Cembrero

Sobre la autora

María Antonia Sánchez-Vallejo. Periodista con experiencia en Oriente Próximo y en la cobertura de las guerras de Irak y Líbano, llevo un cuarto de siglo viajando a Grecia. He pasado temporadas en Salónica, donde amplié mis estudios de griego, y he cubierto las elecciones de 2009 y buena parte de la crisis de la deuda. También disfruto del país en vacaciones.

Eskup

Lampedusa en el Egeo

Por: | 27 de enero de 2014

 

Mientras arrecian los llamamientos de las ONG para investigar el el naufragio de una barcaza de inmigrantes en el Egeo, con 12 muertos, nueve niños y tres mujeres, las autoridades griegas no sólo miran para otro lado, sino que acusan a los entrometidos europeos (Nils Muiznieks, responsable de Derechos Humanos del Consejo de Europa, a la cabeza) de querer hacer una cuestión política del infortunio. Ítem más, el ministro de Orden Público, el inefable Nikos Dendiás, se atreve a vincular la inmigración irregular con el terrorismo. Sic. Mal, muy mal empieza la presidencia europea de Grecia, que había hecho bandera, precisamente, de la política migratoria como uno de los puntales de su mandato.

El relato de los hechos apunta que la embarcación en que viajaban los indocumentados, localizada el lunes pasado a 1,5 millas del islote de Farmakonisi, en el Dodecaneso, estaba siendo escoltada a gran velocidad (o empujada, o repelida) por guardacostas griegos hacia aguas turcas cuando los motores de la barcaza se pararon. Fue entonces, unos dicen que por la inestabilidad del barco o el sobrepeso, cuando se hundió; el ministro de la Marina atribuye a un ataque de pánico de los pasajeros, que se habrían arremolinado en un costado de la nave, el vuelco. La autoridad portuaria griega alega que la fuerza del viento y olas de varios metros hicieron imposible el rescate.

 

Pero la narración de algunos de los 16 supervivientes, afganos en su mayoría, muchos privados para siempre de sus hijos por obra y gracia, presuntamente, de las patrulleras que vigilan el Egeo, alumbra otra tragedia mucho menos fortuita. Un hombre que asegura haber perdido a su esposa y sus cuatro hijos contó este sábado en Atenas que intentaron subir a bordo de la patrullera, pero que fueron arrojados al agua, desde donde oyó gritar a uno de sus pequeños “papá, mamá, ayuda”. Nadie acudió a salvarle. Otro superviviente relató los insultos que los guardacostas profirieron a los indocumentados cuando estos intentaban abordar la patrullera, y cómo los arrojaron al mar “a propósito”. Entre los sin papeles, recuerda el ombudsman Muiznieks, había solicitantes de asilo, sujetos de derecho (y protección) por las leyes europeas. Acnur, la agencia de la ONU para los refugiados, ha pedido también una investigación sobre el siniestro.

Organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional y el propio Consejo de Europa califican lo sucedido de “fallida expulsión colectiva” (push-back, en la jerga del ramo) hacia Turquía, esa práctica habitual de barrer a los inmigrantes fuera de casa que Atenas lleva años ejecutando. La organización Pro Asyl publicó en noviembre un informe sobre la política de expulsiones tanto en aguas del Egeo como en la frontera terrestre de Turquía, así como pruebas de incidentes previos junto a Farmakonisi. El Gobierno griego prometió hace unos días poner fin a esta práctica ilegal, pero los acontecimientos –como en el juego de componendas políticas, como en los datos económicos- se empecinan en llevarle la contraria.

INmigrantsDesde agosto de 2012, al menos 136 refugiados, la mayoría de ellos sirios y afganos, han muerto ahogados en una docena de intentos fallidos de llegar a Grecia en barco desde Turquía, según el cómputo de Amnistía Internacional. Y no sólo en el Egeo, cabe añadir: ahí está el naufragio del 15 de noviembre frente a la isla de Lefkada, en el mar Jónico, que se cobró otras 12 vidas, entre ellas las de una familia siria, un padre y sus cuatro hijos (la madre había muerto semanas antes en un bombardeo).

“El racismo, la xenofobia y el nacionalismo están muy arraigados en Grecia desde los años noventa”, contaba en conversación telefónica a finales de diciembre el periodista Dimitris Psarás, especialista en el partido ultra Aurora Dorada y autor de Libro negro del partido nazifascista griego. En esa década, cabe recordar, empezaron a llegar a Grecia miles de extranjeros, en su mayoría procedentes de Albania y la antigua Yugoslavia; luego –y a medida que las autoridades miraban para otro lado, como si no existieran- vinieron asiáticos, árabes,  africanos. “Esa opinión pública contraria a los inmigrantes la han creado también los mensajes televisivos, por no hablar del decisivo papel de la Iglesia en el nacionalismo ultramontano. Todo ello alimenta los mitos propagandísticos de Aurora Dorada”, que figura en tercer lugar en los sondeos de intención de voto.

Luego vendrá el rasgarse de vestiduras, las exclamaciones de sorpresa o el estupor al ver avanzar el populismo como lava incandescente por Europa. Pero en realidad todo es muy simple, una pura cuestión de vida o muerte: de sobrevivir allende países que sufren guerras o hambrunas, o de morir al volcar una barcaza en una Lampedusa cualquiera.

 

El País

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