Un
despacho de la agencia Europa Press fechado el pasado 4 de marzo en Nueva York informaba
de que, según los Índices Russell de análisis e inversión, Grecia ya no figura entre los
países desarrollados y ha pasado a engrosar la lista de los emergentes. O la traducción de emergente
es un error, o un alarde de optimismo cuando no una broma de mal gusto, porque
los estragos de la crisis en Grecia, tras cinco años de profunda recesión, se
parecen más a los de la década perdida
de la América Latina de los ochenta, con sus deudas externas impagables –y el default de México en 1982-, paños
calientes como el Plan Brady y las ollas populares como pobre sostén de los
hambrientos.
Grecia no es un país emergente, pese a la consideración de Russell (o la traducción hecha por la agencia): no es Sudáfrica, ni Rusia, ni China, ni India, ni mucho menos Brasil, que durante el mandato de Lula sacó a cerca de 40 millones de personas de la pobreza y los insertó en ese bienestar plagado de servidumbres –consumo y endeudamiento- que llamamos clase media. En Grecia no hay pujanza por ningún sitio; el fenómeno es exactamente el contrario: amplias capas de población hasta hace poco saneada pasan frío –el consumo de combustible para calefacción ha caído hasta el 70% debido a su alto precio- y viven un estado de privación material: un tercio de la población está bajo el umbral de la pobreza. Sólo en Atenas una famélica legión depende de los 191 comedores populares de la Iglesia ortodoxa, de las 250.000 raciones de comida diarias repartidas. La caridad ha sustituido a los derechos; la privación de África, al bienestar de Europa. “Nos hemos ido de Europa, las imágenes que ofrecen los medios [de la vida cotidiana en Grecia] son propias del Tercer Mundo”, cuenta en conversación telefónica Nikitas Kanakis, presidente de la sección local de la ONG Médicos del Mundo.
Lo peor
es que, además de sojuzgarlos hasta la humillación mediante ajustes y reformas,
se les tome por tontos (a los griegos, pero también a los españoles, o a los
portugueses). Basta que un político o funcionario –generalmente, un subalterno -
lance la posibilidad de nuevos recortes, para que el titular del negociado en
cuestión desmienta el rumor… y la troika aproveche el eco para dejarlos a ambos
en evidencia anunciando taza y media de suplicios. Un ejemplo: la supresión de
puestos de trabajo en la Administración este año. Primero que sí, luego que no,
para al final dar la cifra exacta: 25.000
funcionarios menos en 2013 como condición para recibir el siguiente tramo de la
ayuda.
Otro tanto sucede con la rebaja del salario mínimo, que ya fue jibarizado en febrero de 2012: para los mayores de 25 años es ahora de 585 euros brutos; para los menores, 510. El globo sonda vuela a su antojo desde entonces, y hace poco más de un mes, Yorgos Mergos, subsecretario de Economía, apuntó que podría retocarse a la baja para hacer más competitiva la economía (¿como en Bulgaria, con un sueldo mínimo de 156 euros? ¿O en Rumanía, con 123?). Su jefe de filas, Yanis Sturnaras, le corrigió enseguida. Pero hace tres semanas el comisario europeo Olli Rehn apuntó que la discusión está abierta y, hace unos días, una docena de directivos de multinacionales pusieron como condición para invertir en Grecia la supresión de esos topes, contraproducentes a su juicio para reducir el paro. Según el diario To Vima, los ejecutivos ofrecieron al ministro de Desarrollo la posibilidad de invertir en minijobs con sueldos de 250-300 por trabajos de tres o cuatro días a la semana. El paro juvenil en Grecia es del 61%.
Por eso
conmueve especialmente el relato de la crisis de Kostas
Tsapogas, que merecería
leerse en las escuelas de negocios, y en los despachos del FMI o el BCE, para
corregir el rumbo. Periodista, clase media desahogada y porvenir asegurado,
Tsapogas y su esposa, redactora del mismo diario, perdieron sus trabajos pero
se niegan a perder sus vidas y a dejarse llevar por el nihilismo que atenaza a
sus congéneres, y echa a muchos en brazos de soluciones desencajadas como
el partido neonazi Aurora Dorada. “Queremos creer desesperadamente que la
situación no será permanente”, dice Tsapogas. “Creemos que el mayor peligro es
sucumbir a la depresión (…) Cuando nos vamos a la cama por la noche, caemos en
la cuenta de que hemos sobrevivido un día más. Siete noches, y hemos
sobrevivido otra semana”.
Como América Latina, que sobrevivió al ahogo de la deuda, a los enjuagues del Plan Brady y a la miseria compartida y solidaria. Punto por punto, todo recuerda a Grecia: la deuda y la componenda de la quita; los rescates a cambio de ajustes, y viceversa; las colas de menesterosos ante las ollas populares.