras de acceso a los servicios públicos.