Ayer escribía en las páginas de Faro de Vigo sobre el Debate del Estado de la Nación. Y me centraba en un asunto muy concreto: los anuncios que afectan a la fiscalidad.
Entiendo que los tiempos de la política son particulares. Y que cuando un político percibe la necesidad de enviar un mensaje positivo para compensar noticias negativas en el mismo u otros frentes, es difícil mantenerse fieles a la estrategia de medio y largo plazo con templanza. Pero no por ello, dejo de sorprenderme por la violación sistemática del propio tempo de la razón. Lo que está pasando con el sistema fiscal español es un ejemplo paradigmático.
La necesidad de reformar el sistema fiscal español es perentoria. Una reforma completa e integral que, demás, debe tener muy presentes sus efectos sobre la recaudación para no poner en riesgo una estrategia progresiva de consolidación fiscal forzada desde Bruselas y obligada desde la racionalidad económica. Por eso, me pareció acertado cuando el Ministerio de Hacienda creó una comisión de expertos y pospuso la reforma, hasta tener ese informe y otros materiales. El sistema fiscal es un asunto lo suficientemente complicado para tener que pensar durante meses si queremos acertar.
Pero hete aquí que llegan las encuestas electorales poco favorables, el debate sobre el estado de la nación y la precampaña de las europeas, y el gobierno empieza a hacer anuncios de rebaja fiscal de todo tipo, sin esperar al informe de los expertos, sin presentar la reforma en su conjunto, sin explicar cómo va a encajar la reforma con el incumplimiento de los objetivos de déficit… Como si se estuviese pidiendo un café o departiendo en una tertulia. Así no se hacen las cosas.