El centro de Atenas cerrado hasta a los gatos; cinco estaciones de metro fuera de servicio, 7.000 policías desplegados como si fuera a llegar Obama o el Papa, y un mar de pancartas por sobre las cabezas de una multitud interminable, formada en buena parte por jóvenes y estudiantes. La conmemoración del 40º aniversario de la masacre del Politécnico, que precipitó el fin de la junta militar (1967-1974), ha llenado este domingo durante horas las calles de Atenas y Salónica sin lograr insuflar una pizca de ánimo en un ambiente lastrado por el fantasma de la violencia: esa amenaza ciega que se ha cobrado tres muertos –un activista antifascista y dos neonazis- desde septiembre. Y que muchos temen engorde como una bola de nieve.
A alguien parece interesarle azuzar ese espectro, no sólo por el despliegue de agentes –en cualquier sitio caliente, una tácita regla proporcional augura mayores posibilidades de disturbios cuanto mayor sea la presencia de uniformados. También por la reivindicación, dos semanas después del crimen -y, qué casualidad, la víspera del 17N-, del doble asesinato perpetrado el pasado 1 de noviembre ante una sede local del partido neonazi Aurora Dorada. Un grupo de ultraizquierda inédito, Pueblos Militantes-Fuerzas Revolucionarias, se atribuyó este sábado la muerte de los dos miembros de AD en represalia por la del rapero y militante antifascista Pavlos Fissas, a mediados de septiembre, a manos de un simpatizante neonazi. Los medios del mainstream, por cierto, lo califican de "guerrilla urbana".
Aunque la policía considera auténtico el comunicado, no son pocos quienes creen que hay que cogerlo con pinzas, pues no haría sino confirmar la teoría de los dos extremos aireada por tierra, mar y aire desde el Gobierno de Andonis Samarás: a saber, la existencia de dos polos maléficos, desestabilizadores, Aurora Dorada en la extrema derecha, y Syriza en sus antípodas. El anuncio del grupúsculo desconocido de nuevas acciones contra los neonazis abunda en la hipótesis de esa peligrosa pinza que vendría a hacer bueno al Gobierno manostijeras de Samarás-Venizelos. Pero cualquier posibilidad está sobre la mesa, incluida, claro está, la de una ciega violencia ambidextra.
El 17 de noviembre de 1973, los tanques pusieron fin a sangre y fuego –con decenas de víctimas mortales-, a una ocupación estudiantil pacífica que ya duraba tres días. Desde entonces, el Politécnico, el recinto que hoy ocupa la Universidad Tecnológica de Atenas, se ha convertido en un símbolo de la lucha contra la dictadura. Con el restablecimiento de la democracia, también, los centros educativos se convirtieron en recintos inviolables a los que las fuerzas del orden no podían acceder por las malas (el antecedente más cercano fue en diciembre de 2008 el mismo Politécnico, ocupado por decenas de jóvenes antisistema en protesta por el asesinato de un chaval por la policía).
El lema de la lucha contra la dictadura (ψωμί, παιδεία, ελευθερία, que en griego rima aunque no en castellano: “pan, educación, libertad”) tiene hoy más vigencia que entonces, si cabe: con casi un 60% de paro juvenil –la tasa más alta de la Unión Europea-, y la amenaza cierta de recortes adicionales (1.300 millones) impuestos por la troika a una población que en los seis años de crisis ha perdido el 40% de su poder adquisitivo, en un país convertido en práctico protectorado económico de Bruselas y Washington.
El de Grecia es hoy un escenario desolador en el que campan espantajos tales como el ministro de Sanidad, el ultra Adonis Georgiadis, que reclama para sí, y no para la troika, “la gloria” de despedir a miles de médicos “sobrantes”. Donde ocho universidades funcionan al ralentí, y dos de ellas, en Atenas, están cerradas por falta de personal. Donde los antidisturbios desalojan por la fuerza a periodistas y camarógrafos de una televisión cerrada como un cortijo. Por todo ello “Pan, educación, libertad” ha resonado hoy como un estruendo. También la lucha por los derechos sociales. Como dijo en vísperas del 17N Alexis Tsipras, líder de Syriza y candidato común de la izquierda europea a la Comisión Europea, “nada nos ha sido regalado; todo es fruto del trabajo y la lucha”. Como ejemplo, un botón: los basureros de Madrid y su huelga indefinida.