Antonio Jiménez Barca

Sobre el autor

: nació en Madrid en 1966. Fue durante tres años corresponsal en París y actualmente es corresponsal en Lisboa. Antes trabajó como redactor y reportero en las secciones de Local y Domingo. Ha escrito dos novelas: Deudas pendientes (2006) y La botella del náufrago (2011). A este ritmo perezoso, hasta 2016, por lo menos, no terminará la tercera.

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78.000 millones de pasteles de nata

Por: | 27 de enero de 2012

Pastel_de_Nata
Hace unas semanas, el ocurrente ministro de Economía portugués, Álvaro Santos Pereira, aseguró que Portugal necesitaba internacionalizarse a fin de potenciar las exportaciones. Y después, con una sonrisa, lanzó, medio en broma medio en serio: “¿Por qué no crear una franquicia de los pasteles de nata?” 
Los pasteles de nata, ya saben, son esos dulces célebres que se encuentran en todas las pastelerías de Lisboa, hechos a base de bizcocho y crema, con aspecto de tartaletas y a los que se les suele añadir canela encima. El mejor exponente del producto son los fabricados por una pastelería de Belem situada al lado del monasterio de los Jerónimos con una receta y un primor exclusivos capaces de atraer a millares de turistas en una sola tarde. No es raro que la cola del monasterio sea mucho más corta que la cercana de la pastelería citada.

Una vez, una mañana laborable de invierno, fui a Belem a hacer un reportaje de una momia egipcia con cáncer (sic, cosas del periodismo) y, antes de entrevistar al director del Museo Arqueológico Nacional donde dormía (y duerme) la momia, me senté en la pastelería en cuestión –a esa hora casi vacía- y pedí, más por cumplir con el rito que por glotonería (no soy muy goloso), un pastelito de esos. Me lo comí mientras pensaba en las vueltas que da la vida para que uno acabe indagando en Lisboa sobre la enfermedad que mató 2.300 años atrás en Egipto a un tipo que ni siquiera sabía que la padecía. Les diré que después olvidé a la momia y a los laberintos del azar que te llevan y te traen para pedir otro pastelito al camarero con una urgencia que me sorprendió incluso a mí. Estaban exquisitos y si no pedí un tercero fue porque llegaba tarde a la cita.   

Pero volvamos al ministro y a su frase. A los portugueses les encanta la sorna y la ironía y el asunto, claro, se prestaba a ello. El hombre, envuelto en la negociación de una reforma laboral a cara de perro se convirtió (aún lo es), en el Ministro de los Pastelitos de Nata. Hubo bromitas, dibujos de la bandera de Portugal con el dulce en vez del escudo, chistecillos, caricaturas de Álvaro Santos Pereira tocado con gorro de chef mostrando la receta del dulce e, incluso, comentarios del primer ministro, Pedro Passos Coelho, quien aseguró (también medio en serio, medio en broma), que ya estaba bien de hablar de la pastelería portuguesa porque les iban a tomar a todos por unos golosos.
El cómico Ricardo Araújo Pereira, en un artículo reciente en el semanario Visão, aseguraba que la idea de exportar pasteles de nata no era mala en absoluto. Y añadía que bastaba con vender a un euro cada pieza y echar cuentas para acabar con la deuda que ahoga el país. 78.000 millones de euros fue lo que Portugal ha pedido a la troika para evitar la bancarrota. Así que hay que vender 78.000 pasteles de nata. Como en la Tierra hay 7.000 millones de habitantes, es suficiente, añadía, con que cada uno se coma 11 pastelitos para que acaben los problemas de Portugal. Así de fácil. Además, añadía Araújo Pereira, el país, que se iba a convertir en el primer exportador mundial de colesterol, podría explotar ciertas terapias contra este mal y ganarse un merecido sobresueldo.   
Lo más desconcertante de la historia es que cuando ya la polémica y el pitorreo empezaban a remitir aparece una empresa que, verdaderamente, va a explotar los derechos en franquicia del pastel de nata y que tuvo la idea mucho antes de que el ministro lanzara la famosa frase. La empresa se llama Gestão de Marcas e Franchising y la historia la publicaba hoy el diario Público.
 Lo dicho: las vueltas que da la vida.
 

El jardín-metáfora

Por: | 17 de enero de 2012

Amoreiras
Hay una plaza en Lisboa. Se llama Praça das Amoreiras, que quiere decir Plaza de las Moreras. Se encuentra al norte de la ciudad, entre el trepidante y algo caótico Largo do Rato, lleno siempre de coches, y el centro comercial As Amoreiras, un complejo de tres edificios-mastodontes de cristal, acero y cerámica. En medio, ya digo, la bella y silenciosa Praça das Amoreiras. 

Es una suerte de isla en calma rodeada de espantos urbanísticos, de avenidas modernas o solares abandonados a su suerte. De planta rectangular, se encuentra delimitada en un lado por los arcos del viejo y monumental acueducto de agua y esconde una ermita, una fuente de piedra, un quiosco al aire libre para tomar café en invierno y en verano, un jardín y un parque con columpios. Lo que no hay ya son moreras: fueron plantadas en el siglo XVIII por orden del Marqués de Pombal para abastecer la cercana fábrica de sedas. Pero cerró la fábrica y las moreras desaparecieron.

El otro día, en una fría mañana de sol,  me senté a una de las mesas del quiosco y leí allí los periódicos, llenos, como acontece desde hace meses en Portugal, de malas o medianas noticias económicas. Hubo una sintomática: los portugueses han elegido, como palabra clave del año pasado, el término “austeridad”. “Esperanza” quedó en un meritorio segundo lugar, a muy poca distancia. La tercera posición, sin embargo, es para un sustantivo concreto y amenazante: “troika”. Pensé que los portugueses habían elegido bien, colocando a la esperanza en medio del sandwich: como si fuera una isla también.  

Por eso, si algún día vienen a Lisboa y la cosa anda mal (como ahora), suban hasta la Praça das Amoreiras y tomense un café en este hermoso lugar emplazado en medio del caos pero adonde el caos no llega.   

¿Empresario a la fuga?

Por: | 16 de enero de 2012

Alexandre-soares-santos
 Alexandre Soares dos Santos, de 76 años, es el segundo hombre más rico de Portugal, con una fortuna de casi dos mil millones de euros, presidente del grupo empresarial de alimentación y distribución Jerónimo Martins. Ahora, además, este hombre que se confiesa autoritario y riguroso en demasía se encuentra en el ojo del huracán de una agria polémica: su decisión de transferir sus acciones (y las de su familia) a una subsidiaria holandesa a fin de protegerlas de una posible bancarrota en Portugal (y para pagar menos impuestos, según algunos)  ha levantado un revuelo considerable en un país ahogado por el déficit, en el que  el IVA de muchos productos alimenticios (como los yogures) se dispara y los funcionarios y pensionistas entregarán sus próximas pagas extras al Estado, entre otras medidas extremas de austeridad. 
Soares dos Santos no es un empresario común. Posee la cadena de supermercados más populares del país, Pingo Doce, con 24.000 empleados. Y se ha caracterizado, según recordaba esta semana el semanario Visão, por acusar a los políticos portugueses de dejar el país muchas veces en la estacada y por dar a lo largo de muchos años, consejos éticos de ciudadanía.  
Así, tras saberse que va a poner a buen recaudo su paquete de acciones en Holanda,  los comentarios se han vuelto en su contra. “El capital no tiene patria. El problema es cuando los empresarios se las dan de patriotas y dan lecciones de patriotismo”, anotaba en un artículo titulado patriotas publicado recientemente por el semanario Expresso el periodista y escritor Miguel Sousa Tavares.

El empresario, lejos de esconderse, ha dado la cara y ha replicado a todo el mundo en un maratón de entrevistas en medios de comunicación portugueses: “Si piensan que voy a cambiar mi manera de ser y dejar de hablar…¡no! Soy portugués, vivo aquí, siempre pagué mis impuestos y voy a continuar a hablar”, afirmaba en una extensa entrevista también en Expresso. Soares dos Santos explica que  transferir sus acciones a esta subsidiaria no responde a que pague menos impuestos (aunque no deja de reconocer que en el futuro tendrá ciertas ventajas fiscales) sino al intento de proteger su patrimonio. Y añade que eligió Holanda porque, en su opinión, es el país que mejores garantías ofrece a la iniciativa privada. La decisión obedece también a cierto riesgo: "No sé si Portugal se quedará en el euro”, mantiene el empresario. “El año pasado creé 1.000 puestos de trabajo ¿Esa es la manera que tiene una persona de huir de un país? ¿Cuántos puestos de trabajo han creado esos que me critican?”, agrega.   
Hay otros puntos de vista, claro: En el citado artículo, Sousa Tavares recordaba a Soares dos Santos que el patriotismo -como las lecciones de ciudadanía- nunca sale gratis. “Normalmente se paga con sangre sudor y lágrimas. Pero también se puede pagar con dinero”.

El País

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