La cuestión del martes de Carnaval en Portugal es peliaguda: en rigor, no es fiesta oficial y depende del Gobierno de turno concederla, cosa que se lleva a cabo desde hace décadas, lo que ha generado ya una especie de tradición. Pero este año, el Gobierno del conservador primer ministro Pedro Passos Coelho, decidió negar el derecho adquirido con el tiempo. Y justificó su decisión con un razonamiento, a su juicio, infalible: en un año de apreturas como el actual en el que, además, por ley y por mor de la productividad, se van a suprimir varias fiestas oficiales y varias religiosas, no tiene mucho sentido otorgar un día festivo de gracia. Pero no todos los dirigentes estaban de acuerdo con la idea y muchos alcaldes (entre los que se cuenta el de Lisboa, del Partido Socialista portugués) dieron fiesta a su personal en una suerte de desafío político. También hay muchas empresas en cuyos convenios colectivos figuraba el Martes de Carnaval como día feriado. Y se han respetado.
Así las cosas, nadie sabía muy bien si Lisboa estaba de fiesta el martes o no. Las tiendas hicieron lo que les vino en gana y la mayoría cerraron. Pero los ministerios trabajaron. Y los tribunales, aunque a medio gas, también, aunque muchos juicios se pospusieron para días laborables más claros. Los niños no fueron al colegio porque era fiesta, pero las escuelas abrieron y los profesores acudieron porque dependen del Ministerio de Educación. Los metros y los autobuses de las ciudades del país funcionaron a medias por aquello de los convenios. Además, una huelga de maquinistas (convocada por obligarles a trabajar en festivo) lo complicó todo más aún. En la calle, con un sol espléndido, señal de que el invierno se bate en retirada, había cierto confuso ambiente festivo, un aire casi dominical que ningún Gobierno puede liquidar a base de decretos. Pero la Asamblea de la República, para dar ejemplo, se cargó con una agenda densa y una visita simbólica: la mismísima (y temida) troika, que se entrevistó con la presidenta del Parlamento y asistió a una comisión de Economía. Casi al mismo tiempo estaba prevista una rueda de prensa del Grupo Ecologista portugués para pedir, precisamente, que el Martes de Carnaval sea feriado, por ley, y para siempre.
Todo fue así, contradictorio, paradójico. Como el mensaje del tipo que el viernes pasado, disfrazado de diablo, acudió junto a una charanga carnavalesca a la residencia oficial del primer ministro para protestar por la crisis y alzó una pancarta que rezaba: “Yo quiero trabajar en Carnaval, pero estoy en el paro”.