Cembrero

Sobre la autora

María Antonia Sánchez-Vallejo. Periodista con experiencia en Oriente Próximo y en la cobertura de las guerras de Irak y Líbano, llevo un cuarto de siglo viajando a Grecia. He pasado temporadas en Salónica, donde amplié mis estudios de griego, y he cubierto las elecciones de 2009 y buena parte de la crisis de la deuda. También disfruto del país en vacaciones.

Eskup

Pan, educación, libertad

Por: | 17 de noviembre de 2013

17N1
El centro de Atenas cerrado hasta a los gatos; cinco estaciones de metro fuera de servicio, 7.000 policías desplegados como si fuera a llegar Obama o el Papa, y un mar de pancartas por sobre las cabezas de una multitud interminable, formada en buena parte por jóvenes y estudiantes. La conmemoración del 40º aniversario de la masacre del Politécnico, que precipitó el fin de la junta militar (1967-1974), ha llenado este domingo durante horas las calles de Atenas y  Salónica sin lograr insuflar una pizca de ánimo en un ambiente lastrado por el fantasma de la violencia: esa amenaza ciega que se ha cobrado tres muertos –un activista antifascista y dos neonazis- desde septiembre. Y que muchos temen engorde como una bola de nieve.

A alguien parece interesarle azuzar ese espectro, no sólo por el despliegue de agentes –en cualquier sitio caliente, una tácita regla proporcional augura mayores posibilidades de disturbios cuanto mayor sea la presencia de uniformados. También por la reivindicación, dos semanas después del crimen -y, qué casualidad, la víspera del 17N-, del doble asesinato perpetrado el pasado 1 de noviembre ante una sede local del partido neonazi Aurora Dorada. Un grupo de ultraizquierda inédito, Pueblos Militantes-Fuerzas Revolucionarias, se atribuyó este sábado la muerte de los dos miembros de AD en represalia por la del rapero y militante antifascista Pavlos Fissas, a mediados de septiembre, a manos de un simpatizante neonazi. Los medios del mainstream, por cierto, lo califican de "guerrilla urbana".

17N2Aunque la policía considera auténtico el comunicado, no son pocos quienes creen que hay que cogerlo con pinzas, pues no haría sino confirmar la teoría de los dos extremos aireada por tierra, mar y aire desde el Gobierno de Andonis Samarás: a saber, la existencia de dos polos maléficos, desestabilizadores, Aurora Dorada en la extrema derecha, y Syriza en sus antípodas. El anuncio del grupúsculo desconocido de nuevas acciones contra los neonazis abunda en la hipótesis de esa peligrosa pinza que vendría a hacer bueno al Gobierno manostijeras de Samarás-Venizelos. Pero cualquier posibilidad está sobre la mesa, incluida, claro está, la de una ciega violencia ambidextra.

El 17 de noviembre de 1973, los tanques pusieron fin a sangre y fuego –con decenas de víctimas mortales-, a una ocupación estudiantil pacífica que ya duraba tres días. Desde entonces, el Politécnico, el recinto que hoy ocupa la Universidad Tecnológica de Atenas, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la dictadura. Con el restablecimiento de la democracia, también, los centros educativos se convirtieron en recintos inviolables a los que las fuerzas del orden no podían acceder por las malas (el antecedente más cercano fue en diciembre de 2008 el mismo Politécnico, ocupado por decenas de jóvenes antisistema en protesta por el asesinato de un chaval por la policía).

17N3El lema de la lucha contra la dictadura (ψωμί, παιδεία, ελευθερία, que en griego rima aunque no en castellano: “pan, educación, libertad”) tiene hoy más vigencia que entonces, si cabe: con casi un 60% de paro juvenil –la tasa más alta de la Unión Europea-, y la amenaza cierta de recortes adicionales (1.300 millones) impuestos por la troika a una población que en los seis años de crisis ha perdido el 40% de su poder adquisitivo, en un país convertido en práctico protectorado económico de Bruselas y Washington.

El de Grecia es hoy un escenario desolador en el que campan espantajos tales como el ministro de Sanidad, el ultra Adonis Georgiadis, que reclama para sí, y no para la troika, “la gloria” de despedir a miles de médicos “sobrantes”. Donde ocho universidades funcionan al ralentí, y dos de ellas, en Atenas, están cerradas por falta de personal. Donde los antidisturbios desalojan por la fuerza a periodistas y camarógrafos de una televisión cerrada como un cortijo. Por todo ello “Pan, educación, libertad” ha resonado hoy como un estruendo. También la lucha por los derechos sociales. Como dijo en vísperas del 17N Alexis Tsipras, líder de Syriza y candidato común de la izquierda europea a la Comisión Europea, “nada nos ha sido regalado; todo es fruto del trabajo y la lucha”. Como ejemplo, un botón: los basureros de Madrid y su huelga indefinida.

Democracy? No signal

Por: | 07 de noviembre de 2013

 

La noticia llega a las 7.34 de la mañana (una hora más en Grecia), vía guasap: “Fin del sueño ERT”. Durante la madrugada, y con algo de retraso sobre las previsiones –finales de octubre-, el Gobierno de Andonis Samarás ha cumplido su promesa de desalojar a los trabajadores de la antigua televisión pública ERT, cerrada inopinadamente a mediados de junio y que desde entonces emitía en plan pirata por Internet y algunas frecuencias marginales. Ocho unidades de antidisturbios, acompañadas de un fiscal, desalojaron al personal acantonado en la sede de la avenida Ayía Paraskeví, en Atenas, y sellaron con candados y gruesas cadenas las verjas de acceso, de donde aún cuelgan deshilachadas pancartas de lucha y esperanza. Los trabajadores, no obstante, están dispuestos a seguir luchando, vía ERT Open (@ERTsocial) ο ΤhePressProject. Y lo harán: la resistencia civil se ha convertido en una nueva disciplina olímpica en Grecia.

El cierre, que en su día sólo fue apoyado por los neonazis de Aurora Dorada –maldita gracia hace mentarlos de nuevo, pero su respaldo dice mucho del turbio juego político a que se han entregado-, provocó una minicrisis de Gobierno en la que el tripartito menguó a bipartito, y una merma de poder y representatividad similar a la que a corto plazo puede sucederle al PP valenciano, tras el cierre igualmente repentino de la televisión pública autonómica (RTVV). Ambos cerrojazos se parecen mucho: decisiones arbitrarias, al albur de fallos judiciales y más allá de cualquier lógica, salvo la de la tijera, el recorte patente o encubierto de la troika o la demagogia, como el discurso de Fabra asegurando que prefiere un hospital o un colegio abierto a una tele deficitaria... (la experiencia griega demuestra que los cierres no son incompatibles).

 

Pero el caso de la ERT griega, sustituida desde mediados de julio por la DT (Δημόσια Τηλεόραση) –un contenedor de planos fijos y discursos igual de soporíferos-, encierra claves más opacas. Por ejemplo, que la decisión de intervenir contra los okupantes de la sede haya acontecido el mismo día que el Ejecutivo acuerda con la troika modificar la ley sobre embargos hipotecarios; horas después de la quinta huelga general del año (y la 35ª desde 2010); apenas días después de la concesión de nuevas licencias de televisión al manojo de empresarios de la comunicación a los que pertenece la mayoría de los medios del mainstream -modosos hasta decir basta al informar sobre recortes y ajustes-, el tercer vértice de lo que Alexis Tsipras ha denominado “el triángulo del pecado”: grandes banqueros, políticos corruptos y magnates de la comunicación. El Gobierno ha respondido con un lacónico “tendría que haberse hecho antes” a las protestas de la oposición hoy en el Parlamento, y descrito la operación como una medida necesaria para “restaurar la legalidad”…

A sólo diez días de la conmemoración del 40º aniversario de la masacre del Politécnico, que precipitó la caída de la Junta de los Coroneles (1967-74) y que se celebra como una fiesta civil de la democracia, muchos se preguntan hoy en Grecia de qué sirve tamaña demostración de fuerza (antidisturbios frente a sociedad civil armada con libretas, bolis y cámaras), si no será una nueva manera de gastar pólvora en salvas o, aun peor, de barrer la mierda bajo la alfombra ante Europa de cara a la próxima asunción de la presidencia de la UE, el próximo 1 de enero. El propio portavoz del Gobierno ha esgrimido este último argumento para justificar la operación policial de hoy.

NoSignalDesde junio –y aun mucho antes, desde que la crisis se cebara con Grecia- no sólo está en juego el futuro de los 2.600 trabajadores que formaban ERT; también preocupa la suerte de los archivos en blanco y negro que registran episodios capitales de la convulsa historia de Grecia (los nazis en la Acrópolis; el golpe militar; la huida del rey Constantino, las primeras elecciones libres); o el de la orquesta y el coro del ente, que este verano se sumó a las acciones de lucha con emocionantes conciertos al aire libre: cultura como consuelo ante el desánimo. Preocupante resulta también constatar que, al margen de los medios alternativos, no hay lugar para las voces discordantes. Como gráficamente decía uno de los carteles de protesta que los trabajadores de ERT colgaron cuando el cierre, casi cinco meses después el “Democracy? No signal” sigue teniendo plena vigencia.

El País

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