En un reciente trabajo junto a Albino Prada y Alberto Vaquero cuantificamos el esfuerzo fiscal de las regiones europeas a partir de los datos que proporciona Eurostat. En el trabajo nos limitamos a los flujos fiscales que recogen las estadísticas: los que tiene que ver con la seguridad social, con los impuestos directos a las familias y las prestaciones sociales (pensiones, seguro por desempleo, etcétera). En el gráfico adjunto se sintetizan los resultados. En horizontal aparece la renta primaria per cápita que genera cada región expresado respecto a la media de la UE. Y el eje vertical se representa un indicador que mide la cantidad de renta relativa que se transfiere al resto de las regiones del país. Cuanto más abajo, mayor es la transferencia de recursos a las regiones menos desarrolladas.
La pendiente negativa muestra que, en general, aportan más los más ricos. Pero existen desviaciones significativas respecto a la línea, por encima y por debajo, que reflejan lo que la Unión Europea no es: una unión fiscal. Solo desde esta perspectiva es comprensible que una región pobre a escala europea como la de Bucarest aporte proporcionalmente más que Hamburgo, siete veces más rica. O que Cataluña aporte mucho más en términos relativos que Chemnitz, teniendo niveles de riqueza per cápita similares.
Los ciudadanos de las regiones ricas en los territorios menos desarrollados pueden sentirse víctimas de un agravio comparativo, que se puede resolver por dos vías opuestas. La primera es la secesión: aplicar fronteras fiscales para que cada uno se quede con lo suyo. En el gráfico eso se traduciría en puntos que convergen hacia una línea que se aplana: deja de existir redistribución interregional. Que cada palo aguante su vela. La segunda es el avance en la unión fiscal (los Estados Unidos de Europa) para que los flujos fiscales que cruzan las fronteras nacionales sean de intensidad muy superior al actual. Los puntos se aproximarían a la recta, que seguiría teniendo pendiente negativa.
Obviamente las implicaciones políticas y sociales de una u otra solución son muy diferentes. Se comprende la racionalidad de la posición independentista catalana en términos generales, pero choca que sea abrazada por sindicatos y partidos comprometidos genéticamente con la equidad. Por eso, no deberían fomentar y apoyar la ruptura de los espacios de fraternidad que ya funcionan, sino reclamar la consolidación de nuevos y más amplios espacios a escala europea.