Antonio Jiménez Barca

Sobre el autor

: nació en Madrid en 1966. Fue durante tres años corresponsal en París y actualmente es corresponsal en Lisboa. Antes trabajó como redactor y reportero en las secciones de Local y Domingo. Ha escrito dos novelas: Deudas pendientes (2006) y La botella del náufrago (2011). A este ritmo perezoso, hasta 2016, por lo menos, no terminará la tercera.

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Así se coció el rescate

Por: | 31 de octubre de 2012

José Socrates, el 6 de abril de 2011 pide oficialmente el rescate de portugalA finales de diciembre de 2010, uno de los asesores económicos de José Sócrates, harto de que éste le hiciera recorrer medio edificio para informarle a cada poco del estado de los intereses de la deuda portuguesa, decidió colocar en el despacho del primer ministro de entonces un terminal conectado permanentemente con la agencia Reuters. Con un programa muy fácil –Sócrates no era muy hábil con la informática por entonces- bastaba un toque de ratón para que en la pantalla apareciera los intereses de los bonos a diez años de España, Portugal e Italia. Sócrates se volvió un adicto a la terminal, que consultaba cada diez minutos, consciente de que su futuro político –y el del país- se jugaba en los dígitos cambiantes de los balances ya que bastaba alcanzar determinada línea fatídica (un 7% en los bonos a diez años, por ejemplo) para que Portugal se colocara a un paso del abismo de la bancarrota y del rescate financiero. Sócrates, líder en aquella época del socialismo portugués, corredor de maratón, resistió y se resistió con la tenacidad de un buen fondista, pero al final, traicionado por su ministro de Finanzas y presionado por toda la élite política, financiera y económica del país, se rindió y pidió el rescate financiero a Europa y al FMI la tarde del 6 de abril de 2011 en una rueda de prensa urgente y algo improvisada. Ahora, Resgatados un libro elaborado por dos periodistas, David Dinis y Hugo Filipe Coelho, relata la historia de esos meses frenéticos.


                El libro detalla cómo en febrero de 2011 y con las cuentas públicas portuguesas a punto de naufragar, una delegación de técnicos del Banco Central Europeo llegaba a Lisboa en secreto con la intención de ayudar (y empujar) a los técnicos portugueses a confeccionar un plan de ajuste draconiano encaminado a burlar el rescate. Sócrates se comprometería, con ese plan, a modificar el IVA, a devaluar las prestaciones por desempleo, a incorporar ciertas modificaciones de legislación laboral y a bajar determinadas pensiones, entre otras medidas. A cambio, el primer ministro portugués se aseguraba (con la aquiescencia de Angela Merkel) la intervención del BCE en los mercados de deuda en defensa del país por lo menos hasta el verano. El 12 de marzo, Sócrates acudió a un Consejo Europeo con las el plan debajo del brazo después de haber negociado hasta última hora con los prebostes europeos y haberse entrevistado, la noche anterior, con el jefe de la oposición, el conservador Pedro Passos Coelho, hoy primer ministro. Sócrates asegura que arrancó a Passos la promesa de que apoyaría el plan a fin de presentar un frente común en Europa; Passos replica que Sócrates le ocultó buena parte de la información (la delegación de la Unión Europea, entre otras cosas, lo que no es poco) y que eso hizo saltar por los aires el acuerdo.
            Sea como fuere, Sócrates ganó una partida en Europa, que aplaudió el plan, pero iba camino de perder otra –más importante-, en su propio país. Su partido gobernaba en minoría, así que el parlamento podía rechazar la batería de medidas dejando a Sócrates y a su Gobierno en paños menores ante Europa.
              Y todo se precipitó: los directores de los principales bancos portugueses, en una reunión con el Gobernador de Portugal, Carlos Costa, acordaron comprar deuda lusa sólo hasta principios de abril, ya que a partir de entonces la compra se volvía demasiado peligrosa para los propios bancos. “Si en el último año, comprar deuda del Estado era una jugada de póker arriesgado, seguir comprándola a partir de ese momento era un auténtico bluff”, relata el libro. El ministro de Finanzas, Fernando Teixeira dos Santos, aseguraba, con ese lenguaje suyo de los economistas, que si se rechazaba el plan en el Parlamento, todo eso repercutiría en los “downgrade dos ratings”, con lo que el pago de la deuda, previsto sólo hasta junio, se volvería imposible. Al mismo tiempo, Sócrates llamaba por teléfono, según apunta el libro, a un director de un medio de comunicación y le soltaba, en un lenguaje mucho más llano: “Quieren que pida el rescate pero no lo voy a hacer. Si quieren tumbar el plan, túmbenlo. Si quieren joderme, jódanme. Pero jódanse conmigo”.
                El Parlamento, por fin, rechazó el plan el 23 de marzo con los votos contrarios de la extrema izquierda y la derecha. Sócrates dimitió y convocó elecciones. Y todo hacía pensar que el primer ministro iba a pedir ya el rescate ante la situación de emergencia y la sensación de caos y de urgencia. Pero no lo hizo, apelando a su resistencia de maratoniano (algunos lo achacaron a simple cabezonería, como si él también jugara al póker, esta vez con el país entero).
              El ministro de Finanzas presionaba (“los bancos ya no compran deuda porque ni les deja el BCE”); Europa presionaba; los bancos presionaban; el gobernador del Banco de Portugal habló hasta con Mário Soares, ex presidente de la República y referencia viva de la izquierda, para que éste tratara de convencer a Sócrates. Pero éste no cedía, convencido de que un Gobierno débil (el suyo lo era porque estaba en funciones) se encontraba en desventaja a la hora de negociar y decidido a resistir hasta las elecciones de junio.
               Con todo, el seis de abril, tras una emisión mañanera de deuda pública de resultados catastróficos, el ministro de Finanzas, según relata el libro, pidió a su asesor de prensa que le pusiera en contacto con la subdirectora del Jornal de Negócios, Helena Garrido. Eran las cinco de la tarde y Garrido le preguntó lo que todo Portugal se preguntaba desde hacía semanas: “¿Debe el Gobierno pedir el rescate ya?”. Teixeira dos Santos, sin advertir a Sócrates, respondió por email: “(…) Entiendo que es necesario recurrir a los mecanismos de financiamiento disponibles en el ámbito europeo (…) “. Poco después, el Jornal de Negócios daba un titular redondo que comenzaba a dar la vuelta al mundo y que sorprendía, sobre todo, al primer ministro responsable del país: “PORTUGAL VA A PEDIR AYUDA EXTERNA”.
             A Sócrates sólo le quedaban dos alternativas: o destituía a su ministro de Finanzas dos meses antes de las elecciones o comparecía ante el país para anunciar por fin la petición de un rescate que él se había resistido a solicitar hasta el último momento y que iba a cambiar para siempre la vida política y económica del país. Se decidió por los segundo y emplazó a los periodistas para las ocho a fin de anunciar la noticia oficial y solemnemente al país entero. Luego llamó por teléfono a Teixeira dos Santos y mantuvo una conversación a gritos con él llena de insultos. Jamás han vuelto a dirigirse la palabra.


El País

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