El
pasado 1 de junio, Alexis Tsipras, líder de Syriza (Coalición de Izquierda
Radical), se manifestó por las calles de
Madrid junto a
miles de personas bajo el lema “pueblos unidos contra la troika”. Los
organizadores de la marcha le habían invitado como quien saca a un santo en
procesión pero, pese a la expectación generada por su visita, no en balde es la estrella de la
izquierda europea,
durante su estancia en Madrid no concedió ni una sola entrevista, algo difícil
de entender si se tiene en cuenta que el político no ha dejado de estar en
campaña desde las elecciones de 2012, a la espera, y desespera, de que el
Gobierno griego se desintegre definitivamente y el país acuda de nuevo a las
urnas.
Las explicaciones dadas por los organizadores fueron las habituales (lista cerrada, agenda repleta, falta de tiempo…), aunque off the record fuentes de Izquierda Unida, el partido hermano de Syriza y anfitrión suyo en Madrid, apuntaron a la existencia de serias diferencias en el seno de la coalición y el velado temor a que esas desavenencias se hicieran públicas fuera de las fronteras de Grecia, donde Tsipras goza de infinito tirón mediático. En efecto, las costuras de Syriza llevaban semanas hilvanadas con alfileres: unas semanas antes de la marcha de Madrid, el precedesor de Tsipras al frente de Syriza, Alekos Alavanos, anunciaba la creación de su propio partido, Plan B, con un programa muy claro: la salida de Grecia del euro. La chance electoral de Plan B no parece muy elevada, ya que el 63,5% de los griegos son partidarios de seguir en la zona euro, según la última encuesta publicada.
Alavanos
lideró Syriza entre 2004, fecha de su fundación, y 2008, cuando entregó la
formación a un joven y arrollador Tsipras, artífice del mejor resultado
conseguido en las urnas, donde nunca había superado el 5%: en
las elecciones de junio de 2012 logró el 27% de los votos (y 71
escaños en un Parlamento de 300) y se situó en segundo lugar tras la
conservadora Nueva Democracia, sólo tres puntos porcentuales por delante (si bien premiada con un
bono-regalo de 50 escaños, a mayor gloria del bipartidismo…). En sólo un mes,
de la convocatoria electoral de
mayo (17% de
los votos) a la de junio, Syriza arañó un 10% más de papeletas. Pero desde entonces
las fuerzas centrífugas han seguido revolviendo Syriza, hasta que este fin de
semana acometió su refundación como partido unificado. La nueva Syriza se
subtitula “frente social unido” en vez de “coalición de izquierda radical” y
Tsipras, reelegido con más del 74% de apoyos, es el líder incuestionable de esta
izquierda de banda ancha.
Cuando se fundó, en 2004, Syriza integró a una quincena de grupos (verdes, troskos, maoístas, etcétera) bajo la bandera de un eurocomunismo modernizador frente a la ranciedad del partido comunista fetén, es decir, prosoviético: el inquebrantable KKE, que sobrevive en las encuestas de intención de voto con un apoyo de alrededor del 5%. Grecia se convertía así en el único país de Europa con dos partidos comunistas: el del interior y el del exterior. No estaba mal: un país de 10 millones de habitantes con dos pecés. Pero ahora, con la vista puesta en las urnas, Syriza necesitaba apuntalar sus posibilidades de convertirse en una alternativa real de gobierno, y la refundación parecía obligada.
A
Tsipras sólo le han plantado cara, y muy relativa, otros dos candidatos a la
dirección, uno de ellos propuesto por uno de los grupos más
díscolos de la coalición, Ciudadanos Activos, liderado por el histórico combatiente antinazi y
diputado Manolis Glezos. Fue Glezos, precisamente, quien le sacó los colores a Tsipras durante
el congreso, al subrayar que el éxito de Syriza se debe a la
pluralidad de sus corrientes y sensibilidades.
Con el debido respeto a las canas y las memorables hazañas –Glezos,
con Lakis Santas, retiró la bandera nazi de la Acrópolis en 1941-, Tsipras
rebatió la loa a la pluralidad afirmando que una coalición con una quincena de
partidos y una quincena de estatutos es inmanejable. Y subrayó que ya va
siendo hora de desalojar
a los “viejos poderes”, en referencia a ND y Pasok (y quién sabe
si al propio Glezos).
Queda
por ver qué sucede con los cinco partidillos más rebeldes, entre ellos el grupo
de Glezos. Pero, en una mezcla de posibilismo y
pragmatismo, y
pese a sus reiteradas proclamas de voluntad
europeísta,
Tsipras, y con él la nueva Syriza, han debido hacer explícita profesión de fe
bruselense, así como envainárselas y tragarse el sapo de una enmienda en los estatutos de la coalición que dejaba la puerta abierta a una eventual salida del euro de
Grecia,
rechazada por la mayoría del pleno del congreso. Otros puntales programáticos, como la renegociación de los
términos del rescate con la troika y la eliminación de las condiciones más
onerosas, continúan vigentes. Por alguna de esas razones, o una mezcla de
todas ellas, a los miembros de Syriza que se personaron
este martes en la manifestación de la huelga general ante el Parlamento,
les sonaron algunos silbidos, y no precisamente de aprobación.
Créditos pies de foto:
1. Tsipras, durante un mitin el 17 de julio en Atenas en demanda de elecciones anticipadas. / Louisa Gouliamaki (AFP)
2. Tsipras y Cayo Lara, coordinador general de IU, durante la manifestación "Pueblos unidos contra la troika", el 1 de junio en Madrid.
3. Tsipras saluda a sus simpatizantes en el mitin de cierre de fin de campaña, en junio de 2012 en Atenas / Reuters.
4. Manolis Glezos, en 2012.
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