Logre
usted o no la mayoría absoluta, este no es un mensaje de felicitación, sino un
acuse de recibo de su aplastante
victoria en las elecciones alemanas, que también puede leerse como anticipada
–y definitiva- acta de defunción de Grecia en el euro. No habría sido escrita
si Grecia no se hubiera convertido en un tema de política nacional durante la
campaña, en la que se aventó la
inminencia de un tercer rescate y en la que repitió usted mensajes tan poco
edificantes, políticamente hablando, como que Grecia
nunca debería haber adoptado la moneda única. Eso estuvo un tanto feo, la verdad: Atenas es,
aún, un socio más de la UE y la eurozona, así que podría haberse ahorrado el
escarnio.
Nota bene: esta carta está escrita al dictado de la realidad cotidiana –en conversaciones en playas, en cafés, en templos o mercados- de infinidad de griegos, cuyas opiniones más irreproducibles respecto de su persona y de Alemania en general nos ahorramos por decoro.
Independientemente de lo que hagan sus dirigentes políticos, a los que no cabe otra que bailar al son de la flauta del Reichstag, perdón, del Bundestag, lo cierto es que a los griegos de a pie les traen al pairo Merkel, Steinbrück o el difunto liberal Rössler, a quien tenían cierta ojeriza por su indisimulado apoyo al Grexit (contracción de “Greece exit”, salida griega del euro). Lo que les preocupa son una serie de penurias cotidianas, gangrenadas por seis años de recesión y que ahora temen ver multiplicadas ad infinitum, con nuevas exigencias de recortes y ajustes en la Administración.
Entre sus desvelos figura el previsto cierre de una docena de hospitales públicos, por clausura definitiva o por fusión de algunos de ellos. La isla de Ikaría (9.000 habitantes) puede quedarse sin el suyo y pasar a depender del de Samos, a cuatro horas en barco (y sólo 19 kilómetros de distancia). Islas pequeñas como aquella claman también contra la desaparición de la figura del llamado médico rural, o comunitario, la única atención sanitaria de que disponen decenas de pueblos aislados de la civilización –y del ambulatorio o centro de salud más próximo- por carreteras llenas de curvas y de baches.
Preocupa también, y mucho, sobrevivir con pensiones de 180 euros (como las de los agricultores de la región de Kardámyla, en la isla de Jios) y a la vez tener que pagar los 380 de promedio del impuesto sobre bienes inmuebles que el Gobierno se sacó de la manga hace ahora dos años y que está vinculado a la factura de la electricidad: sin pago, no hay corriente. O costear los más de tres euros que vale un pack de dos yogures, una cantidad exorbitante para salarios cada vez más magros. Eso, y no la fecha de caducidad en la tapa, es lo que preocupa de verdad a muchos ciudadanos.
Quita el sueño también, a trabajadores interinos como María (isla de Ikaría), cómo llegar a fin de mes sin ver un euro del sueldo. María fue contratada en junio, hasta octubre, por el Ministerio de Cultura como guía de la torre de Drakanos, y desde entonces trabajar le cuesta dinero: por ejemplo, la gasolina necesaria para los 30 kilómetros diarios de ida y vuelta hasta su privilegiado puesto de trabajo, con el Egeo de fondo. Y eso, reconoce María (ateniense), que la crisis es mucho más llevadera en las islas que en las grandes ciudades, donde la expresión más oída es τραγική κατάσταση (situación trágica).
Valgan estos pocos datos como apuntes de una realidad lacerante sepultada por las cifras de recesión, déficit o deuda. Sra. Merkel: los griegos no son unos vagos y maleantes, como desde 2010 se les ha venido calificando desde el país que dirige. Son tan dignos como los portugueses o los irlandeses, por citar sólo a otros dos pueblos rescatados. Por eso lo único que piden es que la tortura acabe pronto, que los dos jinetes del Apocalipsis que ven en usted y su ministro Schäuble –un par que vale por cuatro, la crisis parece haber llegado también al Nuevo Testamento- hagan alarde de clemencia y no azucen su suplicio. En días más épicos, los espartanos arrojaban por el monte Taigeto a los bebés deformes o débiles, a los no aptos para la guerra. Era una muerte rápida, limpia y digna, por no decir heroica (para la mentalidad de la época). Grecia lleva años demostrando que tal vez no vale para el euro, pero, por favor, eviten el encarnizamiento.
Se despiden, sin más, un buen número de ciudadanos griegos.
Créditos pies de foto:
1. Caricatura de Angela Merkel, con bigote a lo Hitler, durante los últimos carnavales.
2. Pintada contra la fusión del hospital de Ikaría con el de Samos en la capital de la isla, hace unos días.
3. Pancarta en el aeropuerto de Ikaría que dice: "Ni una escuela cerrada, ni un docente despedido, ni un trabajador solo. Nuestra arma, la solidaridad". Hace unos días.