¿Nazi? ¿O simplemente
descerebrado? Yorgos Katidis, centrocampista del AEK
ateniense, no podrá pasear la ristra de tatuajes que le adornan por los
estadios donde a partir de ahora juegue la selección griega de fútbol, de la
que ha sido apartado
de por vida por remedar el saludo fascista sobre el césped. El sábado
pasado, Katidis, de 20 años, marcó el gol de la victoria de su equipo ante el
Veria en un partido de la Super League y lo celebró con el brazo en ristre,
enhiesto, y una actitud tan fiera que sus excusas posteriores en las redes
sociales –no entender el significado del gesto- suenan a vanas.
¿Ignorancia, cuando en el Parlamento griego se sientan 18 diputados, correligionarios de quienes, además de saludar a lo nazi, apalean emigrantes y fanfarrean con hacerles jabón en hornos crematorios, como mostraba un reportaje emitido el 5 de marzo por la televisión británica Channel 4? ¿Desconocimiento de lo que significa el ademán, cuando un día después Grecia conmemoraba solemnemente –con la presencia del primer ministro, Andonis Samarás-, el 70º aniversario de la primera deportación a los campos de exterminio nazis de los judíos sefardíes de Salónica?
La relación entre fútbol y las más difusas formas de violencia ultra no es nueva; tampoco la acción de Katidis (el italiano Paolo di Canio lo hizo en 2005, y le cayó sólo un partido de suspensión), pero mentar la bicha nazi en Grecia es hoy azuzar el pútrido huevo de la serpiente. Las más que fundadas sospechas de connivencia entre hooligans y miembros de Aurora Dorada cobran relieve con la acción de Katidis. Los estadios griegos son ollas a presión donde muchas veces se dirimen diferencias, políticas y de las otras, como en 2004, cuando la selección nacional –a la sazón campeona de Europa- perdió ante Albania en un partido clasificatorio para el Mundial de Alemania, con el resultado de un muerto y cinco heridos por arma blanca. O, sin ir tan lejos, cuando en noviembre pasado el diputado de Syriza Dimitris Stratulis fue golpeado por tres camisas negras de Aurora Dorada en un encuentro en la cancha, qué casualidad, del AEK, un club de acreditada trayectoria antifascista y cuyo emblema es el águila bicéfala de Bizancio. Stratulis recibió también amenazas de muerte.
“No soy un fascista y no lo habría hecho si hubiera sabido qué significa”, escribió en Twitter y Facebook el excapitán de la selección griega sub-19 para acallar la polémica. Puede que el bueno de Katidis hiciera novillos cuando en clase de primaria explicaron la ocupación nazi de Grecia (1941-44), un oprobio inoculado en el ADN y que hasta los críos de teta conocen; las matanzas de civiles en Kalávryta y Distomo a manos de oficiales de las SS; los 300.000 muertos literalmente de hambre, o la larga guerra civil que vino luego. Pero, por edad, seguro que sus abuelos sí se acuerdan.
Las tumbas con la estrella de David profanadas hace unos meses en
Salónica; las crecientes amenazas a la comunidad judía; el
revisionismo de un asesor del mismísimo ministro del Interior griego, cuya
dimisión han pedido los responsables de la misma… Y mientras tanto la
arrogancia rampante de Aurora Dorada, abriendo sedes por doquier –en Nueva York,
en Nüremberg, en Australia…- y dando
clases de espíritu nacional en los colegios en medio de la
putrefacción social causada por cinco años de crisis. El saludo de Katidis no es baladí,
ni una anécdota o un hecho marginal. Es el mal encarnado en un bosque de tatuajes
sobre fondo verde.
Créditos fotos:
Yorgos Katidis saluda tras marcar el gol que dio la victoria al AEK. © Giannis Liakos (Reuters/Icon)
Andonis Samarás, en la sinagoga Monastirioton de Salónica. © Alexandros Avramidis (Reuters)
Tumbas profanadas en el cementerio judío de Salónica.