El 21 de abril se cumplieron 45 años del golpe que un grupo de mediocres con galones (una virulenta, y efectiva, combinación) dieron contra el Gobierno legítimo de Grecia. Empezaban así siete años de dictadura, la ominosa Junta de los Coroneles -o la Junta, sin más, como la llaman los griegos-, que sembró el país de represión y censura (un periodo magistralmente narrado por el diplomático y escritor mexicano Jaime García Terrés en el libro Reloj de Atenas). El mismo día, 45 años después, otro grupo de fascistas abortó un acto de campaña de un candidato socialista en Atenas; hostigó y amenazó a gritos al político y, no contento, colgó en la web su hazaña. El vídeo de la agresión monopolizó durante horas la campaña electoral.
Los fascistas de Jrisí Augí (Aurora Dorada) pueden lograr el 5% de los votos en las elecciones del 6 de mayo. Su programa es una mezcla de bravuconadas y oportunismo; un alarde de esa violencia inherente al fascismo, y una sola idea fuerza, con leves variantes: fuera extranjeros de Grecia. De su matonismo ya han dado abundantes pruebas con agresiones a inmigrantes en las zonas más degradadas de Atenas. Pero en su punto de mira también están los gais, una anomalía según su líder, Nikos Mijaloliakos. Como en el poema de Brecht, podrían añadirse los rojos, los sensatos, los que no piensan como ellos (es decir, los que piensan)...
Un reciente reportaje del diario To Vima recuperaba las perlas más brillantes de Mijaloliakos, que desde 2010 es miembro del consistorio de Atenas. En 1987, en un artículo publicado en el órgano de expresión del partido, Mijaloliakos calificaba a Adolf Hitler de "Gran Hombre del siglo XX; apóstol de la revolución nacionalsocialista y de la cruz gamada". Tal vez por eso las banderas que ondean en los mítines de Jrisí Augí son sospechosamente parecidas a los estandartes nazis: una cruz gamada apenas sí distorsionada, por aquello de disimular. Los vídeos en que instan a cerrar filas estremecen: música militar, desfile con antorchas y capuchas, un oscuro ejército de hombres de negro -estilo camicie nere de Mussolini, pero en cutre: con chándal y sudadera- avanza decidido hacia la victoria. Podrían encajar a la perfección -si es que no lo hacen habitualmente- en el graderío más bronco de un estadio de fútbol.
El mismo Mijaloliakos reconocía hoy en la edición dominical del citado diario que no conoce a muchos de los candidatos -alrededor de medio centenar- que su partido presenta a las elecciones, como si lo importante fuera sólo hacer bulto, aullar, amedrentar. Las espurias intenciones de estos camisas negros han cogido al resto de partidos políticos con el pie cambiado, y a los votantes, exhaustos, arruinados y maniatados por la falta de expectativas (y de propuestas políticas de verdad convincentes).
Pero Mijaloliakos no es el único ultra suelto en Grecia. Anexartiti Ellines (Griegos Independientes) es otro partido revelación que podría hacerse con el 10% de los votos. Sin llegar al hooliganismo de Jrisí Augí, Panos Kamenos, el líder de Griegos Independientes, es un antiguo diputado de la conservadora Nueva Democracia decepcionado por la política liberal y proeuropea de su antiguo partido -lo abandonó porque se opone a los planes de ajuste- y con ganas de probar fortuna en la procelosa coyuntura política. Resulta inquietante imaginar un pacto poselectoral Jrisí Augí-Anexartiti Ellines: ambos coparían el 15% de los escaños, si se confirma la intención de voto. Cualquier gobierno precario podría quedar preso de su fuerza.
Mientras, el mismo 21 de abril de 2012, en un día despejado y vibrante que a veces conseguía borrar la tristeza de los rostros de los viandantes, los ciudadanos seguían peregrinando al árbol de la plaza Syntagma de Atenas donde hace dos semanas se quitó la vida un jubilado para no acabar rebuscando comida en la basura. Como un chaval afgano de 15 años, que murió en marzo de 2010 en la ciudad al explotar una bomba casera en la papelera donde rastreaba algo que llevarse a la boca. Algo huele a podrido en Grecia, pero no es precisamente la basura.