Antonio Jiménez Barca

Sobre el autor

: nació en Madrid en 1966. Fue durante tres años corresponsal en París y actualmente es corresponsal en Lisboa. Antes trabajó como redactor y reportero en las secciones de Local y Domingo. Ha escrito dos novelas: Deudas pendientes (2006) y La botella del náufrago (2011). A este ritmo perezoso, hasta 2016, por lo menos, no terminará la tercera.

Eskup

Archivo

febrero 2013

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
        1 2 3
4 5 6 7 8 9 10
11 12 13 14 15 16 17
18 19 20 21 22 23 24
25 26 27 28      

Categorías

El héroe de 25 de abril

Por: | 25 de abril de 2012

Salgueiro Maia 2 En la madrugada del  25 de abril de 1974, un capitán de Caballería portugués de 29 años llamado Fernando José Salgueiro Maia, complicado en el golpe militar que iba a intentar esa misma jornada derribar una dictadura que duraba desde 1926,  reunió en una sala de su cuartel de Santarem a sus 240 hombres y les propinó un discurso sencillo y memorable que ha pasado a la historia de las frases claras: “Señores míos, como todos saben, hay varias formas de Estado: el Estado social, el Estado corporativo, y el estado al que hemos llegado. Ahora, en esta noche solemne, vamos a acabar con el estado al que hemos llegado.  Así que el que quiera venir conmigo, que sepa que nos vamos para Lisboa y terminamos con esto. Quien quiera venir, que salga fuera y forme. Y el que no, que se quede”.

              Era la una y media de la madrugada. Nadie se quedó.
         Todo había comenzado hacía casi una hora, tras la emisión en la cadena Radio Renascença de la canción-clave acordada por los implicados en el golpe, Grândola Vila Morena, que sirvió de detonante. 
          El pelotón comandado por el capitán Salgueiro Maia,  compuesto  por diez blindados, doce camiones, una ambulancia y un jeep, se pone en marcha a las tres y veinte de la mañana encargado de llevar a cabo la misión más difícil de todos los conjurados: penetrar sin incidentes hasta el corazón de Lisboa y tomar la Praça do Comércio, la hermosa (y estratégica) plaza abierta al mar, donde se sitúan el Gobierno Civil y varios ministerios.
          Nada en el país ni el mundo hacía presagiar que esa madrugada  aparentemente como los otras el país  iba a vérselas con su futuro de la mano de un puñado de capitanes jóvenes, valientes y hartos de una guerra colonial sin victoria posible que el maltrecho imperio portugués mantenía a contracorriente por empecinamiento político del dictador António Salazar y de su sucesor en el poder desde 1971, Marcelo Caetano. Nadie sospechaba nada. Esa misma noche, por ejemplo, Mário Soares, por entonces líder en el exilio del Partido Socialista portugués, de visita en Bonn, cenaba con un alto cargo alemán que le recomendaba tener paciencia porque la dictadura portuguesa, según sus informes, iba para largo.
              La columna de Maia pasa a las cinco por los peajes de la autopista de entrada a Lisboa sin que los operarios sospechen otra cosa que unas maniobras militares madrugadoras. Media hora después, ya en la ciudad, en el cruce entre Campo Grande y la Alameda da Universidade el cívico conductor del jeep de Maia, al frente de la columna, se detiene ante un semáforo rojo al lado de un autobús municipal procedente de las cocheras. Salgueiro Maia, algo estupefacto por la situación, mira el semáforo, luego al chófer, se convence a sí mismo y dice:
    - Arranca, una revolución no se para por un semáforo rojo.
       Casi al amanecer, alcanzan la Praça do Comércio con el objetivo cumplido: no han creado alarma ni se han producido combates ni derramamiento de sangre. Los soldados se despliegan. Hay un problema logístico: la plaza controlada por Maia  es terreno de paso para millares de lisboetas que ese día van a trabajar. Una empleada de la limpieza del Ministerio de Salud habla con el capitán y le pide que le deje pasar porque ya llega tarde. Maia, tocado con su gorra de faena, responde: “Mire señora, hoy no se trabaja. Mañana, tal vez, pero hoy no”. A la empleada se le suman en la protesta varios obreros más que necesitan atravesar la plaza para coger el metro. Maia añade, entre enfadado y profético: “A ver, señores, hoy no van a ir a trabajar. Ni hoy, ni ningún otro 25 de Abril, porque a partir de hoy este día va a ser fiesta”.
         Un periodista de Reuter le pregunta que por qué está ahí:
         - Para derribar al Gobierno.
        - ¿Puedo ir a la redacción, contarlo, y luego volver?
        - Oiga, nosotros estamos haciendo esto para dar libertad a las personas. ¿Cree que le voy a privar a usted de la libertad de informar? Ande y vuelva cuando quiera.
          No todas las visitas son así. Tras algunos encuentros con brigadas de la policía o de batallones fieles al Gobierno a los que Salgueiro Maia convence, sin disparar un tiro, para que se unan a la revuelta, a media mañana, al capitán le informan de que se aproxima a la plaza una columna con cinco blindados escoltada por miembros de la Policía Militar y soldados de infantería al mando del general de brigada Junquera dos Reis, fiel al Gobierno. Mientras, una fragata anclada en el estuario del Tajo apunta sus baterías hacia las fuerzas de Maia. Éste, con un pañuelo blanco bien visible en la mano y una granada oculta en el bolsillo, avanza hacia las tropas de Junquera dos Reis. Éste ni se digna a salir del carro de combate en un principio al darse cuenta de que quien tiene enfrente no pasa de capitán. Salgueiro Maia se planta en medio de la calle a unos 100 metros de los tanques del general de brigada, con la intención de dialogar, solo, jugándoselo todo a una carta, encarando una muerte cierta. En su novela Soldados de Salamina  Javier Cercas define al héroe como aquel “que no se equivoca en el único momento en que importa no equivocarse”. Para Salgueiro Maia –y para la Revolución que se desarrolla en ese momento en todas las grandes ciudades de Portugal- ha llegado ese momento. El brigadier ordena a uno de los servidores de la ametralladora  que abra fuego. El capitán lo oye pero no recula. El soldado observa a Maia y se niega a disparar. El brigadier ordena después a los fusileros que acaben con Maia. Éste, con el pañuelo en una mano y la granada en el bolsillo del pantalón, aguanta, firme, sin moverse, sin darse la vuelta, sin rendirse, sin retroceder. Los soldados de infantería también rechazan la orden del brigadier que, de pronto, se queda solo y de pura rabia pega varios disparos al aire mientras ve cómo o su columna se desintegra y se suma a las filas de los rebeldes. 
      25 de abril 1 En esto los lisboetas han comenzado a ganar la calle, olisqueando la libertad que se presiente. Maia, con la Praca do Comércio controlada, recibe al mediodía la orden proveniente del puesto de mando rebelde de cercar y rendir el cuartel general de la Guardia General Republicana (GNR), en el centro de Lisboa, donde se encuentra, protegido por 300 hombres armados y experimentados, el dictador Marcelo Caetano. Salgueiro Maia emprende la marcha seguido de su columna de carros de combate. Esta vez cumple escrupulosamente las señales de tráfico. Lisboa es un hervidero de gente que contempla maravillada el rodar estruendoso de los tanques en dirección de la madriguera del dictador. En Largo do Carmo, Maia desplega sus hombres entre el gentío y cerca el cuartel general de la GNR. Se dan episodios chuscos, muy portugueses, propios de esta revolución cercana, alérgica a la grandilocuencia, particular e incruenta: los soldados toman posiciones cuerpo a tierra mientras niños de seis años, a su lado, los observan con admiración, con la misma cara que pondrían viendo una película. Hay vecinas que prestan al capitán la terraza de su casa porque desde ahí, según cuentan, se ve el mejor el interior del cuartel;  hay vecinos que le cuentan que Caetano puede utilizar una salida por la puerta de atrás que ellos conocen de toda la vida… Lisboa entera, en la calle, asiste asombrada, esperanzada y feliz al episodio histórico que va a cambiar su vida para siempre. Hay gente subida a los árboles, a los buzones, a los coches, la muchedumbre es tanta que los soldados, en vez de preocuparse en vigilar el cuartel que han de tomar por las armas se ocupan de acordonar la zona para no verse aún más desbordados. Comienzan a circular claveles rojos que unos  dicen que provienen de un cargamento de flores que ha quedado bloqueado en el puerto y otros de una boda que se ha quedado sin celebrar por falta de notario…
          El dictador ha comido salchichas con patatas fritas dentro del cuartel y oye cómo un capitán con un megáfono que acaba de convertirse para siempre en héroe le conmina a rendirse en diez minutos: “Diez minutos, señores, tienen diez minutos para salir con las manos en alto”.
            Entonces, a las cinco de la tarde, con la multitud enardecida y el dictador Caetano cada vez más escondido y solo y convencido de que su vida acabará en Brasil, dos altos cargos del régimen agonizante llegan al Largo do Carmo con intenciones de negociar la rendición y la salida del dictador. Y preguntan al capitán Maia:
        -¿Quién manda aquí?
         El capitán de 29 años que se ha jugado la vida horas antes ante cinco carros blindados para salvar la Revolución, que mantiene el cuartel general de la GNR cercano rodeado de soldados rodeados a su vez de una muchedumbre pacífica y exultante, el tipo que no se ha equivocado en el momento en que no tenía que equivocarse, como un verdadero héroe de novela, el militar que se entrevistará poco después con Caetano personalmente para aclarar definitivamente la rendición y que morirá muchos años después, en 1992, de un cáncer, sin aceptar jamás ningún cargo político, ese hombre, Salgueiro Maia, se encogió de hombros ante estos dos gerifaltes y sin soltar el megáfono les respondió:
             - Aquí mandamos todos

Mirando a España

Por: | 13 de abril de 2012

Rajoy y Passos Coelho
Los portugueses asisten a la galopante crisis española de la deuda y a sus coqueteos con el abismo del rescate financiero internacional como el que relee una novela que uno ya se sabe y que no le gustó mucho. Lo escribía el jueves pasado la subdirectora del Diário Económico, Helena Cristina Coelho: “Esto es el mismo folletín repetido pero con caras nuevas y en castellano”. MIrando el telediario español, recuerdan una secuencia fatal: ataques de los mercados, cotizaciones que escalan, solemnes declaraciones de que no habrá rescate, nuevos ataques de los mercados, cotizaciones que siguen subiendo, nuevas solemnes declaraciones negando el rescate… No es extraño encontrarte estos días a amigos, a dueños de tiendas, a taxistas o a vecinos que, al oírte hablar portugués con un delator acento español, se apiadan de ti y menean la cabeza con el gesto del que conoce la desgracia por la que pasas porque ya la ha atravesado. Después, muchos preguntan “¿Qué tal España?” “¿Para cuándo el rescate?” Tú les dices que no, que en España no, que todos coinciden en que no, pero ellos te miran con tal escepticismo que al final uno paga al taxista, o al vendedor, o se despide del vecino en el ascensor o del amigo en la calle y piensa si no tendrán razón, a la postre, estos tipos que, a fin de cuentas, ya han vivido todo esto.
             La mayoría sigue las noticias españolas no sólo con curiosidad sino también con el fatalismo y la pesadumbre de quien está involucrado en el asunto. Hace unos días, el Diário de Notícias, sobre una fotografía de la cara barbuda  de Rajoy, se preguntaba: “¿Y si cae España?” Hay columnistas que repiten: “Ahora España: qué miedo”.
           No es para menos: España es el principal socio económico de Portugal. El 25% de las exportaciones portuguesas (el único motor económico no averiado del todo en Portugal) acaban en España y si España cae, pues Portugal se hunde (aún más).
           Hace unos meses, en el rigodón institucional de tiras y aflojas entre el Gobierno griego y la Unión Europea para aprobar un nuevo fondo de rescate que salvara a Grecia de una nueva recaída, los portugueses también contuvieron el aliento: si Grecia recae, Portugal recaerá, por un extraño efecto contagio que sólo saben explicar bien algunos economistas o algunos magos.
          Así, mirando de reojo a izquierda a derecha, la debilitada Portugal avanza cada vez con menos equilibrio y más aprisa, salvando un río profundo, saltando de piedra en piedra…  

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal