La revisión metodológica a la que va a verse sometido el PIB no es un asunto menor, por su sentido y sus implicaciones. A ambas me refería en una columna publicada esta misma semana.
Pensar que los números de tu país o tu Comunidad Autónoma van a ser significativamente mejores (entre 1,5% y 3% según las estimaciones provisionales) porque a partir de 2014 van a sumar cosas que no parecen muy positivas es difícil de comprender para los ciudadanos. ¿Pero acaso el PIB no era una medida de bienestar? ¿No es mejor cuanto mayor sea tu PIB per cápita? La respuesta a ambas pregunta es un sí con importantes matices. Tan importantes que una buena parte de la profesión económica, de hecho desde hace décadas, aboga por hablar de otros indicadores más amplios y sofisticados cuando queremos comparar niveles de bienestar en el tiempo o entre países y regiones. Un trabajo elaborado por los profesores de la Universidad de Vigo Albino Prada y Patricio Sánchez, de próxima publicación en Revista de Economía Mundial, demuestra la existencia de este desacople entre PIB per cápita y bienestar, y la necesidad de repensar cómo evaluamos estadísticamente el bienestar económico de un país.
En todo caso, con cambios como éste se introducen efectos perversos en la gestión pública y se ponen en cuestión algunos índices muy relevantes. Sobre lo primero, puede llegar a resultar que sea lo mismo a efectos de promoción del PIB hacer la vista gorda con el narcotráfico en las costas gallegas que esforzarse por captar inversiones foráneas. Sobre lo segundo, los objetivos de déficit y deuda pública en términos de PIB solo tienen sentido si ese PIB sintetiza la capacidad de un país para soportar desequilibrios presupuestarios. El PIB que no tributa no contribuye a ello.