Antonio Jiménez Barca

Sobre el autor

: nació en Madrid en 1966. Fue durante tres años corresponsal en París y actualmente es corresponsal en Lisboa. Antes trabajó como redactor y reportero en las secciones de Local y Domingo. Ha escrito dos novelas: Deudas pendientes (2006) y La botella del náufrago (2011). A este ritmo perezoso, hasta 2016, por lo menos, no terminará la tercera.

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La niña del barrio de lata

Por: | 30 de noviembre de 2011

Foto del bidon villeHace casi 45 años, un conocido fotógrafo francés de origen haitiano, Gérald Bloncourt, visitó los arrabales pobres de París y le hizo una foto a una niña morena al pie de la chabola en la que malvivía. Bloncourt se enamoró de la foto y la colgó desde aquel día en las paredes de su casa. La tituló La petite portugaise y pasó a simbolizar, tras ser reproducida en muchas exposiciones y publicaciones, las condiciones de vida de la emigración dura y miserable del Portugal de los años sesenta. Nadie supo nunca el nombre de aquella niña que se tapaba con la mano la sonrisa, conocida como A menina do bairro de lata.

Pero en enero, tras hablar con un amigo, Maria da Conceição Tina, una profesora de portugués y de francés de Coimbra de 52 años, comenzó a preguntarse si no sería ella la protagonista de esa foto-emblema, como explicaba ayer en un emocionante reportaje de Patrícia Carvalho en el diario Publico. La actual profesora dudaba, porque no recordaba haber visto nunca un fotógrafo en el barrio de chabolas de Saint-Denis en el que residió durante dos años junto a su padre, su madre y su hermano. Pero reconoció instintivamente la muñeca que sujetaba esa niña con el brazo. También el paisaje de barro y de chabolas que se amontonaba tras ella. Tras vacilar mucho, se decidió a contactar con el fotógrafo para asegurarse. En junio se conocieron y tras ver y reconocer también a Bloncourt, 45 años más viejo, a Maria da Conceição ya no le quedaron más preguntas. 

Foto: Paulo Pimenta / PúblicoHasta ahora. Hasta que se reconoció en la foto con la muñeca en el brazo y conversó con Bloncourt en París y se convenció de que no es bueno olvidar determinadas cosas y de que su pasado de emigrante pobre, como el de otros miles de portugueses –y españoles- que viajaron hacia el norte en aquellos años, no tiene nada de vergonzoso o reprobable. Sobre todo ahora que muchos portugueses vuelven a emigrar para escapar de la crisis económica que ahoga el país. Ella misma, que se define como una mujer feliz, lo precisa: “Una hija mía, de 24 años, ha cursado Enfermería, pero no consigue encontrar trabajo y está pensando irse al extranjero. Esto es triste. No porque la vaya a echar de menos, sino porque eso demuestra que estamos mal políticamente, porque este país no puede aprovechar a sus licenciados y les obliga a hacer lo que hicieron sus padres: irse”.

Saramago ya tiene las llaves de su casa

Por: | 17 de noviembre de 2011

Casa dos Bicos dos


El edificio está se encuentra al pie del barrio de la Alfama, frente al estuario del río. Se llama Casa dos Bicos y se construyó en el siglo XVI por el hijo del virrey de la India. Bras de Alburquerque quiso copiar el Palacio de los Diamantes de Ferrara. Pero las piedras talladas de la fachada no les parecieron diamantes a los lisboetas, que prefirieron rebajarlas y llamarlas simplemente puntas (bicos). De ahí el nombre. Fue, pues, palacio de aristócrata, padeció el terremoto de 1755 y perdió dos sus dos pisos superiores. Albergó una tipografía y resistió buena parte del siglo XX transmutado en almacén de bacalao.

En 1980, ya en manos del Ayuntamiento de Lisboa, fue restaurado y el arquitecto que llevó a cabo la obra se inspiró en un azulejo del Museo de la Ciudad para reconstruir los dos pisos que le había robado el terremoto. Durante muchos años, el niño que fue José Saramago, según él mismo confesó, pasó muchas veces por delante de ese edificio. En junio de 2011, un año después de su muerte, sus cenizas fueron depositadas al pie de un olivo, en la plaza que da a la Casa dos Bicos, al lado de un banco que mira también al Tajo y de la frase que cierra Memorial del Convento: “Pero no subió a las estrellas, si pertenecía a la tierra".

En 2008, el Ayuntamiento de Lisboa se comprometió con la Fundación Saramago a ceder el edificio emblemático que fue palacio de noble y tienda de bacalao para acoger la sede de la institución. Ayer, 16 de noviembre, cumplió su palabra: el alcalde, Antonio Costa, entregó las llaves de la Casa dos Bicos, nuevamente restaurada, vacía, a Pilar del Río, compañera de Saramago durante 24 años y presidenta de la Fundación. En primavera, el edificio atesorará ya  los fondos, los documentos y la biblioteca del premio Nobel y se convertirá en un centro cultural que expandirá al mundo su mensaje y su espíritu. “Será una fábrica de creatividad”, especificó Del Río, que explicó por qué los restos del escritor reposan bajo el olivo de la plaza: “Pocos días antes de morir, José le dijo a Juan Vicente, el arquitecto que rehabilitaba este edificio, que le daba pena no llegar a utilizar el despacho que le estaban preparando, desde el que se veía el río Tajo y los barcos. Cuando murió, se me ocurrió que ese sería un buen lugar para que descansara, para que pudiera cumplir su deseo”.

Mourinho, ese líder

Por: | 02 de noviembre de 2011


Mourinho1Lo primero que vi al desembarcar en el aeropuerto de Lisboa hace ya tres semanas fue un inmenso cartelón con la cara sonriente de José Mourinho anunciando algo que no me molesté en leer. Después, mientras el taxista me llevaba a la peligrosa velocidad de Fernando Alonso cuando entrena, creí adivinar, en otro cartelón publicitario, el rostro sonriente de Mourihno  anunciando ese algo. Me intrigó esta vez. Pero no lo no conseguí leer debido a que rodábamos a 70 kilómetros por hora, entrábamos en una curva cerrada y bastante tenía con agarrarme al asiento para prevenir el derrape.  Días después, caminando por estas bellas y empinadísimas calles de Lisboa, me topé, ya al borde de perder el aliento, con el mismo anuncio en lo alto de una colina. En efecto: Mourinho me observaba con una media sonrisa confiada, se echaba la mano al pecho y miraba al frente con cara de tío seguro. Era publicidad de un banco y el eslogan decía: “Muestre su orgullo de ser portugués”. Tomé fuerzas, le hice una foto y seguí ascendiendo.     
Días después un amigo me prestó una revista, datada en abril, en la que aparecían  los 100 portugueses más influyentes. Uno de ellos era, claro, Mourinho.  Esta vez salía en la foto con cara de muy pocos amigos, pero el titular también era elogioso: “ADN vencedor”.
Y la revista de televisión Share de hace pocas semanas  llevaba la foto de nuestro famoso entrenador y una declaración suya a la portada: “El liderazgo es algo que se tiene que ejercer todos los días”. 
Pensé que Mourinho es un personaje polémico (tal vez el adjetivo polémico se quede corto) en España, donde salta de una trifulca a otra con esa rara habilidad suya para meter el dedo en el ojo en todos los sitios –incluso en los ojos- pero que en Portugal, para contradecir el refrán aquel del profeta y la tierra, es, no ya una celebridad, sino alguien, en principio, incuestionable. En su país, y en unos tiempos difíciles para Portugal, no sólo encarna la figura del deportista exitoso, sino la del líder, la personificación del éxito trabajado. 
Un periodista deportivo, el director adjunto de del diario Record  António Magallaes, está de acuerdo. Me explica que en sus tiempos de entrenador del Oporto Mourinho era Mourihno, o mejor, el Mourinho que conocemos en España, peleón, insolente, polémico (me vuelvo a quedar corto) meticón, discutible, tan amado por unos como odiado por otros. Pero que desde sus tiempos en el Chelsea y, más aún, desde que vive en Madrid, se ha convertido en el tipo ganador que defiende a su equipo, que obtiene resultados óptimos de sus subordinados y que lleva a su grupo hacia la victoria. En otras palabras, en un líder. De hecho, según me explica Magallaes, le han invitado ya para dar conferencias sobre eso, sobre liderazgo, y no sobre fútbol.
Desde entonces cada vez que me topo con Mourinho y su sonrisita en unos de esos carteles que jalonan las bellas y empinadísimas calles de Lisboa pienso –si tengo aliento para pensar- en cómo la geografía modifica el carácter, y viceversa.

El País

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